16 Diciembre 2022

El Mundial que nadie iba a ver y todos terminamos viendo

Argentina, comandada por Lionel Messi, se coronó campeona de un Mundial que prometía ser el más insulso de la historia y terminó ofreciendo la final más emocionante desde la invención del torneo.

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Mundial de Catar

 

Por Eduardo Arias

Cuándo comenzó el mundial de fútbol en Catar y Argentina perdió dos a uno con Arabia Saudita, casi nadie daba un peso por la selección albiceleste. La sensación de muchísimos seguidores del fútbol, sin importar su nacionalidad, era que Lionel Messi se iría de los cinco mundiales en los que participó con las manos vacías.

Sin embargo, este mundial distópico y controvertido merecía un final inesperado, y ofreció la final más dramática y emocionante de la historia de todos los mundiales, incluida la del "maracanazo", que no fue una final sino el último partido de una liguilla de todos contra todos.

La final de Catar parecía estar resuelta desde el primer tiempo, con una Argentina dominando el partido a su antojo y una Francia más bien fría, sin alma y aburrida, que parecía resignada al dos a cero. Pero todo cambió con el ingreso de Koman y la aparición de Mbappé, que en cinco minutos empató el partido y puso a Argentina contra las cuerdas. En el alargue, Mbappé volvió a marcar y con sus tres goles en una final igualó el récord de Geoff Hurst, único jugador que había anotado tres goles en la final de una copa del mundo, la de Inglaterra 66 (Inglaterra 4, Alemania, 2), uno de ellos bastante dudoso.

Dibu Martínez, el villano en aquel partido de Argentina contra Arabia Saudita, a quien culparon de los dos goles de los árabes y que recibió toda clase de insultos a raíz de esa derrota, se transformó en el héroe que detuvo dos de los lanzamientos desde el punto penal de los franceses, que terminaron igualando a tres el encuentro. Messi también hizo lo suyo, con dos de los tres goles de Argentina.

El de Catar, un mundial polémico y cuestionado, terminó siendo uno de los más locos de la historia, por la gran cantidad de resultados inesperados, sobre todo en la última fecha de la primera fase; y por la llegada de Marruecos a la semifinal.

Sin embargo, el gran personaje del Mundial es Lionel Messi, que se despide, a sus 35 años, con la Copa en la mano y convertido en el jugador que más minutos ha jugado en la historia de los mundiales. Al llevar a Argentina a su tercer título, Messi está ya a la altura de Maradona, si es que no lo ha superado ya.

Un mundial sospechoso

El de Catar era un mundial enlodado. La bronca venía de varios años atrás. Más exactamente, desde el 2 de diciembre de 2010, cuando la FIFA le otorgó a Catar (entonces Qatar, como la aerolínea) la sede del Mundial de fútbol de 2022. El desconcierto de los hinchas fue muy grande y la indignación de buena parte del mundo del fútbol no tardó en estallar.
Para quienes han seguido de cerca las andanzas de la FIFA desde 1974, cuando Joao Havelange desbancó a sir Stanlery Rous en la presidencia del organismo rector del fútbol mundial, ya nada sorprende. Han sido casi 50 años de escándalos de corrupción, chantajes, casi 50 años en que la FIFA se comporta cada vez más como un cartel que está al margen de la legislación de los países del mundo y cada vez menos como el ente que nació en 1905 para aglutinar a las asociaciones de fútbol de siete países de Europa. Así que jugar un Mundial en Catar (o en la Antlántida o en alguna de las lunas de Júpiter, siempre y cuando sea negocio jugar en la Atlántida o en las lunas de Júpiter) está, como dicen ahora, “en el ADN de la FIFA y en el ecosistema de los chancucos y negociados donde la FIFA se revuelca a placer desde hace ya tantas décadas”.
Daba igual si el Mundial se jugaba en un país sin historia, si tocaba jugarlo en noviembre y diciembre alterando la lógica imperante desde 1930 de jugarlo a mitad de año, la verdadera razón de peso era darle gusto a Tamim ben Hamad al Thani, emir de Catar, dueño del equipo Paris St. Germain, equipo donde juegan Mbappé y Messi, las principales figuras de Francia y Argentina, las selecciones que mañana jugarán la final del torneo. Qué bonita casualidad. Finjamos sorpresa.
El poder anestésico de los mundiales de 2014 y 2018 (y de la Champions League, de la Eurocopa, de la Copa América, de la Copa Libertadores, de la Champions League, de la serie A...) hicieron que el tema de Catar pasara a un segundo plano en la mente de los aficionados. Además llegó la pandemia, que afectó en gran medida el desarrollo de las competencias deportivas, alteró los calendarios y obligó a muchos hinchas de los que van al estadio a apoyar a su equipo a ver fútbol sólo por televisión.
Hasta que comenzó a acercarse el día señalado para el arranque del torneo. Y entonces empezamos a ver y oír en los medios y en redes sociales toda clase de denuncias acerca de lo que había detrás de este torneo que se realizaría en medio de la opulencia, en un país donde viven 2,8 millones de habitantes (más del 75 por ciento son migrantes) y que flota sobre un océano de petróleo. De la noche a la mañana, Doha, la capital, y sus alrededores, contaba con más estadios que Londres o el gran Buenos Aires, ciudades famosas por su gran historia y presente futbolístico y por  la gran cantidad de estadios que albergan, casi todos ellos de poca capacidad. Denuncias por doquier acerca de las condiciones cercanas a la esclavitud en las que trabajaron los migrantes que construyeron en tiempo récord los estadios donde se ha jugado el torneo. Denuncias acerca de los aproximadamente 4.500 obreros que murieron durante la construcción de los estadios.
Pocos días antes de que arrancara el Mundial Netflix subió a su plataforma la serie documental Los entresijos de la FIFA, donde se explica la manera como el ente rector del más popular de los deportes ha ido creciendo y adquiriendo un poder inconmensurable, y anteponiendo la rentabilidad por encima de casi cualquier consideración. Y al precio que sea. Vale la pena ver ese contundente repaso de lo que ha sido la FIFA en la era Havelange-Blatter-Infantino para entender sobre qué cimientos se sostiene el fútbol de nuestros días.

