La batalla para sustituir lo que lo envuelve todo
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En las últimas semanas se han conocido diversas iniciativas para reemplazar el plástico tradicional y disminuir los residuos tóxicos que puede generar al final de su vida útil.
En una mansión situada en Yonkers, con vista al río Hudson, en el estado de Nueva York, el químico belga Leo Hendrik Baekeland logró domesticar el reino mineral. En un laboratorio casero que tenía en el patio, y en medio de tubos de ensayo, frascos y bidones, este millonario desarrolló, en 1907, un nuevo elemento sintético a base de formaldehído y fenol que, en honor a su apellido, denominó ‘bakelita’: un componente maleable, dúctil y flexible, considerado el primer plástico de la historia.
Lo bautizó como el ‘material de los mil usos’ y no estaba equivocado. Su elástico invento se utilizó en teléfonos y radios, en armas y ollas de café, en pelotas de billar y en joyas. Incluso se usó en la primera bomba atómica.
Hoy, 117 años después, el ingrediente que revolucionó la industria arrastra la maldición de la modernidad. El mundo ha descubierto que sus residuos dañan el medioambiente, al punto de que, hace relativamente poco, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicó una sentencia drástica: “una reducción drástica del plástico innecesario, evitable y problemático es crucial para enfrentar la crisis global de contaminación”.
El PNUMA estima que cerca de 7.000 millones de los 9.200 millones de toneladas de plástico producidas entre 1950 y 2017 se han convertido en residuos que acabaron en vertederos. En su informe ‘Cerrar el grifo: cómo el mundo puede poner fin a la contaminación por plásticos y crear una economía circular’, propone soluciones para reducir esta contaminación en un 80% para 2040, entre las que se encuentran las tres erres: reutilizar, reciclar y reorientar.
Por eso, sustituirlo ha sido entonces el objetivo de los colegas contemporáneos de Leo Hendrik Baekeland. En estos momentos, por ejemplo, el grupo de investigación en Cromatografía y Técnicas Afines (GICTA) de la Universidad de Caldas logró fabricar un bioplástico hecho a base de cáscara de naranja Valencia. Al bioplástico se le están realizando análisis de degradabilidad, que por ahora arroja un tiempo de sólo seis meses y en condiciones ambientales normales. “Los plásticos convencionales son petroquímicos y tardan entre dos y 10 años en degradarse y nunca de manera natural, únicamente de forma industrial, a través de la incineración o fragmentación”, explicó Viviana Morales Sánchez, investigadora principal y estudiante de doctorado en Ciencias Químicas de la universidad, en una entrevista con el diario El Tiempo.
El siguiente paso para este innovador proyecto, según la científica, es obtener la patente y hacer alianzas con empresas para automatizar el proceso y lograr la producción a nivel industrial.
El mismo periódico dio a conocer, hace unos días, la noticia de un emprendimiento colombiano que desarrolló una tecnología que reemplaza los plásticos de un solo uso utilizados en la construcción. La tecnología, denominada Glasstommer, se compone de materias primas naturales y renovables y consiste en un recubrimiento biodegradable que se descompone entre en uno y tres años, dependiendo de las condiciones ambientales, comparado con plásticos tradicionales que tardan siglos en desintegrarse.
De acuerdo con Juan Camilo Botero, CEO de Glasst, el producto “reemplaza los plásticos de un solo uso, como las películas de color azul usadas para proteger vidrios y, a diferencia de los plásticos tradicionales que tardan entre 100 y 1.000 años en descomponerse, este protector se biodegrada en un máximo de 1 a 3 años”.
Una vez terminada su utilización, el material puede reciclarse en productos de caucho como topes para llantas o pisos.
Esta tecnología ya fue patentada en varios países, incluyendo Colombia, Estados Unidos, Reino Unido y Hong Kong y, hasta la fecha, ha sido implementada en 97 obras y 4 grandes proyectos en el país.
También hace unos días, un grupo de investigadores alemanes reveló cómo ciertos ‘microhongos’ pueden crecer en algunos plásticos y tienen la capacidad de descomponer polímeros artificiales. De acuerdo con el diario portugués Sic Notícias, la investigación mostró que, de los 18 tipos de hongos analizados, cuatro se destacaron por ser especialmente “voraces” en particular con el poliuretano, una sustancia usada para fabricar espuma.
Y, en mayo pasado, un equipo científico de la Universidad de California, en San Diego (Estados Unidos) incrustó esporas bacterianas de una cepa de Bacillus subtilis al poliuretano termoplástico (TPU, por sus siglas en inglés), las cuales tienen la capacidad de permanecer latentes durante la vida útil del material, pero que se ‘despiertan’ y ayudan a descomponerlo cuando se quiere eliminarlo.
“Las esporas que usamos fueron seleccionadas específicamente para el TPU. Sin embargo, pueden utilizarse para procesar muchos otros polímeros. Esto significa que, si podemos fabricar células que funcionen para otros plásticos, nuestro método puede aplicarse a más materiales”, dijo Han Sol Kim, científico de la Universidad de California y coautor del estudio que publicó la revista Nature Communications.
La batalla por sustituir lo que envuelve todo sigue, lentamente, su paso. Mientras tanto, el país ha decidido intentar trabajar de forma conjunta para superar el problema, y creó el Pacto por los Plásticos en Colombia, una plataforma colaborativa que une a empresas de resinas, de envases y empaques, productoras, comercializadoras, transformadoras de plásticos, gobiernos, academia, gremios y ONG, en una visión compartida de la economía circular de este material. Sus objetivos son: eliminar los plásticos que sean innecesarios o problemáticos; promover un diseño circular de envases y embalajes elaborados con este material, con enfoques en reutilización y reciclabilidad; aumentar las cifras de reúso y reciclaje; y generar una mayor incorporación del plástico reciclado en nuevos envases y empaques. Con esto se busca garantizar un modelo circular sostenible en el tiempo.
Es una noticia que alegraría al mismísimo Leo Hendrik Baekeland, al ver que, a pesar de todo, su invento sigue siendo lo que envuelve todo.
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