María Paula Correa, la primera línea del duquismo
Crédito: Yamith Mariño
La jefa de gabinete llegó sin hacer mucho ruido y rápidamente acaparó el poder en presidencia. Su círculo cercano la defiende a capa y espada, mientras que otros funcionarios critican que mandara más que los propios ministros. Este es el retrato de la que fue la mujer más poderosa del gobierno saliente.
Por: Juan Pablo Vásquez
El 12 de mayo de 2021, el presidente Iván Duque estaba en Cali. El estallido social había comenzado dos semanas atrás, importantes vías del país estaban bloqueadas por los manifestantes y a diario se convocaban protestas que terminaban en enfrentamientos con la Policía. La capital vallecaucana, más que las otras ciudades, emergió como el epicentro del descontento popular y el primer mandatario consideró prudente usarla como escenario para comunicar un importante logro que, según le aconsejaron sus asesores, calmaría las aguas. En sus redes sociales, Duque, acompañado de la ministra de Educación María Victoria Angulo, anunció que la educación pública superior, técnica y tecnológica sería gratuita para los estudiantes de los estratos 1, 2 y 3. Sin embargo, contrario a su pronóstico, la noticia no caló entre la ciudadanía que se tomaba las calles —jóvenes en su mayoría— y hoy pocos le reconocen este avance en el balance de su cuatrienio. El gobierno creyó que tenía el santo remedio para sus males y no alcanzó siquiera a dar con un placebo.
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“La gratuidad en la educación es algo realmente bueno, pero se comunicó muy mal. Lo hicieron público durante las protestas, hace más de un año. Eso es responsabilidad de los asesores cercanos al presidente, sobre todo de María Paula Correa, que muchas veces le insistió en que todo se iba a recuperar y que las protestas no estaban muy fuertes. Lo cierto es que para ese momento estábamos casi que sitiados”, señala un funcionario del Ejecutivo que accedió a hablar con CAMBIO bajo la condición de que su identidad no fuera revelada.
En su opinión, Duque pagó las consecuencias de la confianza ciega que depositó en su círculo cercano. Es común que el presidente de turno modifique el organigrama de la Presidencia de la República, pero en este mandato se concentraron tantas funciones allí que el gabinete de ministros pasó a un segundo plano. Para tomar decisiones de peso, el presidente se decantó por la proximidad de sus asesores y no por la experiencia de sus jefes de cartera.
“Existe un fenómeno que se denomina acuartelamiento del líder. En este país que es tan convulsionado, cuando los presidentes son agarrados metafóricamente a piedra, suelen resguardarse. El problema es que dejan que les hablen dos o tres asesores y cada uno con agenda propia. Ellos les generan una visión paralela de la realidad. Y en este caso, eso sucedió. María Paula Correa y Víctor Muñoz le diagnosticaban las situaciones y es por eso que en las protestas se manejaron tan mal, en términos de comunicaciones, algunos anuncios”, agregó.
Iván Duque era un desconocido para buena parte del país en 2018. Su carta de presentación consistía en ser el ungido del expresidente Álvaro Uribe y el menos extremista en una baraja de líderes de derecha radicalizados por su oposición al Acuerdo de Paz. Eso, sumado al miedo que despertaba Gustavo Petro, le bastó para conseguir 10,3 millones de votos y asegurar el regreso del uribismo a la Casa de Nariño. Consumado su triunfo, el presidente más joven de la historia prometió depurar las prácticas clientelistas de sus antecesores, basar su toma de decisiones en criterios técnicos y unir a la ciudadanía tras la creciente polarización de los últimos años. Para este propósito armó un gabinete compuesto por tecnócratas y nombró a una amiga cercana, María Paula Correa, para que le ayudara a maniobrar el complejo armatoste que es Colombia. Lo que parecía una simple designación, cuatro años después puede catalogarse como el nombramiento más trascendental del gobierno saliente. Correa, quien llegó sin bombos a su cargo de secretaria privada, se afianzó muy rápido en su posición y se convirtió gradualmente en la persona más poderosa del Ejecutivo, por encima de la vicepresidente, los ministros e incluso, según algunos, del propio presidente.
