Perú: ¿Castillo de naipes?
9 Abril 2022

Perú: ¿Castillo de naipes?

Pedro Castillo, el profesor rural de Cajamarca –al norte de Perú– que llegó al Palacio de Gobierno de Lima el 28 de julio de 2021, ha tenido cuatro gabinetes y dos procesos fracasados de vacancia presidencial.

Crédito: Reuters

Agobiado por los fuertes vientos de la crisis económica, el descontento social y la dura oposición, el presidente trata de mantenerse en el Gobierno a pesar de la poca capacidad de maniobra heredada de su falta de manejo político.

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Por José E. Gonzales, periodista y analista peruano. 

En menos de nueve meses, el gobierno de Pedro Castillo, el profesor rural de Cajamarca –al norte de Perú– que llegó al Palacio de Gobierno de Lima el 28 de julio de 2021, ha tenido cuatro gabinetes y dos procesos fracasados de vacancia presidencial (el equivalente a un juicio político) en el país inca. 

Como si fuera poco, durante la semana pasada tuvo que enfrentar una crisis que lo dejó tambaleante tras sus intentos por frenar las violentas protestas contra la inflación que provocaron enfrentamientos con la policía, escasez temporal de alimentos e interrupciones en las cadenas de suministro. Para ello instauró un sorpresivo y fallido toque de queda de diez horas, que dejó perplejos a los peruanos.

Como medida complementaria, el mandatario había reducido los impuestos a los combustibles y aumentado el salario mínimo en un 10 por ciento, para ayudar a los afectados por la inflación más rápida alcanzada en 24 años.

La pregunta, en medio de un periodo histórico tan caótico y, al mismo tiempo, tan estable, es: ¿qué está pasando en Perú y cuál es el destino de la administración Castillo?

Comienza la crisis

Para responder la pregunta, hay que remontarse a hace unas semanas, cuando las dos primeras crisis de gobierno parecieron suficientes como para darles un respiro a los peruanos. Por un lado, el Ejecutivo acababa de nombrar un nuevo gabinete que fue aprobado en el Congreso a pesar del rechazo de la oposición política y, por otro, Pedro Castillo había sobrevivido a un segundo intento de vacancia auspiciado por esa misma oposición empecinada en concluir tempranamente el mandato presidencial.

Detrás de los bastidores de la lucha por el poder en el Perú, sin embargo, y frente a la rotación que la misma ha generado en la burocracia nacional –en manos de un gobierno precario y una oposición radical y nada constructiva que ha alienado a un sector privado que tampoco contribuye a la constitución del Estado–, se ‘coló’ una huelga de transportistas del interior del país, agobiados por el aumento de precios de los combustibles en una nación que produce 40.000 barriles diarios de petróleo. Y que consume 25.000 de ellos, por una parte, bajo mecanismos de mercado que impiden administrar la transferencia de costos y, por otra, bajo el manejo político de organizaciones depredadoras en un marco de informalidad.

En ese contexto, y luego de que asesores vinculados a los servicios de inteligencia de la Policía y las Fuerzas Armadas peruanas interpretaran las protestas sociales alrededor de Lima como un asalto al poder, Castillo lo sobredimensionó con un toque de queda anunciado, literalmente, entre gallos y media noche. Un acto que, lejos de enviar una señal de autoridad y orden, subrayó una falta de dirección gubernamental que provocó manifestaciones en desmedro de la medida. Pero que no amenazaron, sin embargo, la permanencia inmediata del mandatario, aunque sí llevó a la opinión pública nacional e internacional a cuestionar la finalización de su mandato y a preguntarse si recibirá el año nuevo del 2023 en la Presidencia.

Ausencia de liderazgo

Los vientos de la tempestad que querían tumbar ese castillo de naipes en que se había convertido el nuevo Gobierno parecieron calmarse el pasado 9 de marzo, cuando el Congreso peruano confirmó al cuarto gabinete del presidente en siete meses, en una votación que se produjo poco después de que los legisladores de la oposición se lanzaran al ataque con un segundo intento de juicio político. 

