Gustavo Petro, clandestino en Zipaquirá
27 Mayo 2022 09:05 pm

Gustavo Petro, clandestino en Zipaquirá

Gustavo Francisco Petro Urrego tiene 62 y esta es su tercera elección presidencial.

Crédito: Archivo Colprensa

'Cambio' reconstruyó al Petro de los años 80 que pasó de bachiller ejemplar del Colegio Juan Bautista de la Salle en Zipaquirá a guerrillero. Anecdotario del Bolívar 83.

Por: Alfredo Molano Jimeno

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En su cierre de campaña, Gustavo Petro arrancó el día en la Plaza los Comuneros de Zipaquirá. El mismo municipio donde trasegó su juventud y este periplo político que hoy lo tiene muy cerca de ser presidente de la república. 

A sus 62 años y con tres intentos por llegar a la Casa de Nariño, Petro es un fiel representante de la generación de los años 60, si no de toda –al menos–, de quienes vieron un referente en la revolución cubana y en el Chile de Salvador Allende. Muchos de ellos tomaron las armas y se fueron para la guerrilla. Petro lo hizo a los 18 años. Vivía en Zipaquirá y estudiaba derecho en el Externado. Se hizo llamar Aureliano, en honor al personaje de Gabriel García Márquez, y juró dar la vida por transformar este país. Sus métodos han cambiado, pero su idea sigue intacta.

Gustavo Francisco Petro Urrego es el mayor de tres hijos del matrimonio entre Gustavo Petro Sierra, nacido en Ciénaga de Oro, Córdoba, y Nubia Urrego, oriunda de Gachetá, Cundinamarca. La familia Petro Urrego llegó a Zipaquirá en 1970, año en que resultó presidente Misael Pastrana en una controvertida elección que motivó el surgimiento de la guerrilla del M-19. Gustavo tenía 10 años e ingresó al Colegio Nacional San Juan Bautista de La Salle. 

“A Zipaquirá, el pueblo que me vio crecer, le debo mi educación. Le debo las bases de mi lucha política. Mi construcción política se hizo aquí. En estas calles, en las cafeterías, en la casa cultural, en los barrios, en el colegio de mi bachillerato. Colegio público cuya calidad nada tenía que envidiarle a la calidad educativa de los colegios privados. Un colegio en el que también estudió el único premio nobel de literatura que hemos tenido: Gabriel García Márquez”, declaró el domingo pasado ante una plaza repleta de gente que lo vio crecer.

Y es que en este municipio de la sabana bogotana Petro dejó las huellas de sus andanzas de juventud. Así relata su primer recuerdo del candidato Luz Marina, la hermana de Gonzalo Suárez, uno de los grandes amigos de Petro, quien lo acompañó desde la guerrilla hasta hace dos años, cuando murió. “El gordo lo acompañaba a todos lados y era quien manejaba, pues Petro nunca aprendió”, cuenta Luz Marina, y relata así su primer recuerdo del hoy candidato:

“La primera vez que lo vi llegó a mi casa y tocó la puerta. Abrí y le pregunté: 
—¿A quién necesita? 
—Al gordo –respondió.
Voy a llamar a mi hermano. Gonzalo me pregunta que quién lo busca. No le supe decir y cuando observó al joven que estaba parado en la puerta, simplemente anotó:
—Ahh, el flaco”

Petro Zipa
Gonzalo Suárez fue uno de los grandes amigos de Gustavo Petro. Aquí en Zipaquirá en los años 80.

Petro entró al M-19 en 1978 a través de Pío Quinto Jaimes, un profesor santandereano que lo encargó de realizar tareas de movilización social y empezó a perfilarlo como un cuadro político que podía jugar un papel público y otro clandestino. Por esos días, Petro escribía algunas notas de prensa en la Carta del Pueblo, un periódico local que había fundado con su grupo de amigos del colegio y que se autodenominó el GJ3, por las iniciales de los cuatro fundadores (Gustavo, Germán, Gonzalo y Jairo).

La fundación del barrio Bolívar 83 fue la primera obra política de Gustavo Petro. Venía de ser personero y estaba sintonizado con los reclamos sociales de los habitantes de Zipaquirá. Élder Cuervo, de 83 años, es una de las mujeres que participaron en la lucha por el barrio. “Íbamos por una vivienda digna y él se solidarizó con nosotros, bueno, nosotras, pues la mayoría éramos mujeres”, relata sentada en una silla de plástico, esperando el discurso de Petro en la plaza de Zipaquirá. 

Doña Élder lleva un extremo de una cartulina blanca que hace las veces de pancarta. Está adornada con fotos de Petro en diferentes momentos de su vida, desde joven hasta hoy. En todas aparece Petro abrazado a un grupo de mujeres que, hoy canosas, se definen como las viejitas del Bolívar 83. “El 17 de julio de 1983 un grupo de personas nos tomamos El Cedro, un predio privado. Fue el primer intento, pero de allí nos sacaron con el Ejército y a bolillazos. Ahí conocí a Petro. Era un muchacho y nos ayudaba echando pala y poniéndoles periódicos a las casitas que estábamos armando. Cuando le vi las manos con ampollas y sangre de echar pala, pensé que el muchacho estaba haciendo gran esfuerzo porque no tenía ni callos”, dice entre risas.

viajitas del bolivar

El otro extremo de la pancarta lo lleva Blanca Cecilia Garnica, de 76 años. Al narrar los cuentos de esos tiempos se emociona, y las mujeres del Bolívar que se encuentran ahí se giran para oírla narrar: “Petro nos acompañó en la lucha por nuestros lotes, y ahora que ya estoy vieja y enferma pienso qué sería de mí sin mi casita. Recuerdo que él empezó a reunirnos para organizar la invasión, la primera fue en una casa en San Rafael. Después hicimos una huelga de hambre de dos días aquí en este mismo parque, mientras Petro trataba de convencer a la alcaldesa de que nos dejaran hacer el barrio”.

