Trece días que estremecieron el mundo
29 Septiembre 2022

Trece días que estremecieron el mundo

Crédito: Yamith Mariño

La crisis de los misiles en Cuba y el momento actual.

Por: Gabriel Iriarte Núñez

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Pocos recuerdan que en octubre de 1962, en medio de lo más álgido de la Guerra Fría, el planeta estuvo por primera vez al borde de una confrontación nuclear de grandes proporciones protagonizada por las dos mayores potencias bélicas de la época, Estados Unidos y la Unión Soviética. Cuando el Kremlin desplegó cohetes atómicos en Cuba, situada a solo 90 millas (150 kilómetros) de las costas norteamericanas, se desató la crisis más peligrosa en la historia de las relaciones internacionales por las consecuencias devastadoras que hubiera podido tener para toda la humanidad. Sesenta años después se están generando circunstancias de alguna manera similares a las que provocaron dicha crisis y que bien pueden desembocar en una coyuntura tan o más riesgosa que la vivida entonces. 

La crisis actual

Durante el último lustro, el delicado equilibrio nuclear que había logrado mantenerse por décadas entre las dos superpotencias que poseen los mayores arsenales atómicos empezó a resquebrajarse. El telón de fondo de este desarrollo ha sido un mundo cada vez más desorientado, con descomunales problemas económicos y sociales, huérfano de grandes líderes, abrumado por agudos conflictos locales e internacionales y en el que las amenazas y el empleo de la fuerza son pan de cada día. Veamos los hitos de esta preocupante evolución. En julio de 2017 Corea del Norte anunció que había probado con éxito su primer misil intercontinental que podría alcanzar territorio de Estados Unidos y, tres meses más tarde, hizo explotar una potente bomba de hidrógeno. A mediados de 2018 el presidente Trump resolvió retirarse unilateralmente del acuerdo que mantenía a Irán fuera del club nuclear y, en febrero de 2019, tomó la decisión de abandonar el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio que habían suscrito en 1987 Reagan y Gorbachov y garantizaba que en Europa no se colocarían misiles de esas características. Lo propio hizo, por supuesto, Putin, no sin antes declarar que estaba preparado para afrontar una nueva crisis como la de Cuba en 1962 a tiempo que amenazaba con desplazar hasta las costas de Estados Unidos submarinos equipados con cohetes supersónicos si su rival se atrevía a instalar misiles en Europa cerca de Rusia. Se había dado sepultura al último pacto de control de armas de la Guerra Fría; se abría así la puerta de una nueva carrera armamentista y, lo peor, a una posible nuclearización de Europa. 

Pero han sido la invasión rusa a Ucrania y la respuesta de la OTAN lo que ha llevado este proceso a extremos insospechados. El 24 de febrero de este año, en medio del anuncio de la “operación especial” rusa en Ucrania, el jefe del Kremlin afirmó que “quienes intenten detenernos y crear más amenazas para nuestro país y nuestro pueblo deben saber que Rusia responderá de manera inmediata y que las consecuencias serán como nunca antes las han visto en toda su historia”. Y recordó que “Rusia sigue siendo hoy uno los más poderosos estados nucleares”. El 27 de febrero, dio la orden de poner en alerta y “en modo especial de combate” todas las fuerzas nucleares del país, a tiempo que Bielorrusia aprobaba la presencia permanente de armas nucleares y tropas rusas en su territorio. El 21 de septiembre Putin lanzó una nueva y terrible advertencia: “Cuando la integridad territorial de nuestra patria se vea amenazada, utilizaremos todos los sistemas armamentistas a nuestro alcance para proteger a Rusia y su pueblo. Esto no es un farol”. El expresidente Dimitri Medvedev puntualizó que después de la incorporación a Rusia de las regiones ucranianas invadidas, cualquier ataque contra esos territorios sería considerado como una agresión al estado ruso, lo que equivaldría a un desafío existencial a su país y llevaría al empleo de armas nucleares. A todo lo anterior Joe Biden respondió diciendo que si Rusia recurría a las armas nucleares en Ucrania habría consecuencia “catastróficas”, mientras que la nueva primera ministra británica Lizz Truss puso su granito de arena al responder afirmativamente cuando le preguntaron si estaba dispuesta a “apretar el botón” atómico. 

