Cien años del vampiro

Max Schrek interpretó el papel estelar de Nosferatu.

Crédito: Archivo personal

13 Marzo 2022 03:03 am

Cien años del vampiro

El mundo conmemora los cien años de la película 'Nosferatu: una sinfonía del terror', del director alemán Friedrich Wilhelm Murnau. Desde entonces, ese personaje de terror y ficción ha atrapado las emociones del público y ha sido recreado en incontables ocasiones por la literatura, el teatro y, por supuesto, el cine. Homenaje a una obra maestra del arte del siglo XX.

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Por Sandro Romero Rey

El 4 de marzo de 1977 se suicidó en Cali el escritor y crítico de cine Andrés Caicedo, uno de los gestores y cultores del llamado “gótico tropical”. En esa misma fecha, cincuenta y siete años atrás, se estrenó en Alemania la película titulada Nosferatu: una sinfonía del terror, dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau quien se había basado en la novela Drácula del escritor de origen irlandés Bram Stoker. Mucho se ha dicho y se ha escrito acerca de este film que configura un género y consolida un estilo. Realizado dentro de los parámetros del expresionismo alemán, el largometraje muy pronto se vio salpicado por todo tipo de leyendas que ayudaron, a no dudarlo, a consolidar la genialidad absoluta de sus imágenes. Solo basta recordar que la película casi desaparece (de hecho, el negativo original ya no existe) porque los herederos de Bram Stoker (en realidad, su viuda) se enteraron del estreno inminente de la película y demandaron por un asunto de derechos de autor. La cinta que, en sentido estricto, era una adaptación de la novela, debió cambiar su nombre y estrenarse con el título con el que hoy se le conoce universalmente: Nosferatu. La palabra, extraída del libro, pareciera ser una explicación cifrada de la eternidad de los vampiros, cuyo significado vendría del rumano antiguo. Allí comienzan los malentendidos: ni el personaje protagonista se llama Nosferatu (como el monstruo de la novela Frankenstein de Mary Shelley tampoco se llama así), ni la palabra nosferatu existe. En la versión de Murnau, el vampiro es un tal Conde Orlok, de Transilvania, el cual se obsesiona por la esposa del inocente Thomas Hutter, quien viaja hasta los Cárpatos a venderle una vivienda al enigmático habitante de un castillo situado entre las brumas y el misterio.

El mito del vampiro tiene orígenes remotos y se remonta a la siniestra existencia del temible Vlad el Empalador, hasta internarse por los helados laberintos de las leyendas rumanas. Cuando apareció el cine, en 1895, muy pronto los parámetros del terror terminaron instalándose en sus historias. Desde las películas del mago George Méliès, en Francia, hasta la consolidación de un estilo en la Alemania de finales de la Primera Guerra Mundial. En el libro De Caligari a Hitler, de Siegfried Kracauer, se explica el porqué de la fascinación germánica alrededor de las fantasías siniestras, hasta llegar a materializarse en el horror del nazismo. Buena parte de las grandes películas europeas del período silente se basaron en leyendas del más allá (El gabinete del doctor Caligari, El estudiante de Praga, La muerte cansada…) y configuraron todo un estilo que trascendía los límites del realismo. Tanto la pintura como el teatro y, por extensión, el cine encontraron en el expresionismo una vena inagotable: la de considerar lo Feo como un recurso complementario de “las Bellas” Artes. El mundo no debería ser idealizado a través de la perfección, sino que en él también cabe lo ominoso, lo temible.

Juntando copias tanto norteamericanas como europeas se ha logrado recuperar la totalidad del film y se le ha dado la dimensión que se merece.

Tras la realización de nueve películas con las que afianzó su estilo, F. W. Murnau (así se le conoce, a través de sus iniciales) descubrió, por Nosferatu, que el miedo podría ser un atractivo de dimensiones universales. No solo atraparía al espectador que asistía al cine como si fuese a una atracción de feria, sino que las películas que intimidaban a través de los territorios de la muerte podrían servir como reflexión del arte y de la filosofía. Para la realización de su película contó, en el rol protagónico, con un ser a todas luces enigmático: Max Schreck (al parecer, el personaje de la película de animación Shrek, de 2001, es un guiño al apellido del héroe de Nosferatu). Se tejieron toda suerte de leyendas sobre el intérprete y, en el año 2000, se estrenó la película La sombra del vampiro de E. Elias Merhige, en la que se recrea el rodaje del film y John Malkovich interpreta al actor que le dio vida al Conde Orlok. No se sabe, a ciencia cierta, quién era Max Schreck, salvo que había sido actor de teatro y había trabajado con el célebre director Max Reinhardt. Los creadores de leyendas se encargaron de construirle una tras-escena siniestra que poco se acerca a la realidad. Pero, como reza el adagio británico, “que la verdad nunca empañe una buena historia”. Así que el protagonista de Nosferatu terminó convirtiéndose, dentro del imaginario cinéfilo, en un personaje tan temible como el rol que interpretó.

