¿Tierra o conocimiento?
3 Diciembre 2022

¿Tierra o conocimiento?

Crédito: Colprensa

Algunos expertos se preguntan sino será mejor invertir la plata que se va a asignar a la compra de tierras en educación, salud y bienestar infantil. ¿Qué será más conveniente? El exministro de Hacienda Rudolf Hommes responde a la pregunta.

Por: Rudolf Hommes

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A muchos economistas les parece curioso que en Colombia se le dé tanta importancia a la reforma agraria y que una condición de la mayor categoría para la firma de la paz con las Farc haya sido, precisamente, el tema agrario. En una reunión de economistas en Bogotá se preguntó si no estaría mejor invertida en educación, salud y bienestar infantil la plata que se va a asignar a comprar tierra para repartirla. La inquietud es válida, y posiblemente se podrían encontrar argumentos y hasta evidencia de que es más productivo invertir en capital humano que en reforma agraria, especialmente si se tiene en cuenta que la mayoría de la población colombiana reside en las ciudades.

Pero la reforma agraria no es solamente una opción de política pública. Es un compromiso del gobierno con la población rural que quedó consagrado como obligación legal en el acuerdo de paz. No llevarla a cabo ahora con el argumento de que es mejor invertir esos recursos en capital humano no solamente sería un incumplimiento, sino una gran desilusión. Podría aumentar el resentimiento acumulado de la porción de la ciudadanía que ha sufrido la mayor parte de los horrores provocados por un conflicto interno que en su última fase lleva más de medio siglo de violencia ininterrumpida. La reforma agraria es una manera de hacer enmiendas para esa población que lleva siglos padeciendo injusticia y abusos provenientes de una estructura social que ha evolucionado, pero no ha cesado de ser inequitativa y de acumular rencor en cabeza de los que no han tenido acceso. Lo que se invierta en esa reparación tiene el objetivo de enmendar una larga historia de desigualdad, injusticia y desplazamiento y resarcir a las víctimas. Quizás contribuya a reducir la violencia y el resentimiento que la alimenta.

"En el contexto de la discusión entre reforma agraria y conocimiento, es claro que la reforma agraria puede jugar un papel muy importante precisamente para remediar parcialmente ese resquebrajamiento y el descontento social".

Esa expectativa posiblemente se cumpla. La iniciativa audaz que culminó con un acuerdo entre el gobierno y los ganaderos para comprar tierra que hoy está dedicada a la ganadería y destinarla a otros usos en manos de campesinos ha sido bien recibida. Va a darle acceso a campesinos y pequeños productores a medios de producción y se ha interpretado como una señal clara de que el gobierno está seriamente comprometido en llevar a cabo finalmente la reforma agraria con la que soñaron gobiernos liberales, por primera vez hace ya casi cien años, y en el gobierno de Carlos Lleras Restrepo hace más de medio siglo. Es parte del precio que se va a pagar por la paz total.

El requisito para que la reforma agraria no fracase esta vez es que no se limite a ceder tierra, sino que esa cesión sea parte de un programa integrado de desarrollo rural que provea a los adjudicatarios y a sus familias de medios de producción, tecnología, crédito y asesoría de cultivos, de administración de recursos y comercialización. Necesariamente tendrán que ofrecer también acceso a educación, salud y cuidado infantil de buena calidad a la población rural resolviendo una de las grandes fallas de estado que padece Colombia y una de las razones por las cuales son más pronunciadas la pobreza y la desigualdad en el campo que en las ciudades. Entonces el aparente dilema no es si se compra tierra o se invierte en capital humano y en conocimiento, sino que hay que hacer las dos cosas en el sector rural. Y como la mayor parte de la población colombiana es urbana se tendrá que hacer algo equivalente en las ciudades, y allí la clave tendrá que ser generar puestos de trabajo, invertir en capital humano, e impulsar la economía para promover crecimiento. Eso requiere cambiar el esquema mental predominante en el sector público, en el sector privado y en las universidades.

"Por la pandemia estuvieron cerrados los colegios y las escuelas 115 días, ocho millones de niños fueron afectados, un poco más de 900,000 eran afrocolombianos o indígenas".

En la reunión de economistas que ya mencioné, Ana María Ibáñez presentó informalmente un resumen del trabajo que ella y sus colegas adelantan sobre el impacto económico de la pandemia en América Latina, el Caribe y en Colombia. En toda la región se había logrado antes de la pandemia reducir la pobreza y la desigualdad. Estos resultados, sin embargo, no fueron sostenibles. La pandemia y la guerra en Ucrania han mostrado que fueron efímeros y muchos de ellos se ha reversado. En el caso de Colombia nos hicieron retroceder a donde estábamos en pobreza y desigualdad en 2010. “El profundo impacto de la pandemia sobre el capital humano afectará el crecimiento y la productividad en unos cuantos años y profundizará la desigualdad (…) Alcanzar un crecimiento sostenible, dinámico y equitativo es hoy una prioridad (…) Lograr verdaderos cambios estructurales requiere discutir las reformas tantas veces postergadas (…) Pero la falta de confianza en las instituciones y el resquebrajamiento del contrato social es un obstáculo indudable” dice Ana María Ibáñez. Esas son las grandes conclusiones preliminares de este trabajo en marcha.

En el contexto de la discusión entre reforma agraria y conocimiento, es claro que la reforma agraria puede jugar un papel muy importante precisamente para remediar parcialmente ese resquebrajamiento y el descontento social. Pero como la pandemia deterioró el capital humano y aumentó la desigualdad, muchos de los resultados presentados apuntan a destacar la necesidad de inversión en capital humano y en conocimiento. El covid-19 aumentó la diferencia inequitativa en acceso de la población pobre a salud y educación. La mortalidad de menores de 5 años fue 50 por ciento mayor en Colombia en el caso de familias pobres que en las de altos ingresos. Por la pandemia estuvieron cerrados los colegios y las escuelas 115 días, ocho millones de niños fueron afectados, un poco más de 900.000 eran afrocolombianos o indígenas. El impacto fue más alto para la población vulnerable, rural y las mujeres. El 22 por ciento de los estudiantes vulnerables no tienen acceso a internet, el 19 por ciento de ellos tienen acceso a un computador. Uno de cada dos estudiantes no participó durante la pandemia en actividades de aprendizaje o interactuó con los maestros. Las labores de las mujeres en el hogar aumentaron 18 por ciento. El costo de la inacción durante la pandemia se estima en 2 por ciento del PIB y se ha calculado que lo que van a dejar de ganar en salarios futuros los afectados es cercano a los USD 18.000 millones en el caso de Colombia. La inversión que se tendría que hacer en América Latina y el Caribe para recuperar en diez años lo que se perdió, asciende a USD 222.000 millones. Se prevé que el gasto en salud per cápita aumente para reducir la incidencia de enfermedades no contagiosas con salud preventiva. Se necesita bajar el costo de creación de empleo productivo y de nuevas empresas

Para cumplir con estos requisitos es absolutamente necesario acelerar el crecimiento, aumentar la productividad y reducir la desigualdad. Esto implica hacer también otro enorme esfuerzo en conocimiento y en tecnología, posiblemente reformar el Estado y establecer alianzas `productivas entre el gobierno y el sector privado, impulsando la investigación en las universidades y la capacitación de la fuerza de trabajo para elevarla a niveles más cercanos que los actuales a los de otros países de la Ocde.

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