El falso encanto de los días sin IVA
15 Junio 2022

El falso encanto de los días sin IVA

Aunque los días sin IVA acrecientan el consumo, no estimulan la inversión local, ni la innovación, ni la productividad. Ese consumo, en buena parte, es de productos importados, lo que favorece a las industrias de otros países, endeuda a las familias y ceba la inflación.

Por: Clemente Forero

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Por: Clemente Forero Pineda

Salimos apenas de una crisis causada por el covid y el confinamiento, que ha dejado como herencia un aumento considerable de la pobreza, y el empeoramiento de la distribución del ingreso y del empleo. El próximo gobierno, cualquiera que sea, recibirá una economía sobrecalentada; 39 por ciento de la población, en situación de pobreza monetaria; un desempleo de 2 dígitos; un fondo de estabilización de combustibles a punto de reventar; una tasa de inflación que el Marco Fiscal prevé en 8,5 por ciento para este año, pero que podría ser mayor por la especulación que generan los días sin IVA y las alzas mensuales de la gasolina que se acaban de anunciar; y una tasa de crecimiento alta, en comparación con el resto de América Latina, pero insostenible.

El aumento de la pobreza en este cuatrienio es sin duda lo más preocupante; y tanto la inflación como el desempleo contribuyen notablemente a su persistencia. La estanflación (la coexistencia de altas tasas de inflación con altas tasas de desempleo) ha entrado a formar parte de las perspectivas de la economía.

Inflación y desempleo

En las primeras dos décadas del siglo, la economía colombiana pasó por tres picos de inflación: 2003, 2008 y 2016. Apenas saliendo de la crisis, en 2022 estamos viviendo el cuarto pico inflacionario de este siglo.

La inflación empujada por los costos y alimentada por el manejo fiscal se disparó hasta el punto que, en Colombia, dos terceras partes del aumento del salario mínimo que se hizo en diciembre de 2021 ya fueron absorbidas por el aumento de los precios entre diciembre y mayo.

En las tres ocasiones anteriores, los picos inflacionarios han sido enfrentados con políticas monetarias restrictivas. Entre ellas, la más usada ha consistido en subir las tasas de interés. Esto encarece el crédito. Al hacerse más costoso para los bancos otorgar créditos –y por lo tanto para los usuarios recibirlos–, el gasto en consumo e inversión decrece, y se espera que la presión sobre los precios disminuya. Es interesante observar que, en los primeros tres episodios inflacionarios de este siglo, esas intervenciones han sido sucedidas por periodos, unos más largos o más intensos que otros, de alto desempleo.

Los cuatro picos de inflación del siglo XXI

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El mismo patrón se repite reiteradamente: todo suele empezar con un choque económico, generalmente externo, que hace subir el dólar con la complicidad de alguno de nuestros curiosos arreglos institucionales; el alza del dólar hace más costosos los bienes importados y se genera una alza en los costos de producción, porque muchas materias primas de la industria y de la agricultura son importadas; la autoridad monetaria reacciona subiendo las tasas de interés, medida apropiada cuando la inflación es de demanda, pero no cuando la inflación es de costos; al encarecerse el crédito para capital de trabajo o para inversión, la industria y la agricultura se frenan, y se genera desempleo. Aunque a finales de 2008 la crisis financiera internacional llevó a interrumpir la tendencia alcista de las tasas de interés, cada vez que este patrón se repite, se comprueba que las políticas monetarias restrictivas aplicadas a una inflación de costos no son tan buenas para frenar la inflación como para crear recesión.

La coyuntura colombiana en 2022

En 2022, las cosas se presentan con ciertas particularidades. Venimos de una recesión económica producida por la pandemia y el confinamiento, en la que el desempleo llegó a 24,7 por ciento. Para acelerar la economía, la autoridad monetaria bajó la tasa de interés a mínimos de décadas. Por el lado del gasto público, el déficit del Gobierno se disparó y la deuda soberana creció 31,7 por ciento en 2021, el crecimiento más alto de América Latina. Esto no sería un problema en una economía con moneda soberana, pero en el caso de Colombia impone limitaciones. Vino la invasión de Ucrania; subieron los precios de cereales y de materias primas esenciales como el petróleo y los fertilizantes; las cadenas internacionales de suministro se afectaron por cierres de puertos y acumulación de contenedores. La inflación empujada por los costos y alimentada por el manejo fiscal se disparó hasta el punto que, en Colombia, dos terceras partes del aumento del salario mínimo que se hizo en diciembre de 2021 ya fueron absorbidas por el aumento de los precios entre diciembre y mayo. Si se pretende frenar ese componente de inflación de costos de origen internacional con alzas en la tasa de interés que frenen la demanda, tendremos problemas.

Las dos preguntas que uno puede hacerse son si cualquier tipo de crecimiento da igual para el desarrollo de la economía colombiana y si este es el tipo de crecimiento que más conviene.

Las políticas expansionistas que habían aplicado el Gobierno y la autoridad monetaria durante 2021 estimularon el consumo y llevaron a un crecimiento muy alto del PIB (efectivamente, el más alto de América Latina), pero la inversión fue una fracción muy escasa del producto. Lo que creció fue el consumo. Y ese consumo se incrementó en alta proporción en productos importados, lo que de ninguna manera estimula la industria o la agricultura nacional. El monto en que crecieron las importaciones en 2021 fue equivalente al 46 por ciento del valor en el que creció el PIB de ese año. 

Las dos preguntas que uno puede hacerse son si cualquier tipo de crecimiento da igual para el desarrollo de la economía colombiana y si este es el tipo de crecimiento que más conviene.

