Abel Rodríguez Muinane, el sabio indígena nonuya que plasmó el Amazonas en arte

Abel Rodríguez Muinane

Crédito: Moma

14 Abril 2025 11:04 am

Abel Rodríguez Muinane, el sabio indígena nonuya que plasmó el Amazonas en arte

Óscar Roldán-Alzate, curador y crítico de arte y cultura, cuenta cuál fue la semblanza y la importancia de Abel Rodríguez, el artista de la Amazonía colombiana, quien murió el 9 de abril y que hoy, tanto el mundo del arte, como su pueblo Nonuya, lo recuerdan como "El nombrador de las plantas".

Por: Óscar Roldán-Alzate

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Los encuentros más recientes del arte contemporáneo han planteado un giro inesperado. Poco a poco, hemos comenzado a reconocer personajes y formas de arte que durante décadas solo se asomaban a través de mediaciones elaboradas por figuras del mainstream. Picasso, por ejemplo, introdujo el arte africano en las vanguardias con sus Señoritas de Aviñón, pero ninguna máscara masái ni textil bereber logró entonces su sitial. Tuvo que pasar un siglo para que estas creaciones simbólicas llegaran solas, por sus propios medios, con voz altisonante, a las palestras del arte universal.

En Documenta 14 (2017), con las mismas garantías que los artistas de carreras meteóricas, un abuelo Nonuya de la Amazonía colombiana ocupó una de las salas más notables del Museo de los Hermanos Grimm, en Kassel, Alemania. Mogaje Guihu —nombre tradicional de Abel Rodríguez— fue invitado con su obra de representaciones botánicas, elaborada décadas atrás, pero presentes desde sus primeros años. Una obra que no solo registra especies: es, sobre todo, una forma viva de sabiduría. Una fuente tejida de intuición, experiencia y memoria, que no busca otra cosa que el bienestar de la comunidad. Todo sabio camina sobre los hombros de su pueblo.

Abel fue —y seguirá siendo— parte indivisible de su comunidad. Su conocimiento fue colectivo y representó un territorio. Hablaba con la claridad de la luz que se filtra por la bóveda arbórea de la selva, hasta el pasado 9 de abril, cuando hacia las diez de la noche entregó su último aliento. Murió su muerte en paz. Lo hizo como vivió: en silencio, en vínculo con la tierra.

Pintura de abel rodriguez
Bosque inundable en momento de verano. Tinta sobre papel. 2014. Foto: Cortesía

No obstante, aún me pregunto —con una mezcla de gratitud y duda— si hice lo correcto al incorporarlo por primera vez a una exposición internacional de arte contemporáneo. Fue en 2013, durante el 43 Salón (Inter)Nacional de Artistas, en el Museo de Antioquia. Su obra fue acogida con asombro, pero también con las contradicciones propias de un sistema que todo lo absorbe. ¿Hicimos bien en exponerlo a un mundo tan ajeno a sus anhelos? ¿Lo arrojamos sin quererlo al engranaje de un aparato estético y económico que poco entiende de sabiduría? Con su partida, esas preguntas se hacen más urgentes.

Y es que algo está pasando con la verdad y con sus formas de representación. Las voces de los pueblos subalternos, excluidos por tanto tiempo, han comenzado a alterar el curso de la historia oficial. Se reescriben enciclopedias, se cuestionan los saberes verticales, se reconocen otras formas de entender el mundo. El positivismo fracasó desde su nacimiento. Hoy, su estela revela el daño causado a la noción de saber. Es urgente corregir este yerro. Saber no es conocer. Como tampoco es lo mismo la humildad de la responsabilidad que la prepotencia del poder.

Saber y conocer suelen confundirse. Pero mientras el conocimiento resuelve problemas, la sabiduría los evita. Basta mirar atrás, a la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, para notar que sin hombres y mujeres como Mogaje Guihu, nada habría sido posible. El “docto” José Celestino Mutis lo sabía: sin quienes conocieran las correntías y los secretos del monte, no hay ciencia posible. Sus memorias lo confirman: un ilustrado del Nuevo Mundo caminando con sabios vestidos con las mismas hojas que luego serían consignadas bajo las convenciones de Linneo. Lo que aquí se vivía, no se estudiaba. He ahí otra gran diferencia entre saber y conocer.
Mutis, además, buscó a Dios en las formas de la naturaleza. O mejor: en la línea de Spinoza, comprendió que Deus sive Natura —Dios o la Naturaleza— no es una metáfora, sino una visión total del mundo. Su curiosidad lo llevó incluso a emprender un estudio lingüístico por encargo del rey Carlos III, quien deseaba complacer a la zarina Catalina la Grande con un diccionario de las 200 palabras más comunes en todas las lenguas. En ese proyecto, Mutis profundizó su relación con los pueblos indígenas. Más que un conocedor, fue un aprendiz.

Cambio Colombia

Así también fue Abel Rodríguez. Aunque el mundo del arte lo celebró como artista, él nunca lo fue en sentido estricto. Fue un sabedor. Un hombre incorporado a la floresta, a la tierra negra de la selva verde, a los ríos vivos, a los animales del territorio centro —como llamaba a sus compañeros no humanos— y a las estrellas que cubren con historias el pulso de cada tronco. Su saber humilde, vaciado en tinta china sobre papel blanco, representó no solo las plantas, sino los ciclos, los flujos, los cantos.

Su legado —como el de Mutis, pero sin monarcas ni diccionarios— se forjó sin mapas ni vitrinas. Se aferró a la memoria, a la escucha, al cuidado. Su obra sobrepasa al científico y al ilustrado. Se sitúa en otro plano. Y, sin embargo, desde el momento en que lo conocí, no dejó de impresionarme su capacidad de adaptación, su lucidez crítica, su presencia discreta y firme en cada escenario.

Hoy, tras su partida, me queda la pregunta: ¿lo acompañamos, como curadores e instituciones, con el respeto y la escucha que merecía? ¿O lo convertimos en objeto de un mundo que todo lo transforma en mercancía? Lo cierto es que Abel resistió. Supo habitar los grandes escenarios sin traicionar su raíz. Supo seguir hablando con las plantas, incluso cuando el mundo hablaba de él.
Su espíritu sigue acompasado con las constelaciones que narran la historia de los árboles. Su pueblo lo llama: "El Nombrador de las Plantas". Y hoy, también el arte.

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