Pero fue un voto de confianza que subrayaba un ambiente de inestabilidad. El primer ministro del tercer gabinete, por ejemplo, no duró en el puesto más que unos días, desbordado por acusaciones de abuso doméstico, misoginia y usufructo. 

No obstante, con una proporción de 64 votos contra 58, el nuevo gabinete no reflejaba, sin embargo, alguna noción de estabilidad para un mandatario que solo parece enviar señales de una improvisación que alimenta los intentos de juicio político y que a su vez afecta la capacidad de maniobra de un gobierno percibido como precario, torpe e inútil.

La votación a favor del cuarto gabinete y la derrota del segundo intento de vacancia de Castillo, con 55 votos a favor, 54 en contra y 19 abstenciones –cuando se requieren 87 sufragios para declarar la vacancia presidencial–, permitían reconocer una cierta distensión política. Si el objetivo principal de cualquier dirigente es permanecer en el cargo, hasta entonces Castillo lo había logrado contra viento y marea. Para ello había gestionado y negociado alianzas en el fragmentado parlamento peruano que permitieron enroques y sumas y restas de ministros para contar con la aprobación de su(s) gabinete(s), independientemente de los múltiples funcionarios en problemas que tenía su gobierno y de su baja popularidad.

A pesar de tal logro, la oposición ‘dura’ que enfrentó Castillo, incluso antes de que asumiera el cargo -al cuestionar la legitimidad de su elección e impedir una transición política tranquila-, no ha dado señal de que haya aliviado su postura. Por el contrario, pretende seguir con su acoso al azuzar la protesta en las calles y estimular condiciones de confrontación permanente antes que adoptar una posición de pragmatismo constructivo.

Así, la opinión política peruana subraya la precariedad en el manejo de las políticas públicas por parte de Castillo, y la superficialidad de su manejo del gobierno, para no hablar de su torpeza para gobernar y para manejar la conflictividad social en el día a día. Ello ha alimentado una amplia percepción de ausencia de liderazgo que está acompañada por una legislatura extremadamente pobre y alejada de las aspiraciones ciudadanas. 

Incierto porvenir

Afortunadamente para Perú, la dinámica macroeconómica del país, respaldada por los sectores minero y agroexportador y por la solvencia de la balanza de pagos, ha permitido compensar aquella ausencia de liderazgo.

Si bien es cierto que la institucionalidad peruana sufre por sus propias limitaciones, también lo es que, como en el resto de Suramérica, con ciertas notorias excepciones, se ha desarrollado lo suficiente como para impedir que la precariedad de la administración Castillo descarrile el rumbo del crecimiento, y que el progreso se detenga en un país en el que –en las últimas tres décadas– los presidentes han tenido el gobierno, pero no el poder.

Ahora bien, tal situación, en su disfuncionalidad, impide consolidar las aspiraciones, promesas y posibilidades del pueblo en la medida en que, si bien el crecimiento es económico y el progreso financiero, el desarrollo es humano y requiere de un bienestar enmarcado en la igualdad ante la ley y en la equidad en la distribución del ingreso.

La elección de Castillo representa, en el Perú, la rebelión de las provincias que representan la vasta mayoría de la población nacional y la base de los recursos naturales que constituyen las industrias extractivas del país. Son el motor de su relevancia material, y reclamaban una representatividad que había sido siempre soslayada, cuando no negada, en la existencia republicana peruana.

Como gobierno en un sistema democrático, el de Castillo representa un orden de cosas en el que el 70 por ciento de la población económicamente activa se desempeña en la informalidad y en el que las carencias son vastas y múltiples. Todo ello en un marco de discriminación social y en el que la gente demanda cambios e inclusión, y manifiesta su descontento a pesar de no justificar ni un retorno al pasado elitista en el manejo de la cosa pública, ni tampoco la salida forzosa de Castillo.

Tal dinámica no favorece necesariamente al mandatario, cuya carencia de gestión frente a los malos vientos económicos por venir podría jugarle en contra, forzándolo a quedar por fuera de la presidencia si el descontento social llega a su punto crítico: el derrumbe del Castillo de naipes.

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