Con razón el reputado analista inglés Roger Cohen aseveró hace poco en The New York Times: “Quizá desde la crisis de los misiles en Cuba, seis décadas atrás, los líderes de Estados Unidos y Rusia no afrontaban de manera tan explícita el peligro de una guerra nuclear”. No solo tan explícita sino sobre todo tan irresponsablemente.

Los últimos hechos así lo confirman. Putin no solamente oficializó el 30 de septiembre la anexión ilegal de cuatro regiones de la Ucrania invadida --Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón—, sino que advirtió que un ataque a cualquiera de ellas sería tomado como una agresión a Rusia y lo forzaría a recurrir a todos los medios disponibles para repelerlo, incluidas, por supuesto, las armas nucleares. Y como si fuera poco, el mismo día el presidente de Ucrania anunció que había solicitado la incorporación de su país a la OTAN por una vía expedita. Precisamente, para impedir que Kiev ingresara a este bloque militar Moscú lanzó en febrero su “operación especial” y proclamó que bajo ninguna circunstancia permitiría una extensión de la Alianza Atlántica hasta Ucrania. Lo que quiere decir que estamos aún más cerca de un desastre global.

Ahí vienen los soviéticos

Al igual que en el caso de Ucrania, la crisis de 1962 no estalló debido a un enfrentamiento directo entre las fuerzas de Washington y Moscú, como habría podido suceder en aquel momento en Berlín, por ejemplo, sino a través de situaciones particulares surgidas en un país vecino de alguna de las dos potencias. Hoy es en Ucrania, ayer fue en Cuba.

Como resultado de las medidas tomadas por la revolución de Fidel Castro, en enero de 1961 Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas con La Habana y, a partir de entonces, los acontecimientos se precipitaron vertiginosamente. En abril se produjo la fallida invasión de Bahía Cochinos, patrocinada por la CIA con exiliados cubanos, un fracaso que no solo constituyó un rudo golpe para el prestigio de Washington sino que, al mismo tiempo, fue el punto de partida del acercamiento y más tarde la alianza político-militar de Moscú y La Habana. El intento de invadir Cuba, sumado a las numerosas acciones de sabotaje contra la isla dirigidas desde la misma Casa Blanca bajo el nombre clave de “Operación Mangosta”, llevaron a Fidel a buscar la protección y el respaldo de Nikita Jrushchov, quien hasta entonces no había mostrado interés alguno por una región tan remota y tan cercana a Estados Unidos como el Caribe. En mayo el régimen cubano proclamó el carácter socialista de la revolución y su decisión de incorporarse al bloque de países comandado por Moscú. En agosto la URSS decidió construir el muro de Berlín lo cual generó uno de los más peligrosos focos de conflicto de la Guerra Fría en el centro de Europa.

En 1962 las tensiones continuaron aumentando descontroladamente. En febrero Kennedy ordenó un embargo comercial total contra Cuba y en abril el Kremlin aceptó enviar a la isla varias baterías de misiles antiaéreos (convencionales) con el fin de incrementar las defensas de su nuevo aliado contra lo que se consideraba una inminente agresión norteamericana. Y un mes después Jrushchov y sus colegas del Kremlin tomaron la histórica decisión de despachar a Cuba misiles nucleares de alcance medio (1.000 a 2.500 kms.) e intermedio (2.500 a 5.000 kms.), cuyas ojivas podrían alcanzar buena parte de la costa oriental de Estados Unidos. Este audaz movimiento por parte de la URSS buscaba matar dos pájaros de un tiro. Por una parte, proteger la isla contra cualquier intentona militar de Washington y, por otra, neutralizar la considerable delantera que le llevaba Estados Unidos en cuanto a cohetes balísticos intercontinentales, o sea, aquellos con alcances de 5.500 hasta más de 10.000 kilómetros. Con una ventaja de 17 a 1 en este rango de armas (3.500 cabezas nucleares estadounidenses contra apenas 200 de los soviéticos) Washington estaba en condiciones de responder con un ataque demoledor a la URSS si ésta lanzaba un primer ataque nuclear contra Estados Unidos y aniquilar sus fuerzas intercontinentales; la URSS por el contrario, si recibía un primer ataque de su adversario en suelo propio no tendría suficientes misiles para replicar con lo que su capacidad de disuasión era mínima. 

