Los niños del Catatumbo, un desgarrador salto de la inocencia a la realidad

Crédito: Javier Patiño / CAMBIO

22 Enero 2025 02:01 pm

Los niños del Catatumbo, un desgarrador salto de la inocencia a la realidad

Cerca de seis mil niños y niñas han tenido que huir con sus padres de las confrontaciones entre las disidencias de las Farc y el ELN. CAMBIO conoció sus historias y los desafíos que enfrentaron para evitar ser víctimas del conflicto.

Por: Javier Patiño C.

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Los enfrentamientos entre el Frente Nororiental del ELN y el Frente 33 de las disidencias de las Farc han generado un impacto psicológico devastador en miles de menores que se han visto obligados a abandonar sus hogares junto con sus familias para proteger sus vidas.

Las alcaldías y el estadio General Santander, en Cúcuta, Norte de Santander, han recibido un éxodo masivo de familias desplazadas. Esta crisis humanitaria no solo ha agravado la situación social y económica de la región, sino que ha truncado los sueños de libertad de miles de menores.

Según cifras de la Defensoría del Pueblo, el 40 por ciento de los desplazados que han salido del Catatumbo son menores de edad; es decir, cerca de 6.000 niños y niñas que huyeron ante el temor de que hombres armados irrumpieran en sus casas, o de quedar atrapados en el fuego cruzado, o de pisar campos minados instalados por los grupos que se disputan el control de la zona.

“De las 18.000 personas que han huido por la violencia, miles son niños, niñas y adolescentes que hoy permanecen en hoteles y hogares de paso en Cúcuta”, señaló un funcionario del organismo gubernamental.

La situación ha encendido las alarmas de organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que, tras conocer de primera mano lo que ocurre en Norte de Santander, calificó el caso como una grave violación de los derechos de la infancia.

Para Lucía, una joven voluntaria de la Cruz Roja, es desgarrador ver cómo cientos de familias descienden de camiones de carga, utilizados normalmente para transportar víveres, tras un largo viaje sin alimento ni agua.

“¿Cómo se le explica a un niño, que no tiene nada que ver con el conflicto, que solo puede llevar unos pocos juguetes y algo de ropa en una bolsa para huir?”, se pregunta Lucía, quien se encarga de atender a los menores que llegan al estadio General Santander.

Uno de esos casos es el de Mireya, una madre soltera que sostiene entre sus brazos, oculta tras un chal gastado, a su hija de un año. “Ella es mi vida y no puedo permitir que algo malo le pase. Trabajo en una mina cerca de Campo Dos. Allí llegaron buscando al patrón, a quien ya se habían llevado dos veces. Cuando vi a cuatro hombres armados, solo tuve cinco minutos para agarrar dos teteros, un tarro de leche y huir”, relata con temor.

Una historia similar vivió Marlén, una viuda cuyo esposo fue asesinado por negarse a obedecer órdenes del ELN. Con el corazón desgarrado, tuvo que dejar el cuerpo de su marido para salvar la vida de sus dos hijos, de cinco y doce años.

“Tuve que secarme las lágrimas, despedirme de él a la distancia, tomar dos panelas, una jarra de leche, un poco de ropa y correr con mis niños lejos de allí”, relata entre sollozos.

familias desplazadaas
Javier Patiño/Cambio

Sueños perdidos

Estas historias se repiten en cada refugio al que llegan familias que lo dejaron todo para empezar de nuevo. Algunos menores han sido entregados a vecinos, porque sus padres fueron retenidos y su paradero es desconocido.

Las expresiones de tristeza y melancolía reflejan el dolor de quienes han perdido su hogar y ahora enfrentan la incertidumbre de no saber si volverán a ver a sus amigos y seres queridos, pues muchos temen ser señalados por algún grupo ilegal.

Miryam, una psicóloga con un corazón inmenso, les regala una sonrisa como primer paso para entablar diálogo con ellos. Su trabajo consiste en ayudar a los niños a expresar sus emociones y evitar que el dolor los marque para siempre. “Los pequeños no recuerdan cómo llegaron aquí. Nuestra labor es jugar con ellos, brindarles cariño y hacer que olviden, al menos por un momento, la dura experiencia que han vivido”, explica.

Durante cinco días, Miryam ha dejado a su familia para ayudar a quienes más lo necesitan. “Está en nuestras manos que estos niños no dejen de soñar”, advierte con determinación.

familias desplazados
Javier Patiño/ Cambio

Inocencia perdida

A Isaac, un pequeño con miedo en la mirada, lo reciben con un mango, su primer alimento en varias horas. Entre bocados, empieza a contar su historia: unos hombres armados en moto obligaron a su familia a salir corriendo de su vereda, dejando atrás a Laika y Negro, sus dos perros.

Para distraerlo, le entregan una hoja y colores como forma de terapia, mientras sus padres hacen fila para acreditarse como víctimas y recibir ayuda humanitaria.

“Hablamos con ellos y ganamos su confianza sin tocar el tema de lo que han vivido, porque eso sería revictimizarlos. Luego, a través del juego, les explicamos por qué sus padres los sacaron de su hogar, ayudándolos a superar el temor”, dice una funcionaria de la Personería Municipal.

Para ella, esta es una de las crisis más grandes que ha enfrentado. “La violencia deja marcas imborrables, pero en los niños es aún peor. Necesitarán mucha ayuda emocional para superar este trauma y poder construir un futuro sin miedo”, concluye una terapeuta de la ONU.

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