
Alejandro Gaviria y Ricardo Silva Romero conversan con serenidad
Ricardo Silva y Alejandro Gaviria.
Crédito: Carolina Lopez y laura Morales
Ricardo Silva Romero y Alejandro Gaviria sostuvieron, en el podcast Tercera vuelta, en El Locutorio que dirige Alexander Pinilla, unas conversaciones relajadas que dieron pie a ‘El arte de no enloquecer’, libro que ellos escribieron a cuatro manos. Se basaron en sus charlas y la obra se presentará este sábado 10 de mayo a las 2:30 de la tarde en la Carpa Cultural de la FILBo. CAMBIO reproduce el prólogo del libro que escribió Pinilla.
Por: Redacción Cambio

El arte de no enloquecer es una conversación cargada de humor y de reflexiones sobre la vida. En ella Alejandro Gaviria y Ricardo Silva Romero, muy agudos observadores de la realidad. Con base en sus espontáneos diálogos en Tercera vuelta, el pódcast de El Locutorio, escribieron a cuatro manos este libro, intercambiando textos y hablando por escrito.
Hablan de sus experiencias, recomiendan libros y películas, y discuten de manera relajada de su visión particular del mundo. Es un libro pensado para aportar un poco de calma y sosiego en un mundo apabullado por una sobre carga de información de muy diversa índole y que muchas veces está guiada las indignaciones, los odios y los insultos. Es un libro que, por encima de todo, invita a tomarse en serio la salud mental, a refugiarse en las ficciones, a hablar sobre lo que tanto duele y a celebrar las historias y las personas que nos sacan de ese vértigo.
Alejandro Gaviria es ingeniero, economista y escritor colombiano. Ha sido ministro de Salud y de Educación de Colombia. Tiene un PhD. en Economía de la Universidad de California (San Diego). Es autor de más de diez libros.
Ricardo Silva es escritor y periodista, autor de varias novelas, ensayos, poemarios, dos libros sin género y una obra de teatro.
CAMBIO reproduce el prólogo del libro, escrito por Alexander Pinilla
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“Ser creativo es dar con su propia clase de belleza”, me respondió un día Ricardo cuando le pregunté sobre lo que significaba para él la creatividad. Admiro ese talento que tiene para dar con formas únicas y distintas de decir algo. Admiro su modo de leer las cosas y escucharles su propia voz, su modo de disfrutar cada línea, que me lleva siempre a la pregunta “¿cómo dio con esa frase?”. Lo hace ver tan fácil que dan ganas de aprender, y fue justo eso lo que me llevó a tomar, en septiembre de 2018, el taller que dictó sobre su libro Ficcionario. Lo que no esperaba era que, años después, mi primer gran reto de escritura iba a ser este prólogo en un libro en el que él escribe junto con Alejandro Gaviria. Calculen ustedes el compromiso que puedo sentir al escribir algo previo a dos escritores que son tan cuidadosos con cada palabra.
Es inevitable preguntarme si estaré a la altura. Es inevitable escribir, reescribir, pensar que nada es suficiente. Y luego recuerdo que de eso se trata este libro: de lo que nos decimos para sabotearnos y de los recursos que hemos acumulado para transitar la vida sin morir en el intento. Ver que dos personas que admiro profundamente también recorren esos terrenos movedizos me da cierta tranquilidad. Este libro los muestra a los dos, tal como son, explorando esa humanidad compartida. Estar cerca de la comunicación me ha permitido ver que somos más los presos del síndrome del impostor, más los que creemos que solo hemos tenido suerte y no estamos preparados para afrontar lo que nos ha puesto la vida, y entonces es mejor quedarnos callados antes de ser “descubiertos”. Y, no obstante, aquí estamos, creando, insistiendo, viviendo.
“El propósito de la vida es recrearla”, dice Ricardo, y “todos tenemos varias formas de vivir el mundo”, dice Alejandro. Para mí, esas dos líneas son una licencia para hablarles de cómo llegamos al pódcast Tercera vuelta y cómo este libro era algo inevitable.
