Beethoven y Marta Gómez, en dos nuevas grabaciones filarmónicas
La Orquesta Filarmónica de Bogotá presenta dos nuevas grabaciones. Uno de sus nuevos álbumes trae dos conciertos para piano de Beethoven. El otro, la celebración de los 20 años de carrera discográfica de la cantante Marta Gómez, acompañada por la Orquesta Filarmónica Juvenil de Bogotá.
Por Juan Carlos Garay
No es una novedad que la Orquesta Filarmónica de Bogotá lance un álbum. De hecho, ya han ganado dos veces el premio Grammy Latino (en 2008 y en 2018) por grabaciones en que se acercan al repertorio tradicional colombiano con arreglos sinfónicos muy imaginativos. Es una parte importante de su labor. Recuerdo lo satisfactorio que fue escuchar en disco un arreglo orquestal del intermezzo Lejano azul, de Luis Antonio Calvo, sobre todo porque Calvo trabajó siempre desde el piano, no alcanzó a escribir para orquesta y murió con el deseo truncado de componer una sinfonía. Aquella grabación, de alguna manera, se acercaba a cumplir el sueño del compositor colombiano: bien podía ser un pasaje de la sinfonía que él jamás escribió.
Sin embargo, el más reciente lanzamiento de la Filarmónica de Bogotá no tiene que ver ya con esos ejercicios, sino que se adentra en terrenos aún más exigentes. Es el repertorio de la música clásica pura y dura. Más exactamente, son dos conciertos para piano y orquesta de Ludwig van Beethoven. ¿Por qué ese salto? Parece ser que las directivas sintieron que ya habían llegado a un nivel que le permitía a la orquesta medirse con muchas otras orquestas del mundo en el muy competido terreno de las grabaciones. Tomemos, por ejemplo, el Concierto para piano no. 4 que abre el disco y revisemos a vuelo de pájaro que otras ediciones en CD están disponibles en el mercado: doce por lo menos, entre ellas grabaciones de la Filarmónica de Nueva York, la Orquesta de París y la Sinfónica de la Radio Sueca. La competencia es considerable.
La apuesta de la filarmónica bogotana, en ese sentido, ha sido ingeniosa. No solo la interpretación de la orquesta (y del solista Niklas Sivelöv) es precisa sino que se han aliado con el sello AMC que cuenta con distribución a nivel mundial y unos estándares de producción sonora muy altos: los micrófonos se ubican en el centro y los instrumentos alrededor, con lo cual se obtiene un sonido más rico en matices. Hablando con el maestro Joachim Gustafsson, quien dirige la orquesta en este álbum, me enteré de que el proyecto es aún más ambicioso: de aquí a 2024 se lanzarán otros dos discos y se redondeará el ciclo de los conciertos completos de Beethoven.
¿Por qué entonces empezar por el número 4 y no seguir el orden cronológico? Por una cuestión de optimismo, me explicó el maestro Gustafsson: “Entre 1806 y 1808 Beethoven tuvo menos conflictos, casi podría decirse que estaba feliz con la vida, y su música de ese período refleja esa alegría”.
La imagen de un Beethoven contento no es precisamente la que nos ha llegado a través de las biografías (la de Emil Ludwig es casi un cliché: no sale de esa asociación entre el temperamento artístico y el sufrimiento) y de los pocos retratos en que lo vemos siempre con el ceño fruncido. Pero el concierto número 4 ha estado entre esas obras que desafían aquella imagen: menos marcial y más delicado, no deja de ser una puerta de entrada exótica para quienes se acercan por primera vez a la música de Beethoven.
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La ironía es que hoy en el mundo discográfico del concierto Opus 61 abundan las versiones para violín, mientras que esta versión en piano es la verdadera rareza. Cuando uno está familiarizado con la composición original, los oídos tardan en acostumbrarse y la sensación es muy extraña: suena como algo conocido y diferente a la vez.
Y la otra obra que aparece en el disco es aún más exótica. Se trata del concierto Opus 61, que hemos escuchado muchas veces como una obra con violín solista. Incluirlo en una colección de conciertos para piano es un juego ingenioso. Alguien se tomó el trabajó de tomar todas, absolutamente todas las frases del violín y pasarlas al teclado. Ese alguien, me vine a enterar, fue el propio Beethoven.
