
Crédito: Rotorr-Motor de Innovación
Caucho y esperanza: este es el renacer de un territorio marcado por el conflicto
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En el municipio de Tarazá, la plantación ‘Cauchero, frutos del perdón’ es un símbolo vivo de reconciliación. Cada árbol de caucho crece al ritmo del esfuerzo, la esperanza y el profundo anhelo de transformar el pasado en un futuro sostenible y lleno de paz.

En el corazón del Bajo Cauca antioqueño, donde por años floreció la incertidumbre, la violencia y el desplazamiento, hoy brota una nueva semilla: el caucho. Pero más allá de su valor económico, este cultivo representa un símbolo de reconstrucción colectiva, una vía digna de reparación y una apuesta por la vida en territorios históricamente atravesados por el conflicto armado. En el corregimiento La Caucana, municipio de Tarazá, se alza una plantación cuyo nombre lo dice todo: ‘Cauchero, frutos del perdón’.
Allí, en cinco predios distribuidos entre Montepío, Hacienda La Luz y Avícola San Juan, la tierra ha comenzado a hablar otro idioma. Son más de 220 hectáreas sembradas, con cerca de 500 árboles por hectárea. Pero lo más valioso no son los números, sino las personas que le dan vida a este territorio. Hombres y mujeres que han hecho del caucho un proyecto de sanación individual y colectiva, enfrentando no solo el clima o la humedad de la corteza, sino también el recuerdo de un pasado marcado por el miedo.
Trabajo, memoria y dignidad
Marcos Arrieta, líder de la plantación, es tecnólogo agropecuario y conoce de cerca cada predio, cada trabajador, cada fase del cultivo. Lleva más de 20 años vinculado al caucho, una experiencia que inició con Naciones Unidas y que hoy lo posiciona como un referente en la zona. Su voz combina la firmeza del conocimiento con la sensibilidad del compromiso social. “Un buen manejo de la plantación es fundamental para mejorar la productividad. Esto no se trata solo de rayar un árbol, sino de hacer bien cada etapa del proceso. El caucho no da segundas oportunidades si se maltrata”, dice.

En esta plantación, cada operario atiende entre tres y cuatro hectáreas. Se trabaja bajo sistemas de ciclos –D3 o D4– que organizan la recolección diaria del látex. El clima lo define todo: si la madera está mojada por la lluvia, hay que esperar porque “si se raya húmedo, el producto es penalizado por su baja calidad”. Cada trabajador conoce la rutina, pero también la fragilidad de un cultivo que depende del rigor técnico y de las condiciones ambientales. “La constancia es clave. Incluso la hormona ethrel, que ayuda a aumentar la producción, no sirve si el rayado no es diario”, explica Marcos con precisión.
Pero el caucho también exige cuidado humano. Así lo sabe Nefer José Conde, auxiliar de Seguridad y Salud en el Trabajo, quien todos los días se asegura de que sus compañeros usen los elementos de protección adecuados, especialmente cuando se manipula amoniaco. Aunque el químico se usa diluido, puede generar efectos a largo plazo si no se maneja correctamente. “Recomendamos consumir vitaminas o avena para fortalecer el cuerpo ante una posible intoxicación lenta”, dice. Se han dado casos en que mujeres embarazadas debieron suspender sus labores por el riesgo abortivo del químico.
Nefer habla también desde la memoria del dolor. Recuerda con detalle los años más duros del conflicto, cuando el miedo determinaba las rutas, los horarios, e incluso la forma de mirar a los demás. “Viví enfrentamientos armados en plena faena. Una vez, un helicóptero disparaba mientras nosotros nos escondíamos debajo de una estructura improvisada. No podíamos ni usar el celular. Era un tiempo brutal”. Hoy, el ambiente en la plantación ha cambiado: se respira calma, se trabaja sin amenazas y se transita por caminos que antes eran mortales.
Sembrar futuro: desafíos, alianzas y transformación
Y, sin embargo, no todo está resuelto. La falta de mano de obra calificada es uno de los principales obstáculos. Hay terrenos listos para ser explotados, pero sin suficientes trabajadores. A eso se suma la poca familiaridad que tiene la población local con este cultivo. Muchos jóvenes prefieren la minería, que, aunque más inestable y riesgosa, les ofrece ingresos más inmediatos. “La gente quiere dinero rápido, pero el caucho necesita compromiso, disciplina y conocimiento técnico”, afirma Guillermo Durán, técnico de calidad, quien supervisa que cada rayador cumpla con el proceso de forma correcta. Su rol es pedagógico y técnico: “Estoy para apoyar en campo. Si alguien necesita guía, ahí estoy”.
Guillermo ha vivido toda su vida en Tarazá. Como muchos, sufrió los rigores del conflicto armado: los desplazamientos, los retenes ilegales, los toques de queda impuestos por grupos armados. Hoy, aunque se siente más tranquilo, sabe que aún queda un camino largo para consolidar la paz. “La minería opaca al caucho, pero creo que con formación y disciplina podemos lograr que esta sea una región cauchera”, señala.

Esa esperanza también la encarna Ariel Muslaco Polo, gestor de cultivo, oriundo de San Marcos, Sucre. Se formó con el SENA durante tres meses, y desde entonces ha hecho del rayado del caucho un oficio de precisión. “Rayar caucho es un arte”, dice con orgullo. Todos los días trabaja con 400 árboles, cuidando que el látex no se contamine y que el corte sea exacto. Valora profundamente los elementos de protección personal que ha recibido, especialmente la camisa y el pantalón, que lo protegen del sol, las arañas y otros riesgos del monte.
Ariel, como Nefer y Guillermo, también ha sido testigo de los cambios. “Antes no podíamos salir ni al pueblo. Hoy el ambiente ha mejorado. Se puede trabajar con más tranquilidad”, explica. Pero sabe que no basta con la voluntad individual: se necesita un plan, una visión de largo plazo que permita que este esfuerzo colectivo se mantenga en el tiempo.
Es ahí donde entra la intervención de Rotorr - Motor de Innovación. Su labor en la plantación ‘Cauchero, frutos del perdón’ busca generar un plan estratégico integral que permita la sostenibilidad del proyecto en el mediano y largo plazo. Esto incluye el fortalecimiento de capacidades técnicas, la consolidación de cadenas de valor, la innovación en procesos y productos, y el desarrollo de estrategias que aseguren la viabilidad económica y social del cultivo.
Porque no se trata solo de extraer látex. Se trata de construir futuro. De devolverle a la tierra lo que la violencia le quitó. De transformar el campo en un espacio de oportunidades y dignidad. Como dice Nefer, quien hoy se expresa a través de videos culturales en redes sociales: “Esto también es memoria. Es resistencia. Es vida”.
En La Caucana el caucho no solo se recolecta: se defiende, se cultiva y se honra. Cada árbol es testigo de un pasado que no se olvida, pero también de un presente que se está escribiendo con manos firmes, corazones valientes y la convicción de que la paz también se siembra.
*Contenido elaborado con apoyo de Rotorr-Motor de Innovación.
