La regresión de Íngrid Betancourt
3 Febrero 2022

La regresión de Íngrid Betancourt

Ingrid Betancourt después de su regreso a Colombia.

Crédito: Colprensa

A nadie sorprende que haga campaña con un discurso contra la corrupción, pero sí que Íngrid vuelva a ser la política altisonante que fue imbatible en la arena electoral hasta su secuestro en 2002.

Por: Alfredo Molano Jimeno

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Por Alfredo Molano Jimeno

La transformación repentina que sufrió Íngrid Betancourt al darle un portazo en las narices a la Coalición de la Esperanza, le hizo recordar al país a la política estridente de antes de su secuestro en 2002, cuando repartía condones en los semáforos y acusaba de corruptos desde el presidente para abajo. Su súbita decisión de lanzarse a la Presidencia de la República le asestó un golpe mortal al esfuerzo que, para llegar unidos, adelantaron por meses los principales líderes del denominado centro político. En esta jugada, Íngrid tuvo una metamorfosis, o bien podría decirse que sufrió una regresión.  De la voz conciliadora y atemperada que servía como garante de un proceso de unificación, pasó a convertirse en una decidida candidata a la presidencia que, haciendo las veces de juez moral, define quiénes de sus antiguos compañeros son clientelistas y quiénes no.

Su súbita decisión de lanzarse a la Presidencia de la República le asestó un golpe mortal al esfuerzo que, para llegar unidos, adelantaron por meses los principales líderes del denominado centro político.

Íngrid Betancourt Pulecio nació en París, el 25 de diciembre de 1961, en cuna de oro: su padre, Gabriel Betancourt Mejía, era entonces embajador ante la Unesco. Luego fue ministro de Educación del gobierno de Carlos Lleras Restrepo. Su madre, Yolanda Pulecio, fue una reina de belleza que adelantó una de las obras de beneficencia más connotadas de los años 1980 e incursionó brevemente en la política de la mano de Luis Carlos Galán. Un matrimonio que se posicionó en el curubito del poder colombiano, con acceso a empresarios, políticos y diplomáticos. Íngrid posee la doble nacionalidad, -francesa y colombiana-, y un carácter recio.

Algunas personas cercanas a Íngrid, en diferentes momentos de su vida, no dudaron en afirmar ante la revista Cambio que en nada les sorprende la manera como Betancourt decidió volver a las grandes ligas de la política. “Ella es una persona que siempre ha tenido la convicción de que va a salvar a Colombia”, afirmó alguien que por tres décadas ha pertenecido a su círculo de amigos y colaboradores. “Nada de lo que está pasando con Íngrid me sorprende. Ese ha sido su talante. Ella cree que tiene la autoridad moral para juzgar a los otros”, comentó otra personalidad que pidió la reserva de su identidad por la estrecha relación que mantiene con la hoy candidata del movimiento Oxígeno. Las cinco personas consultadas para este artículo coinciden en que no les extraña que Íngrid haya decidido lanzarse a la presidencia con un discurso de lucha contra la corrupción en el que señala a sus rivales, como lo hizo con Alejandro Gaviria, como proclives al clientelismo y las maquinarías políticas.

Ingrid Betancourt con Juan Manuel Santos
Ingrid Betancourt con Juan Manuel Santos el día de su liberación.

“Para mí es la misma Íngrid Betancourt de antes del secuestro. Esa que hacía política desde una pretendida superioridad moral que la llevaba a juzgar de corruptos a quienes no comulgaban con sus ideas. Su vida pública antes de 2002 siempre giró en torno al poder y la obsesión de cambiar las prácticas corruptas. Creo que no es sorpresivo lo que hizo ahora; lo que pasa es que el país olvidó quién era Íngrid y cómo hacía política”, anotó un veterano reportero. Al revisar el trasegar de Betancourt en la vida pública se observan algunos elementos: su incursión en la vida política vino de la mano de su madre, quien tenía el prestigio que le daban sus albergues infantiles para habitantes de calle, los cuales le valieron el apodo de “mamá Yolanda” y la llevaron a ser directora del Departamento de Bienestar Social durante la alcaldía de Virgilio Barco, en Bogotá. 

