Economía colombiana: ¿reactivación o reconfiguración?
Hace unos días, los candidatos y precandidatos Petro, Gaviria, Barguil, Gutiérrez y Zuluaga participaron en un debate presidencial televisado. Buena parte del debate giró alrededor de sus propuestas económicas. Pocos días después, el ministro de Hacienda publicó un artículo con algunos avances del Marco Fiscal de Mediano Plazo. Candidatos y ministro, todos a una, se movieron fielmente dentro del paradigma de buena parte de la dirigencia de Colombia que coloca al crecimiento del PIB como el termómetro del éxito de una economía. Uno de los candidatos hasta se comprometió a un crecimiento sostenido del 5%, sin dar pistas de cómo lo haría. Soplar y hacer botellas…
Por: Clemente Forero
Por Clemente Forero Pineda
Debe reconocerse que varios de ellos prometieron acabar con el hambre y reducir los 21 o 22 millones de habitantes de Colombia que actualmente están en situación de pobreza. Pero no aparece ni en las palabras del ministro ni -lo que es más triste- en las de los candidatos mencionados, ninguna propuesta de reconfigurar la economía y la sociedad para que la riqueza repose en las personas, y el desarrollo sea sostenible ambiental y socialmente.
La pregunta es si la economía colombiana, aún reactivándose plenamente, con o sin proteccionismos pero dentro de la senda de desarrollo que traemos desde hace medio siglo y apelando a los instrumentos de política de siempre, puede asegurar mejoras de la productividad y al mismo tiempo derrotar hambre, pobreza y deterioro ambiental.
Si observamos cómo ha evolucionado la economía colombiana en las últimas décadas, no con uno sino con una batería de indicadores, podemos adelantar una respuesta. Hemos tenido avances modestos en ingreso per cápita, en algunos indicadores de salud, en educación primaria y en algunos otros frentes. Pero los indicadores centrales de la evolución de la economía, la sociedad y el medio ambiente en el largo plazo dan lugar a preocupación.
En lo corrido de este siglo, el desempleo ha estado más del 70 por ciento del tiempo en dos dígitos; el promedio ha sido 11,7 por ciento. En enero de este año, 3.500.000 personas buscaron activamente empleo sin encontrarlo. La informalidad se ha mantenido en todo este tiempo por encima del 48 por ciento de los trabajadores; en un grupo importante de ciudades intermedias la informalidad está hoy por encima del 60 por ciento de la fuerza laboral.
Las exportaciones son en su mayoría de recursos agotables. Petróleo y carbón significaron 55 por ciento de su valor en 2019, inmediatamente antes de la pandemia; en 2022 este porcentaje crecerá.
La concentración del ingreso se ha mantenido como una de las más altas del mundo, desde que se mide este indicador. En 2019, antes de la pandemia, Colombia ocupaba el puesto 16 entre 156 países del mundo en concentración del ingreso. La concentración de la riqueza es aún más alta. La pandemia tuvo un sesgo desfavorable a los pobres y eso llevó a que los índices de concentración se dispararan. 42,5 por ciento de la población vive ahora bajo la línea de pobreza. La desigualdad regional es además muy marcada. Y las mujeres, aunque su nivel educativo ha aumentado de manera significativa, presentan mayores tasas de desempleo y de informalidad.
En lo ambiental, 390 municipios se ven afectados por desabastecimiento de agua en épocas de sequía; el agua “totalmente potable” sigue siendo una aspiración para más del 70 por ciento de los municipios colombianos. Entre 1990 y 2020, perdimos 6.147.000 hectáreas de bosque, lo que forma parte de un agudo proceso de apropiación y concentración de la tierra cultivable. Mirando hacia el futuro, el Ideam previene acerca de los riesgos por cambio climático a los que están expuestos en mayor o menor grado todos los municipios del país.
El modelo tampoco ha servido para mejorar la productividad. Según el Departamento Nacional de Planeación, “El crecimiento no ha estado acompañado de aumentos en la productividad total de los factores”. Resaltan que la productividad inclusive ha decrecido más de la mitad del tiempo en las últimas cinco décadas. Esto significa que la economía ha crecido porque más hectáreas se incorporan a la frontera agrícola, más máquinas se usan en la industria y más trabajadores se emplean, pero no porque estemos aprovechando la educación, el conocimiento y los bienes públicos para que trabajo, tierra y máquinas sean más productivos. La disposición a innovar de la industria también viene reduciéndose: entre 2009 y 2019, el porcentaje de empresas industriales que innovan (o imitan y adaptan productos extranjeros) se ha reducido de 32 a 21 por ciento.
Así pues, a pesar del potencial que tiene el país, el desarrollo que se ha tenido por décadas no es el que se requiere hacia el futuro. Durante la pandemia se demostró que somos capaces de desarrollar prototipos, de aislar virus, de acometer innovaciones y de usar la ciencia para resolver problemas que van más allá de las necesidades inmediatas de la industria, la agricultura o la salud. Científicos colombianos, algunos hoy fuera del país, trabajan en biología sintética, aplicaciones de la cuántica, internet de las cosas, celdas solares orgánicas, medicina traslacional y átomos ultrafríos. Continuar por la vía de un crecimiento sin objetivos de bienestar y sostenibilidad definidos; contentarnos con una reactivación sin cambiar de rumbo, y apelar a los mismos instrumentos de política económica no parece ser la mejor manera de aprovechar ese potencial, ni de romper con la contradicción (entre el objetivo de crecimiento y el de mejorar la equidad y la sostenibilidad) en que nos aprisiona el modelo que traemos desde hace décadas.
Esta breve radiografía del desarrollo colombiano en las últimas décadas nos está indicando que, si seguimos por la misma senda, el hambre está para volver, esta vez de la mano de los desastres climáticos. Los subsidios están bien para las emergencias; el empleo jalonado por la demanda está bien para un par de años; pero ¿basta esto para conjurar desigualdad, desempleo y deterioro ambiental en el largo plazo? ¿O se requiere un viraje en la forma como se ha venido manejando la economía?
Educación y conocimiento son lo central en esta transformación porque, como es comprensible, la transición hacia una sociedad sostenible demanda un sistema de innovación dedicado que desarrolle tecnologías alternativas y sistemas productivos operados por actores de mayor conciencia y conocimiento. Como lo destaca la Misión de Sabios, las experiencias de Estados Unidos entre 1890 y 1980, Corea, Finlandia y las de algunos otros países ilustran que compatibilizar esos objetivos es posible, siempre y cuando se asegure un acceso muy amplio de la población a la educación.
Hoy hay menos consenso público acerca de la necesidad de una transformación y de un cambio de rumbo de la economía que durante la fase más dura de la pandemia. En aquel momento, la sociedad colombiana veía con mayor claridad las eventuales consecuencias de la destructiva carrera del crecimiento a toda costa en un mundo globalizado. Por esta razón seguramente los candidatos mencionados no sintieron la necesidad de conectar sus medidas de choque y de primeros días de gobierno con un proyecto de país en el largo plazo. Pero esta menor atención no libera al país de la necesidad de considerar seriamente una reconfiguración de la economía, para enrutarse hacia una sociedad sostenible y equitativa de la mano de la educación y el conocimiento.