El Metropolitan Opera House de Nueva York, en salas de cine de Colombia.
El pasado 22 de octubre, en salas de cine de Bogotá, Medellín y Cali, la proyección de la ópera 'Medea' de Luigi Cherubini abrió la temporada del Metropolitan Opera House de Nueva York, que termina el 3 de junio del 2023.
Laura García
La Ópera, la Obra, así, con mayúsculas, nació a finales del siglo XVI en Florencia. El conde Giovanni Bardi reunía músicos, artistas y profesores en un grupo llamado La Camerata Fiorentina, con el propósito de poner a la tragedia griega nuevamente en el orden del día, género que combinaba arte dramático con música y cantos corales.
Aparte de una cierta y poca cantidad de arias conocidas por la gente en general —y me incluyo—, como el melancólico Coro de los esclavos de Nabucco de Verdi, que puso a Berlusconi en apuros, nunca he profesado por el arte de la ópera un gusto o una inclinación particular por escucharla o ir a verla presencialmente. Al contrario. Porque hay un artificio de bulto, una suave decadencia cuando se piensa que, en vez de decirse un texto, como en el teatro —y, por extensión, ante una cámara— se cante. No vamos por la vida comunicándonos a través del canto. Tarareamos canciones a veces, pero eso es distinto. A veces hemos inventado tonadas. Los enamorados se dan serenatas. De guitarra o trompeta. Pero no más. Así pues, la ópera es un invento artístico que parte de un hecho artificial, como la danza. Tampoco vamos por ahí bailando delante de otros para comunicar un mensaje con el cuerpo, aunque todos sabemos lo que es el lenguaje del cuerpo. Lo que este dice de manera clara sin que medien las palabras. Pero no desplegamos un arabesque o un relevé de ballet para decirle a alguien que lo odiamos, o estamos aspirando a que no nos deje por otra.
Y si a todo ello añadimos la grandiosidad del gesto operático (a ratos, para ser honestos, ampuloso y desnaturalizado; sobreactuado o repetitivo, un beso no es un roce de labios sino una imitación del mismo) y la inverosímil tesitura vocal que pocos humanos logran alcanzar —como la garganta de un canario; ondulante como la cólera; cromada como el aire de un páramo cuando la luz dispara su pincel del negro al blanco, pasando por el naranja y el azul; y más imposible que volver de la muerte—, podemos decir que estamos frente a un hecho heroico: el trigo y el sol, el atanor de oro, que habita en dos pequeños pliegues de mucosa que abren o cierran la glotis y vibran para producir ese sonido entrenado por más décadas de las que se cree, con maestranza, con precisión, con escalas sonoras del piano y luego ante orquestas vivas. Son las cuerdas vocales. Esa entidad fisiológica delicada y recia a la vez, que puede paralizar el tráfico al utilizar uno un silbato o hacer que un hombre se rinda ante una mujer si le murmulla su deseo al oído. Y si ya constatamos que es un hecho heroico, nos rendimos ante él. Nos dejamos llevar ante la evidencia de que somos ordinarios y jamás podremos encaramarnos a esas cumbres, ni bajar dos octavas hasta el azufre donde habitan los pecadores. ¡Ya está! Somos ordinarios. ¡Y la ópera es extraordinaria en ese sentido! Y no se le pueden colar, como en la actuación, “cantantes naturales”. Porque es un certamen olímpico, no una maratoncita de aprendices.
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Gracias a la soberbia tecnología de imagen y sonido, percibimos al detalle, en plano cerradísimo, la verosimilitud de la emoción de mujeres y hombres cantantes. Podemos ver entrevistas realizadas entre bambalinas a directores y ejecutantes. Repasamos las grandes narraciones dramáticas antiguas y modernas, que nunca deben faltar en nuestro arsenal humanístico.
Medea, La Traviata, Las horas, Fedora, Lohengrin, Falstaff, El caballero de la rosa, Campeón, Don Giovanni y La flauta mágica son los diez títulos que comprende la temporada del Metropolitan Opera House de Nueva York, que viene desde el pasado 22 de octubre y se alarga hasta el 3 de junio de 2023, y que está siendo trasmitida en cines de Bogotá, Medellín y Cali. Sondra Radvanovsky, Nadine Sierra, Joyce DiDonato, Sonya Yoncheva, Piotr Beczala, Michael Volle, Lise Davidsen, Eric Owens, Peter Mattei y Kathryn Lewek, son algunas de las voces mundialmente asombrosas que escucharemos encarnando personajes de estas obras operáticas. De estos relatos, algunos ya míticos. Ya no importa si somos conocedores o fanáticos del género o ninguno de los dos: Cherubini, Wagner, Verdi, Strauss y Mozart, estos nombres, alguna vez, se habrán cruzado en nuestro camino. Tal vez menos Giordano, Blanchard y Puts. Son los compositores de las óperas en mención.
Ya vimos en estreno Medea, del compositor italiano Luigi Cherubini, como abrebocas en una producción impactante del director y escenógrafo escocés David McVicar, que por medio de un gran espejo de fondo duplicaba el número de participantes en escena y mostraba la magnificencia del vestido de novia de Glauce, la rival de Medea. María Callas la cantó en 1953 en el teatro Alla Scala de Milán, dirigida por Leonard Bernstein, para lo cual bajó considerablemente de peso (36 kilos en un año) y todo, para "hacer justicia a Medea", la madre, la hechicera desnaturalizada que mata a sus dos hijos por vengarse de su marido Jasón. Por supuesto, solo hay un registro de audio de ello. Luego hizo la película con Pier Paolo Pasolini en 1969.
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Somos ordinarios. ¡Y la ópera es extraordinaria en ese sentido! Y no se le pueden colar, como en la actuación, 'cantantes naturales'. Porque es un certamen olímpico, no una maratoncita de aprendices.
Porque si volteamos a mirar el panorama de artes vivas producidas en nuestro país (¿cuándo vamos a fundar una concienzuda compañía nacional de teatro?), lejos de los días en que el Festival Iberoamericano estaba en su esplendor y nos traía títulos de magnífica factura de alrededor del mundo, esta temporada de Cine Colombia del Metropolitan Opera House en directo nos llega para calmar esa sed abrasadora. Gracias a la soberbia tecnología de imagen y sonido, percibimos al detalle, en plano cerradísimo, la verosimilitud de la emoción de mujeres y hombres cantantes. Podemos ver entrevistas realizadas entre bambalinas a directores y ejecutantes. Repasamos las grandes narraciones dramáticas antiguas y modernas, que nunca deben faltar en nuestro arsenal humanístico. Para no olvidarnos cuán frágiles, racistas, platónicos, volubles, delicados, vengativos e iracundos podemos ser. En masculino y femenino. ¡Y que se cuiden divos y divas del bel canto porque, con la tecnología actual, los(as) tenemos amorosamente en la mira! La distancia de los grandes escenarios se elimina y podemos ver cuándo sudan y cuánto mal fingen sin convencer. Medea convenció. Con creces. Nos abrumó. Las que están por venir, seguro lo harán.
Vea acá el programa completo de la temporada del Met Live