Putin con todas las de ganar
20 Febrero 2022

Putin con todas las de ganar

Putin llegó en 2021 a la conclusión de que Estados Unidos se encontraba en una situación en extremo complicada: una crisis política interna sin precedentes luego de las elecciones de 2020 y un nuevo presidente en apariencia débil, así como una estrategia de retirada general de los asuntos mundiales iniciada a finales del segundo mandato de Bush, continuada por Obama y acentuada por Trump con su “America First”.

Crédito: Reuters

Putin ha conseguido matar varios pájaros de un solo tiro, aparte del señalado triunfo de bloquear la entrada de Ucrania a la OTAN y la Unión Europea y, de paso, el de cualquier otro estado exsoviético que estuviera pensando en hacerlo.

Por: Gabriel Iriarte Núñez

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Cuando la crisis de Ucrania podría estar llegando a un punto de no retorno debido a las pruebas rusas con misiles balísticos y de crucero cerca de las fronteras de ese país y al llamado a la movilización general por parte de los líderes de las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, la conferencia anual de seguridad de Munich parece otro esfuerzo inútil para lograr una solución diplomática del problema. Después de casi un año de crecientes tensiones, Vladímir Putin está a punto de conseguir un triunfo, uno más, en su política exterior y en su rivalidad global con Estados Unidos y sus aliados europeos. Que esta victoria sea el fruto de una confrontación militar de mayor o menor envergadura o de un hábil accionar político no está claro todavía. Pero todo apunta a que Rusia se saldrá con la suya a un costo no muy alto.  

Sea cual fuere el resultado de la crisis actual, Putin ha conseguido matar varios pájaros de un solo tiro, aparte del señalado triunfo de bloquear la entrada de Ucrania a la OTAN y la Unión Europea y, de paso, el de cualquier otro estado exsoviético que estuviera pensando en hacerlo.

La disolución de la Unión Soviética en 1991, acontecimiento que sería catalogado por Putin en 2005 como “la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX”, y la consecuente desaparición del área soviética en Europa del Este, así como la independencia de las antiguas repúblicas soviéticas, han marcado la política exterior de Moscú en los últimos 20 años. Rusia no solo perdió su dominio en esta y otras regiones, sino que dejó de ser una de las dos superpotencias del mundo de la Guerra Fría. Desde que llegó al poder, para Putin la recuperación de la influencia rusa en los territorios de la antigua URSS y en general del poder del Kremlin en el mundo, han constituido el leitmotiv de su gestión internacional. 

A pesar de que a comienzos de los años 90 Washington y la OTAN formularon al Kremlin una vaga promesa de que no ampliarían esta alianza militar más al Este de Alemania, a partir de 1997 abrieron sus puertas para que ingresaran numerosos países de Europa Oriental, varios de ellos del extinto bloque soviético, a saber: Estonia, Lituania, Letonia, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Bulgaria, Hungría, Polonia, Rumania, Croacia, Albania, Montenegro y Macedonia del Norte. Estos movimientos, llevados a cabo cuando Rusia aún no se recuperaba del derrumbe de la URSS, generaron en el Kremlin la idea de que Occidente estaba cercando a Rusia desde su flanco europeo aprovechándose de su debilidad. 

Putin ya logró una victoria importante sin necesidad de ir a la guerra: Ucrania no podrá ingresar en mucho tiempo ni a la OTAN ni a la Unión Europea

Pero las cosas empezaron a complicarse peligrosamente a partir de 2008. En ese año Estados Unidos y la OTAN dejaron abierta la posibilidad de que Ucrania, quizá la república exsoviética más importante después de Rusia, aplicara, al igual que Georgia, para su ingreso a la alianza atlántica. Y ahí empezó Putin a trazar la raya. Utilizando como pretexto un conflicto local surgido en territorio georgiano, invadió Georgia y no solamente implantó su dominio sobre esta república, sino que además apoyó la separación de dos provincias que se habían rebelado contra Tiflis. La posibilidad de que este país del Cáucaso ingresara a la OTAN quedó sepultada. La Casa Blanca reaccionó, por decir lo menos, de manera tibia y, salvo las protestas de rigor, aceptó la situación porque, al fin y al cabo, se trataba de un problema surgido dentro de las esferas de interés de Moscú. Empezaban a vislumbrarse la lenta retirada de Estados Unidos de la escena internacional y su política de evitar involucrarse en guerras y conflictos no esenciales para su seguridad nacional, algo que no pasó inadvertido para Putin. 

