Una foto en frente de cada iglesia de los 1.105 municipios es la prueba de las travesías de Diego Rosselli.
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“Viajar por Colombia no es tan peligroso como se imagina”: colombiano que visitó todos los municipios del país
El pasado 16 de julio, Diego Rosselli, neurólogo y profesor universitario, se convirtió en el primer colombiano en visitar todos los municipios de Colombia. En entrevista con CAMBIO habló acerca de sus viajes, los lugares que más lo impactaron y sus proyectos a futuro.
Por: Santiago Luque Pérez
El neurólogo Diego Rosselli se tomó una selfi al frente de la iglesia principal de cada uno de los 1.105 municipios de Colombia. Cada foto es la pequeña prueba de que, en dos décadas, recorrió el país de extremo a extremo, en sus dos carros Land Rover. Uno de ellos, un modelo 69 que su papás le regalaron cuando se graduó de médico. El mismo al que bautizó Tinieblo Rezandero: Tinieblo se le ocurrió en una noche de desamor en Chocó, y Rezandero porque siempre está parqueado frente a las iglesias. Nadie sabe cuántos kilómetros ha recorrido, pues la guaya se dañó, y el viejo carro, puede decirse, olvidó sus pasos. Rosselli lo defiende: "a un a un tinieblo no se le pregunta el kilometraje".
La travesía de visitar todos los municipios finalizó el pasado 16 de julio, cuando Diego Rosselli llegó a Unguía, Chocó. El reto de este viajero ahora será compilar todo y, según le contó a CAMBIO, tener listo su libro a comienzos del próximo año. Además, dijo que seguirá viajando y que quiere volver a varios de los pueblos por apenas pudo pasar.
CAMBIO: ¿Cómo nació ese gusto por los viajes?
Diego Rosselli: Fui criado en una familia en la que a mis padres les gustaba viajar. Tenemos, porque la familia todavía tiene, una finca en Casanare. Entonces dos veces al año hacíamos ese viaje, en una época en que era mucho más complicado que hoy. Nos demorábamos más de 18 horas, dependiendo del estado de las vías. Además, mis padres nos llevaron a nosotros de viaje a la costa. Recuerdo muy bien de ese viaje en el año 69, cuando mi Land Rover era nuevo. Nos fuimos todos metidos en él: nueve hijos, papá y mamá. Salimos de Bogotá a Bucaramanga, de Bucaramanga a Valledupar, de Valledupar a Santa Marta. Luego fuimos a Cartagena, a Caucasia, a Medellín. Luego nos regresamos por Manizales.
Y de muchacho, yo era mochilero. Entonces salía de vacaciones, me echaba mi morral al hombro y agarraba flota. Muy temprano me preciaba de haber conocido todos los departamentos de Colombia. Así que antes de lanzarme en este viaje, ya era viajero consumado. Fui montañista. Entonces también escalé muchas veces la Sierra Nevada del Cocuy, la Sierra Nevada de Santa Marta, el Nevado del Tolima, e incluso escalé en el Ecuador: el ánimo de aventura no es una cosa nueva.
CAMBIO: ¿Cuándo decidió visitar todos los municipios de Colombia?
D. R.: No fue una decisión que yo hubiera pensado un día, decir "voy a visitar todos los municipios de Colombia", sino que nació con la idea original de visitar las 100 principales ciudades. De hecho, la mayoría ya las conocía, pero era como para pasar el tiempo y dedicarme a estudiar cada una. Yo las escogí principalmente por población de la cabecera municipal, contando áreas metropolitanas, porque no voy a ir a Soacha, que es tan grande, o a Soledad, o Envigado. Ahí fue cuando surgió la idea, que creo que es el componente original de mi método de viaje, que es el de viajar en el carro combinando trayectos aéreos con terrestres.
CAMBIO: ¿Cómo es este método de viaje?