Tras su estreno en 1922, la batalla contra el film de Murnau fue despiadada. La viuda de Stoker insistió en que el largometraje no debería existir y se empeñó en que desapareciera de la historia. Pero la película, como la peste que la impregna, ya se había distribuido por distintos lugares del planeta y logró salvarse milagrosamente. Hoy por hoy, la catástrofe de la historia del cine mudo es una saga que no termina de contarse. Son miles las cintas que desaparecieron bajo el fuego, ante la fragilidad de su soporte. Por fortuna, quienes cuidan los tesoros del “séptimo arte” se han encargado de reconstruir minuciosamente lo que resta para nuestros tiempos. Así ha sucedido con Nosferatu y, juntando copias tanto norteamericanas como europeas, se ha logrado recuperar la totalidad del film y se le ha dado la dimensión que se merece. Quizás uno de los homenajes más significativos al clásico de Murnau sería el que le rindió el director alemán Werner Herzog en 1979 quien, apoyado en las extraordinarias interpretaciones de Klaus Kinski (en el rol del vampiro), de Isabelle Adjani (como Lucy) y del recientemente desaparecido Bruno Ganz interpretando el rol de Jonathan Harker, realizaron la estupenda Nosferatu: fantasma de la noche. Algunos de los nombres de los personajes eran los mismos de la novela de Stoker, pero la película es un homenaje al clásico de Murnau, esta vez en colores y con un erotismo más acorde con los nuevos tiempos.

El mito del vampiro tiene orígenes remotos y se remonta a la siniestra existencia del temible Vlad el Empalador, hasta internarse por los helados laberintos de las leyendas rumanas.

En el nuevo milenio ya nadie duda de la genialidad absoluta de F. W. Murnau. Realizador de cuatro películas emblemáticas (Nosferatu, El último hombre, Amanecer, Tabú, esta última junto al documentalista norteamericano Robert Flaherty) su carrera se vio truncada a los cuarenta y tres años tras fallecer trágicamente en un accidente automovilístico en Estados Unidos. Para ese entonces, Murnau era un referente obligado cuando se hablaba del inmenso aporte del cine alemán. No sólo su cine consolidó el lenguaje del expresionismo en la pantalla sino que supo adaptar el mundo del teatro a las proyecciones de las salas oscuras, con adaptaciones memorables del Fausto, de Goethe, o de El tartufo, de Molière. Así mismo, con El último hombre, prefiguró la tragedia de los anónimos seres de la vida cotidiana en una gran ciudad y, de cierta manera, adivinó lo que, mucho años después, se llamaría el neorrealismo. Para completar su aporte, Murnau sería un maestro del melodrama, del documental y de la manipulación sensible e inteligente de las emociones de los espectadores, a través de la pluralidad de formas y la precisión absoluta de sus puestas en escena.

Nosferatu: una sinfonía del terror es hija de la literatura gótica. Es decir, de las letras que recogen los universos de la fatalidad y de lo temible, en autores como Edgar Allan Poe o H. P. Lovecraft, de novelas como El castillo de Otranto u Otra vuelta de tuerca. Pareciera que su espacio natural fuese el del frío, el de la niebla, el de las montañas heladas, el de los espectros invernales. Sin embargo, muchos años después, en la lejana Colombia, cineastas como Luis Ospina y Carlos Mayolo se encargaron de recrear, en el calor del Valle del Cauca, equivalentes sudorosos a lo que Murnau, cien años antes, había inventado para “la pantalla diabólica”, según la expresión de la historiadora Lotte Eisner. El puente entre Murnau y el cine de terror en el trópico sería, gracias a un destinito fatal, configurado por el escritor Andrés Caicedo, quien recrearía con entusiasmo el universo del horror. A los veinticinco años, Caicedo pondría fin a sus días un 4 de marzo, en la misma fecha en que el conde más famoso de la historia del cine se instalaría para siempre en el imaginario de las pantallas del mundo.

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