Y entonces llegó el año crucial de 2014. Era el turno de Ucrania. Victor Yanukóvich, el gobernante prorruso de Kiev, cediendo a las presiones de Moscú, decidió rechazar un acuerdo de asociación con la Unión Europea que gozaba de amplio apoyo popular, lo cual provocó grandes revueltas sobre todo en el centro y el Oeste del país. El presidente fue derrocado y tuvo que huir a Rusia. Entonces, el Kremlin decidió actuar antes de que fuera demasiado tarde. Mediante maniobras propagandísticas y el empleo de fuerzas militares camufladas, Rusia decidió apoyar a los sectores separatistas de Crimea que, con un referendo de dudosa validez, proclamaron la separación de Ucrania y la anexión de la península a Rusia. De nuevo la reacción de Washington se quedó a mitad de camino con la aplicación a Moscú de sanciones económicas que apenas perjudicaron al Kremlin, de lo cual volvió a tomar atenta nota Putin. De manera simultánea, Rusia intervino en otra región ucraniana, el Donbas, en donde optó por respaldar política y militarmente a los grupos separatistas de las provincias surorientales de Donetsk y Lugansk que albergan importantes minorías rusas. Luego de siete años de combates intermitentes entre los rebeldes y las tropas del gobierno de Kiev y cerca de 15.000 muertos, en 2021 Moscú tomó la iniciativa de movilizar a las regiones fronterizas con Ucrania (desde Rusia, Bielorrusia y Crimea) poderosos contingentes militares, capaces de llevar a cabo una invasión general del país. Comenzaba así la confrontación que tiene en ascuas al mundo entero.

Putin llegó en 2021 a la conclusión de que su gran rival se encontraba en una situación en extremo complicada: una crisis política interna sin precedentes luego de las elecciones de 2020 y un nuevo presidente en apariencia débil, así como una estrategia de retirada general de los asuntos mundiales iniciada a finales del segundo mandato de Bush, continuada por Obama y acentuada por Trump con su “America First”. Una prueba de lo anterior fue cómo la administración Obama aceptó, sin beneficio de inventario, que Rusia interviniera en la guerra de Siria a favor del tirano de Damasco, lo cual le permitió a esta recuperar su perdida influencia en los asuntos del Medio Oriente y relegar a Estados Unidos a una posición de irrelevancia en el conflicto. Simultáneamente Washington estaba dando los primeros pasos hacia la retirada casi total de Irak con lo que dejó al descubierto el desastre que significó la guerra en ese país y el enorme costo político que hubo de pagar Estados Unidos en la región. Pero habría más cosas. El señor Trump decidió romper el acuerdo nuclear con Irán, uno de los escasos logros de la diplomacia norteamericana en el Medio Oriente en los últimos tiempos, con lo que se abrió un nuevo frente de conflicto ante la renovada carrera nuclear iraní y las nefastas consecuencias que podrá traer consigo. Y cerraría 2021 con la debacle de Afganistán y la consecuente pérdida de liderazgo y credibilidad de Estados Unidos a escala mundial. Lo anterior para no hablar del mal estado en que dejó Trump las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados europeos y la dependencia de estos de los suministros de gas natural desde Rusia. Ante este panorama y con Washington enfrascado, además, en una pelea de titanes con China, había llegado para Putin el momento de jugar más duro.

