El eterno retorno de la selección Colombia
6 Febrero 2022

El eterno retorno de la selección Colombia

Selección Colombia de fútbol.

Crédito: Colprensa (cortesía FCF)

654 minutos sin hacer gol. Siete partidos consecutivos. 39.240 segundos. Hermanos por fin de Venezuela, único país en someter a su afición a tan escandalosa sequía.

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Por Juan Francisco García

¿Por dónde empezar la purga que necesitamos todos después de la última doble fecha de eliminatorias que nos devolvió a esos tiempos espesos del sempiterno “sinsabor amargo” en los que esperar algo de la selección no era sino una pulsión sacrificial, masoquista y profundamente insensata?

Por la nostalgia. No se puede empezar sino por la nostalgia. Y decir nostalgia, en este caso, por asociación libre, es decir José Néstor Pékerman. Pues decir José Néstor Pékerman es acordarse, taciturnos, de cuando no hace mucho nuestros laterales eran Zúñiga y Pablo Armero en sus versiones más sabrosas y determinantes: y entonces la impronta, futbolística y espiritual del equipo, desde abajo, iba marcada por la profundidad y la gambeta. O pensar con pesadumbre en Abel Aguilar y Aldo Leao Ramírez, ambos con la cabeza en alto, sacando al equipo limpio desde atrás, con la lucidez y la precisión imprescindibles para los volantes encargados del “primer pase” en cualquier equipo que persiga un fútbol alegre y punzante.

Nestor Pekerman
José Néstor Pékerman supo sacar lo mejor de los jugadores colombianos. Crédito: Reuters.

Recordar al argentino, ineludiblemente, trae a la mente a la dupla Falcao-Teofilo, la mejor que hemos tenido en décadas: picardía y genio, potrero, fuego sagrado y gol, mucho gol. Es Invocar a James, cuando todavía no había probado la delirante droga del salón de la fama de los “elegidos”, y a su talento sin par le sumaba el estado de forma de un ganador. The Golden Boy. El goleador del Mundial. El 10 del Real Madrid, nuestro 10, cuando le daba la talla a las voraces exigencias de Cristiano Ronaldo. Es acordarse de Mario Alberto Yepes, para añorar con resignación a ese líder que desafió los estragos del tiempo y con las piernas pesadas pero con el corazón caliente supo hacer que en la era de Falcao, James y Cuadrado los niños colombianos quisieran ser defensas centrales…

Entregarse a la nostalgia, hoy impulso inevitable, es remitirse, en fin, a la silueta de ese equipo, aún visible en el retrovisor del hincha, que ganaba incluso cuando jugaba sin gracia ni inspiración; pues fueron tiempos en los que la identidad de juego no estaba en vilo fecha tras fecha, y el plan de ruta, aunque culebrero, era claro y evidente.

Con el hoy técnico de Venezuela, Colombia hizo suyo el pragmatismo primitivo que exige “La Guerra de Las Américas” para cargar los dados en las noches definitivas. ¿Había que ganar en La Paz? Se ganaba en La Paz, a lo último, aunque el oxígeno le faltara a jugadores e hinchas.  ¿Tocaba ganarle a Ecuador en Quito para seguir en la pelea? Se le ganaba a Ecuador en Quito, así el Atahualpa fuera un templo históricamente improfanable. ¿Necesitábamos, sí o sí, ganarle a Paraguay en Asunción? Tranquilos, que con el tiempo cumplido se le ganaba a Paraguay en Asunción, ¡y con un gol de museo!

Que el 3 a 3 contra Chile en el Metropolitano, aunque ya fue hace casi diez años, siga siendo un relato fresco para el hincha que nostálgico pide a Pékerman de vuelta, que el recuerdo de los estadios llenos de camisetas amarillas, tanto en Brasil como en Rusia —con aficionados de todo el mundo adheridos a la ola amarilla,  sinónimo de buen fútbol y alegría— son pruebas dolorosas que confirman que el diagnóstico psicológico del hincha colombiano es hoy, de nuevo, la nostalgia exacerbada. Resignada. Tan amarga.

Pero dejemos la nostalgia y volvamos al presente: ¡Más de diez horas sin hacer un solo gol! Dos puntos de nueve en casa en la recta final contra rivales directos y de menor tamaño en el papel, entre esos un Paraguay con técnico nuevo. Antepenúltima fecha, nada menos que en Argentina, sin una base sólida y con un  plan pusilánime e inofensivo; otro festival de errores no forzados en un partido bisagra, otra vez el festival de cambios contraproducentes… ¿Cómo seguir?  

Nos convertimos en un equipo mediano. Aguerrido, en el mejor de los casos, pero mediano. Sin sangre nueva, sin sorpresa alguna, con Luis Díaz como el único jugador de la nueva generación en un club de élite, retornamos al coqueteo con la media tabla.

Pues con los memes (infinitos), con las burlas (que nos acompañarán por un buen tiempo más). Asumiendo la vergüenza inescapable de haber tocado el fondo del fondo con el patético antirrécord que en estos tiempos en los que las estadísticas son fetiche ya se esparció por el mundo como un virus letal.