Un intercambio atómico, aun con esta disparidad armamentística, podía resultar en un cataclismo a escala planetaria porque cada potencia tenía, además de los grandes misiles, centenares de proyectiles de menor alcance (Jrushchov decía que su país los producía “como salchichas”) pero con un enorme poder destructivo. Por esta razón, al instalar misiles de alcance mediano e intermedio a 90 millas de Estados Unidos Jrushchov, aunque era consciente de que ello constituía una terrible provocación, creía que podía equilibrar la desventaja nuclear y, además, responder con la misma moneda al despliegue de misiles “Júpiter” de alcance medio que había efectuado hacía poco Washington en Turquía, cerca de la frontera de la URSS y que podían llegar hasta Moscú. Adicionalmente, le daría una dura respuesta a la reciente afirmación de Kennedy en el sentido de que bajo ciertas circunstancias “debemos estar preparados para ser los primeros en emplear las armas nucleares”. Todo estaba listo para el drama.

A las puertas de Armagedón

El Kremlin puso en movimiento la llamada “Operación Anadyr”, mediante la cual empezaron a transportarse secretamente por vía marítima hasta Cuba los misiles y más de 40.000 soldados y técnicos militares. El arsenal incluía cohetes de alcance corto, medio e intermedio que debían ser llevados a la isla, instalados y puestos en capacidad de operar lo más pronto posible. Hasta el momento Estados Unidos solo tenía conocimiento de las baterías de misiles antiaéreos soviéticas pero Kennedy, que creía que el asunto se limitaría a artefactos de naturaleza puramente defensiva, evitó generar un problema por estas armas puesto que consideraba mucho más delicada la situación en torno a Berlín. No obstante, ordenó la movilización de 150.000 reservistas y dejó abierta la opción de invadir Cuba si esta se atrevía a agredir a cualquier nación del Hemisferio. En ese momento era más probable que una guerra nuclear estallara en Europa que en el Caribe. Y con el propósito de ganar tiempo y desviar la atención de su rival, Jrushchov jugaba muy hábilmente la carta de Berlín, en donde sí estaban enfrentadas cara a cara las dos potencias. 

Si bien las primeras armas empezaron a llegar a la isla a comienzos de septiembre, no fue sino hasta el 16 de octubre cuando un avión espía U-2 de Estados Unidos fotografió varios emplazamientos de misiles soviéticos en Cuba. Precisamente la víspera el expresidente Eisenhower, tan poco inclinado a criticar a su sucesor, había declarado (sin tener conocimiento aún de los misiles nucleares soviéticos) que durante su administración “no cedimos ni una pulgada a las tiranías, no se construyeron muros, ni se establecieron bases extranjeras que amenazaran nuestro país”, en clara referencia al muro de Berlín, la instauración del socialismo en Cuba y la presencia militar soviética en la isla.

A partir de ese día y hasta el 28 de octubre se desarrolló un auténtico thriller, una historia de suspenso, en la que el destino de la humanidad estuvo fundamentalmente en manos de los líderes de Moscú y Washington. Cuando empezó esta historia ya había en Cuba un poco más de 100 cabezas nucleares listas para ser operadas en misiles de alcance medio y corto y de crucero. Las opciones que contempló en un principio el equipo de Kennedy fueron: no hacer nada o recurrir a la diplomacia, lanzar ataques de precisión a las bases de misiles, llevar a cabo una invasión general o imponer un estricto bloqueo marítimo a la isla. La línea dura de los asesores de Kennedy, liderada por el veterano general Curtis LeMay, logró convencer en los primeros días a la mayoría de sus colegas de que lo más conveniente era la invasión o un gran ataque aéreo. Aunque el presidente estuvo inclinado en un comienzo a seguir esa línea de acción, ante el temor de desatar una conflagración nuclear o una represalia soviética en Berlín, pronto empezó a desmarcarse y a plantear otras salidas.

