Putin exhibe su musculatura y Occidente le recuerda que Rusia ya no es el imperio soviético
12 Febrero 2022

Putin exhibe su musculatura y Occidente le recuerda que Rusia ya no es el imperio soviético

El presidente ruso Vladimir Putin.

Crédito: Reuters

El presidente de Rusia extendió su brazo de hierro como gobernante también, fuera de las fronteras de su país. Cambio explica el conflicto.

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Por Olga Gayón / Periodista experta en relaciones internacionales. Bruselas

En una mesa ovalada enorme están dos hombres sentados; uno en cada extremo. El de la izquierda es el representante del hard power, y el de la derecha el del soft power. El primero despliega soldados, tanques y armamento, mientras que el segundo pone sobre la mesa la voluntad del diálogo porque, a través de él, en el siglo XXI, las democracias dirimen sus conflictos. Vladimir Putin, cual matón de barrio, siempre con actitud amenazante. Emmanuel Macron, con la palabra como única arma, invita a que en lugar de bañar la acera con sangre, juntos tomen ese camino que conduce a la no violencia.

Putin - Macron
El presidente ruso Vladimir Putin asiste a una reunión con el presidente francés Emmanuel Macron en Moscú. Crédito: Reuters

Este lunes 7 de febrero en Moscú se nos quedó en la retina, con precisión, la imagen de dos formas de asumir las relaciones internacionales: la del autoritarismo que le da el poder a un presidente con el segundo ejército más poderoso del mundo, elegido con trampas antidemocráticas que lo han mantenido en el poder desde hace 22 años, y la de la responsabilidad que le exige a un mandatario el haber sido elegido en un país con una democracia vigorosa y transparente. El déspota se compromete en esa mesa a no realizar más movimientos militares en la frontera de Ucrania. Espera a que el mandatario legítimamente elegido lo divulgue, para, acto seguido, desmentirlo y además recordarle que él no es nadie importante dentro en la OTAN. Ahí, ya sin velos, se deja ver el porqué al presidente de Francia no se le da un recibimiento digno de un primer mandatario en el aeropuerto de Moscú y por qué a las puertas de un conflicto bélico, se recibe en una colosal, blanca y helada mesa a quien viene a intentar que la razón le gane el pulso a la fuerza. Fuerza, músculo y poder, ha sido lo que arrojó el presidente de Rusia sobre el tablero; de ahí la foto que su oficina de prensa difundió mundialmente. A la izquierda él, el poderoso, y a la derecha, el otro, el endeble que no ve en la musculatura el brío del poder. 

El origen de la nación rusa, el de Serbia, y el espacio vital 

Vladimir Putin justifica apoderarse de Ucrania porque, según lo cuenta la tradición, en territorio ucraniano se forjó la identidad rusa. Slobodan Milosevic explicaba la guerra en Kosovo en el origen de Serbia que se encuentra en esta región, por tanto, debía ser un lugar en exclusiva para serbios. Adolf Hitler defendía que Alemania necesitaba de su espacio vital para que su raza superior, la aria, que era muy numerosa, pudiera desarrollarse como le correspondía, en un extensión territorial amplia. Tres lecturas de tres criminales de guerra; cada uno dentro de su momento histórico y, por supuesto, muy diferenciados entre ellos; ni Putin ni Milosevic hablaron nunca de una industria del genocidio. Pero lo tres emprendieron guerras contra naciones vecinas con el pretexto de devolverle a sus pueblos territorios enormes que supuestamente les habían arrebatado. 

Putin en 2014 se apoderó de la región ucraniana de Crimea tras un referéndum ilegítimo que decidió por un 97 por ciento de los votos la anexión a Rusia. La preponderancia de su fuerza y la débil reacción de la comunidad internacional lo alentaron a comenzar una guerra encubierta en la región ucraniana conocida como Donbás y que hace frontera con Rusia, para que “rebeldes ucranianos” lucharan contra las fuerzas militares locales y paralelamente declararan la independencia.

Los ucranianos lo han dicho alto y claro: no somos rusos, somos ucranianos; somos dos naciones diferentes, queremos que Rusia nos deje en paz.

