Yuma: la película soñada
27 Febrero 2022 02:02 am

Yuma: la película soñada

El río Magdalena, un laberinto de historias de vida y muerte que han sido mil veces contadas por sus músicos.

Crédito: Archivo particular

‘Yuma, río sonoro’ es un proyecto que quiere mostrar el río Magdalena, sus historias de vida y muerte, a través de la música. Sus realizadores están en busca de los recursos que les permitan cumplir con su sueño.

Por: Eduardo Arias

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Esta semana comenzó a distribuirse por redes sociales y el boca a boca un link que busca recaudar fondos para el rodaje de Yuma, río sonoro, “una película musical del río Magdalena, cuna de la cumbia y muchas más, de alegrías. De tristeza, de vida y de muerte”, como se lee en la convocatoria que circula en redes para seducir a posibles financiadores que se anoten en el crowdfunding (o vaca) que les permita reunir los fondos necesarios para el rodaje.

Detrás de esa movilización hay una larga historia que involucra a Simón Hernández, cineasta; Simón Mejía, músico y líder de la agrupación musical Bomba Estéreo, y Liliana Andrade, periodista y realizadora audiovisual, que se subió a este bus (o, mejor, a un vapor del Magdalena) para ejercer la producción ejecutiva del proyecto, aunque también aporta sus puntos de vista basados en su ya larga trayectoria como realizadora de documentales y programas de televisión. “Ellos me llamaron para que los ayudara a concretar la logística, porque estos proyectos independientes son difíciles”, dice Liliana. “Pero yo participo también en la parte creativa. Qué vamos a decir, qué planos se ven bonitos, qué locaciones son las ideales. meto la cucharada en todo y, además, yo soy la que ha hecho la mayoría de las entrevistas”.

“Los simones”, como los llama Liliana, se conocen y son amigos desde que eran niños. Liliana Andrade y Hernández ya habían trabajado juntos en un documental sobre Ultrágeno, uno de los grupos más representativos del rock colombiano de los años noventa y el cambio de siglo. Y con Simón Mejía ella también había trabajado en el programa Mucha Música, del canal CityTV.

Simón Hernández, cámara en mano, y Simón Mejía, en su estudio portátil de grabación. Con ellos está Abundio, un músico y artesano de Mompox.
Simón Hernández, cámara en mano, y Simón Mejía, frente a su estudio portátil de grabación. Con ellos está Abundio, músico y artesano de Mompox.

La historia de Yuma, río sonoro también es larga. Hernández y Mejía ya llevan muchos años dedicados a investigar, a recorrer la zona, a captar imágenes y, por lo tanto, a familiarizarse más y más con el río, sus paisajes, sus pobladores y su música. Han hecho ya tres viajes al río (Liliana estuvo presente en los dos últimos) y esto les ha permitido profundizar más su mirada.

La investigación, que nació de un intento de mostrar el río desde la perspectiva de la gran diversidad musical que se da en las dos orillas de sus 1.550 kilómetros de longitud, les ha mostrado que el Magdalena es mucho más que su cultura, sus tradiciones y sus gentes. Es un río que atraviesa de sur a norte el país, que hasta bien entrado el siglo XX fue su principal vía de comunicación y al que, sin embargo, el país no solo le ha dado la espalda sino que también lo ha convertido en un espejo de sus peores males: contaminación, deforestación, sedimentación y, aún peor, también es una fosa común por donde han bajado y siguen bajando las víctimas de décadas de guerra y violencia. “Al río le hemos dado la espalda, en él hemos depositado nuestras frustraciones y dolores. Nunca lo hemos visto desde el lado de la cultura para aprovecharla y atraer riqueza a través del turismo. Ese es un frente que deberíamos explorar”, señala Simón Hernández.

Liliana Andrade, Simón Mejía y Simón Hernández.
De izquierda a derecha, Liliana Andrade, Simón Mejía y Simón Hernández, en uno de sus viajes de investigación al Bajo Magdalena.

Algo que los dejó impactados es la pobreza que se refleja en esas comunidades que giran alrededor del folclor. “Es algo muy marginal, como en el punto de olvido. Es doloroso pero es el país que siempre ha sido”.

“La película refleja el mito de la vida y de la muerte. La vida es esa música, el folclor, cómo hacen música los habitantes de los caseríos a orillas del río. Paralelamente, ellos conviven con un río del que se dice que si llegara a secarse sería el cementerio más grande de Colombia”, dice Hernández. “El río muestra la grandeza de Colombia a través de su música pero también es testigo mudo de esos cientos, de esos miles de cadáveres que han bajado a lo largo de esta guerra interminable”.

Pintar ese río de vida y muerte se convirtió en el hilo conductor. La historia se cuenta a través de personajes que viven en distintos puntos del trayecto. Cada uno de ellos es guardián de alguna tradición musical específica, muchas de ellas en peligro de perderse para siempre cuando ellos mueran.