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Su camino, curiosamente, comenzó en el mismo despacho que ocupa hoy. En 2005, con solo 23 años y recién graduada de la Facultad de Derecho de la Universidad de Los Andes, Correa obtuvo su primer trabajo para desempeñarse como asesora de Alicia Arango, quien era la secretaria privada del entonces presidente Álvaro Uribe. Pese a que su debut profesional se dio en las grandes ligas del sector público, no le resultaba un mundo ajeno. En su época de estudiante de colegio participó en las juventudes que impulsaron la campaña presidencial de Andrés Pastrana y cuatro años más tarde, comenzando su vida universitaria, se unió al grupo de voluntarios de Uribe, cuando el exgobernador de Antioquia apenas superaba el 2 por ciento en las encuestas de intención de voto. Ser parte de los pioneros del uribismo le abrió una red de contactos que supo capitalizar. Tras cuatro años trabajando en presidencia, Uribe la premió con el consulado de Nueva York.
Su estancia en la metrópoli norteamericana fue el gran punto de quiebre en su historia. Correa aprovechó su tiempo libre para cursar una maestría en Administración Pública en la prestigiosa Universidad de Columbia y mantuvo contacto con Uribe, quien frecuentemente visitaba Nueva York para dirigir una comisión de Naciones Unidas que investigaba un ataque de la marina de Israel a una flotilla de una organización pro-palestina. El expresidente incluyó como su asesor en aquella comisión a un joven Iván Duque, que recientemente había salido del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Duque y Correa entablaron una amistad pronto.
“La primera vez que la vi fue en 2011 y fue gracias a Iván Duque. Él invitó a María Paula Correa al primer evento que organizamos”, recuerda Matthew Swift, CEO de Concordia, una organización estadounidense que promueve los valores liberales a través de conferencias y simposios en distintos lugares del mundo.
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Swift identificó de inmediato el talante y la capacidad de Correa y unos años después, cuando ella abandonó su trabajo consular, la nombró directora de participación estratégica de Concordia. En ese cargo duró casi cinco años, hasta que renunció para regresar a Colombia como secretaria privada de su amigo y presidente Iván Duque.
“Esto lo he dicho en más de una ocasión: María Paula es una de las mejores profesionales con las que he trabajado. Su trabajo es exhaustivo, siempre pendiente del más mínimo detalle, y uno sabe siempre que puede esperar lo mejor de ella. Cuando se compromete con algo, cumple con los resultados trazados. Eso explica por qué terminó siendo la jefa de gabinete de un presidente y por qué confían tanto en ella”, explicó Swift.
Correa empezó como secretaria privada de un presidente que no logró despegar de la forma que deseaba. Su crítica constante a la repartición de “mermelada” de su antecesor lo llevó a no ceder ante las presiones de un Congreso que decidió no caminarle a sus iniciativas. En medio de esa incertidumbre, en abril de 2019, Jorge Mario Eastman renunció a la Secretaría General de Presidencia y Duque delegó sus funciones a Correa. Esa fue su primera inyección de poder. La segunda no tardó. En septiembre de ese año, el presidente creó la figura de jefa de gabinete, una posición transversal a la que rendían cuentas todos los ministerios y consejerías, y asignó a Correa. De buenas a primeras, la abogada de 37 años se transformó en la persona más importante de la Casa de Nariño.
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Si alguien quería reunirse con Duque, debía solicitárselo a Correa, quien daba su autorización y determinaba cuánto tiempo y qué temas se tratarían en la conversación. La frase “aquí se hace lo que diga la doctora María Paula” se volvió recurrente entre la bancada del Centro Democrático. Y no es exageración, Correa estuvo encima de hasta el más mínimo asunto en estos cuatro años. En un gobierno que se caracterizó por los contratiempos, ella procuró atajarlos oportunamente. Esa era la razón misma de la reforma que realizó Duque para volverla jefa de gabinete: blindarse de críticas al darle pronta solución a los inconvenientes. Si había una masacre o los transportadores de alguna región declaraban un paro, Correa pellizcaba a la cartera correspondiente para señalar de qué forma se manejaría la crisis. Si algún ministro llegaba a Palacio a poner problemas en vez de ofrecer soluciones, ahí estaba ella para evitarle percances al presidente y resolver, en lo posible, las dificultades sin que Duque tuviera que intervenir. Correa se convirtió en una especie de 'primera línea' que actuaba antes antes de que estallara el caos.
En esta tarea fue fundamental el numeroso equipo que se le concedió, el cual se encargaba de ayudarle con la agenda, las avanzadas en los múltiples viajes que hizo y cualquier otro asunto que surgiera repentinamente.
