
Atentado en Cali
Crédito: X: @XPost1A
Cali, explotó el miedo
La dura semana que vivió Cali trajo a la memoria los peores momentos de violencia del narcotráfico a finales de los 80 y comienzos de los 90. Pero la historia se ha repetido otras veces. Los ciudadanos sintieron miedo, se resguardaron, pero también se acostumbraron.
Por: Olga Sanmartín

Las noticias de las 8 de la mañana del pasado martes 1o de junio le recordaron a Germán González el miedo que sintió en 2004, cuando era un adolescente de apenas 14 años. “Nos acaban de reportar la explosión de un artefacto a una cuadra de la estación de Policía de Meléndez (un barrio al sur de Cali). Se sabe que el ataque se produjo con una motocicleta cargada de explosivos que hasta el momento ha dejado un muerto y más de cinco heridos”, reportó el periodista.
Media hora después, aun dando detalles del ataque terrorista, el locutor interrumpió para anunciar el estallido de otra motocicleta en un Fruver del barrio Manuela Beltrán, al oriente de Cali y frente al CAI del sector. Lo bueno, pensó Julián, era que al menos esta bomba no había dejado víctimas fatales, aunque varias personas sí resultaron heridas. Germán, que estudió cine, tenía una cita de trabajo y ya eran casi las 9 de la mañana, así que apuró el pasó, alistó unos papeles, se puso sus audífonos y cuando abrió la puerta para salir hacia la estación del Mío, una nueva “chiva”, que le pareció insólita y hasta absurda, lo llevó a cancelar su encuentro. Un reportero de la emisora daba una primicia: una tercera explosión se había producido en la estación de policía Los Mangos, ubicada en la Comuna 14, en el barrio Marroquín, al oriente de Cali, y en el hecho había fallecido el hombre que presuntamente conducía la moto bomba. La policía, informaba el reportero, había cerrado varias vías de la ciudad. Pero eso no era todo. Julián supo tarde, por el resumen que le siguió a la primicia, que hacia las 3 de la mañana de ese mismo día las autoridades también habían cerrado la vía que conduce de Cali al Aeropuerto Internacional Alfonso Bonilla Aragón, porque en plena autopista, muy cerca del peaje Estambul, a la salida de Cali, habían sido instalados varios cilindros de gas con imágenes alusivas a las disidencias de las FARC.
Cinco personas fallecieron en Cali ese día y 43 heridos fueron atendidos. En zona urbana de Jamundí, población ubicada a apenas 10 minutos de Pance, uno de los barrios residenciales más costosos del sur de Cali, fueron detonados dos cilindros, sin que ocasionaran daños humanos ni materiales. En cambio, en Guachinte, zona rural de ese municipio a 37 kilómetros de Cali, explotó una moto que transportaba un cilindro bomba que dejó tres personas fallecidas y varios heridos, mientras que en Potrerito, a 31 kilómetros del centro de Cali, un artefacto explosivo había dejado cinco policías heridos. La Fundación Valle de Lili, el cuarto mejor hospital de Latinoamérica, emitió un comunicado a las 8:30 de la mañana del martes para informar que había recibido 23 pacientes con heridas provocadas por artefactos explosivos (de Cali, Buenaventura, Palmira, Jamundí y el Cauca), incluidos niños, 8 adultos en estado crítico y una persona fallecida en el centro hospitalario. Era el comienzo del resultado de 24 atentados perpetrados en un solo día en Cali, Buenaventura, Jamundí, Palmira y el departamento del Cauca. El atentado contra el aspirante a la presidencia, Miguel Uribe Turbay, era el terrible preámbulo del panorama de violencia que se tomaba a Cali.
Germán vive en el Guabal, un barrio popular de la comuna 10 del suroriente de la ciudad. Con 35 años de edad, estos hechos terroristas no lo podían llevar a recordar los finales de los 80 y comienzos de los 90, porque él apenas acababa de nacer y se daba el lujo de ignorar el terror que sembraban los carteles de la droga en el país entero pero, principalmente, en Cali, Medellín y Bogotá. Entonces, su mamá, con quien aún vive, le dijo: “no puede ser que estemos repitiendo la historia”, mientras en silencio repasaba las escenas aterradoras, producto de la serie de bombas de gran poder que estallaban en cualquier esquina, en cualquier momento, desde cualquier carro. Ambos tenían miedo de regresar a un pasado sin futuro, en diferentes tiempos y en circunstancias similares.