Luego de interminables deliberaciones con sus consejeros, Kennedy se decidió por la solución del bloqueo o estricta “cuarentena” de todo material bélico con destino a la isla, medida que anunció el 22 de octubre en su famoso mensaje televisivo a sus conciudadanos luego de denunciar que había “evidencia irrefutable” de la existencia de numerosas bases de misiles en Cuba cuyo propósito no podía ser otro que amenazar el Hemisferio Occidental con un ataque nuclear. Y fue esta determinación de bloquear la isla en vez de atacarla lo que contribuyó a encontrar una solución pacífica a la crisis pues Jrushchov y sus camaradas ya comenzaban a entender que habían llegado demasiado lejos. Tanto es así que el Kremlin ordenó al día siguiente, el 23, que la gran mayoría de los barcos soviéticos que estaban en camino a Cuba dieran la vuelta y regresaran a sus puertos de origen. El bloqueo, que se aplicaba a partir de las 500 millas náuticas de las costas cubanas, entró en vigencia el 24, el mismo día en que la Casa Blanca dio la orden al Comando Aéreo Estratégico de elevar el nivel de preparación para la guerra del tercer grado al segundo (el primero se aplica cuando las fuerzas armadas deben entrar en acción). Un total de 1.500 bombarderos estratégicos y cerca de 3.000 ojivas atómicas se ponían en estado de alerta máxima. Esta medida, de cuyo contenido se enteró rápidamente Moscú, significaba que Estados Unidos estaba dispuesto a atacar no solo a Cuba sino también a la URSS. Veinticuatro horas después, el 25, la cúpula soviética tomaba la difícil decisión de retirar sus misiles, aunque aún no se la comunicara a Washington.

Lo que muy pocas personas en el mundo sabían era que durante todos estos días Kennedy y Jrushchov habían estado adelantando intensos y muy secretos intercambios directos (a través de numerosas cartas personales) y por intermedio de sus colaboradores más cercanos. En resumen, el mandatario norteamericano llegó a la conclusión de que no era conveniente acorralar a su contrincante y por ello aceptó “salvarle la cara” comprometiéndose a que su país nunca invadiría Cuba siempre y cuando los misiles fueran sacados de la isla. Con ello el dirigente soviético podría pregonar que él también era ganador en este duelo puesto que había salvado a un país socialista hermano de las garras del imperialismo yanqui. Y a la vez Kennedy podría mostrarle al mundo que no era un gobernante débil y le había dado al Kremlin una lección obligándolo a desmantelar sus armas ofensivas. Pero no todo estaba resuelto. Poco después de iniciar las negociaciones Jrushchov había añadido una exigencia al trato con Kennedy: que los Estados Unidos retiraran sus misiles “Júpiter” de suelo turco, es decir, que hubiera una especie de canje con los de Cuba. Esta nueva condición ponía en aprietos a la Casa Blanca puesto que dichos cohetes habían sido desplegados en Turquía y también en Italia como medida de protección de Europa frente a la URSS y por lo tanto la decisión de removerlos podía enviarles a sus aliados un mensaje muy complicado en el sentido de que Washington negociaba su seguridad estratégica sin siquiera consultarles. Una vez más Kennedy tuvo que discutir con su equipo esta nueva condición que no era vista con buenos ojos por la mayoría de sus asesores. Y el tiempo apremiaba, pues los militares norteamericanos y varios altos funcionarios del gobierno presionaban fuertemente para que se solucionara el asunto de Cuba a las buenas o, mejor aún, a las malas.

Y así se llegó al 27 de octubre, que sería el clímax de la crisis, el instante en que los protagonistas del drama se asomaron al borde del abismo sin fondo. Kennedy impartió instrucciones para que sus fuerzas armadas estuvieran listas para un ataque general e inminente contra Cuba. Pero mientras los dos líderes resolvían cómo salir del embrollo, se sucedieron dos gravísimos incidentes que contribuyeron a incrementar la sensación de pánico. Las baterías antiaéreas de Cuba derribaron un avión norteamericano U-2 que sobrevolaba la isla y pocas horas más tarde destructores estadounidenses atacaron con cargas de profundidad un submarino soviético en aguas del Caribe cercanas a la isla. La tripulación del sumergible estuvo a punto de disparar sus torpedos nucleares pero por fortuna no lo hizo y la situación de solucionó pacíficamente. De lo contrario, la guerra hubiera sido inevitable.