Ya les dije que conocí a Ricardo en el taller de Ficcionario. Desde hace años leo su columna cada semana. Cada vez que tuiteaba su nueva publicación, de inmediato iba a darle clic al enlace para entender, en una hoja, lo que estábamos viviendo en el país desde su óptica. Con frecuencia lo felicitaba e insistía en la envidia que tengo de ese talento. Él, con amabilidad, como a muchos de sus seguidores, respondía con retuits, likes y frases de verdad. Esa es una de sus formas de ser: recibir genuinamente, responder con cariño, prestar atención, ser cómplice de una conversación. Sé que las redes tienen muchas cosas que nos quitan la tranquilidad, pero en medio de todo nos dan otras cosas: nos acercan a personas que de otra manera no hubiéramos conocido. Así comenzó este encuentro con @RSilvaRomero75 que me llevó desde su taller hasta una amistad que aspiro a cuidar.
Mi encuentro con Alejandro fue más “políticamente caótico”: en las elecciones para encontrar el candidato presidencial de la Coalición Centro Esperanza. “Somos voz”, le oí decir a Alejandro en una de las sesiones previas a un debate en la campaña. En ese momento reflexionaba sobre lo que podemos hacer con nuestra voz. Recibíamos de su parte una defensa de su autenticidad, de considerar la técnica a la hora de expresarse, pero a la vez detenernos en el hecho de que nuestro sonido hace parte de nuestra personalidad. No puedo estar más de acuerdo, y por eso supe, desde el minuto uno, que estar en su campaña iba a ser algo muy enriquecedor. Salió mejor de lo que esperaba, a pesar del conteo de votos ese domingo de febrero. Me gusta que Alejandro siempre da un paso atrás para aproximarse a una situación, busca un ángulo que quizás nadie está viendo o está dando por sentado. Y, como lo van a ver en el libro, va recopilando y retrocediendo para avanzar, un estilo metódico, sistemático, “ingeniero y poeta”. Para mí, cada reunión durante la campaña era eso: una clase y, a la vez, un momento inspirador. La mayoría nos hacíamos la misma pregunta después de oírlo: “¿Cómo hacemos para que la gente vea lo que nosotros vemos de Alejandro?”. Uno de los problemas por resolver en la comunicación es cómo hacer que la gente, que tiende a ver lo que quiere confirmar, vea lo que nosotros vemos y lo que queremos que vean. En medio del caos y la inmediatez de una campaña, le planteé grabar reflexiones diarias en un formato de pódcast. Instalamos una cabina en la sede de campaña, y así nació Hagamos la diferencia: un diario sonoro de campaña donde Alejandro abordaba cada tema de su programa, de la coyuntura o de interés para las audiencias, y reflexionaba, libreta en mano como suele estar, sobre los temas del día. Era un placer escucharlo traduciendo sus ideas apenas oprimíamos el botón rec. “Todos tenemos formas de vivir el mundo”, decía, y eso era lo que yo veía en él: una forma de habitarlo siempre fiel a sí mismo.
Se acabó la campaña. Pasamos la “tusa electoral”: esa mezcla de nostalgia y vacío que deja la intensidad de intentar convencer a la gente de que el candidato de uno es la respuesta a sus dudas y sus sueños. Al final, el centro político se quedó sin esperanza, y en la segunda vuelta se definió lo que parecía inevitable.
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“El propósito de la vida es recrearla”, dice Ricardo, y “todos tenemos varias formas de vivir el mundo”, dice Alejandro. Para mí, esas dos líneas son una licencia para hablarles de cómo llegamos al pódcast Tercera vuelta y cómo este libro era algo inevitable.