Así lo cuenta el maestro Gustafsson: “Cuando se estrenó el Concierto para violín no fue exitoso. Así que Muzio Clementi, otro compositor y pianista, le sugirió a Beethoven que lo transcribiera para el piano, ya que pensaba que de otra manera la obra no iba a sobrevivir en el tiempo. Beethoven hizo el ejercicio e inclusive hizo algunos cambios en la parte de la orquesta. Por ejemplo, le agregó timbales en el primer movimiento”.
La ironía es que hoy en el mundo discográfico abundan las versiones para violín, mientras que esta versión en piano es la verdadera rareza. Cuando uno está familiarizado con la composición original, los oídos tardan en acostumbrarse y la sensación es muy extraña: suena como algo conocido y diferente a la vez. Sin embargo, al finalizar los más de 40 minutos que dura la obra, queda la satisfacción de saber que no hay nada definitivo en este mundo fascinante de la música.
Una cantautora en su etapa filarmónica
Casi al mismo tiempo que la OFB lanzaba este disco, la Academia Latina de Ciencias y Artes de la Grabación anunció entre sus nominados otra publicación en donde aparece la orquesta: se trata del disco Filarmónico con el cual la cantautora Marta Gómez celebra sus 20 años de carrera discográfica acompañada por la Filarmónica Juvenil de Bogotá, con arreglos orquestales de algunas de sus canciones más conocidas.
Es un disco entrañable, pensado sobre todo para los fanáticos de Marta Gómez porque incluye textos, fotografías y un recuento de cada uno de sus discos (empezando por aquel primer CD grabado de manera muy casera y del que solo se imprimieron 500 copias). Así que por un lado es un álbum de recuerdos, pero luego tenemos la calidad del sonido que es vibrante y contemporánea. Las canciones de Marta adquieren un atavío nuevo, que no por ser sinfónico es siempre grandilocuente. Hay momentos de mucha dulzura en las cuerdas y también hay aciertos al incluir instrumentos que no son comunes en la orquesta, como la marimba de chonta que suena en Yo te espero.
Es posible que todos estos arreglos le adeuden a la música cinematográfica. La misma Marta me comentaba en una entrevista, hace unas semanas, que se sentía muy satisfecha con cierto efecto “como de Walt Disney” que aparecía en varios momentos del disco, y creo que se refiere a esa facultad de subrayar lo sentimental que tienen, por ejemplo, los violines. Las canciones suenan sin pausa, como si se tratara de una suite, y en ese desfile uno se va llevando gratas sorpresas. Más allá de las letras de Marta Gómez que denotan un gran cuidado con las palabras (Héctor Buitrago, de Aterciopelados, la define muy bien cuando expresa: “Hablar de Marta Gómez es hablar de sensibilidad, es hablar de delicadeza”), resulta muy grata la variedad rítmica: desde el ritmo sureño de Carnavaliando hasta el golpe de cumbia en Manos de mujeres.
En resumen, el disco es un viaje muy agradable, sin tropiezos y más bien con un cúmulo de emociones. Sin duda una grabación con todos los méritos para llevarse el Grammy el próximo 17 de noviembre.
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Las canciones de Marta Gómez adquieren un atavío nuevo, que no por ser sinfónico es siempre grandilocuente. Hay momentos de mucha dulzura en las cuerdas y también hay aciertos al incluir instrumentos que no son comunes en la orquesta, como la marimba de chonta.
Y para cerrar, la OFB nos adelanta el contenido de su próximo disco. Acaba de finalizar la grabación de un concierto para violín de un compositor semidesconocido: el danés August Enna (1859-1939). Lo publicará el sello europeo Da Capo y desde ya lo esperamos con curiosidad. La opción de llevar al disco a uno de los llamados “compositores menores” en estos tiempos es una excelente noticia porque ayuda a ampliar el panorama auditivo y, de paso, el panorama histórico. Y quién sabe, a lo mejor este disco nos lleve a concluir que, como dijo alguna vez el crítico Jeremy Nicholas, también los artistas menores crearon obras mayores.