Finalmente, después de esta intensa jornada se llegó a un acuerdo bilateral para el cual, valga anotarlo, nunca se tuvo en cuenta la opinión de Fidel Castro. De acuerdo con una carta enviada el 27 a Moscú, Kennedy aceptaba levantar el bloqueo a Cuba y se comprometía a no invadirla; por su parte Jrushchov respondió al día siguiente, el 28, con otro mensaje en el que prometía retirar todos los misiles y aceptaba que los barcos que transportaban de regreso los proyectiles fueran inspeccionados en alta mar y las bases en Cuba revisadas en un futuro. El inquilino de la Casa Blanca accedió a desmantelar los misiles “Júpiter” de Turquía, pero exigió que esta parte del trato se mantuviera en absoluta reserva porque de lo contrario todo el convenio quedaría inválido. JFK había logrado convencer a su gente de la necesidad del famoso canje de misiles. Los de Turquía se retiraron en abril del siguiente año. (Lo que no sabía el jefe del Kremlin es que estos proyectiles estaban cerca de la obsolescencia y con el tiempo debían ser reemplazados por unos más modernos y eficaces).

Los dos mandatarios se proclamaron triunfadores y en realidad los dos sumaron puntos desde sus propias perspectivas. Pero lo cierto es que, a pesar de todos los errores cometidos, ambos hicieron concesiones y contribuyeron a evitar la catástrofe universal, el tan temido Armagedón. Y lo lograron librando agudas polémicas con sus colegas (en el caso de Jrushchov) y colaboradores (en el caso de Kennedy). La crisis puso en evidencia la amplia la superioridad nuclear de los Estados Unidos y, en consecuencia, la necesidad de la URSS de acelerar a fondo su carrera armamentista gracias a lo cual, un par de décadas después, pudo alcanzar a su adversario y equilibrar el balance atómico. De igual modo, La Habana, si bien pudo blindarse ante las amenazas de invasión de Washington, también quedó completamente atada a Moscú al menos hasta el derrumbe de la Unión Soviética. También como resultado de los hechos de 1962 se instaló una línea telefónica de emergencia entre la Casa Blanca y el Kremlin y, lo más importante, en agosto de 1963 las dos superpotencias suscribieron el “Tratado de prohibición parcial de pruebas nucleares en la atmósfera, el espacio exterior y bajo el agua”. 

Tres meses después John F. Kennedy fue asesinado en Dallas y en octubre de 1964 Nikita Jrushchov fue destituido de la dirección del Kremlin. Ninguno de los dos se imaginó durante la crisis de Cuba que terminarían sus carreras tan pronto y de maneras tan inesperadas. A pesar de muchos análisis y especulaciones quizá nunca se sepa a ciencia cierta cuánto y en qué medida influyeron los acontecimientos de 1962 en los destinos de estos líderes.

En un principio la errática política del presidente norteamericano hacia Cuba y la temeraria conducta del jefe soviético causaron la crisis. Por fortuna la sensatez de ambos, casi siempre en contra de la opinión de sus colaboradores y colegas, impidió luego el desastre. Tanto el uno como el otro habían combatido en la Segunda Guerra Mundial y habían sido testigos de lo que significaba un ataque con armas atómicas. Ninguno deseaba un conflicto nuclear y así lo expresaron en varias ocasiones. Tanto para los líderes de hoy como para el público en general, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki pueden ser algo lejano, casi remoto, y tal vez no son muy conscientes de lo que significa una contienda nuclear. Lo cierto es que los continuos ataques y contraataques verbales de Putin y Biden lo que están logrando es banalizar la posibilidad de una Tercera Gurrea Mundial, esa sí, la guerra para acabar con todas las guerras y, de paso, con la humanidad.

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí