6 Marzo 2022

Defensa y alabanza del Mazzucato-dinamarquismo

Es probable que el insólito título de esta columna haya espantado a más de un lector. Lo es también que muchos continúen leyéndola cuando sepan que aquí no se elogia ninguna santería, ni se aplaude ninguno de los ismos que pululan, insulsos y egocéntricos, en la actual campaña electoral colombiana.

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Por Antonio Hernández Gamarra

Contrario a ello, lo que aquí se defiende y alaba es una posición política, con sólido sustento técnico, que se aleja con igual espanto del Maduro-chavismo que del Uribe-zuluaguismo.

Propósito para el cual echaré mano, como recurso pedagógico, del refrán que reza: ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre. Adagio con el cual, en tiempos idos, las mujeres de Sucre, con su ancestral prudencia, significaban que al venerar las imágenes de los santos de su devoción las velas que los iluminaran no debían exponerlas al fuego, y con ello poner en peligro el techo de sus casas de palma, ni estar tan retiradas como para que los santos no escucharan sus súplicas y no les hicieran el milagro que ellas les demandaban.

Aforismo de mi pueblo que cae como anillo al dedo para decir que no hay que defender las tesis ni el accionar del Maduro-chavismo que, en busca de un presunto ideario de equidad, quemó literalmente a la economía de Venezuela; y, de igual manera, mantenerse distante de las prácticas del Uribe-zuluaguismo que, con el propósito de mantenerse en el poder, ha buscado halagar a los más pudientes, y se ha olvidado de iluminar el camino de la equidad, haciendo con ello que hoy Colombia sea uno de los países más desiguales del mundo.

A distancia media de esos dos dañinos extremismos el Mazzucato - dinamarquismo propone una revisión a fondo de los propósitos de la intervención del Estado en la economía y un cambio radical en el diseño y ejecución de la política fiscal, para de esa manera conducir a Colombia por un sendero de mayor equidad económica y social.

Esa, nueva y distinta, intervención del Estado en la economía tendría como su principal finalidad diversificar la producción nacional, tanto en su composición como en su origen geográfico.  Para ello Mariana Mazzucato, distinguida economista ítaloestadounidense, propone que el Estado redefina los lineamientos estratégicos de la economía para que el crecimiento económico esté liderado por la creación de nuevos mercados y no solo por la mayor o mejor regulación en los ahora existentes. Es decir, en el caso de Colombia, producir nuevos bienes en las zonas geográficas en donde hoy ello no ocurre y abandonar la idea de que basta producir más de lo mismo en las regiones relativamente más desarrolladas del país.


Viraje en la orientación de la intervención del Estado en la economía que es importante y necesario porque hoy Colombia depende en exceso de los  hidrocarburos, y porque la producción nacional está tan concentrada regionalmente que se necesita sumar lo producido en 1043 de los 1122 municipios del país, o sea el 93 por ciento de ellos, para obtener el monto de la producción que se realiza en Bogotá. Concentración geográfica de la producción nacional que también muestran los datos cuando se sabe que casi la mitad de ella se realiza conjuntamente en las ocho grandes ciudades del país y en dos de los grandes municipios petroleros.

Solo una nueva estrategia puede cambiar esa extrema concentración geográfica de la producción nacional haciendo, al tiempo, que en las zonas de la periferia se presente el desarrollo socioeconómico que allí nunca ha habido y que dependamos menos de las exportaciones de hidrocarburos.

Demostrado así que al alabar las ideas económicas de Mariana Mazzucato aquí no se está alabando ninguna santería, veamos ahora las razones que me llevan a elogiar el dinamarquismo.

Dinamarca es el país del mundo en donde, luego de cobrar los impuestos y asignar las transferencias, la distribución del ingreso se vuelve más equitativa, lo cual ha llevado a un estado de bienestar en donde existe elevada movilidad social entre las generaciones.

Ello gracias a la gratuidad de las matrículas educativas; a la relativa igualdad del gasto por estudiante en todos los barrios; a la asignación de generosos fondos para el cuidado de las madres y sus infantes; al acceso universal a sistema de seguridad social; y, a un sólido programa de lucha contra el desempleo. Según demuestran los profesores James J. Heckman y Rasmus Landers en un trabajo realizado el año pasado para el National Bureau of Economic Research.

Esa política fiscal es la antítesis de la seguida por Colombia, con leves matices, durante los últimos 20 años ya que aquí, sin ningún respaldo teórico ni empírico, durante ese lapso, el estatuto tributario se pobló de generosas dádivas al empresariado para ganar su apoyo político y haciendo creer, falsamente, que así se promovería un crecimiento económico acelerado y con ello se bajaría la tasa de desempleo y la inconcebible informalidad hoy existente en el país.

Nada de eso se ha logrado, excepto que la política tributaria colombiana sea inequitativa, inestable, confusa y llena de injustificados privilegios; al tiempo que la asignación del gasto carezca de una clara priorización con miras a iluminar el camino que conduzca a menos pobreza y a más equidad.


Por eso es que hay que redireccionar no solo la estrategia de crecimiento de la producción nacional y sus lugares de origen, sino también la política fiscal de tal suerte que, además de que ella sea equitativa,  tenga como primera prioridad que la población colombiana sea más sana y mejor educada. Para lo cual los primeros peldaños son  eliminar el analfabetismo, reformar el programa de alimentación escolar; instituir la universalidad de la educación preescolar, primaria y secundaria; ampliar los cupos y fortalecer el  presupuesto y el gobierno de la universidad pública; unificar el sistema de aseguramiento en salud bajo un mismo plan de cobertura; y, llevar a cabo planes departamentales de agua potable y saneamiento básico de tal suerte que al término del próximo período presidencial se haya alcanzado 90 por ciento de cobertura en todas las áreas urbanas y rurales del país.

Prioridades que habría que complementar con un redireccionamiento de la lucha contra el narcotráfico, en busca de disminuir sustancialmente su rentabilidad, y con ello aminorar en el mediano plazo el enorme gasto que a esa lucha le ha tenido que dedicar, durante casi 50 años, la nación colombiana.

Al proponer que imitemos la política fiscal de Dinamarca no estoy creyendo que ese sea un camino fácil cuyo recorrido tome un corto tiempo, ya que, para llegar a ser como ese país nórdico, a Colombia en general, y a los municipios de su periferia en particular, les hace falta mucho pelo pa’ moño.

Lo que aquí predico es que nos miremos, con mucha atención, en el espejo de Dinamarca y que pongamos los ojos menos, mucho menos, en la política económica y fiscal concebida, diseñada y ejecutada con ideas que han tenido su génesis en los potreros de la ubérrima ganadería colombiana.

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