Sería sabio, a estas alturas, reírnos de nosotros mismos y entender que el fútbol no escapa a la circular naturaleza del tiempo; y entonces, gracias a la incambiable precariedad y oscuridad de nuestra competencia doméstica, a esto —la indefensión contra los grandes, la parálisis ante los rivales directos, la incapacidad para revelársele a la modorra y el juego pandito y sin volumen, la pésima suerte, el pesimismo, los errores no forzados, la ingenuidad, la imprecisión, la cabeza gacha, el extravío—, habríamos de volver.

Nos tocará aceptar que nuestra camiseta se descoloró y en estos cuatro años perdió peso y gravedad. Y que más nos vale dejar la manía y la soberbia de pensarnos más que un Perú o un Ecuador. Nos vendría bien interiorizar que el desastre actual no es una maldición ni un ensañamiento del borracho guionista del fútbol.

Lo que en buena medida nos pasó es que no contamos con el recambio generacional necesario para salir vivos de la eliminatoria más difícil del planeta. El pobrísimo nivel de nuestro fútbol, obedeciendo a la lógica de la medianía de sus clubes, que en la mayoría son tiendas de barrio al mando de hombres oscuros o de mercaderes, no entregó en estos cuatro años el valor agregado que las selecciones necesitan para revitalizarse y competir. A los sucesores de los hombres claves en los ciclos inmediatamente pasados —Abel, Arias, Yepes, Falcao, Valdez, Sánchez,  James, Cardona, Teofilo, Bacca— les quedó grande el traje de la élite.

A los sucesores de los hombres claves en los ciclos inmediatamente pasados — Abel, Arias, Yepes, Falcao, Valdez, Sánchez,  James, Cardona, Teofilo, Bacca— les quedó grande el traje de la élite.

Nos convertimos en un equipo mediano. Aguerrido, en el mejor de los casos, pero mediano. Sin sangre nueva, sin sorpresa alguna, con Luis Díaz como el único jugador de la nueva generación en un club de élite, retornamos al coqueteo con la media tabla.

La principal lección es clara: si la liga local —¡que en 2022 es un indigno caso de estudio por no contar con tercera división!— sigue sumida en la mediocridad  y ser futbolista en Colombia sigue estando tan próximo a la indignidad (no deberíamos olvidar tan pronto el “pacto de caballeros” con el que se dio comienzo al torneo en marcha) estaremos condenados a completar el círculo y seguir desandando el camino que, con los dos mundiales seguidos con Pékerman, creímos, no tenía vuelta atrás.

654 minutos sin hacer gol. 36 por ciento de puntos alcanzados. Solo un triunfo en siete partidos de local y dos en 12 partidos totales. Salir en blanco en siete de esos 12 partidos. Cuatro puntos de 21 en la segunda vuelta. Tres derrotas en los últimos cuatro partidos, “los del todo o nada”…. Sí, hay que seguir, para terminar la purga, con el técnico Rueda.

Reinaldo Ruedo
La gestión de Reinal Rueda no puede ser calificada de manera distinta a la de un gran fracaso. Crédito: Reuters.

Lo de Reinaldo no admite matices: fue una fracaso total. Y pasa que no lo expugna haber cogido una “papa caliente”, un equipo fisurado gracias al James affair y con la autoestima quebrada por las humillaciones con Queiroz. Pues con 12 partidos por delante, había tiempo y espacio suficiente para imponer su idea y pavimentar el camino. Podía fallar, claro, pues los rivales también juegan y  ya hemos dicho que si miramos nuestra nómina con cabeza fría, sin recambio y con nuestras estrellas en su ocaso, no somos tan buenos como nos creemos con dos aguardientes encima; pero la falla debía tener otro color.

Ni él, de innegable capacidad, experiencia y recorrido, ni los jugadores, ni los aficionados, merecíamos un final así: “Esperando”, como dijo Falcao que les ordenó Rueda en Córdoba, en nuestro último baile.  Esperando, es decir especulando, para ver si por milagro o negligencia, el arrollador equipo de Scaloni se equivocaba o aflojaba. Esperando…  a ver si el tiempo se consumía rápido e indoloro, y quizá en un tiro de esquina o en una escapada de Díaz podía venir el gol. Esperando, pusilánimes, temerosos, calculadores, ajenos por completo al espíritu emancipado con el que hace no muy poco asumíamos los momentos de matar o morir. Esperando, como antes. ¿Como siempre?

El problema del descalabro de Rueda es que agudiza la aversión y desconfianza con respecto a los técnicos colombianos. ¿Alguien en su sano juicio cree que tendríamos la paciencia para el fútbol experimental de Osorio? ¿Cuántos malos resultados soportaría Gamero? El fracaso de Rueda refuerza y renueva  la ilusión de que para contrarrestar nuestros vicios futbolísticos y espirituales, precisamos de un técnico extranjero.

Pero este equipo ya no es el que miró a los ojos a Brasil en su Mundial, o el que hizo pasar aceite a Inglaterra en Rusia. Somos un equipo mediano que ya no seduce a los pesos pesados. Volvimos a ser el sexto o séptimo equipo del continente. El eterno retorno: y sí que supimos volver.  

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