De la noche a la mañana, Doha, la capital, y sus alrededores, contaba con más estadios que Londres o el gran Buenos Aires, ciudades famosas por su gran historia y presente futbolístico y por  la gran cantidad de estadios que albergan


Doce días antes de que comenzara el torneo Joseph Blatter, quien fue presidente de la FIFA entre 1998-2015, dijo que haberle dado la sede a Catar fue un error. Manifestó que la FIFA había decidido que el Mundial de 2018 fuera en Rusia y el de 2022 en Estados Unidos para tratar de asociar a los dos países. Pero, según dijo Blatter (12 días, no 12 años antes del Mundial) ese consenso se rompió una semana antes de la votación porque en un almuerzo entre el entonces presidente francés Nicolas Sarkozy y el príncipe heredero de Qatar Tamim ben Hamad al Thani, que se convirtió en emir en 2013, Sarkozy "aconsejó" a Michel Platini, entonces presidente de la UEFA, votar por Catar. Blatter agregó que "seis meses después de aquellas reuniones, Catar compró aviones de combate a los franceses por un valor de 14.600 millones de dólares". Blanco es, gallina lo pone…
Todas estas irregularidades (por decirlo de manera muy amable), más las denuncias de las desastrosas condiciones de los derechos humanos en Catar y las persecusiones a los homosexuales hicieron que muchísimas personas tomáramos la decisión de no ver los partidos. Algunos equipos manifestaron que sus capitanes llevarían un brazalete con los colores de la bandera LGTBi pero la FIFA amenazó con severos castigos a los equipos que lo hicieran, así que esta iniciativa quedó en nada.
Y una vez comenzaron a jugarse los partidos, la frase mágica de que “Mundial es Mundial” fue resquebrajando las posturas más radicales y muchos hinchas, entre ellos yo, terminamos, como en los tiempos del Coliseo Romano, viendo los partidos como si tal cosa. En mi caso, comencé a hacerlo con cierto rigor a partir de la tercera fecha de la fase de grupos, aunque antes había visto el coletazo final de Arabia Saudita-Argentina, Bélgica-Marruecos y España-Alemania un poco por casualidad. Yo estaba en Rock al Parque y en medio de un violento aguacero que duró dos horas (lo que dura un partido, vaya casualidad) me refugié en la carpa de la emisora Radioacktiva y allí veían el partido en una pantalla. Imposible no verlo.
Lo peor es que en muy poco tiempo la palabra Catar se volvió paisaje. Las protestas, las indignaciones y los vetos volvieron a un segundo, incluso tercer plano. “La redonda emoción del gol” se adueñó de la agenda noticiosa. Los  príncipes y dignatarios cataríes de alguna manera limpiaron su imagen, así como la de su país y la manera tan corrupta como habían obtenido la sede, al sentarse en los palcos al lado de dirigentes y, sobre todo, viejas glorias del fútbol.