La codicia de Putin por Ucrania le sobrevino tras la revolución de Euromaidán que en 2013 sacó a más de un millón de ucranianos a la calle para exigirle al presidente Viktor Yanukóvich que firmara el Tratado de asociación económica con la Unión Europea que él acababa de rechazar por órdenes de Putin. El presidente, títere de Moscú, sacó su aparato militar a la calle y en pocos días sus fuerzas del orden asesinaron a más de cien manifestantes. La indignación y la presión popular le hicieron huir a Rusia. Desde entonces Kiev ya no sigue las directrices de Moscú. Meses después Putin se anexionó Crimea. Con la superioridad que adquirió ante los ojos de su pueblo por haber “liberado la Crimea rusa” y empujado por las ansias de someter al pueblo ucraniano, Putin entregó 500.000 pasaportes rusos en la región de Donbás, con la perspectiva de crear una situación ficticia en la que, aparentemente su población rusa se encontrará en peligro, y así justificar y dar paso a la invasión como defensa de la vida los rusos en estado de indefensión en suelo de Ucrania.  

Euromadian
Miembros de los batallones de autodefensa participan en una manifestación para conmemorar a los manifestantes asesinados durante las protestas de EuroMaidan en 2014 en Kiev. Crédito: Reuters

Los ucranianos lo han dicho alto y claro: no somos rusos, somos ucranianos; somos dos naciones diferentes, queremos que Rusia nos deje en paz. Ucrania ha sido maltratada por Rusia durante muchos siglos. Desde que Moscú se conformó como el centro de poder de Rusia ha vejado constantemente a su población. Stalin entre 1932 y 1933, en tan solo ocho meses perpetró allí un genocidio de unos cuatro millones de personas, a quienes mató de hambre, cuando para entonces, los campos de Ucrania eran la despensa de toda la Unión Soviética. Los ucranianos no olvidarán jamás el Holodomor -matar de hambre-; ellos ni se reconocen como rusos ni quieren pertenecer al país que realizó contra su población el segundo genocidio más numeroso de la historia, tras el perpetrado por Hitler contra el pueblo judío.

Estados Unidos, Reino Unido y la OTAN, el otro músculo al que Moscú desafía

Estados Unidos ha dirimido la mayoría de conflictos verdaderos y ficticios con el poderío de sus armas. Es decir, también ejerce su hard power. Reino Unido lo secunda y está siempre a su lado en la toma de decisiones tanto bélicas como diplomáticas. La OTAN es la alianza atlántica militar que integra a 29 países miembros, de los cuales 20 pertenecen a la UE; los otros, son Estados Unidos, Turquía y Canadá y algunos  europeos más como Noruega. Esta Alianza usualmente hace gala de su gran músculo -que prácticamente es alimentado con la brutal fuerza bélica de Estados Unidos-, para atemorizar a quienes amenazan el territorio de alguno de sus miembros, de otros países amigos, o los intereses de la gran potencia norteamericana. Ha desplegado todo su poder en guerras que Estados Unidos ha iniciado, pero también ha intervenido para defender un pueblo de un inminente genocidio; es el caso particular de Kosovo. En pocas semanas derrotó al ejército del supremacista Milosevic. 

Rusia - Ucrania
A bordo de un portaaviones estadounidense en tiempos de tensiones entre Ucrania y Rusia. Crédito: Reuters

Esta Alianza Atlántica es una gran fuerza de disuasión para aquellos que osan enfrentar el poderío y la hegemonía internacional de Estados Unidos. Vladimir Putin ahora se lanza con toda su fuerza contra Ucrania para impedir que este país de casi 45 millones de habitantes se una a la OTAN. Para el mandatario ruso, este organismo multinacional armado no puede admitir en su seno a países que tengan frontera con Rusia. Y la OTAN le responde que ni Rusia ni ningún otro Estado pueden impedir que los países libremente quieran acceder a ser miembros de esta Alianza.  

En el conflicto Rusia-Ucrania, tanto Estados Unidos como Reino Unido le han enviado unos puntos de negociación a Rusia que excluyen de cualquier diálogo la entrada de Ucrania a la OTAN. Pero sí le han hecho saber que pueden comprometerse a no instalar misiles en países cercanos a Rusia. A día de hoy esperan la respuesta rusa. Estados Unidos ha advertido que si Rusia ingresa a territorio ucraniano, se verá sometida a durísimas sanciones económicas, entre ellas, quedarse por fuera del sistema económico mundial: esto sería un verdadero desastre para la economía rusa.