“Su estilo de liderazgo es muy cercano a nivel interno, entonces tiene un equipo que la respalda y la quiere muchísimo. Es cercana, muy leal, de corresponderle a la gente. Pero externamente, por fuera de su equipo, sí tiene sus particularidades. No es muy empática”, advierte otro funcionario de Palacio que pidió no ser citado con su nombre.
Su afirmación se confirma al consultar a otros funcionarios que diariamente tratan con ella. Todos reconocen su rol trascendental en este gobierno y no ocultan la emoción que les genera trabajar a su lado. Correa supo cómo ser esa líder que se sigue en las buenas y en las malas, casi que con devoción.
“La admiro como jefe y la valoro como amiga. Es una mujer excepcional. A pesar de su juventud, ha sabido liderar a través del ejemplo en estos cuatro años. Es muy generosa con su equipo, pero también es muy exigente. Nos da confianza y empoderamiento. Su oficina siempre es de puertas abiertas”, afirma Felipe Coral, uno de sus asesores.
Su apreciación es secundada por María Juliana Sáenz, una de sus compañeras en el despacho de Correa.
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“Es una persona muy seria, pero con un corazón enorme. Su papel ha sido vital en este gobierno. Ella ha sido ese muro de contención de muchas cosas que necesitaban solución inmediata. Siempre está pendiente, hace seguimiento a todo, y es extremadamente inteligente”, asegura.
Sin embargo, otros funcionarios del gobierno no la ven con los mismos ojos. Si bien la consideran como una jefa de gabinete eficiente, le recriminan que concentrara tanto poder. Resaltan que en la historia colombiana no se encuentran antecedentes de una asesora presidencial con tanta autonomía e influencia. La responsabilizan, entre otras cosas, de definir quiénes abandonaban y entraban al gabinete de ministros. Según indicaron a CAMBIO tres fuentes diferentes del Ejecutivo, las salidas de Nancy Patricia Gutiérrez y Gloría María Borrero de los ministerios del Interior y de Justicia, respectivamente, fueron idea suya.
“Fíjese que una mujer con más bagaje y contexto como la doctora María Lorena Gutiérrez, que fue secretaria general de presidencia en el gobierno Santos, no se enfocó en tener tanto poder y, en cambio, delegó funciones. Ella sí respetó la libertad y poder de decisión de los otros. Este es un cargo que requiere madurez para evitar el excesivo poder que tuvo Correa”, apuntó uno de estos funcionarios.
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Pese a todas sus potestades, Correa tuvo poca visibilidad en las caídas del gobierno. Casi todas recayeron sobre los ministros o el propio presidente. Solo en una ocasión estuvo bajo el escarnio público y fue cuando una investigación periodística reveló que Karen Váquiro, esposa de Andrés Mayorquín, uno de sus asesores, tenía contratos con el Estado, incluida una de las dependencias de presidencia, por un monto superior a los 1.200 millones de pesos. Caracol Radio mencionó los hechos en noviembre de 2021, aunque solo referenció una tercera parte del valor total de la contratación. Correa abrió un proceso interno para investigar a su asesor, pero lo mantuvo en su puesto. Meses después, Blu Radio publicó la totalidad de los contratos y, ante la indignación generalizada, Mayorquín finalmente fue despedido. “Me siento asaltada en mi buena fe”, aseveró ante las cámaras la jefa de gabinete, pero lo cierto es que ya sabía lo que estaba ocurriendo y solo actuó cuando el escándalo tomó otras magnitudes.
Con su partida y el cambio de gobierno, será recordada por lo sui generis de su labor y no por los éxitos cosechados. No cabe duda de que tiene virtudes que la cualifican como una burócrata competente para casi cualquier cargo. Su experiencia, estudios y colegas dan fe de que tiene las condiciones necesarias. La coyuntura que vivió esta administración —un presidente inexperto y una crisis social agudizada por una pandemia global— obligó a que sobre sus hombros recayeran tareas que, en otras circunstancias, no tendría que haber soportado. La jefatura de gabinete, concebida en casi todos los países para asegurarse discretamente del correcto funcionamiento del gobierno, aquí atrajo mucha más atención de la que debería. Con los bajos índices de popularidad que tiene el presidente saliente, en unos años escasearán personas que lo aplaudan y se denominen 'duquistas'. María Paula Correa será uno de ellos.