17 Diciembre 2022

'Café', 28 años después

Las leyendas nunca tienen fechas precisas. Según las estadísticas, la telenovela 'Café con aroma de mujer', escrita por Fernando Gaitán, tuvo su edad de oro entre noviembre de 1994 y julio de 1995. Al parecer, se emitieron trescientos cincuenta capítulos de media hora, por el desaparecido Canal A, los cuales produjeron una conmoción emocional en Colombia, hasta llegar a niveles de rating nunca antes alcanzados por una historia de ficción para la pantalla chica. Considerada por muchos como una pieza de museo, 'Café con aroma de mujer' ha resucitado al Canal RCN y el espectro de su libretista pareciera, una vez más, demostrar que el misterio hipnótico del melodrama se lo llevó con su muerte. Una crónica personal de un clásico que no cesa.

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Café
Guy Ecker y Margarita Rosa de Francisco, protagonistas de 'Café con aroma de mujer'.

Por Sandro Romero Rey

Pocas horas antes de que naciera nuestro hijo, Vivian le preguntó al médico cuánto tiempo iba a durar el procedimiento. “No nos demoramos”, le contestó el galeno. “Alcanzamos a ver 'Café'”. Eran las siete de la noche y la telenovela comenzaba a las ocho. Por supuesto, cuando nació Federico, ni Vivian ni yo pensábamos en ver Gaviota alguna, pero la historia sí me da la dimensión de lo que representaba, en aquel momento, la emisión de la fábula de la familia Vallejo. Y, la verdad, buena parte de un país post César Gaviria, con Pablo Escobar recién muerto y una constitución por implementarse se había aferrado a una ficción de cartón piedra para soñar con la felicidad. Tengo algunos recuerdos de su tras escena. A Fernando Gaitán lo había conocido sufriendo con Carlos Mayolo. Eran los tiempos en los que los directores de cine se colaron en la televisión y, gracias a ellos, el lenguaje de la llamada “pantalla chica” se había transformado. Mayolo había logrado posicionar una fábula delirante llamada Azúcar, en la que muchos participamos en su gestación. A Gaitán le tocó sufrir la última etapa de escritura y cuando, muchos años después, tuve el gusto de trabajar a su lado, me contaba como una verdadera pesadilla su experiencia con el director de Carne de tu carne. Pero pronto cobró venganza por sus propios medios. Se encerró a tomar y a escribir Café como un poseído y encontró su Santo Grial. Daba la casualidad de que varios de quienes formaron parte del equipo que sacó adelante Café eran mis amigos de otras lides: Pepe Sánchez, su director; María Vásquez, la editora y, sobre todo, las actrices Margarita Rosa de Francisco y Alejandra Borrero. Los veía poco, pero sabía que estaban instalados en el mundo de la televisión, al que mis colegas del teatro miraban con desconfianza. Y me encantaba oírles sus historias.
El melodrama, entre los puristas, no había sido un género muy agradecido. A pesar de ser el rey de la literatura desde el siglo XIX y el soporte incuestionable del nacimiento del cine de ficción, los intelectuales, durante mucho tiempo lo consideraron un artificio inaceptable, concebido casi como una suerte de opio del pueblo, alienante, cursi y de sospechosas consecuencias morales y políticas. Sólo el tiempo se ha encargado de darle su verdadero estatus y, gracias a la edad de oro del cine mexicano o a creadores contemporáneos (desde Pedro Almodóvar a Lars von Trier) el género ha vuelto a tener una segunda oportunidad sobre la tierra. Sin embargo, cuando Café con aroma de mujer se instaló en las pantallas, la telenovela era un asunto de segunda clase, destinada a distraer corazones melancólicos y nada más.

Gaitán
Fernando Gaitán, libretista de 'Café'. Foto: Colprensa.