La Unión Europea tras el diálogo

Son 27 los países de la Unión Europea. Unos más que otros recelan con verdadero pánico del poderío militar de Moscú. Es el caso de las repúblicas Bálticas -Estonia, Letonia y Lituania- y Polonia; también Finlandia y Suecia. Ellas han sufrido históricamente la temible fuerza de Moscú. De otro lado están los otros países de Centroeuropa como la República Checa y Hungría que mantienen buenas relaciones con Putin. Y luego, las grandes naciones de Occidente como Alemania, Francia, Italia y España. 

EU flags are seen outside the EU Commission headquarters in Brussels Source: REUTERS

Francia en particular, siempre ha estado cerca de Rusia; incluso en la era soviética. Y es uno de los países que más lucha por el diálogo en esta disputa. Y Alemania, que por las actuales relaciones económicas y también, debido a su complejo histórico que carga tras la Segunda Guerra Mundial, evitará a toda costa un conflicto con Rusia por haber sido este país uno de los más castigados por la Alemania nazi. Entonces, Alemania forzará una solución negociada. Para decirlo en pocas palabras, la UE ejercerá el soft power, la fuerza de la razón y el entendimiento con el fin de evitar un conflicto bélico. A pesar de que 21 países de la UE integran también la OTAN, esta organización política, la UE, que constituye la más grande en su género en el mundo entero, presionará a Rusia para alcanzar un acuerdo sin intervención militar en Ucrania. Europa velará por la paz, sobre todo, porque la guerra estallaría dentro de su gran cuerpo; y los cuerpos, están conectados con todos sus órganos y arterias; no existen heridas en una pierna que no afecten a toda la figura. 

Los aliados de Rusia en el escenario internacional

Vladimir Putin cuenta con aliados en algunos lugares del mundo; la mayoría tiranos y tiranuelos. El principal de ellos es Xi Jinping, el presidente chino. Pero la dictadura china, cuya estabilidad depende de los mercados, no tomará partido en una guerra que no le pertenece. Ha demostrado su comprensión con Putin pero también ha hecho saber que su amistad con Ucrania le impulsará a intentar frenar la disputa con un acuerdo. A China, que cuenta con la segunda economía más vigorosa del mundo, le conviene que Estados Unidos entre en el conflicto. Así que, el desafío de Putin a la primera potencia mundial, beneficia sus intereses ya que consigue mantener ocupado a su gran competidor económico, militar, e indiscutible líder de las decisiones internacionales de gran calado. Un fallo de cálculo estadounidense debilitaría al poderoso y reforzaría al país asiático.

Los otros amigos de Putin son, entre otros, los mandatarios de Bielorrusia, Kazajstán, Siria, Venezuela y Corea del Norte, quienes poco o nada pintan en el marco de las decisiones mundiales, y que de una u otra forma han sido beneficiados tanto por las fuerzas militares rusas como por el respaldo de Rusia en diversos escenarios de pequeños y grandes conflictos locales o regionales. 

¿Incursionarán las fuerzas rusas en territorio ucraniano?

Si nos ceñimos a las advertencias de Estados Unidos y la OTAN y al despliegue de tropas rusas, pareciera que la pugna bélica es inminente. Pero son varios los expertos en conflictos internacionales que aseguran que Putin se ha echado un farol -engaño de un jugador de póquer que hace creer a los otros jugadores que tiene las mejores cartas, cuando no es así-, con el objetivo de conseguir que la OTAN frene su avance sobre países limítrofes con Rusia. 

De cualquier forma, a quien menos beneficiaría una disputa bélica, aparte de Ucrania, sería precisamente a Rusia porque una guerra requiere de muchos recursos económicos, y la decimoprimera economía del mundo ni puede ni está en capacidad de permitirse retar a las grandes potencias económicas y militares del planeta, y que en su mayoría, las europeas, son sus grandes compradores de gas; seguro que en Ucrania, Rusia encontraría su ruina.

