Colombia dice adiós al modelo político del padre estricto
19 Mayo 2022

Colombia dice adiós al modelo político del padre estricto

"Si no ocurren situaciones inesperadas, errores garrafales, fraude, atentados, situaciones a las que desafortunadamente estamos acostumbrados, Colombia está 'ad portas' de elegir por primera vez en su vida republicana, a un dirigente de izquierda en el país más conservador de América Latina".

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Por Priscila Celedón Consuegra**

Las elecciones de un país son el espejo de su sociedad. Son el indicador indiscutible de la democracia: muestran el temperamento político, el comportamiento electoral, el estado de la nación y las libertades, la cultura política, la capacidad de adaptación frente a los cambios, los índices de poder de los actores internos y externos, la salud de los partidos políticos y califican al gobierno que termina. 

Las elecciones en Colombia han pasado por todo tipo de momentos, calma, guerra, amenazas, asesinatos de candidatos, corrupción, fraude y mucho más. 

Los nuevos conocimientos de la neuropolítica se centran en la comprensión del funcionamiento del cerebro político, enfatizando en el comportamiento político como proceso emocional e inconsciente. Desde esta disciplina se pueden analizar de forma más precisa las dinámicas electorales y también observar de qué manera, los profesionales del neuromarketing, utilizan estos conocimientos a través de infotecnologías masivas, big data e inteligencia artificial, para generar diversas emociones en los ciudadanos. 

Desde la segunda década del siglo XXI se vienen generando distintos desafíos para las elecciones, relacionados con los efectos de las redes sociales y su uso para montar estrategias de miedo y odio, que inciden de forma contundente en los resultados sin la violencia abierta del siglo pasado. Por ejemplo, en 2010 a un mes de las elecciones, en las encuestas iba punteando Antanas Mockus, candidato del Partido Verde con 38 por ciento de intención de voto, ante el candidato del partido de gobierno, Juan Manuel Santos con 29 por ciento. Sin embargo, en una entrevista-estrategia que confrontó al candidato con las creencias religiosas de los colombianos, le preguntaron si creía en Dios, y él, hombre honesto, respondió aturdido que no, que él era un científico. Esto influyó en que el voto cambiara drásticamente y el candidato Santos terminara ganando.

Hoy  la problemática social y política de Colombia se plasma en una encarnizada lucha en redes sociales, permeadas por insultos, asociaciones de medios extremistas que sirven de megáfono al miedo y al odio a partir de noticias falsas, generando situaciones como la que se presentó en 2016 durante la elección del plebiscito a favor de la paz. Sobre ello el jefe de campaña del No a la Paz, Juan Carlos Vélez, aseguró después de que lograran ganar esta elección, que su estrategia había sido “buscar que la gente saliera a votar berraca”, es decir, votara con ira, soportada en mentiras y antecedentes como asustar a padres de familia, con unas supuestas cartillas sexuales que estimularían la homosexualidad en los niños. El pánico se había logrado y se generaron marchas de padres y religiosos en varias ciudades. Luego de manipular con el miedo, llega la ira, y desde la ira, se logra odiar a todo lo que huela al gobierno de turno. 

“El miedo y la incertidumbre activan de forma natural el modelo del padre estricto en la mayoría de la gente, lo que provoca que el electorado piense en la política en términos conservadores”, dijo el experto George Lakoff, y desde este marco mental del padre estricto, basado en fortalecer los valores tradicionales y ofrecer seguridad, orden, disciplina y patriotismo, se domestica la mente del ciudadano y se fortalece el conservadurismo.

La actual campaña tiene importantes variaciones en este sentido, ya que ha sido redefinido el marco mental de la seguridad y el orden. Sin embargo, es necesario resumir el contexto de las elecciones 2022: 

  • Percepción generalizada de corrupción, injusticia y prebendas al Legislativo para  apoyar al Gobierno.
  • Aumento desmedido del poder Ejecutivo, que ha cooptado a los organismos de control y debilitado al Legislativo, con incremento de la desinstitucionalización y debilitamiento de la dignidad de la figura presidencial.
  • Mal manejo de la pandemia, aumento de la desigualdad, la pobreza y la inseguridad alimentaria. 
  • Aumento del narcotráfico, al punto de adelantar un paro armado.
  • Marchas de protesta de jóvenes respondidas con exceso de fuerza policial y represión.
  • Mínima capacidad de negociación y poca empatía del Gobierno.
  • Inexperiencia y arrogancia generalizada del presidente y su equipo.
  • Incumplimiento de los acuerdos de paz y aumento de líderes asesinados. 
  • La labor de la JEP, que ha mostrado la verdad sobre los horrores de la guerra y la importancia de las víctimas.
  • Migración masiva de venezolanos y conflicto fronterizo. 
  • Denuncia digital ante organismos internacionales de violaciones a los derechos humanos.
  • Debilitamiento interno del partido de gobierno. 

El panorama anterior trajo consigo un profundo anhelo de cambio, impulsado inicialmente por la gente joven y expandiéndose a otros grupos sociales y etarios de la población, en cabeza de Gustavo Petro. Confrontándose dos visiones del país: la conservadora que busca el continuismo y pronostica catástrofes para generar miedo al cambio, y la visión del cambio, que inicialmente estaba representada por la coalición de Centro y la coalición del Pacto Histórico.  

Los conservadores se mantenían tranquilos, pues el haber robustecido al enemigo perfecto todos estos años: Gustavo Petro, les garantizó ganar elecciones independientemente de quien fuera su candidato. Sobre Petro se había consolidado un perfil con marco mental de terror: guerrillero, perteneciente a la izquierda, autócrata, populista, impulsivo y de ideas radicales.  No obstante,  no contaron con el contexto actual ni tampoco con los efectos internacionales de su decisión de apoyar abiertamente la campaña de Trump en Estados Unidos. Allá dicen que “esas cosas no se olvidan”.