¿Qué exige Putin para retirar sus tropas, desescalar el enfrentamiento y evitar una posible invasión? Ante todo, la garantía de que Ucrania jamás ingresará a la OTAN, algo que, aunque tiene algún sentido en relación con los intereses de seguridad de Rusia, es inaceptable pues se trata de un país soberano y de una alianza que siempre ha pregonado su política de puertas abiertas a nuevos socios. Asimismo, el Kremlin pide que se retiren todos los efectivos militares occidentales de aquellos países que ingresaron a la OTAN a partir de 1997, principalmente de Polonia, los tres estados bálticos y Rumania y se suspenda toda asistencia bélica a Ucrania. Por otra parte, Moscú demanda que a las provincias del Donbas Kiev les conceda un grado tal de autonomía que, en la práctica, se convertirían en entidades independientes bajo el paraguas de la madre Rusia. Desde todo punto de vista, las exigencias de Putin resultan, por decir lo menos, casi imposibles de aceptar. Ya la OTAN ha advertido que si Rusia invade Ucrania responderá no con medidas militares (Ucrania no es miembro de la alianza y por ende no puede contar con el respaldo bélico de esta) sino con fuertes sanciones económicas cuya eficiencia se puede ver mermada por muchos factores, entre otros, la ya mencionada dependencia (un 40 por ciento) de Europa de los suministros de gas ruso. 

Pero independientemente de cualquier consideración relativa a la efectividad o inutilidad de las sanciones, lo que sí está claro es que ni Estados Unidos ni sus aliados europeos van a ir a la guerra con Rusia por Ucrania y mucho menos por las provincias del Donbas. En el fondo, a pesar de que consideran inaceptable la actitud imperialista de Rusia y de que ceder a sus pretensiones sentará un precedente nefasto para Occidente, ellos saben también que Ucrania es parte de la zona de seguridad estratégica de Rusia y que Moscú puede estar decidido a ir hasta las últimas consecuencias para protegerla frente a sus adversarios. De todas maneras, con sus bravatas Putin ya logró una victoria importante sin necesidad de ir a la guerra: Ucrania no podrá ingresar en mucho tiempo ni a la OTAN ni a la Unión Europea. Y los demás países de la antigua URSS ya están viendo cuáles son las reglas del juego.

¿Qué opciones tiene Putin? Por supuesto, invadir y aplastar al ejército ucraniano. Pero esta movida puede resultar costosa ante una fuerte resistencia ucraniana y convertirse en un segundo Afganistán para el ejército rojo. En cambio existen otros mecanismos de gran eficacia y menos dolorosos. Por ejemplo, mantener de rodillas a Ucrania por medio de la amenaza permanente de invasión, el chantaje económico, los ciberataques o, mejor aún, instalando en Kiev un régimen más obediente a los dictados del Kremlin. La anexión de Donetsk y Lugansk, tal como sucedió con Crimea, también puede estar a la orden del día. En suma, la independencia de Ucrania quedará total o parcialmente anulada. Y todo esto asumiendo solamente el precio de unas sanciones económicas de Occidente de dudoso impacto e incierta duración.

Sea cual fuere el resultado de la crisis actual, Putin ha conseguido matar varios pájaros de un solo tiro, aparte del señalado triunfo de bloquear la entrada de Ucrania a la OTAN y la Unión Europea y, de paso, el de cualquier otro estado exsoviético que estuviera pensando en hacerlo. Ha conseguido disminuir el liderazgo de Estados Unidos y resquebrajar aún más la unidad de la OTAN. Para el propósito chino de anexar Taiwán, el de Ucrania es un precedente de gran valía pues así como Estados Unidos y sus amigos no están dispuestos a ir a la guerra por Ucrania, seguramente tampoco por Taiwán. Y entre tanto la alianza de China y Rusia sigue consolidándose en medio del desbarajuste general de Estados Unidos, que ya no se interesa ni siquiera por su patio trasero latinoamericano en donde Beijing y Moscú avanzan con paso firme. La crisis de Ucrania ha puesto de manifiesto, como ninguna otra, la realidad del nuevo orden multipolar, el nuevo orden del siglo XXI.

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