Los Juegos Olímpicos, una vitrina poderosa para la política
29 Julio 2024 07:07 pm

Los Juegos Olímpicos, una vitrina poderosa para la política

Cuando se mezcla la política con el deporte los resultados no suelen ser los mejores. Pero es inevitable que ello suceda, ya que un evento como los Juegos Olímpicos en sí es un hecho político. Acá se recuerdan algunos episodios en los que la política ha afectado, en distinto grado, el desarrollo de las olimpíadas de la era moderna.

Por: Eduardo Arias

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Resulta inevitable que la política aparezca de una u otra forma en el desarrollo de los juegos olímpicos. Quienes abogan porque no se combine deporte con política olvidan que estas justas, al lograr tanta atención de cientos o miles de personas en todo el planeta, son una vitrina que en gran cantidad de oportunidades han intentado utilizar desde atletas negros que luchan por la defensa de los derechos civiles hasta dirigentes políticos que aprovechan esta oportunidad para promocionar las bondades de su país o de sus regímenes políticos.

Desde muchos puntos de vista, los Juegos Olímpicos en sí son un gran hecho político. Para comenzar, obtener la sede suele ser el resultado de cabildeos e intrigas en la que salen a relucir consideraciones políticas en el momento de otorgar una sede. La mayor parte de las veces la ceremonia inaugural es un acto político, en el sentido amplio de la palabra, en la que se presentan al mundo los valores de una sociedad, no solamente deportivos o culturales. Basta revisar la ceremonia inaugural de los juegos de París para encontrar en ellos elementos que forman parte de la política como la Revolución francesa. No está mal que eso ocurra. Forma parte de la esencia de Francia y es más que válido traerlo a colación en una ceremonia de esta naturaleza. Pero es política.

Esa arista indudablemente abre la posibilidad de muchos debates y discusiones. Lo que sí es cierto es que a lo largo de la historia de los  olímpicos la política sí ha interferido en el desarrollo de los juegos.

Las guerras: pausa y exclusión

Las más contundentes han sido las dos guerras mundiales, que impidieron la celebración de los Juegos Olímpicos de 1916, 1940 y 1944. Los de 1916 le habían sido asignados a Berlín, ciudad que los organizó 20 años después. Los de 1940 se iban a celebrar en Tokio. La capital del imperio japonés renunció a la sede y le fueron asignados a Helsinki. Los de 1944 habían sido programados para que se llevaran a cabo en Londres. Estas tres ciudades serían sede de los juegos más adelante. Londres, en 1948 y de nuevo, en 2012; Helsinki, en 1952, y Tokio, en 1964.

Otra consecuencia de las guerras mundiales fue la decisión de no permitirle participar a las naciones derrotadas. Por esa razón, en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920 no participaron Alemania, Austria, Hungría, Turquía y Bulgaria. En Londres 1948 tampoco estuvieron presentes Alemania y Japón.

Eventos bélicos más recientes también han afectado a los deportistas de naciones involucradas en guerras o en actos políticos reprobables. Sudáfrica no pudo participar en los olímpicos entre Tokio 1964 y Seúl 1988 por su política del 'apartheid'. Yugoslavia, por las restricciones internacionales, fue castigada en 1992, aunque Eslovenia y Croacia, que ya no estaban gobernadas desde Belgrado, sí participaron. Más recientemente, Rusia y Bielorrusia han sancionado y no participan en París 2024 por la invasión en Ucrania.

Lo curioso del caso es que países que han desatado guerras injustificadas como Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia (por solo citar tres ejemplos) jamás han sido sancionadas. Lo mismo ocurre en estos días con Israel, cuya presencia en los juegos de París ha sido muy cuestionada por la manera tan brutal como se ha comportado su ejército en la franja de Gaza.

Propaganda en los Juegos Olímpicos

Los juegos también pueden utilizarse como un instrumento de propaganda. En ese sentido los más citados han sido los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, en pleno apogeo del nazismo, que Adolfo Hitler y su aparato de propaganda intentaron utilizar para demostrar la superioridad de la llamada raza aria, objetivo que no se logró del todo, en parte gracias al atleta negro Jesse Owens, máxima figura de los juegos, y quien ganó cuatro medallas de oro.

De todas maneras, los Juegos terminaron convirtiéndose en una exhibición de fuerza del régimen y las victorias de los deportistas alemanes, que las hubo en gran cantidad, se utilizaron para exaltar la tesis de la "raza superior".

En Barcelona se organizaron para aquel año unas olimpiadas populares, unos juegos alternativos antifascistas, que no se llevaron a cabo porque estalló la guerra civil española.

De manera un poco más sutil, otros juegos han servido para validar mensajes políticos. Los Ángeles 1984, en plena Guerra Fría y cuando Estados Unidos desplegaba su programa de defensa Star Wars (Guerra de las Galaxias) y pretendía vender la idea de que era posible desatar una guerra nuclear controlada, fueron una exaltación patriótica bastante burda que pretendía vender la superioridad del estilo de vida norteamericano. En Europa fueron muy frecuentes las quejas de los aficionados al deporte porque lo único que buscaba la televisión era exaltar a los deportistas de Estados Unidos.