La coalición Equipo Colombia, se presentaba como centro derecha, sin embargo, al ganar la candidatura Federico Gutiérrez, este enfoca su discurso en la seguridad y simultáneamente renuncia Oscar Iván Zuluaga, candidato del Centro Democrático, poniendo en evidencia que Fico era el candidato del partido de gobierno y el representante de la derecha. Federico Gutiérrez, dio una primera impresión televisiva, mostrando bullying, inseguridad, carencia de profundidad en los temas y una imagen tosca, con un tono de voz rechinante y un discurso débil sobre seguridad y orden, que evocaba al Duque de 2018. Esta propuesta aún con todo el apoyo del Gobierno, y los partidos aliados, no ha logrado crecer como se esperaba, porque el contexto cambió y no imaginaron que Petro cambiara. No sabemos si el cambio de este, será temporal o permanente, pero ya no compra peleas, habla pausado, sonríe más, viste de colores pasteles, su mirada y lenguaje corporal generan tranquilidad y ha presentado a su familia, su lado más humano. Su discurso está posicionando un marco mental soportado en la vida y la esperanza, y coherente con este, eligió como candidata a la Vicepresidencia a una mujer afrocolombiana, víctima de la violencia, del racismo y clasismo, feminista, ambientalista y madre soltera. 

La Coalición del Centro, que contaba con muy buenos augurios, se debilitó por las discusiones públicas, los egos y en algunos casos, colocar los intereses personales por encima de los objetivos comunes. Su fortaleza interna y su lenguaje firme era esencial para responder a los ataques que llegarían de la izquierda y la derecha, para asegurar la viabilidad de sus candidaturas. La imagen del candidato elegido se desdibujó, se muestra inseguro y débil, aunque cuente con el mejor programa de gobierno. Parece tarde para remontar, porque a nivel del cerebro político del elector, era necesaria la fortaleza de Sergio Fajardo, para recuperar la confianza luego de la sensación de abandono que dejó en su electorado, por irse a ver ballenas. No asumió el liderazgo requerido y las emociones que genera hoy son frialdad, incredibilidad y desconfianza. 

Al tiempo, un llanero solitario mayor, de antecedentes agresivos y carácter recio, incursiona en estas elecciones: Rodolfo Hernández, quien responde a la demanda de un líder fuerte que no esté ni en la derecha ni en la izquierda, ha capitalizado votos de la derecha independiente y de esa franja de centro que percibe débil a Fajardo.  

El cambio más importante en estas elecciones es que ha sido redefinido el marco mental de la “seguridad y orden” por “Colombia potencia de la vida” y “Vivir sabroso” del candidato opositor. Este marco mental ha tenido que ser aceptado por la campaña de Gutiérrez, moderando al candidato, poniéndolo a hablar de su familia, las madres y su pertenencia a la clase media. Hasta ahora no ha logrado avanzar más allá del voto ideológico y del voto duro de derecha. El enorme gasto que en las últimas semanas está haciendo la campaña en medios digitales y redes sociales, busca captar el voto de la población que dura casi nueve horas diarias conectada a la web. 

Mientras el discurso del odio está en las calles y en las redes, grupos ciudadanos en la cotidianidad, hablan en voz baja que votarán por Petro, los que han sido bautizados por una joven uribista, como “petristas enclosetados”. 

Desde el análisis de la neuropolítica, si no ocurren situaciones inesperadas, errores garrafales, fraude, atentados, situaciones a las que desafortunadamente estamos acostumbrados, Colombia está ad portas de elegir por primera vez en su vida republicana a un dirigente de izquierda en el país más conservador de América Latina.

De ocurrir este hecho, estaríamos en presencia de un gobierno de transición que pondría fin al periodo uribista. Los gobiernos de transición sirven de puente a cambios sociales y políticos demandados por una mayoría de la población, buscan responder a momentos de crisis y  crear condiciones para iniciar una nueva etapa de país. En el caso colombiano, se asociaría a recuperar el rumbo de los acuerdos de paz y darles cumplimiento dentro de un marco de democracia más robusto y protector de sus actores. Por tanto, no se espera de los gobiernos de transición, diversidad de asuntos y múltiples agendas, su logro se mide en el impulso de transformaciones básicas que permiten nuevos caminos hacia el fortalecimiento de la democracia, la generación de espacios para el establecimiento de dinámicas institucionales sólidas y la construcción de consensos. Es trascendental entender este rol desde un comienzo, para que pueda cumplir su función prioritaria y no se diluya su responsabilidad democrática. 

De llegar este gobierno de transición, la relación de fuerzas muestra un mapa de oposición compuesto por la mayoría del poder Legislativo y los organismos de control, por tanto no se esperarían acciones autónomas radicales. 

Si los resultados ratifican los análisis, las percepciones de las encuestas, la calle, los jóvenes, la clase media, los territorios y la neuropolítica, se recomienda, acorde con las experiencias de otros países,  que este gobierno de transición, sea rodeado por los diferentes actores nacionales, para lograr el cumplimiento de su tarea de consensos, transformaciones y diálogos políticos, que facilitarán los cambios y brindarán las garantías a todos los sectores, dándole el respiro que requiere Colombia y los colombianos. 


**Priscila Celedón Consuegra es analista, consultora y coach política. Abogada, magistra en Estudios Políticos, doctoranda en Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid
 

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