La película menciona todo el recorrido del río, pero se ha centrado en su trayecto final, el bajo Magdalena. Esta decisión la tomaron en gran parte, porque Simón Mejía conoce muy bien los ritmos de la parte baja del río, que genéricamente se denominan como cumbia. A medida que se avanza hacia el sur aparecen las guitarras y ya en Huila y Tolima la música del río es casi toda de cuerdas, muy cercana al bambuco y la guabina, y Mejía reconoce que no forma parte de su formación musical. “En esta parte baja del río, la música es muy poderosa y lo ha sido así por muchos siglos”, dice.

 

El punto sur del recorrido es el municipio de El Banco y el final es en Trojas de Cataca, en la Ciénaga Grande de Santa Marta, majestuoso cuerpo de agua que antes de que taponaran caños y rellenaran humedales formaba parte del delta del río Magdalena. Trojas de Cataca es un pueblo que, un día antes de la masacre de Nueva Venecia, sufrió un ataque del que nadie se acuerda y hoy es un pueblo fantasma al que nadie volvió y donde solo vive una familia. “Uno de sus miembros es don Humberto, conocedor de un ritmo denominado son de negros”.

La historia se cuenta a través de personajes que viven en distintos puntos del trayecto. Cada uno de ellos es guardián de alguna tradición musical específica

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El punto sur del recorrido es el municipio de El Banco y el final es en Trojas de Cataca, en la Ciénaga Grande de Santa Marta, majestuoso cuerpo de agua que antes de que taponaran caños y rellenaran humedales formaba parte del delta del río Magdalena.

El río cuenta la historia de la música que allí se ha oído por siglos. La música de los indígenas que le dio origen a la cumbia, luego la llegada de los tambores africanos y más adelante la influencia mestiza. La música del río es muy amplia. En el caso específico de esta película se muestra una gran diversidad de géneros y ritmos que se originaron en música indígena que existía antes de la llegada de los esclavos africanos. Era una música de flautas que se utilizaba en rituales. Los tambores africanos le aportaron otra rítmica. “Le pusieron una nueva vibra, más groove, por así decirlo”, señala Mejía. Y agrega: “Ritmos hay enemil. La cumbia es la punta del iceberg, la que más se conoce en Colombia y en el mundo porque además se expandió por toda América Latina”. Debajo de la cumbia, de la punta visible del iceberg, está sumergida la música de tambora, los bailes cantados, el bullerengue, el fandango, el pajarito, una gran diversidad de variaciones de esos golpes de tambor.

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En el Bajo Magdalena el río es tan ancho que puede confundirse con una ciénaga. La música es una puerta de entrada a las historias de este mundo anfibio que desconocen la mayoría de los colombianos.

Y esa diversidad se refleja en la travesía. En la zona de El Banco predomina la música de tambora que no tiene flautas, Al acercarse a la zona de San Jacinto y la Sierra Nevada de Santa Marta aparecen las gaitas, se va volviendo más cumbia. Aparece entonces la flauta de millo y el acordeón y se llega a Barranquilla. “En el Carnaval de Barranquilla uno puede ver todas esas manifestaciones. Alguien que no conozca diría que todo eso es cumbia. Pero no, ahí están presentes muchas ramificaciones basadas en esa misma raíz”, señala Mejía. La película busca mostrar esa metáfora de cómo a medida que el río avanza la música se va enriqueciendo, sobre todo en instrumentos, y se nutre de nuevos aportes e influencias que han permitido su constante evolución.

La música de la película tendrá dos universos. Uno estará a cargo de todos estos personajes que presentarán sus canciones acompañados por otros intérpretes de su comunidad. Ellos tocarán uno o dos temas que se grabarán en vivo y relacionadas con la temática de la película. El otro componente será una banda sonora que trabajará Simón Mejía, en un ámbito más cinematográfico. Yuma, río sonoro pretende mostrar un camino a través de sus músicos, pero también de esa experiencia de vida y muerte del río. “En la música que se escucha a lo largo del río siempre están presentes ideas de dolor,de sangre, de desplazamiento”, dice Hernández. Más allá de entrevistar personas y presentar músicos, Yuma, río sonoro busca mostrar las vivencias de la gente, contar sus historias como si fuera un collage de minidocumentales.

La película busca mostrar esa metáfora de cómo a medida que el río avanza la música se va enriqueciendo, sobre todo en instrumentos, y se nutre de nuevos aportes e influencias que han permitido su constante evolución.

El interés que despierta la música en mucha gente, termina siendo entonces una puerta de entrada a las alegrías y tristezas del río y sus pobladores. “Este documental pondrá su grano de arena para hacer visible esa Colombia que mucha gente no ve, o que cree que es una Colombia de otras épocas”, dice Liliana. “La música se vuelve un vehículo para contar historias de las personas que nacen, viven y mueren allí”. La investigación y los recorridos los ha llevado a entender que contar la historia del río Magdalena es contar la historia del país.

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