30 Septiembre 2022

La resurrección de David Bowie

Se acaba de estrenar, en cines de todo el mundo, 'Moonage Daydream', el documental definitivo sobre la gesta vital de David Bowie, dirigido por Brett Morgen. Tras su estreno mundial en el Festival de Cannes, la película ha recibido los mejores comentarios y ha demostrado lo que parecía imposible: resumir en dos horas la historia del multifacético creador inglés y conseguir un retrato profundo de su obra descomunal. A continuación, un comentario de una experiencia que no se puede repetir con palabras.

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Moonage

Por Sandro Romero Rey

Las biopic (películas biográficas) se han convertido en los portarretratos de la nostalgia. No obstante, las ha habido siempre. Su formato se remonta a la literatura y al teatro, mucho antes del nacimiento del cine. Pero, con las estrellas de la música pop, los ejemplos se multiplican y se han convertido en una moda necesaria donde se pone en evidencia el origen, el auge, la caída y el renacimiento del protagonista, hasta que todo termina corriendo el riesgo de convertirse en un lugar común. El punto máximo llegó con Bohemian rhapsody, la película sobre la vida de Queen (o, mejor, sobre Freddie Mercury) que logró conquistar toda suerte de públicos y coronarse con los mejores reconocimientos en las ceremonias galantes del cine mundial. El gran problema de las biopics musicales es la realidad en la que se basan. Son películas sobre figuras muy recientes, de las cuales hay muchos, muchísimos registros audiovisuales y, a todas luces, es preferible ver las imágenes con el protagonista real, en lugar de la manipulación “ficticia” que termina convirtiéndose en una caricatura del homenajeado. Quizás el mejor ejemplo se dio en 2014, cuando Mick Jagger coprodujo una biopic sobre el padrino del soul”, James Brown, titulada Get on up. La película salió con un documental de apoyo (también firmado por Jagger) conocida como Mr. Dynamite. No hay comparación. A pesar de todos los esfuerzos del actor Chadwick Boseman por consagrarse en su representación del cantante, uno termina prefiriendo mil veces a Mr. Dynamite antes que a Get on up.

Son películas sobre figuras muy recientes, de las cuales hay muchos, muchísimos registros audiovisuales y, a todas luces, es preferible ver las imágenes con el protagonista real, en lugar de la manipulación 'ficticia' que termina convirtiéndose en una caricatura del homenajeado.


Esto indica que el boom audiovisual con los monstruos sagrados de la música ha invadido, a su vez, el universo de los documentales. Los hay para todos los gustos. Solo la lista de lo que se viene para 2023 puede dejar agotado el tiempo y los bolsillos de los entusiastas seguidores del cine en función de la música. Dichos documentales, con todos los adelantos tecnológicos en boga, se tornan fascinantes y opacan experiencias como Vinyl, la serie producida por Martin Scorsese, la cual se vio devorada por los mismos productos con material de archivo realizados por el gran director de Taxi driver. Pero el mundo no para y el matrimonio entre el audiovisual y la música sigue su curso. Así que no era de extrañarse que el turno le tocase a David Bowie. Y comenzó mucho antes de su muerte. De hecho, Bowie había sido no solo un inmenso compositor y bête de scène inconfundible, sino que, en su haber, hay más de veinte películas en las cuales el cantante oficiaba como estupendo actor.

Desde su primera juventud, cuando en las calles del Brixton londinense se lo reconocía simplemente como David Jones, el futuro Bowie comenzó a forjar una formación multifacética, en la que se combinaba el estudio de la pintura, de la pantomima (fue discípulo del gran mimo Lindsay Kemp) y, por supuesto, de la música y de sus escenarios. Hasta que descubrió el rocanrol y sería la música la que le serviría como punto de atracción con el resto de los mortales.

La estrategia de Morgen radica en la manera como todo está ensamblado, donde no se pretende hacer una línea de tiempo que ilustre la vida y la obra de David Bowie, sino crear una sensación, enlazada por la voz en off del artista, viniendo del más allá.