Porque es muy fácil entrar con tropas a un territorio; lo difícil es salir de él. Y Putin lo conoce muy bien: la invasión y la indigna salida de la tropas soviéticas de Afganistán en 1985, sin lugar a dudas precipitó la caída de la Unión Soviética. 

Vladimir Putin es un tirano que ha envenenado a sus opositores, torturado a sus críticos, acabado con todas las ONG apoyadas y defendidas por las democracias occidentales, perseguido y encarcelado a los defensores de derechos humanos, asesinado a periodistas, represaliado a los homosexuales y exterminado cualquier viso de oposición. Pero Putin es un tirano que emplea a su favor las oportunidades. Él sabe optimizar el cálculo riesgo-beneficio; no parece que se vaya a lanzar con los ojos vendados a una guerra que lo acabaría a él y a su régimen. Si consigue que la OTAN no llegue a sus países vecinos tras los acuerdos para no invadir a Ucrania, sentirá que ha conseguido su objetivo. 

El papel de Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN en la solución del conflicto

Está claro que una Unión Europea unida debilitará el poder de Putin al momento de negociar. Él, como buen estratega, ha intentado e intentará dividirla; de momento no lo ha conseguido. La UE tiene claro que su fortaleza está precisamente en hablar con una sola voz. Desde ella, y solo con ella, puede convertirse en un elemento de presión para forzar un acuerdo. 

Presidente Joe Biden
Es muy poco probable que Estados Unidos intervenga directamente en el conflicto. Crédito: Reuters.

La OTAN es la fuerza que enfrenta con igualdad y superioridad al poderío armamentístico ruso. Y con ella Occidente espera poder doblegar las aspiraciones expansionistas de Putin que lidera el país más grande del planeta. Pero, en caso de un conflicto bélico, no intervendría directamente en el terreno, porque Estado Unidos, su verdadero motor, no estaría interesado en participar en una guerra que todos saben cómo comienza pero nadie sabe cómo ni cuándo podría terminar. 

Estados Unidos también hará gala de su musculatura militar pero no entrará en un conflicto directo con Rusia. Primero porque la presidencia de Trump, así como la indecorosa salida de Afganistán de Biden han debilitado y desprestigiado su credibilidad y poderío internacional y, segundo porque ni Rusia ni Estados Unidos estarían dispuestos a enseñar sus armas más poderosas en una guerra que podría obligarlos a hacerlo; ninguna de las dos potencias militares descubriría ante el mundo, en un conflicto en Ucrania, su secreto y poderoso arsenal nuclear. 

Ante este abanico de fuerzas e intereses, y teniendo en cuenta esta fase preliminar de la diplomacia, combinado con el movimiento de tropas actual, lo más seguro es que la comunidad internacional consiga convencer a Rusia de que es mejor un acuerdo que una guerra. 

Vladimir Putin, antiguo miembro de la temible KGB de la URSS ha provocado a Occidente con la amenaza de un conflicto bélico, como si todavía estuviésemos en la era de la Guerra Fría. Su accionar, durante 22 años de gobierno en Rusia ha sido militarista: masacró sin piedad y bajo numerosos crímenes de guerra a la población chechena, arrasó a sangre y fuego la rebeldía del pueblo georgiano, bombardeó al pueblo sirio que exigía un cambio de régimen, y ha desplegado sus fuerzas militares para defender regímenes autoritarios como el suyo, en Bielorrusia y Kazajstán. Se comporta con sus vecinos como si sus territorios fuesen colonias de Rusia, y se ha convencido de que él es el gran timonel de un imperio que hace treinta años naufragó. 

Putin, un dictador de extrema derecha y que comulga con toda la ultraderecha del planeta ¿olvida que el imperio soviético fue parte de la historia de Rusia durante 69 años pero que hoy ya está sepultado?  Occidente está en la obligación de proteger a Ucrania y abrirle los ojos a Putin para recordarle, a través de una robusta presión, que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se desmoronó en 1991 y que su imperio, hoy en 2022, ya solo hace parte de la historia.  

Aunque Vladimir Putin sufra delirios de grandeza, los demócratas del mundo están en la obligación de subrayarle que su enorme mesa blanca y gélida ha conseguido ubicarle a él y no a otro, en el lado equivocado de la historia.

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