“Todo está repetido, porque el énfasis es la esperanza que le queda a la desautoridad”
9 Abril 2022 04:04 pm

“Todo está repetido, porque el énfasis es la esperanza que le queda a la desautoridad”

Crédito: Presidencia de la República

Carolina Sanín describe la foto en la que el presidente Iván Duque exhibe la firma con la que autorizó la extradición de Otoniel.

Por: Carolina Sanín

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La cara de satisfacción y de amenaza. La pose de firmeza y de dominio. Pero los dientes sensiblemente apretados tras los labios. Está revanchándose: miren la autoridad que me dieron. Cómo la ven. Cómo me ves, papá, aquí despachando. Y el alargue de la línea de la boca, de un solo lado, como de desdén. Estoy sobrado. Se encuadra exactamente debajo del retrato de Bolívar, y adelante, como procedente de quien no es hijo. Ser presidente de Colombia es afirmar que se desciende del Libertador, el patriarca infecundo. Es ser un príncipe mentido. Tienen algo en común las poses del guerrero de la parcial soberanía con respecto al imperio, detrás, y la del funcionario que pone su firma para que el imperio juzgue, adelante en el tiempo y la oficina. Hay algo depresivo, deprimido, en la mirada de ambos, que se sustrae a los objetos y los objetivos. El resentimiento es el cuchillo que traspasa el cansancio. En los dos hay un ahorcamiento, una tristeza de maltrato que apenas puede contener el llanto. A la derecha de quien mira, también atrás del hijo, en un portarretratos, está la foto del padre biológico (creo). Y justo adelante, una cajita de madera marcada con una cruz, como relicario. Ahí la imaginación pone las cenizas de un muerto: quién sabe de quién. En la pared, dos textos enmarcados, y, en el medio de los dos, el suyo, enmarcado por sus dedos, como una tarea exhibida en la feria escolar. Su carta contiene el nombre de un asesino. El hombre representado en el medio de todos los hombres que salen en la foto (Bolívar, Duque, el papá y Jesús) es el hombre atroz. Detrás, todos los chécheres de la superchería, como una ilustración del tango Cambalache. Una botella de plástico y diez imágenes religiosas, ordinarias, que, más que signos de la devoción, parecen muñequitos para jugar. A la izquierda, otra vez Bolívar, de cuerpo entero, con la cintura marcada, tan femenino, tan coqueto. Todo está repetido, porque el énfasis es la esperanza que le queda a la desautoridad. Y la foto de la señora y los niños, que sustenta el reclamo paternal de quien es ansiosamente hijo. El anillo de matrimonio, como un sello, más gordo que el ano. La tacita de café o de té, el tintero costoso, y la firma enorme, con roturador, como la marca de un producto comercial, como el garabato del adolescente que declara, poco convencido, avergonzado, ante el papá y el padre, que se hizo hombre y titular de su heredad cuando firmó una condena.

Iván Duque


 

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