En este contexto, el panorama de las políticas macroeconómicas del Estado es bien extraño, por cuanto la autoridad monetaria aplica políticas contraccionistas, como el alza en las tasas de interés, mientras el Gobierno aplica políticas expansionistas que incrementan el déficit. Todo está dado pues para que tengamos un largo periodo de altas tasas de inflación a la vez que debamos convivir con tasas inusualmente altas de desempleo. 

Inflación con desempleo

En efecto, como lo explicara hace años el profesor Serge Kolm (1970, Revue Économique, 21:295), la coincidencia de inflación con desempleo (estanflación) se da cuando en algunos sectores hay excesos de demanda, que jalonan las alzas de precios, y en otros hay excesos de oferta (o puede ser escasez de recursos o presiones de costos), que llevan a reducir la producción y el empleo. Combinado este efecto con las estrategias de los agentes económicos para apropiarse de una mayor fracción del ingreso (nuestro marco institucional sí que las tolera), y con barreras estructurales que impiden la reacción de los sectores productivos nacionales, se produce un desorden que Kolm compara al movimiento “browniano” de las moléculas en los gases, y todo está dado para una dinámica de inflación inercial junto con niveles de desempleo que poco ceden.

Así, en vez de ahorrar en épocas de vacas gordas para la de vacas flacas, los gobernantes –más preocupados por las próximas elecciones que por el desarrollo y la estabilidad– contratan en periodos de auge toda la deuda posible y contribuyen a exacerbar el sube y baja económico.

A lo anterior se agregan dos dificultades, aunque evidentemente la situación colombiana no es tan complicada como la de la mayoría de los países de América Latina: (1) La dificultad de la economía para que se hagan visibles los efectos de las políticas anticíclicas (las que impulsan la economía cuando hay recesión y la calman cuando hay sobrecalentamiento e inflación). Políticas como aumentar el gasto público pueden tardar entre uno y dos años en ser efectivas. Y en ese tiempo, las condiciones seguramente han cambiado. (2) Nuestro sistema político-económico es procíclico y las instituciones crediticias internacionales le hacen el juego a esos comportamientos cortoplacistas de nuestros gobernantes: país que crece es país al que le prestan de inmediato; a un país en recesión no se le dan créditos fácilmente. Así, en vez de ahorrar en épocas de vacas gordas para la de vacas flacas, los gobernantes –más preocupados por las próximas elecciones que por el desarrollo y la estabilidad– contratan en períodos de auge toda la deuda posible y contribuyen a exacerbar el sube y baja económico.

Los días sin IVA

Una de las políticas expansionistas que se ha venido aplicando desde 2020 es la de los días sin IVA. Se la ha presentado como una gran panacea para la recuperación de la economía. 

Aunque los días sin IVA acrecientan el consumo, no estimulan la inversión local, ni la innovación, ni la productividad, que es lo que impulsaría el crecimiento de la capacidad de producción de la economía; el consumo de los días sin IVA es en buena parte de importados, lo que favorece a las industrias de otros países. Le restan recursos a la inversión del Estado en lo social y en infraestructura, como si esa inversión no hiciera falta. Endeudan a las familias.

Los modelos económicos estáticos, por sofisticados que sean, no captan este último efecto. No tienen en cuenta la señal que se les da a los distintos grupos de la sociedad para que busquen defender o aumentar su tajada.

Pero quizá el efecto más importante es que han contribuido a retroalimentar la inflación, porque le dieron rienda suelta a los comportamientos oportunistas de vendedores que aprovechan la rebaja del IVA para aumentar su tajada en la torta del ingreso nacional: en numerosas noticias se denunciaron comportamientos de comerciantes que, con cambios en sus precios, se apropiaron de tajadas importantes de los descuentos. Los controles no han sido muy eficaces y también se han creado ventanas de evasión. Este proceder ha inducido a otros grupos a hacer lo mismo para no perder su fracción del ingreso, y ha creado expectativas y necesidades de aumentos de precios y de salarios, lo que alimenta la espiral inflacionaria.

Los modelos económicos estáticos, por sofisticados que sean, no captan este último efecto. No tienen en cuenta la señal que se les da a los distintos grupos de la sociedad para que busquen defender o aumentar su tajada. Estos comportamientos se aprenden, se imitan y se reproducen, y seguramente se potenciarán con las alzas mensuales de los combustibles para dejarnos con una inflación inercial, que seguramente se combatirá con nuevas restricciones crediticias.

La perspectiva

En los primeros dos años del próximo gobierno, no será fácil encontrar el filo de la navaja para simultáneamente aumentar los niveles de empleo (el mecanismo más eficaz para reducir la pobreza y mejorar la distribución del ingreso) y controlar al mismo tiempo la inflación. Una reforma tributaria, por ambiciosa que sea para atender las inmensas inversiones prometidas, no tendrá efecto expansionista. Los recortes de gasto anunciados contraerán la demanda y afectarán a estos sectores, a menos que sean compensados con una mayor inversión pública. La recesión mundial que asoma golpeará las exportaciones.

De allí en adelante, si logra encaminarse por ese filo virtuoso y adopta una improbable lógica de largo plazo, ese gobierno tendría la posibilidad de desarrollar instituciones que articulen la política monetaria y la fiscal, hoy separadas, para restarle dinámica al estancamiento con inflación; tendría la oportunidad de reducir la inflación administrada, hoy visible en las alzas de combustibles que se harán para paliar el déficit del fondo de estabilización; podría reducir los mecanismos procíclicos políticamente inducidos, y sentar las bases para acompañar una transformación estable de la sociedad hacia la equidad y la sostenibilidad.    

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