En un almuerzo entre el entonces presidente francés Nicolas Sarkozy y el príncipe heredero de Qatar Tamim ben Hamad al Thani, que se convirtió en emir en 2013, Sarkozy 'aconsejó' a Michel Platini, entonces presidente de la UEFA, votar por Catar. Blatter agregó que "seis meses después de aquellas reuniones, Catar compró aviones de combate a los franceses por un valor de 14.600 millones de dólares".


Partidos de muy alta técnica, partidos emocionantes, sorpresas inesperadas, juegos aburridos, equipos decepcionantes en contraste con otros que llegaron mucho más lejos de lo esperado, golazos de gran factura, errores defensivos groseros… los componentes habituales de la gran mayoría de las copas del mundo han estado servidos en todas las fases del torneo. Se fueron mucho antes de lo previsto Alemania, Dinamarca, Uruguay y Bélgica. Entraron a octavos de final cenicientas de grupos difíciles como Marruecos, Australia, Japón y Corea del Norte. Varios históricos cayeron ante ellos y ante otros chicos que no clasificaron, como Túnez y Arabia Saudita.
Y cuando se pensaba que a partir de octavos de final las cosas tomarían un cauce normal, Portugal goleó 6 a 1 a Suiza en el que, se suponía, iba a ser el partido más parejo de esa fase. Y además Marruecos sacó del Mundial nada menos que a España con lanzamientos desde el punto final. Y en cuartos de final derrotó 1 a 0 a Portugal. Además, en esa misma instancia Croacia eliminó a Brasil, el principal favorito junto con Francia para ganar el torneo. Así que a semifinales llegaron Croacia, que no estaba en las cuentas de muchos a pesar de haber salido subcampeón hace cuatro años, y Marruecos, que no estaba en las de ninguno.

Las federaciones de naciones de poco poder deportivo pero que en últimas son las que, al sumarse sus votos, eligen a los dirigentes de la FIFA, quieren tener un chancecito de llegar a un Mundial, así sea para irse rapidito y por la puerta de atrás.


¿Buenos partidos? Los hubo, sí. Y también otros no tan bien jugados pero que resultaron emocionantes. Y el inevitable protagonismo del VAR que, además de quitarles ritmo a los partidos en algunas circunstancias, también se prestó para decisiones polémicas. Y las sorpresas, sin duda, le dieron mucho picante a un torneo que no ha debido jugarse en noviembre y diciembre, y mucho menos en Catar. Quedaron las feas imágenes de argentinos y holandeses (perdón, neerlandeses) insultándose luego del dramático partido que jugaron en cuartos de final, pero también muchas otras de camaradería a cargo de jugadores del equipo vencedor que consolaban a sus colegas que acababan de ser eliminados del torneo. Fue también el adiós definitivo de Cristiano Ronaldo, de Messi, tal vez de Neymar, de Bale, de Modric, de Thomas Müller, de tantas otras glorias del fútbol de los últimos 15, 20 años. Ahora, como cada cuatro años, sobrellevar el guayabo porque terminó la Copa del Mundo y esperar otros cuatro años la llegada de un nuevo torneo, que a partir de ahora jugarán ya no 32 sino 48 equipos. Un sinsentido desde el punto de vista deportivo. Uno de cada cuatro equipos afiliados a la FIFA clasificará a Estados Unidos 2026. El negocio lo impone. Las federaciones de naciones de poco poder deportivo pero que en últimas son las que, al sumarse sus votos, eligen a los dirigentes de la FIFA, quieren tener un chancecito de llegar a un Mundial, así sea para irse rapidito y por la puerta de atrás, como le sucedió a Catar. Y, además, entre más equipos jueguen la fase final, más partidos de televisión para transmitir, es decir, más ingresos por los derechos de transmisión de los partidos.
Tres de los estadios serán desmantelados una vez terminara el torneo. Esa es una muy buena alegoría de lo que es el fútbol de hoy. Como en los circos, una vez terminan las funciones se levanta la carpa y el espectáculo se va a otro lado.
Este Mundial habría podido jugarse en la vecina Bahrein, en Singapur, en las islas Caymán, siempre y cuando allí se hubieran garantizado los dineros suficientes para satisfacer la voracidad de la FIFA y sus aliados.
Pero bueno, ha sucedido en Catar y Catar ha hecho historia cuando nadie daba un centavo por el torneo. No solo ofreció la final más emocionante de las que se recuerden, con dos estrellas –Messi y Mbappe– disputándose el título de goleador hasta último momento, sino que vio coronar a Lionel Messi, el más extraordinario jugador de los últimos tiempos.

Eso sí, el más contento de todos debe ser el emir Tamim ben Hamad al Thani, el dueño catarí del París St Germain, quien se jactó de disfrutar en la cancha a dos de sus más grandes figuras en la cancha, Messi y Mbappe, disputando el torneo para él. 

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