En su libro La rabia en el corazón, Íngrid da cuenta en detalle de su ingreso a la actividad política, que se derivó, en parte, del desencanto de su madre, quien había sido concejal de Bogotá en 1980, desde cuando sostuvo una estrecha relación con el jefe del Nuevo Liberalismo, Luis Carlos Galán, quien la convenció de aspirar a la Cámara en 1986 y al Senado en 1990. Sin embargo, el asesinato de Galán en 1989, día en que Yolanda se había encontrado con él, marcó la puerta de salida de Pulecio de la actividad electoral. En 1990, Íngrid regresó de su largo período de vida en Francia. Era el gobierno de César Gaviria, tenía 29 años y se hallaba recién separada de su primer esposo, Fabrice Delloye. El entonces ministro de Hacienda, Rudolf Hommes, la contrató como consejera técnica y le encargó la tarea de formular un plan de desarrollo para el Pacífico. Allí, asegura Íngrid en su libro, se estrelló con la corrupción de las autoridades locales y la malversación de fondos públicos.

Posteriormente, Íngrid pasó a ser consejera técnica del entonces ministro de Comercio Exterior, Juan Manuel Santos, con quien construyó una fuerte amistad que perdura hasta el día de hoy. Por esos días su madre terminaba su período como senadora. Entonces le dijo: “Desde la muerte de Galán yo no tengo energía ni fe. Me retiro de la política. ¡Lánzate, Íngrid! Este es el momento. Tienes la experiencia de haber trabajado en un gobierno y la edad para encarnar la renovación”. Así, Íngrid Betancourt se lanzó a la Cámara de Representantes con una campaña muy sonada y polémica, pues repartía preservativos en los semáforos y declaraba que la corrupción era el sida de Colombia. En 1996 salió elegida representante a la Cámara por Bogotá. En el Congreso, Íngrid se destacó por hacerle una dura oposición al gobierno de Ernesto Samper e integró un grupo que se conoció como los cuatro mosqueteros, en el que también tomaron parte Carlos Alonso Lucio, exmilitante del M-19; Guillermo Martínezguerra, un militar retirado famoso porque dormía en un féretro, y María Paulina Espinosa, a quien llamaban Pum Pum.

Íngrid Betancourt en una conferencia en París en 2001, antes de ser secuestrada.
Íngrid Betancourt en una conferencia en París en 2001, antes de ser secuestrada. Foto: Reuters.

Los cuatro mosqueteros, en especial Íngrid, se convirtieron en una de las pesadillas que tuvo el gobierno de Ernesto Samper. Sus debates agitaron las aguas del escándalo de los narcocasetes y el llamado proceso 8.000. De este período de la vida política de Íngrid quedaron dos registros. Uno, su participación en un debate de control político por un contrato para la compra de los fusiles Galil a una empresa israelí. “En ese debate Íngrid tuvo una actitud oportunista e hipócrita. Lo montaron con base en una investigación que hicimos desde la revista Cambio16 exigiendo transparencia en la compra de las armas, pero ella nunca dijo que sus amigos y financiadores de su campaña tenían intereses en el negocio”, explicó el reportero que destapó para Cambio16 la compra de las armas y la amistad de Íngrid con Camilo Ángel, hijo del representante legal de la firma americana Colt, que también se había postulado para que le dieran el jugoso contrato. El segundo registro está enmarcado en un debate a la política de seguridad del Gobierno, encabezado por Lucio, quien exponía la necesidad de replantear la lucha contra las drogas. Para ello, se entrevistó con distintos actores ilegales, entre ellos Carlos Castaño, como consta en un video en el que por primera vez se vio la cara del jefe paramilitar. Y también se entrevistó con los hermanos Rodríguez Orejuela, evento en el que participó Betancourt.

Los cuatro mosqueteros, en especial Íngrid, se convirtieron en una de las pesadillas que tuvo el gobierno de Ernesto Samper. Sus debates agitaron las aguas del escándalo de los narcocasetes y el llamado proceso 8.000.

De la Cámara de Representantes, Íngrid salió con un importante reconocimiento público y un proceso ante el Consejo de Estado por presunto tráfico de influencias, ya que el recién posesionado presidente Ernesto Samper, tuvo una reunión privada con la parlamentaria. Y,  según el mandatario, ella le habría solicitado interceder en favor de su padre por un asunto pensional. Íngrid se defendió ante la justicia, reconoció haber hecho un comentario sobre la situación pensional, pero negó haberle pedido algo a Samper. Al final, la justicia la absolvió y, en 1998, salió elegida como la senadora con mayor votación del país. En esta ocasión su campaña la condujo también sobre el eslogan anticorrupción, y repartió 1.000 camisetas con el elefante que simbolizaba el proceso 8.000. Para ese momento, Íngrid era una figura política. El pulso electoral era entre Andrés Pastrana y el exministro del Interior Horacio Serpa. Betancourt tomó partido por el candidato conservador, con quien hizo un acuerdo para impulsar una reforma política y un referendo ciudadano para luchar contra la corrupción.