La muerte de David Bowie en 2016 fue desconcertante, no solo por la noticia de la desaparición de un ser que parecía inmortal, sino por todo lo que la rodeó: la sorpresa del álbum Blackstar, los videoclips filmados en medio de su agonía y la perfecta articulación entre el final de un genio y la calculada articulación con su obra. No tardaría mucho tiempo hasta que los necrófilos de ocasión comenzasen a rondar el exquisito cadáver del otrora Ziggy Stardust. Por fortuna, el cineasta Duncan Jones, hijo del cantante y de la ya legendaria Angie Bowie, se encargó de ridiculizar a los que quisieron lucrarse con una biopic de emergencia. En algún momento se rumoró que el primogénito de David iba a ser el responsable de la titánica labor de resucitar el genio de su padre. Pero no fue así. En 2020 salió una primera “Bowiepic” titulada Stardust, sobre la prehistoria del artista hasta 1971, sin los derechos musicales de sus canciones y sin pretensiones de ir más allá del nacimiento de un creador. Una curiosidad que pasó por el mundo con respeto y con prudencia. Pero, por supuesto, un artista de semejante talla necesitaba algo más, mucho más, algo casi imposible. Hasta que apareció Brett Morgen, un profesional de los archivos. Su filmografía no era muy extensa (diez títulos) pero tenía en su haber dos tesoros: por un lado, Crossfire hurricaine, el documental sobre los 50 años de los Rolling Stones y, por el otro, una nueva aventura sobre el ángel caído de Nirvana titulado Kurt Cobain: Montage of heck. Un lustro completo duró Morgen y su equipo escarbando los baúles sagrados de David Bowie, en absoluto silencio, hasta que estalló la maravilla: Moonage daydream se estrenó en Cannes y el hombre que cayó a la Tierra reapareció triunfal, entre cenizas y lentejuelas.

Desde su primera juventud, cuando en las calles del Brixton londinense se lo reconocía simplemente como David Jones, el futuro Bowie comenzó a forjar una formación multifacética, en la que se combinaba el estudio de la pintura, de la pantomima (fue discípulo del gran mimo Lindsay Kemp) y, por supuesto, de la música y de sus escenarios.


Cuando salió el documental de Morgen sobre los Rolling Stones, los fanáticos tuvieron una sensación de “coitus interruptus”. Si bien el material era estupendo y la estructura muy bien armada, la historia terminaba en los años 80, cuando la banda inglesa llevaba “apenas” dos décadas de actividades… ¡y se trataba de celebrar sus bodas de oro! En el aire quedó la sensación de que sobre la galería de los ídolos del rock era casi imposible contar una historia total en términos audiovisuales. Así que, cuando se filtró la noticia del “bowiementary”, la desconfianza fue general. ¿Sería capaz Brett Morgen de reconstruir la saga sin quedarse corto? Para sorpresa de los escépticos, el resultado es apabullante. Y lo es, porque el director no quiso ceñirse al esquema convencional soportado en entrevistas, insertos de carátulas, videoclips archiconocidos o versiones de las canciones originales. Como comentaba el investigador Jacobo Celnik, es impresionante lo que ha sucedido con el archivo de David Bowie. A diferencia de las complicaciones legales que se han desparramado con genios difuntos tipo Prince, el legado del artista inglés fue saliendo sin afanes y se concentró en el tesoro que Morgen pone ahora a disposición de los mortales.

Afiche
Moonage daydream combina las versiones de conciertos con materiales inéditos y muchas, muchísimas imágenes que estallan como fragmentos de escritura automática. Allí hay de todo: Un perro andaluz, Metrópolis, Méliès, Live Aid, Bowie actor y todos los etcéteras del caso. No obstante, lo más sorprendente es el homenaje que se le hace al David Bowie pintor. Su obra plástica parecía concentrada en los múltiples personajes que hizo de sí mismo, o en la colección de vestuarios y maquillajes que el Museo Victoria & Albert de Londres recogió en la exposición denominada David Bowie is, la cual pasó como documental por las pantallas del mundo. Pero el trabajo del artista con los dedos hinchados de color es apabullante. Al mismo tiempo, en una catarata de imaginación desbordada, el fanático o el simple curioso puede deleitarse identificando grandes clásicos (desde la película del concierto de Ziggy Stardust filmada por D. A. Pennebaker, pasando por el clip de Ashes to ashes hasta las imágenes heladas de Blackstar…). También se sorprenderá descubriendo a un Bowie recién inventado para el mundo, donde, sí, está Let’s dance y All the young dudes y Furyo y Just a gigolo. Empero, la estrategia de Morgen radica en la manera como todo está ensamblado, donde no se pretende hacer una línea de tiempo que ilustre la vida y la obra de David Bowie, sino crear una sensación, enlazada por la voz en off del artista, viniendo del más allá, sin ningún otro testimonio, salvo el de su propia obra: voraz, inmensa, incansable, plural, divertida, andrógina, exhibicionista, bella, temible, cacofónica, inexplicable.

A diferencia de las complicaciones legales que se han desparramado con genios difuntos tipo Prince, el legado del artista inglés fue saliendo sin afanes y se concentró en el tesoro que Morgen pone ahora a disposición de los mortales.

Brett Morgen ha construido, a no dudarlo, una pieza maestra. Uno de los mejores documentales de la historia del rock y se anticipa, como 50 años atrás lo hizo David Bowie, a las transformaciones que nos depara el mañana. Moonage daydream era el título de un tema del álbum de 1972 The Rise and fall of Ziggy Stardust and the spiders from Mars. Ahora, es el nombre de un clásico del cine.

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