De las barras bravas al microtráfico
El miedo generado por la situación de violencia que en estos días se apoderó de Cali, trasladó a Germán al 2004, a sus 14 años, cuando en su barrio, donde vive desde que nació, se dio durante más de dos meses una de las peores guerras entre lo que parecían ser solo dos barras bravas: la del América de Cali y la del Deportivo Cali. Cuenta Germán que detrás de esas barras estaban las Águilas Negras, grupos criminales muy fuertes que “buscan que los jóvenes se organicen, que tengan sentido de pertenencia, en este caso unidos por la pasión al fútbol, pero también necesitan que sean fanáticos para que se enfrenten a las barras del equipo contrario; es el caso de los Hijos de Kain. Muchos de esos pelados ya organizados estaban listos para ser utilizados en otros asuntos como el microtráfico”. Por esos días, lo corriente eran las disputas por quiénes y en qué zona podían vender y los panfletos. Una de las víctimas de esa guerra fue el mejor amigo de Germán, a quien asesinaron en frente de sus ojos. Evitó por mucho tiempo salir innecesariamente a la calle. Durante dos meses, los enfrentamientos de las bandas se llevaron al menos al 70 por ciento de sus compañeros de colegio y conocidos de barrio, unos asesinados, otros desaparecidos o enfilados en grupos criminales organizados. “Todos los días se anunciaba que tirarían granadas, y era tanto el miedo a que en cualquier momento las lanzaran, que yo prefería no salir de casa.
Luego lo encerró, como a todo el país, el “estallido social”, en 2021, cuando escuchó varias ráfagas de fusil que rayaban con lo demencial. Eran encapuchados que se posaron a escasos dos metros de la entrada principal de la estación de policía El Guabal, a pocas cuadras de la casa de Germán, para presuntamente liberar al duro de una banda de narcotraficantes, arrestado durante el paro. “Esta semana, el martes, sentí el mismo el miedo. Aún hoy viernes la calle 44, donde queda la estación de Policía del Guabal está cerrada, como casi todas las calles donde se ubican las cerca de 20 estaciones de Policía de Cali. La recocha de las fritanguerías y la música que en el Guabal siempre se toma vías y los andenes al atardecer han brillado por su ausencia”.
El martes desde el medio los buses del Mío transitaron prácticamente vacíos, las calles se veían como un domingo al amanecer, sin tanto carro ni la estridencia habitual producida por el enjambre de motos que se tomó hace rato la ciudad. Oficinistas y otros trabajadores regresaron muy temprano a casa, los colegios, oficiales y privados, devolvieron a los niños a sus hogares, la mayoría de los comercios cerraron sus puertas mucho antes del atardecer y se decretó el cierre de toda actividad comercial entre las 9 de la noche y las 5 de la mañana.
El miércoles y el jueves se acentuó el silencio en las calles. Quienes pudieron, cancelaron sus citas presenciales y las pasaron a virtuales y aunque la anunciada visita del presidente Gustavo Petro este miércoles llevó a marchar hasta la plaza de San Francisco a sus seguideros, a un nutrido grupo de la minga indígena del Cauca y a gran parte de los trabajadores y líderes de los sindicatos, también encerró a la mayoría de los ciudadanos atemorizados frente a la posibilidad del inicio de un nuevo “estallido social”, de un ataque a la marcha que apoyaba al gobierno, de un atentado al propio mandatario o hacia cualquier estación de Policía. El centro de Cali se cerró desde horas de la mañana.
El jueves los ciudadanos tímidamente comenzaron a regresar a su cotidianidad, desconfiados. La mayoría de los colegios prefirieron atender a los niños solamente hasta medio día. El alcalde Alejandro Eder y la gobernadora del Valle, Dilian Francisca Toro, anunciaron la llegada de 100 policías más a la ciudad y la presencia militar en los corredores que comunican a Cali con Jamundí y con el aeropuerto. El alcalde, además, ofreció 300 millones de pesos por información que lleve a la captura de los responsables, ya señalados. También le exigió al presidente Petro una respuesta inmediata a la ola de inseguridad que vive Cali, le reiteró su llamado para incrementar la inversión en materia de seguridad, aumentar el pie de fuerza y el combustible para la Fuerza Aérea y lo instó a trabajar unidos por la ciudad, por encima de las diferencias políticas.
El amanecer del viernes fue sorprendentemente frío y lluvioso. Hasta la tarde la ciudad se sintió serena, como un domingo. Continuaban cerradas muchas calles que representan un potencial peligro. Se daban tres falsos anuncios que congelaron a los ciudadanos: un carro bomba en el terminal de buses a la 1 de la tarde que acabó siendo un carro mal parqueado, otro carro bomba en la calle 24 con carrera primera (con extraña mini explosión) y un paquete botado en una vía de un parque, que al final era inofensivo. En Cali no sería posible detectar la amenaza en medio de cientos de motos parqueadas en zonas verdes, peatonales y calles, inclusive sin placas, y automóviles estacionados en avenidas principales, andenes y vías exclusivas del Mío.
En la noche del viernes, al cierre de este artículo, la lluvia continuaba, más leve, y parecía que mucha gente había perdido el miedo de los tres días anteriores. Comenzó a sonar la música en esquinas y locales, las motos reaparecieron, los rumbeaderos abrieron y empezó la juerga. No sabemos si se perdió el miedo a los estallidos de las bombas o a la lluvia que siempre lleva a los caleños al encierro.