D. R.: Mis carros nunca están en Bogotá, o rara vez. Solo lo traigo aquí a donde el mecánico de cabecera, que es una persona a quien le tengo una gran confianza. Tengo dos Land Rover. El Tinieblo, que lo heredé de mis padres, me lo regalaron cuando me gradué de médico. Y el otro, que es modelo 74, o sea, no tiene, sino 50 añitos, lo compré hace diez años. En este momento tengo uno en Pasto y el otro en Cali. Yo vivo al lado de la universidad, o sea que camino hasta mi trabajo, o me muevo normalmente en taxi. Aquí no los uso. En cambio, como los tengo en otro lado, viajo en avión a donde tengo mi carro, voy por tres días y regreso en avión a Bogotá. Esos carros han dormido en Quibdó, Puerto Asís, Yopal, Arauca, Riohacha. En todas partes.
CAMBIO: ¿Cuánto kilometraje tienen los carros?
D. R.: Muchísimo, claro que yo no llevo la cuenta. De hecho uno de los problemas del Land Rover es que se les daña la guaya del velocímetro y entonces uno termina andando sin registrar cuánto recorre. Toca confiar ahí en algún otro método para calcular el momento en que es hora de tanquear. Cuando me preguntan qué kilometraje tiene el carro, yo les digo que a un tinieblo no se le pregunta el kilometraje.
CAMBIO: En cuánto a la seguridad, ¿cómo le fue viajando por toda Colombia?
D. R.: Visité por tierra 1.067 municipios de Colombia, o sea que me faltaron 38 que no están comunicados por la red vial, y no tuve ningún problema. Y me metí en zonas del Catatumbo, en zonas cocaleras de Nariño, o del Cauca, en zonas complicadas del Guaviare. El mensaje es que las imágenes que tienen los colombianos del peligro de viajar por Colombia es exagerado. En ningún momento de estos 20 años de recorrer Colombia me robaron. Vine a tener problemas viajando por río a visitar un pueblo en Chocó, por la cuenca del río San Juan, en donde tuvimos un encuentro con el ELN cuando viajaba con mi hija. Nos detuvieron un retén por varios minutos. Nos tomaron fotografías, tomaron fotos de las cédulas, nos preguntaron qué estábamos haciendo por allá. Yo les conté que era un profesor de Bogotá, que simplemente está recorriendo el país y que me encantaba el Chocó. Después de un rato, nos dejaron ir.
CAMBIO: Diego, ya que nombra a sus hijas, ¿ellas qué piensan de que usted sea tan viajero?
D. R.: Creo que se los he inculcado. Ambas son entusiastas. Una estudia en Estados Unidos, entonces me ha podido acompañar menos, pero cuando viene a Colombia se ha medido a muchos viajes. Se ha metido conmigo a Arauca. También estuvimos en Putumayo. Con la que vive acá, que es Paula, la hija menor, ella sí que me ha acompañado a todas partes y es una excelente compañera, porque estos viajes, al estilo mío, son por carreteras polvorientas. Hay que pasar hambre e incomodidad. Pero me han acolitado y me han acompañado siempre.
CAMBIO: Después de visitar el último municipio, ¿qué pensó?
D. R.: Yo me acordé de mi época de montañista. Por ejemplo, el nevado del Tolima me costó mucho trabajo. Le hice tres intentos previos y, por condiciones climáticas, por el estado físico y lo que sea, no llegué. Entonces el día que llegué a la cima, qué sensación tan espectacular. Pero también uno piensa: "ahora cómo carajo me voy a bajar de acá", porque el descenso suele ser más complicado. Aquí pensé lo mismo dije: "bueno, ahora qué voy a hacer yo con esto, porque me parece que tengo un reto grande en divulgar la hazaña". Tengo que seguir con el libro, porque ya voy con los manuscritos avanzados, y tengo un contrato con editorial Planeta para publicarlo a principios del año entrante.
CAMBIO: ¿Cómo ha sido guardar toda la información de los viajes?