Entonces Íngrid llegó al Senado apoyando al gobierno de Pastrana. Con el paso de los días las relaciones entre la parlamentaria del Partido Verde Oxígeno y el Ejecutivo se agrietaron, especialmente porque Pastrana nombró ministro del Interior a un exsamperista, el abogado Néstor Humberto Martínez, quien inició una concertación con los partidos políticos y terminó por llevar al traste la reforma que Betancourt había liderado. En su libro, Íngrid narra el desencuentro con Pastrana, quien iracundo y dando golpes a la mesa le dijo que su compromiso no implicaba hacer una reforma contra los partidos tradicionales. El gobierno de Pastrana se consumió entre los ires y venires del proceso de paz con las Farc en el Caguán, sobre el cual la senadora tenía una posición de apoyo moderado que por momentos se tornaba en discurso antisubversivo. En febrero de 2002, y en el ocaso del gobierno Pastrana, se rompió el proceso de paz, e Íngrid decidió viajar a hacer campaña a San Vicente del Caguán, donde la guerrilla tenía el control absoluto del territorio. En esas circunstancias, Íngrid fue secuestrada, y en poder de las Farc permaneció seis años crueles y muy largos, hasta que en la llamada Operación Jaque, el ejército la rescató a ella, y a 14 secuestrados más, sin que se disparara un solo tiro.

De su paso por la Cámara, uno de sus compañeros en el Congreso considera que Íngrid siempre mantuvo un discurso anticorrupción a rajatabla. “Para ella todos los políticos éramos unos ladrones, unos corruptos, menos ella. Eso me molestaba mucho, pero tengo que reconocer que lo hacía porque ella es una convencida de que su sistema de valores es intachable. Luego nos volvimos muy amigos y aún lo somos. La considero una mujer muy valiosa, pero me ha sorprendido un poco que en esta campaña haya aceptado que una sobrina suya encabece la lista de la Cámara, pues el nepotismo es algo que se critica y se puede asimilar a la corrupción. También me resulta sorprendente que se ponga como coordinadora de una colación donde hay de todo, clientelismo, maquinarias y líderes de opinión. La veo desubicada. Creo que la ausencia de Colombia la tiene dando tumbos y que no tiene la información que se requiere para sacar adelante una campaña,” advierte el exparlamentario.

Otra voz, también de alguien que ha mantenido una relación política y de amistad con la candidata presidencial, sostiene que “aunque Íngrid es una mujer de principios y valiosa para el país, a la que no se le pueden quitar méritos ni por el episodio de la Colt, ni por su reunión con los Rodríguez Orejuela, ha tomado el camino de juzgar a sus rivales políticos al estilo de la Inquisición, y toda inquisición supone una doble moral”.

De otro lado, una persona que se considera amiga personal y de su círculo íntimo interpreta así lo ocurrido: “Siento que enloqueció, pues está convencida de que puede ganar. El cambio de actitud fue repentino. Algo tuvo que haber sucedido entre su salida de Bogotá, el 16 de diciembre, y su regreso de Francia el 16 de enero. Ahí cambió el chip. No sé qué pasó, pero se transformó. Hace cuatro años ella había hecho el mismo ejercicio de mediación entre Petro, Claudia y Antanas. Y logró firmar un acuerdo en piedra. Ella lo logró. Y se suponía que esta vez venía a eso, a ser garante, un puente, pero de repente cambió. Creo que quien la pudo haber influenciado para que se lanzara sola fue el expresidente Santos. Entonces ella  seguramente pensó: como en la coalición no pudieron hacerlo juntos, lo voy a hacer yo sola. Su tono mesurado, su espiritualidad, su templanza, se diluyeron y volvió a ser la Íngrid de antes del secuestro, con el agravante de que ella hoy no sabe sumar ni entiende quién es quién en Colombia”.

En estos términos la ven quienes la han acompañado y la aprecian como persona y como política. A ninguno le sorprende que vuelva a la carga con su discurso anticorrupción ni que aspire a convertirse en presidente de la república, pues coinciden en que tiene los méritos y la inteligencia. Lo que sí los cogió por sorpresa fue el regreso de la Íngrid altisonante y agresiva, pues creyeron que esa política que hacía campaña desde lo moral había quedado en la selva, donde se habían enmaniguado su vanidad personal y sus ambiciones electorales.        

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