¿En qué consistió el milagro? Nadie lo sabe. Ni siquiera el mismo Gaitán. Margarita Rosa de Francisco, con su galante modestia, considera que Pepe Sánchez supo recuperar el ambiente popular y, a través de su puesta en escena, reconstruir un universo que se hizo amable y cercano. Pero es evidente que la estrecha conexión de Café con sus televidentes no se daba simplemente por la reconstrucción de una atmósfera, sino por la particular estructura de la historia, por un lado, en la que un acontecimiento conducía al siguiente con una habilidad desconcertante, la cual su editora supo afilar hasta conseguir los resultados de todos conocidos. Por otra parte, los planetas se alinearon para el reparto. Si bien es cierto que Café en el siglo XXI pareciera enmohecida con unos extras extraídos de la más triste de las academias de actuación, no obstante sus protagonistas estaban radiantes y consiguieron aparecer en el momento justo para construir de los mejores personajes en sus respectivas carreras. Desde la esforzada belleza de Guy Ecker, pasando por la seguridad de Alejandra Borrero, la efectividad de las villanas Vallejo, la desopilante ridiculez de Santiago Bejarano, el rigor de Dora Cadavid, el inesperado encanto de Juan Ángel, la intuición de Cristóbal Errázuriz, todos a una construyeron una galería de estereotipos alcohólicos de inmediata identificación con los espectadores. Incluso actores que venían del mundo del teatro, como Alejandro Buenaventura o Diego Vélez, se adaptaron al divertimento y terminaron siendo parte esencial del juego de las lágrimas.
Según la leyenda tantas veces repetida, Café con aroma de mujer no solo paralizó al país sino que se convirtió en un fenómeno mundial. Antes del boom de las narco-novelas, la televisión colombiana comenzó a identificarse en todas partes gracias a sus melodramas. Llegaron representantes del mundo audiovisual internacional a beber el misterio de las telenovelas nacionales e intentaron repetir la fórmula, a veces con éxito, a veces no, de acuerdo con los parámetros trazados por el misterio Gaitán. Pero la fórmula no era tan fácil de repetir y el libretista solo supo superarse cuando, cinco años después, batió su propio record con su nueva creación titulada Yo soy Betty, la fea, que arrasó las cifras de su hermana mayor.

Margarita Rosa de Francisco, con su galante modestia, considera que Pepe Sánchez supo recuperar el ambiente popular y, a través de su puesta en escena, reconstruir un universo que se hizo amable y cercano.

Los años pasaron y, como siempre sucede con el mundo del audiovisual, la memoria se pierde. Café estaba por allá guardada en los recuerdos de una generación perdida en las urgencias del nuevo milenio. El mundo audiovisual se digitalizó y los modelos de las telenovelas cambiaron para siempre. La vida hizo que me cruzase de nuevo con Fernando Gaitán y, en sus últimos años, colaboré como lector del canal que él sostenía con el vértigo de sus tres paquetes diarios de cigarrillos. En algún momento llegó a comentarme que estaba pensando en reescribir Café. Yo lo miré como aquel al que le dicen que van a volver a filmar Casablanca. ¿Por qué se empeñan en hacer mal lo que ya se hizo bien?, recuerdo que le dije. Con su sonrisa traviesa me explicó: “'Café' se puede volver a hacer. Pero ya no funciona igual por culpa de los teléfonos celulares”. Era cierto. Al mirar la versión de los años 90, no deja de ser una curiosidad el hecho de que parte de la trama estaba sostenida en el hecho de que los personajes están o no disponibles para hablar por teléfono. Recuerdo que me pasaba dos y tres semanas grabando escenas en las que solo estaba con un auricular en la mano. Tuve hasta sexo inalámbrico”, recordaba Alejandra Borrero al evocar a la malograda Lucía de Vallejo. El hecho es que Gaitán le dio muchas vueltas a la resurrección de Café pero la vida no le dio tiempo. El 29 de enero de 2019, dos meses antes de que empezara la pandemia que terminó de transformar la manera de hacer audiovisuales, el autor de Café con aroma de mujer se desplomó para siempre sobre su escritorio. No había cumplido aún los sesenta años.

El melodrama, entre los puristas, no había sido un género muy agradecido. A pesar de ser el rey de la literatura desde el siglo XIX y el soporte incuestionable del nacimiento del cine de ficción, los intelectuales, durante mucho tiempo lo consideraron un artificio inaceptable, concebido casi como una suerte de opio del pueblo, alienante, cursi y de sospechosas consecuencias morales y políticas.


Si bien la nueva versión, reescrita por Adriana Suárez y un equipo de colaboradores (Javier Giraldo, Paola Cázares, Cecilia Percy), ha tenido una estupenda acogida tanto en Colombia como en el exterior (la novela se emitió en el país durante seis meses del conflictivo 2021 y se instaló triunfal en plataformas), no deja de sorprender que el Canal RCN haya echado mano a la vieja versión de 1994 para reinventarse y conseguir un curioso y nostálgico renacimiento entre viejos y nuevos televidentes que parecerían estar distantes de las trapisondas melodramáticas de Gaviota y Sebastián. El mundo es otro, Margarita Rosa de Francisco es una activa líder del pensamiento en Colombia, la ficción corre por nuevos derroteros y otros parámetros en la diversión se diseñan de acuerdo a los planetas digitales. No obstante, Café con aroma de mujer ha sabido instalarse en la parrilla de un canal que vive en continua batalla con sus enfrentados naturales. El eterno presente de la grabación en video ha convertido la historia de Fernando Gaitán en un curioso clásico del que es difícil desprenderse, porque su enigma aún no está resuelto. Más allá de los gustos y de los disgustos, de la corrección política, del machismo de sus héroes y de las secretarias enamoradas de sus jefes, Café con aroma de mujer sigue siendo un firme rompecabezas al que se termina sucumbiendo, porque casi siempre las mentiras del melodrama terminan siendo preferibles que las agotadoras certezas de la realidad.

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