Los dos tesoros malditos de Colombia
En su libro ‘La tierra de los tesoros tristes’, Simón Posada utiliza el poporo quimbaya como hilo conductor para contar la historia de Colombia representada en dos símbolos sagrados de las naciones prehispánicas que la codicia transformó en motores de una gran tragedia: el oro y la coca.
Por Eduardo Arias
A primera vista no resulta muy sencillo unir historia natural, orden público, minería, historia patria, comercio exterior, medio ambiente. arqueología (y su hija bastarda la guaquería) y guerra contra el narcotráfico en una sola historia, cuya finalidad es mostrar cómo el oro y la hoja de coca han sido más una desgracia que una riqueza para el país.
Simón Posada hila temas aparentemente inconexos alrededor de una figura que es símbolo de lo bueno y lo malo de Colombia: el poporo quimbaya, una pieza que se ha determinado que pertenece a esa cultura prehispánica a pesar de que se encontró lejos de su territorio, cerca del municipio de Yarumal, en Antioquia.
Posada, quien en la actualidad es jefe de redacción de CAMBIO, ha sido periodista de papel y ahora digital, editor, libretista de televisión y un apasionado por encontrar historias interesantes y develar misterios. Esta del poporo quimbaya le tomó bastantes años de darle vueltas a una idea, muchos ires y venires mientras avanzaba en la investigación y le daba forma definitiva a un texto que es muy didáctico pero, sobre todo, apasionante y a la vez, como su título lo indica, muy triste.
CAMBIO: ¿Qué lo llevó a hilar su relato alrededor del poporo quimbaya?
Simón Posada: Hace años fui editor de no ficción en el Grupo Planeta. Allí tuve de jefe a Sergio Vilela, editor y autor peruano que ha tenido varios pelotazos editoriales en su vida. Por esos días estaba vendiendo miles de ejemplares de un libro sobre Machu Picchu y sus verdaderos dueños, los dueños del lugar antes de que Hiram Bingham dijera que descubrió la ciudadela perdida de los incas. Vilela, como editor inmigrante en Colombia, me sembró la inquietud de buscar un tema con dos características: algo arqueológico que pudiera generar un sentido de pertenencia colombiano. Busqué la historia de San Agustín, del descubrimiento de Ciudad Perdida y son muy difíciles de rastrear. Un día fui al Museo del Oro a inspirarme y una guía me habló frente a la urna del poporo sobre Coriolano Amador, cuya hija se lo vendió al Banco. La historia de Coriolano es fascinante y ahí me dije: “Esto puede ser un libro”.
CAMBIO: ¿Cómo se le ocurrió esa idea, utilizar el poporo como símbolo de todo lo que somos?
S. P.: El poporo como símbolo de lo que somos era, en cierta forma, una idea a priori que yo tenía. Básicamente mi investigación estaba encaminada a demostrar eso, a tratar de mostrar que todo lo bueno y todo lo malo que le ha pasado al país venía de esa pieza. Sin embargo, en el camino de la escritura me di cuenta un poco que eso era una estupidez y la investigación fue poniendo todo en sus justas proporciones.
CAMBIO: ¿Qué le permitió llegar a esa conclusión tan tajante?
S. P.: Para mí fue fundamental una breve entrevista personal que tuve con María Alicia Uribe, la directora del Museo del Oro y quizá la persona que más ha investigado esta pieza. Ella, además, tiene un ensayo sobre los poporos y su relación con los calabazos y los totumos, y ella ha desarrollado unas metáforas muy bonitas sobre cómo esos poporos simulan la forma de un vientre. Luego, en mí empezó a madurar la idea de que el poporo era la unión de dos elementos muy importantes en la historia de América: la coca y el oro. Ahí encontré algo que yo llamo una metáfora unificadora, que me permitiera contar una historia de largo aliento con un elemento que estuviera en todos los capítulos, y fue así como desarrollé esa idea de que el oro y la coca eran nuestra gran riqueza y nuestra gran maldición. Un poco como la frase que usé de epígrafe, la del coronel Aureliano Buendía haciendo pescaditos de oro con las monedas que le pagaban por los pescaditos. Colombia es un poco eso: un constante eterno retorno en la tragedia y la gloria, la pobreza y la riqueza sin sentido.
CAMBIO: ¿Cómo decidió ese hilo narrativo de historias que se desarrollan en paralelo y que parece inspirado en una novela de intriga y misterio?
S. P.: Yo me formé como lector con novelas policíacas, luego como periodista de revistas de papel. Luego tuve un breve paso por la televisión que me enseñó cómo enganchar a la gente en los primeros segundos de una historia. Luego tuve mi primer experiencia como periodista en internet, donde refiné esa manera de enganchar a los lectores para que den clic. Siento que este libro tiene un estilo muy así, de clicbait, de revelar y ocultar información de manera seductora para enganchar al lector y que no pueda soltarse. Me parecía fundamental darle una estructura de ese tipo para que la gente tuviera que llegar al final para descubrir quién encontró el poporo.
CAMBIO: Entre los protagonistas aparecen varios personajes antioqueños poco conocidos. ¿Había algún interés particular en dárselos a conocer a un público más amplio?
S. P.: El poporo sí fue una excusa para mí para contar las vidas de unos antioqueños muy destacados y particulares, como Coriolano Amador y Leocadio María Arango. Sus excentricidades como millonarios de la época me sirvieron para retratar el espíritu de la época, de una Colombia muy joven en la que una pequeña élite culta se estaba dando cuenta del país en que habían nacido. Pero además de antioqueños, también fue para mí fundamental explicar el papel de Alexander von Humboldt en todo esto, como un segundo descubridor de Colombia para el mundo. Fue él quien puso al país en el escenario académico europeo y que le dio paso a los académicos colombianos para que pusieran sus ojos en el país.