Confesiones de un caníbal de las disidencias de las Farc

Confesiones de un caníbal de las disidencias de las Farc

Crédito: Colprensa

“Los comandantes me ordenaban que cortara ciertas partes de los muerticos para entregársela a los cocineros, pero no podía decir cómo los había conseguido”, le contó un hombre en exclusiva a CAMBIO.

Por: Javier Patiño C.

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Con el corazón a punto de salirse del pecho y los pies llenos de ampollas, Camilo García*, se preparó para una nueva vida después de una semana de fuga por el monte.

Solo llevaba su fusil, su uniforme y las botas que lo distinguían como integrante de las disidencias de las Farc. Su principal miedo era llegar solo y armado a una guarnición militar.

En la garita de la base en Caloto, Cauca, un joven soldado preparaba su fusil al ver que alguien se acercaba con prisa.

“El día más duro fue cuando me tocó matar a mi tío, era mi primer muerto y familiar, de paso, y no era que el hombre se mereciera la muerte, porque era una cosa leve y pues me lo colocaron ahí. Y creo que me lo dejaron a mí porque él me maltrataba y me estaba buscando para matarme porque una vez al frente de mi mamá lo golpee. Sin menor temor prendí la motosierra y lo maté mientras suplicaba por su vida".

Sudoroso y con poco aire, el joven guerrillero les gritó que no lo mataran, que quería desmovilizarse y que lo dejaran entrar porque lo estaban persiguiendo varios de sus compañeros.

Por varios meses había escuchado en un viejo radio sobre el programa de desmovilización. 

Al preguntarle por qué había decidido dejar las armas, sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas, y con voz entrecortada les dijo que extrañaba a su familia, que quería tener una mejor vida y estaba cansado de tanta violencia.

“A uno lo llevan engañado, porque al principio todo es normal, chévere, pero de ahí para allá, después que usted ya tiene dos o tres meses, ya le toca lo que le digan los comandantes, y adentro ya no hay vuelta atrás”, afirma Camilo.

“Si había una persona que había que picarla me buscaban a mí, en un momento se vuelve rutina, pero toca así, es la vida porque si no lo hace el picado puede ser uno”, asegura.

Pero el nuevo desmovilizado tenía una historia muy particular: al tener pocas oportunidades para estudiar y encontrar empleo en un pequeño cacerío a orillas del río Cauca, antes de ingresar a la guerrilla, perteneció a la fuerza pública.

“Yo estuve por seis meses, nos fuimos con un compañero, al principio fue duro, teníamos comida, un lugar donde dormir, pero el dinero no se veía. Un día él salió de permiso y yo no quise ir, a las pocas horas me llamó la mamá para preguntarme que si sabía algo de él. Durante varios días estuvo desaparecido hasta que supe que se había vinculado a las disidencias”, dice García.

La vida de Camilo desde ese día cambió de rumbo. Un mes después, y aprovechando una licencia que le dieron para salir por la muerte de su padrastro, decidió no volver y quedarse en su casa.

“Yo estaba allá y a mi casa llegó un amigo para decirme que alias 15 estaba en la zona y me estaba preguntando para que ingresara a las disidencias, que la cosa estaba dura y no podía negarme o tendría mis consecuencias”, dice García.

guerrilla

Entre la vida y la muerte

Sus primeras tareas dentro de la organización fueron recogiendo encomiendas de medicamentos y elementos de aseo, para luego ingresarlos a los campamentos.

“Matar a gente inocente es muy duro. Una vez me ordenaron asesinar a una persona que estaba amarrada y encapuchada. Era un amigo mío del pueblo que conocía desde niño, no quise mirarlo a los ojos y sin temor le disparé. Era mi vida o la de él”, afirma. 

En uno de sus desplazamientos por el pacífico nariñense tuvo una sorpresa al encontrarse con una de las personas más temidas dentro de la organización ilegal, alias Motosierra, que en realidad era su primo, Carlos Caicedo*.

Su vida criminal comenzó cuando tenía 16 años, la separación de sus padres y el quedarse solo con su hermano marcaron su rumbo. A su vereda en Caloto, Cauca, llegaron varios integrantes de las Autodefensas con un listado de los jóvenes que deberían ingresar a la organización. 

“Llegaron a la casa y me dijeron: 'usted es muy reconocido por conocer muy bien la región, queremos que trabaje para nosotros'. Si no, me dijeron que asumiera las consecuencias”, comenta Caicedo.

Por su trabajo de identificar rutas y dar información de los movimientos de la fuerza pública empezó a obtener una buena cantidad de dinero, que la gastaba en mujeres y licor.

Después de siete meses aprendió a manejar la motosierra. En un principio la utilizaba para cortar árboles y maleza cerca a los campamentos, pero luego fue su herramienta más letal.

“El día más duro fue cuando me tocó matar a mi tío, era mi primer muerto y familiar, de paso, y no era que el hombre se mereciera la muerte, porque era una cosa leve y pues me lo colocaron ahí. Y creo que me lo dejaron a mí porque él me maltrataba y me estaba buscando para matarme porque una vez al frente de mi mamá lo golpee. Sin menor temor prendí la motosierra y lo maté mientras suplicaba por su vida”, cuenta el desmovilizado.

“Si había una persona que había que picarla me buscaban a mí, en un momento se vuelve rutina, pero toca así, es la vida porque si no lo hace el picado puede ser uno”, asegura.

En las autodefensas permaneció dos años, hasta que salió en la búsqueda de alias Cucho: “Tres veces me le presenté para ingresar a las disidencias y siempre me sacaba porque él conoció a mi papá, que no le gustaban los grupos armados. Entonces me le fui a otro cabecilla de la zona que conocía mis antecedentes y pude ingresar. En retaliación Cucho me hizo un atentado con explosivos del cual pude escapar”, afirma.

En la disidencias, comenta que muchas veces, por falta de alimentos, le tocó picar a los muertos para utilizar sus partes para poder sobrevivir.

“Los comandantes me ordenaban que cortara ciertas partes de los muerticos para entregársela a los cocineros, pero no podía decir cómo los había conseguido”, concluye. 

militares

Plan de salida 

La coincidencia del encuentro entre Carlos Caicedo y Camilo García cambió sus vidas. En medio del campamento hablaron de su futuro, lo lejos que se sentían de sus familias y el cansancio de participar en una guerra sin futuro.

“Uno sabe que en cualquier momento le puede caer su plomacera y van cayendo los compañeros, a uno le ordenan quitarle el armamento y el cuerpo queda botado ahí, y si lo coge el otro grupo, lo desaparece, esa vida no es buena”, señala Caicedo.

Por dos días permanecieron juntos, pero se comprometieron de verse de nuevo en la libertad. El primero que buscó acogerse fue Caicedo, que aprovechó un permiso para acercarse a las instalaciones de la Tercera División del Ejército en Popayán, Cauca.

Por medio de un conocido le envió un mensaje a su primo, que en un descuido en medio de la selva, tomó sus elementos personales y de intendencia para escapar hasta la base militar.

Hoy los dos hombres se benefician del programa de desmovilización del Gobierno, se han podido reencontrar con sus familias, pero viven con un nuevo temor porque no pueden regresar a su tierra. Allí son objetivos militares por haber desertado de las disidencias de las Farc.

Su sueño es poder vivir en paz y que las personas a quienes afectaron algún día los perdonen.

*Nombres cambiados por seguridad.
 

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí