El exilio supremo de los Rolling Stones
13 Abril 2022

El exilio supremo de los Rolling Stones

Portada del álbum Exile on Main Street.

Crédito: Archivo particular

El 12 de mayo cumple 50 años de haber sido publicado 'Exile on Main Street', una de las joyas absolutas de la historia del rock. Un experto en la música y las andanzas de los Rolling Stones rememora cómo fue la delirante grabación de este álbum en la Costa Azul francesa.

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Por Sandro Romero Rey

La primera edad de oro de los Rolling Stones terminó en 1969 con la muerte de su fundador, Brian Jones, y el caótico concierto de Altamont, conocido como “el Woodstock de la Costa Oeste”, el cual fue inmortalizado en uno de los mejores documentales de la historia del cine: Gimme Shelter, dirigido por los Hermanos Maysles. En la nueva década, con el hipismo desdibujado y el nacimiento de otras utopías, la banda de Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Bill Wyman decidió ampliar su sonido con el joven guitarrista Mick Taylor y la participación de invitados como el saxofonista Bobby Keys, el trompetista Jim Price o el teclista Nicky Hopkins. Al mismo tiempo, a la entrada de los años setenta entendieron que había que tomar el negocio por los cuernos: eran famosos, los Beatles habían desaparecido, se les conocía como “la banda de rock and roll más grande del mundo” y, sin embargo, no había dinero en sus cuentas bancarias. Los derechos de sus canciones, hasta 1970, no les pertenecían. Así que Jagger se vio obligado a recordar todo lo que había aprendido en la London School of Economics y empezó a hacer las cuentas él mismo.

La primera jugada fue fundar la Rolling Stones Records, identificada por uno de los logos más famosos de la historia: una inmensa lengua inspirada en la figura de la diosa Kali y diseñada por el publicista John Pasche. Un año, entre giras y maniobras, se demoraron los Stones en publicar su nuevo álbum, titulado Sticky Fingers, obra perfecta desde todo punto de vista, con una carátula ideada por Andy Warhol, en la que se ve un primer plano de un hombre en jeans, con un zipper que podía abrirse y cerrarse a voluntad del oyente. El álbum fue un éxito pero aun las alforjas del grupo no se llenaban. Apareció entonces un personaje que, desde las tinieblas de los negocios puso la casa en orden. Se trataba del Prince Rupert Loewenstein quien, desde 1968, comenzó a asesorarlos. Con calculadora en mano les demostró que, en la práctica, los Rolling Stones estaban quebrados: si no se iban del Reino Unido, los impuestos terminarían por devorárselos. El ejército stoniano hizo mutis por el foro y decidieron instalarse en el sur de Francia.

Villa Nellcote, Villefranche-sur-Mer.
Villa Nellcote, en Villefranche-sur-Mer, alquilada por el guitarrista Keith Richards,  lugar donde se grabó la base del álbum.

Aunque cada uno de los integrantes se fue, con sus respectivas familias, a distintas locaciones, sería en la Villa Nellcôte, en la población de Villefranche-Sur-Mer, pegada a Niza, donde el guitarrista Keith Richards y Anita Pallenberg, su novia, consolidaron un centro de operaciones. Cuenta la leyenda que el búnker del guitarrista había sido sede de la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial. Y, de hecho, cinco décadas después de que la estrella del rock la alquilase, se ha convertido en sitio de culto. Incluso se ha publicado un bello libro sobre la historia de la construcción y de sus variopintos habitantes. Después de buscar en muchas partes, decidieron que el mejor lugar para grabar el nuevo álbum del grupo era en los sótanos del château de Mr. Richards. Toda la gestación del disco, que terminaría siendo doble y se llamaría Exile on Main Street, se convertiría en una auténtica fábula de los sueños del rock. Encerrados en las profundidades del castillo, sudando el verano de 1971, los Stones y sus colaboradores generaron una buena cantidad de canciones donde se respiraban sonidos de muchos frentes: del blues, del góspel, del rocanrol, del country. Mezclado por último en Los Angeles, su hermosa edición vio la luz el 12 de mayo de 1972 y, como sucede con las obras que se adelantan a su tiempo, no fue muy bien recibido. Los críticos siempre saben más que los artistas y lo consideraron un álbum casi inaudible. El tiempo se ha encargado de darles una bofetada a los escépticos y, hoy por hoy, es considerado la obra maestra de los Rolling Stones.

Hay mucho material de apoyo para entender la creación de esas cuatro caras maravillosas. Quizás las mejores guías están, por un lado, en el libro del crítico Robert Greenfield titulado Exile On Main Street: una temporada en el infierno con los Rolling Stones. Y, como complemento audiovisual, el documental publicado en 2010, titulado Stones in Exile y dirigido por el realizador Stephen Kijak. En todos ellos se descubre la gestación del prodigio, desde las primeras sesiones londinenses (en Stargroves, la casa de campo de Mick Jagger y en los Estudios Olympic), pasando por las razones del exilio francés y, sobre todo, haciendo énfasis en las interminables sesiones en el sótano de Villa Nellcôte, donde los instrumentos se desafinaban por la humedad y los músicos estaban distribuidos de manera casi surrealista: el bajista en un cuarto, su amplificador en otro, el baterista cerca de la cocina, los vientos en un corredor sin salida. Meses después, Jagger y Charlie Watts, acompañando al productor Jimmy Miller y al ingeniero Andy Jones, viajarían a Los Ángeles, y entre todos, con un buen número de músicos locales consolidarían el tesoro. En algún momento se llegó a pensar que el doble álbum era una seguidilla de las planeadas coincidencias entre los Beatles y los Stones: las portadas de Sgt. Pepper’s… y Their Satanic Majestic Request, Let it Bleed y Let it Be, los respectivos álbumes con tapas blancas… solo faltaba que el grupo de Jagger/Richards hiciese su propia colección de canciones originales para un álbum doble y así emular a sus pretendidos competidores. Pero, en realidad, nada se parece a Exile on Main Street. Ni siquiera otro álbum de los Stones.