A estos juegos no asistieron los países del bloque soviético (salvo Rumania) y tampoco lo hizo Cuba, lo que le facilitó en gran medida a Estados Unidos dominar los juegos, ya que la gran mayoría de atletas poseedores de récords mundiales en disciplinas como el atletismo no se hicieron presentes.

Este boicot soviético y de sus aliados se debió a que cuatro años antes Estados Unidos y otras 60 naciones boicotearon los juegos de Moscú como protesta por la invasión soviética a Afganistán. Sin embargo, en estos juegos participaron deportistas de algunas de estas naciones a título personal, con la bandera de sus países en la camiseta. Fue el caso de los atletas británicos Sebastian Coe y Steve Ovett, los reyes del atletismo de semifondo en aquellos años.

Cuatro años atrás, en Montreal 1976, también hubo un boicot por parte de 22 naciones africanas, que se retiraron de los juegos para protestar por la presencia de Nueva Zelanda, cuyo equipo de rugby había jugado poco antes contra la Sudáfrica del 'apartheid'.

En los juegos de Melbourne, Australia, de 1956, España, Suiza y Países Bajos se negaron a participar con deportistas de la Unión Soviética como protesta por la brutal represión del Ejército Rojo en Hungría. Por su parte, Egipto, Irak y Líbano se abstuvieron de asistir para denunciar la operación militar y la ocupación israelí-franco-británica del canal de Suez.

Otro caso de boicot se presentó en los Juegos Olímpicos de Seúl de 1988. Corea del Norte quiso que estos fueran conjuntos. Como el Comité Olímpico Internacional se negó, Corea del Norte no participó. Cuba, Nicaragua, Albania y Etiopía hicieron lo mismo.

Tensiones mundiales durante los Juegos Olímpicos

La política también se ha hecho presente dentro del desarrollo mismo de los juegos. La Unión Soviética participó por primera vez en los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952 y los organizadores instalaron dos Villas Olímpicas separadas por una decena de kilómetros: una para los soviéticos y sus aliados del bloque del Este, y la otra para el resto del mundo, todo con el fin de evitar tensiones. Cabe anotar que los dirigentes soviéticos celebraron esa iniciativa, que complicaba cualquier intento de deserción de sus deportistas.

De regreso a Melbourne 1956, en estos juegos se presentó un hecho directamente relacionado con las tensiones que vivía el mundo. El partido de waterpolo entre Hungría y la URSS terminó en una violenta pelea. La policía australiana intervino para impedir que la multitud linchara a los soviéticos. Hungría ganó 4 a 0 y al día siguiente ganó la medalla de oro.

Otro episodio muy comentado ocurrió en los Juegos Olímpicos de Ciudad de México de 1968, que entre otras cosas se inauguraron diez días después de la masacre de Tlatelolco, que ocurrió en la Plaza de las Tres Culturas. Un grupo de estudiantes que protestaban fue atacado por unidades del Ejército Mexicano y por miembros del grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia.

Esta masacre, en las que murieron entre 300 y 400 estudiantes y se produjeron más de mil heridos, pareció no molestarle para nada al Comité Olímpico Internacional, al que le pareció normal y corriente que los juegos se celebraran como si nada hubiera pasado.

En cambio, la ceremonia de premiación de la carrera de 400 metros planos masculina horrorizó al mundo biempensante porque, mientras sonaba el himno de Estados Unidos, Tommie Smith (medalla de oro) y John Carlos (medalla de bronce), miraron al piso y levantaron el puño con el guante del grupo Panteras Negras como protesta por el racismo imperante y tolerado en Estados Unidos. Ambos atletas fueron vetados de la selección estadounidense de por vida, expulsados de la Villa Olímpica y se les prohibió volver a participar en los Juegos Olímpicos.

En los juegos de Munich 1972 también fueron sancionados los atletas Vince Matthews y Wayne Collett, ambos negros, que terminaron primer y segundo en los 400 metros. Mientras sonaba el himno nacional durante la ceremonia de premiación, Collett se paró con sus brazos en la cintura, mientras que Matthew se tomó la barba, cruzó los brazos y jugueteó con los pies. Al igual que Smith y Carlos, fueron vetados de por vida.

Este hecho sucedió el 7 de septiembre, dos días después del suceso más aterrador que jamás haya ocurrido en unas olimpíadas: el secuestro de 11 deportistas israelíes en la villa olímpica por parte de un comando terrorista palestino de la organización Septiembre Negro.

En la madrugada del 5 de septiembre, los terroristas irrumpieron en la villa olímpica, mataron a dos deportistas israelíes y secuestraron a otros nueve. Tras horas de tensas negociaciones, los errores en la gestión del secuestro provocaron un desenlace sangriento en el aeródromo militar de Fürstenfeldbruck, con un saldo de 17 muertos: todos los secuestrados de la delegación israelí, cinco de los ocho terroristas palestinos y un policía alemán. Los juegos se suspendieron durante 36 horas y tras una ceremonia se reanudaron como si nada hubiera pasado.

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