D. R.: Con eso soy bastante cuidadoso. Tengo back-ups de mis fotografías. Por ejemplo, la prueba de que llegué a un pueblo es la foto con la iglesia. Lo primero que hago es parquear mi carro al frente de la iglesia y tomarme la fotografía. Ahí mismo se la mando algún amigo y le digo que, si me pasa algo, si me roban el celular, que quede la constancia. Así que tengo repartidas por todos lados mis fotos.
CAMBIO: ¿Va a seguir viajando?
D. R.: Bueno, yo quiero volver a muchos sitios que vi de afán; por ejemplo, por San Benito pasé dos veces, pero siempre tenía solo una hora para parar. Así que me gustaría volver con más calma a todos esos pueblos a revivir esas amistades que dejé en tantos lugares, y las nuevas: porque toda la gente me está escribiendo.
CAMBIO: Es decir que el viaje no termina…
D. R.: No, no, no...Vamos a seguir. Hay muchos rincones de Colombia que me quedan por explorar, que no son las cabeceras principales de los municipios, porque esas ya estuvieron todas, pero sí áreas rurales que aún me están faltando.
CAMBIO: ¿Y cuáles son los lugares que ya tiene en la mira para visitar?
D. R.: El raudal de Jirijirimo, la Serranía de Chiribiquete. También me gustaría ir a Malpelo, aunque allá no hay mucho que hacer. Hay algunos sitios de La Guajira. Bueno, son más bien poquitos.
CAMBIO: ¿Algunos municipios que usted hoy recuerde con mayor cariño?
D. R.: Serían muchos, aunque siempre la memoria de los más recientes influye; por ejemplo, este último pueblo que visité el sábado pasado, Unguía, en el Chocó, con el que completé los 1.105. Fui muy bien recibido. En general, por el trato de la gente, he sido muy bien tratado en todas partes. No tengo quejas. Pero entre los pueblos a los que les tengo un particular apego, hay uno santandereano que me gusta bastante: Zapatoca. Lo prefiero sobre Barichara, que es mucho más turístico. Zapatoca es un pueblo que ha conservado mucho mejor su santandereanidad.
Creo que Santander es el departamento que tiene más pueblos bonitos en Colombia… No sé si los más bonitos, pero sí hay muchos pueblos que son muy agradables. Puedo mencionar a Tona, a San Benito, un pueblito que me pareció absolutamente encantador, de esos pueblos que no sé si el turismo colombiano los aprecie porque no debe tener un solo hotel con piscina y no va a tener discotecas, ni va a tener rumbiaderos, sino que es un pueblito agradable en sí, con un buen parque principal una iglesia muy bien conservada. Resalto esos pueblos en los que uno va a descansar del fragor de la ciudad y en donde el plan es sentarse en el parque, ver pasar a la gente, tomarse una cerveza, comer alguna cosita e irse a dormir temprano porque no hay mucho más que hacer.
CAMBIO: ¿Algunos otros pueblos para mencionar?
D. R.: Es que me diga por regiones y le digo los me han llamado la atención. Por ejemplo, de los pueblos de cercanías a Bogotá, uno que me pareció todo un tesoro escondido es San Juanito, que queda aquí al otro lado del páramo de Chingaza, en las montañas, en el departamento del Meta, en límites con Cundinamarca. De pueblos llaneros también hay unos muy hermosos, San Martín es un pueblo muy bonito y muy bien conservado. Del Huila hay montones. Es un departamento que ya está aprovechando su turismo, pero la gente suele concentrarse en San Agustín y la carretera principal, que da a Neiva. Pero hay muchos pueblitos muy agradables para los que somos aficionados a puebliar. Antioquia tiene muchísimas joyas, podríamos hablar de Concepción, que no es ni lejos del aeropuerto de Rionegro. Es fácil volarse y evitar esas turbas de turistas que van a Guatapé. Y esos pueblos son muy bonitos, eso es innegable, pero van perdiendo su identidad y se llenan de bulla. No me gustan, pero es cuestión de qué quiere cada quién.