Viviendo a orillas del Mediterráneo, Keith y su pandilla (se llegó a calcular que, en su casa, se instalaron hasta setenta personas entre músicos, técnicos, asistentes, cocineros, esposas, hijos y vendedores de droga…) terminaban a la madrugada las sesiones y se iban en sus lanchas a desayunar a algún puerto italiano. Esa ruta la llamaban en broma “Main Street”, como las principales calles de todos los pueblos en los Estados Unidos. De esa insólita rutina de música, excesos y felicidad salió la colección de dieciocho canciones que componen el álbum de 1972. En 2010 se hizo un relanzamiento con diez nuevos temas inéditos (algunos de ellos eran, en realidad, tomas alternas de canciones ya conocidas) y el Exile se convertiría en una nueva pieza de colección, al igual que buena parte del negocio Stones del nuevo milenio.

Cincuenta años después Exile on Main Street sigue creciendo. Para muchos es el álbum más importante de la historia del rock. Para otros, un disco caótico y delirante.

Como toda obra maestra, un misterio envuelve la factura del doble álbum. Empieza con un himno a la felicidad oscura titulado Rocks off, con una sección de vientos inimitable. Continúa con un rocanrol como solo los Stones saben hacerlo titulado Rip this joint. Sigue un cover del viejo maestro Slim Harpo titulado Shake your hips, donde se evidencia el virtuosismo del desaparecido Charlie Watts en la percusión. Avanzan por el medio del campo con el podrido Casino boogie y cierran la cara A con un clásico infaltable en sus conciertos: Tumbling dice.

En la cara B tocan el cielo con las manos gracias a la hermosa Sweet Virginia, se regodean en la tristeza a través de Torn and frayed, enarbolan banderas políticas en Sweet black angel, al parecer, en homenaje a la líder Angela Davies, y cierran con “la difícilLoving cup (así la calificó Andrés Caicedo en la novela ¡Que viva la música!), otra de las cimas de la colección.

Cara B

La cara tres se inaugura con la única canción de Keith Richards como vocalista titulada Happy (otra de las imprescindibles), aceleran la nota con la divertida y virtuosa Turd on the run, se rinden ante sus orígenes con Ventilator blues, coquetean con el góspel y los arrebatos místicos en I just wanna see his face, hasta cerrar el impulso con otra de sus hermosas y tristes baladas: Let it loose.

El asunto se cierra con la frenética All down the line, continúa con una versión de Stop breaking down, del patriarca del blues Robert Johnson, se consolidan con Shine a light, tema sublime en el que los acompaña el pianista Billy Preston, hasta cerrar la fiesta con Soul survivor. Cualquier oyente que se respete termina quitándose el sombrero.

Como sucede con las obras que se adelantan a su tiempo, el álbum no fue muy bien recibido. Los críticos lo consideraron un álbum casi inaudible. El tiempo se ha encargado de darles una bofetada a los escépticos y, hoy por hoy, es considerado la obra maestra de los Rolling Stones.

Si algo emociona de la edición en DVD del documental Stones in Exile es la cantidad de bonus tracks con estupendas entrevistas a los músicos y a personalidades extasiadas con semejante obra maestra, entre ellos, Martin Scorsese, Sheryl Crow y el guitarrista Jack White. Todos se rinden ante la genialidad del disco y filosofan al respecto. Pero quizás las declaraciones más profundas son las del productor Don Was, quien se encargó de oír las más de doscientas cintas de la producción del álbum para encontrar nuevos temas e incluirlos en la edición del nuevo milenio. Was reconoce la absoluta maestría de todos sus intérpretes, recomienda no sobrevalorar la leyenda de su grabación y admite que hay allí un misterio irrepetible que produce miedo, admiración y respeto. Por su parte, Jagger y Charlie Watts hacen un balance de dónde se grabaron cada uno de los temas y admitieron que, en los nueve meses que trabajaron en la villa de Keith Richards, salieron nueve canciones. Una por mes. Lo que indica que el asunto se lo tomaron muy en serio y no hubo trampas ni improvisación. Los Stones salieron de gira, entre junio y julio de 1972, donde se consolidó la apoteosis de sus presentaciones en vivo. De aquellos meses inolvidables salieron dos películas: Ladies & gentlemen: The Rolling Stones, de Rollin Binzer y, sobre todo, la prohibida Cocksucker blues del fotógrafo suizo Robert Frank, quien, a su vez, tomó las fotos para la carátula del álbum y filmó, en Super 8 mm, las imágenes que luego servirían para el video-clip promocional de la canción Rocks off.

Concierto Stones 1972
Para promocionar el álbum los Rolling Stones en 1972 salieron de gira. Esta imagen se captó en su presentación en Charlotte, Estados Unidos.

Cincuenta años después Exile on Main Street sigue creciendo. Para muchos es el álbum más importante de la historia del rock. Para otros, un disco caótico y delirante. Sea lo que sea, es innegable que se trata de la cima absoluta de una banda que, entre el 1 de junio y el 31 de julio del 2022, celebra sus sesenta años de existencia con un tour por las principales ciudades europeas. Si alguna vez se dijo que los Rolling Stones habían hecho un pacto con el demonio, todo indica que, gracias a la eternidad de su música, pareciera que tuviesen un apoyo sobrenatural para la eternidad. “Que la leyenda nunca opaque una buena historia”, dice el exbajista Bill Wyman. Y, si de leyendas se trata, la de Exile on Main Street es la cima de las fábulas fascinantes del rocanrol.

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