Cecilia también rememora que una vez fundaron el Bolívar, tenían que hacer guardia de día y de noche porque la policía se les metía a tumbarles las casas para aburrirlos. De la construcción del barrio, Petro salió convertido en un líder comunal, y en 1984 fue elegido concejal. Pero la vida pública no le duró mucho, en enero del siguiente año se rompió la tregua entre el “Eme” y el gobierno de Belisario Betancur y Petro empezó sus años de clandestinidad y persecuciones.

“Ese tiempo fue terrible. A Gustavo empezaron a buscarlo por todo el Bolívar y nosotras a esconderlo. Una vez lo sacamos a las cuatro de la mañana, hora en que salen las cortadoras de flores a trabajar. Ese día lo disfrazamos de mujer. El ejército lo estaba buscando y se lo pasamos por al frente y no se dieron cuenta, a pesar de que ni sabía caminar en tacones”, recuerda Cecilia con una sonrisa de picardía. 

petro zipa

Otra mujer que oía a Cecilia agrega una anécdota: “Yo me acuerdo que una vez iban Petro y el gordo escapándoseles. El gordo llevaba un revólver y los del F2 ya los tenían pisteados, entonces les pusieron el cerco para detenerlos y cuando ya los iban a coger, pasó doña Irene con una canasta. El gordo se le acercó como a saludarla de abrazo y le echó la pistola en el canasto. Ella se fue y cuando los requisaron y no les encontraron el arma, quedaron desconcertados, pero así era la relación del barrio con Gustavo y con el Eme”.

Otra de las historias de esos días de persecución a Petro en el Bolívar es contada por una mujer de unos 50 años. “Mi hermana dice que tuvo el privilegio de amanecer con Petro –relata con malicia, y sigue el cuento–: “una vez llegó Gustavo afanado. Venían buscándolo y mi mamá lo escondió en la casa. Entonces cuando tocaron a la puerta los militares él se metió en el cuarto de mi hermana que estaba en la cama y se le metió, se tapó la cara con la cobija y se hizo el dormido. Unos soldados entraron al cuarto y mi hermana les dijo que su marido acababa de llegar muy cansado y estaba profundo. Ellos se la creyeron y se fueron”.

Los relatos del escapismo de Petro en el Bolívar son infinitos. Y acabaron en 1986, cuando en una redada un niño fue interrogado por el Ejército y dio la ubicación del escondite donde se encontraba Petro. Ese día fue apresado por primera vez. Lo llevaron a la Escuela de Caballería y lo torturaron. En la cárcel Modelo de Bogotá cumplió 16 meses de prisión y salió en febrero del 87. Al volver a la vida civil, la persecución en su contra continuó, con amenazas de por medio.

Un viejo dirigente del Eme encontró por esos años a Petro en Santander, donde se refugiaba de los seguimientos y amenazas. El veterano guerrillero venía de Cauca y le habían ordenado montar una guerrilla en Santander porque en ese momento no había organización militar. “El compañero Aureliano venía de Bogotá. Era un estudiante que venía escondiéndose porque lo estaban buscando los organismos y corría peligro su vida. Su misión era reorganizar el desmantelado M-19. Lo encontré en una casa en Girón, con su esposa y su primer hijo, que tenía unos tres o cuatro años”, narra.

Su impresión sobre Petro fue que se trataba de un típico cuadro político urbano, que nada sabía de armas ni de lucha guerrillera. “Se la pasaba estudiando, duraba semanas enteras encerrado escribiendo y leyendo. Le pregunté qué quería y dijo que quería coordinar el trabajo político de Barrancabermeja y Santander con los sindicatos. Él tenía la visión de que con ellos se podía construir un gran proyecto político. En eso lo volvieron a capturar en Barranca”, recuerda.

En 1990, Petro dejó las armas en la desmovilización del M-19, fue uno de los asesores del equipo de apoyo a los constituyentes de 1991 y desde entonces su carrera política ha sido a la luz pública. De guerrillero de cafetería, como lo caracterizó alguna vez el expresidente Álvaro Uribe –quien como senador fue ponente de la amnistía que permitió la reinserción del hoy candidato-, Petro pasó a las grandes ligas de la política. Estuvo unos años en el exilio en Bélgica, donde aprendió a hablar francés mientras adelantaba sus estudios en medio ambiente, banderas que se convirtieron en centrales de su ideario.

En 1997 fracasó en su intento por llegar a la Alcaldía de Bogotá, y un año después fue elegido representante a la Cámara. De ahí pasó al Senado y desde entonces se convirtió en una de las principales figuras de la izquierda colombiana. Fue alcalde de Bogotá, y con este, ya son tres los intentos por llegar a la presidencia; pero esta vez, el menudo joven zipaquireño, el flaco, Aureliano, el dirigente del Bolívar 83, verdaderamente está cerca de cumplir el juramento revolucionario que se hizo en el cerro de Juaica cuando apenas tenía 17 años. Y según la gente que lo conoció en esos tiempos, Petro es el resultado de una larga cadena de afectos que lo salvó una y mil veces en el camino que lo tiene hoy a las puertas de la Casa de Nariño. 
 

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