CAMBIO: De los municipios más lejanos y de más difícil acceso, ¿cuáles le encantaron?
D. R.: Más que el pueblo, que no es muy bonito, por sus playas: Pizarro, la cabecera municipal de un municipio del Chocó que se llama Bajo Baudó, ubicado en la desembocadura del río Baudó, en el océano Pacífico. Para los que nos gusta la topografía es muy interesante, porque el río Baudó es el único de los grandes ríos que desemboca en el Pacífico que tiene una única boca porque el río viene entre montañas. Entonces el río Baudó, arriba de Pizarro, es uno de los espectáculos más bonitos que yo he visto. Es un sitio que me llamó mucho la atención. El río va con paredes de montañas selváticas, forrado de selva a los lados por muchos kilómetros, y su desembocadura es preciosa. A mí no se me quita mi ánimo de profesor dando lecciones, y Baudó es una palabra embera que quiere decir el río que va y viene, porque dependiendo de las mareas, cuando uno está en Pizarro, el río va para un lado y en otros momentos va para el otro. Además, tiene unas playas en las que uno puede caminar kilómetros sin encontrarse a nadie.
CAMBIO: Usted que recorrió todo el país, ¿prefiere los municipios de tierra fría o de tierra caliente?
D. R.: Qué buena pregunta. Me voy con el clima medio. Algo que no he contado es que yo estuve dedicado el año pasado, ya de manera metódica a pensar a dónde me voy a ir a vivir cuando me retire. Para sorpresa de muchos, no he optado por la vida pueblerina sino por la vida rural. Quiero campo. Echándole cabeza a muchos factores, como son alturas sobre el nivel del mar, temperatura, acceso al agua, tierra fértil, fauna y flora, decidí el Valle del Cauca. Así que ya compré una tierrita, tengo una casita en Palmira y el plan es pensionarme e irme allá a escribir y admirar la naturaleza.
CAMBIO: No como viajero sino como médico, cuéntenos cuál fue esa lección que le dejó viajar por los 1.105 municipios de Colombia
D. R.: Hay una barrera impresionante que tenemos en Colombia, y que no es culpa del sistema de salud sino de nuestra propia topografía y de las dificultades de las vías. Entonces me llama la atención la resignación con que las personas se enfrentan a las enfermedades. Un chocoano por allá de las orillas del río Sipí, que se enferma, mira qué puede hacer con lo que tiene en la casa, con algunos de los sabedores o alguien que conozca la medicina natural en la región y, si no, se muere con resignación. Entonces la mitad de los niños nacen, se enferman y se mueren, y lo toman con resignación. Es una mortalidad infantil como la de África. En Vaupés, por ejemplo, vale 18 millones de pesos un avión ambulancia que lo saque a uno hasta Villavicencio. Eso estando en Mitú, en la capital, mientras que en muchas zonas hay que tener otra avioneta que lo lleve hasta Mitú. El aislamiento en que viven muchas personas es un fenómeno que uno acá en la ciudad ni siquiera imagina.
CAMBIO: ¿Cuál es el mensaje que le da a la gente que quiere recorrer el país, pero que todavía no se ha animado?
D. R.: Que arranquen, que el primer paso es ir de a poquitos. Yo fui maratonista hace como 40 kilos, corrí siete maratones y mi secreto era arrancar despacio y poco a poco irle mermando. Creo que acá es igual también, hay que arrancar despacito, pero no perder el ritmo. El otro mensaje es que viajar no es tan peligroso como uno se imagina. Aquí los colombianos estamos llenos de miedo un poquito infundado. Obviamente hay que tener precauciones, pero uno siempre que sale de la casa está corriendo riesgos, sea en Bogotá, en Medellín o en Cali. Y el otro mensaje sería que aprendamos a conocer nuestro país. Tengo algunos compañeros de oficina que nacieron para quedarse en su casita y no salir de su pueblo. Eso es respetable. Pero por lo menos que conozcan las bellezas de nuestro país y la diversidad de nuestros paisajes.
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