Así, me encontré con el dúo y con la amistad de Ricardo y Alejandro. La ficción me había dejado un amigo; la política, otro. Después de la campaña tenía una conversación en paralelo con cada uno, y ambas le apuntaban a lo mismo: crear algo. Ricardo había grabado en la pandemia el audio curso de escritura que un par de años después sacaríamos con El Locutorio. Con Alejandro teníamos la idea de seguir adelante con el pódcast. Ambos podían hacer algo por su lado, pero veía que compartían tanto la autenticidad como la disciplina de escribir: ambos daban, a diario, con su propia clase de belleza. Juntarlos, más que una idea, era mi obligación. Así que les dije: “¿Qué tal si nos tomamos un café los tres?”. Aceptaron sin problema. Me sorprendió que desde el minuto uno haya salido tan bien. No paramos de hablar. Después de casi dos horas, concluimos: “Ya tenemos pódcast”.
Ya estaba todo listo para nuestro próximo encuentro. El fondo estaba; la forma, quizás aún con preguntas por resolver, entre ellas el nombre. Recuerdo que evaluamos tres: “Los caminos de la vida”, que fue descartado por ser muy “Paulo Cohelesco”; otro que ya no recuerdo; y la opción tres: “Tercera vuelta”. Tenía la intuición de que ese era el indicado. Por eso propuse dos que no le compitieran, pero que se viera variedad, más o menos como esas licitaciones a dedo. Supimos que era “Tercera vuelta” desde el comienzo. El nombre viene del momento político que vivíamos. Alejandro no había llegado a la primera vuelta. El presidente había ganado en la segunda. Y nosotros íbamos por la tercera junto con Ricardo Silva Romero porque esto definitivamente no iba a parar.
Así nació Tercera vuelta. Pronto creamos un chat —nada innovador— en el que, debo decir, no se envían stickers, gifs o memes. Parece aburrido, pero es todo lo contrario gracias a los textos bien escritos y a las reflexiones que ahí se dan, rodeados de muchos “jajaja”. Luego vinieron los dos micrófonos, un par de tazas de café, algún postre cada semana, manimoto, chokis, maní, maní, maní, y unas ganas tremendas de conversar. Ricardo suele llegar de primero, siempre listo para recibir la pelota que le envíen; Alejandro aparece luego un poco más acelerado en el cuerpo y más reflexivo en la mente. Una vez que vemos que llevamos mucho poniéndonos al día en las cosas de la semana, llega la pregunta: “¿De qué vamos a hablar?”. Llegamos, entre los tres, al tema de la sesión. Antes de sentarnos, Alejandro pide un momento para ordenar en su libreta o cuaderno de turno sus pensamientos y repasar el orden. Lo verbaliza: “Comenzamos acá, seguimos acá y cerramos con esto”. “Vamos a hablar mierda”. Me río, pero sé que no solo están preparados con este consejo de redacción espontáneo, sino que vienen preparados desde hace cuarenta años, con sus historias y sus perspectivas. Cada uno es el mensaje. Lo que se ve fácil para ellos, es un trabajo de semanas para otros shows, y lo sabemos porque lo hemos hecho en El Locutorio. Creo que el método que les cuento es otra forma, como lo verán más adelante en este libro, de bajar el nivel de expectativa. El debut nos llevó al segundo lugar de los pódcast más escuchados en Spotify y convertirnos en uno de los más consultados por los líderes de opinión del país. Conectamos con una comunidad y nos sorprendimos con los mensajes de quienes se sentían acompañados, y hasta recibimos llaveros de regalo.
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En una de sus novelas, Ricardo termina diciendo que el secreto de la vida es que se acaba. Otro secreto es aprender a reírse de uno mismo; eso, en sí, es un arte.
“Nos terminan reduciendo a una palabra”: esa es una verdad que hablamos en algún episodio. Cada uno tiene una percepción de lo que somos, y no somos una sola cosa, pero nos resumen en una. Eso no quiere decir que no sigamos teniendo muchas vidas y no seamos muchos. Ricardo es reconocido como escritor de ficción, columnista, apasionado del cine, los Beatles y Hitchcock, hincha de Millonarios, esposo entregado a Carolina, paseador de Mija. Y Alejandro es respetado como académico, escritor, político, un Nostradamus de la política, hincha de Nacional, entregado a su propia Carolina, apasionado de los vallenatos, Borges y la poesía, paseador de Rufo. Y yo, desde esta silla, antes de grabar, veo a dos personas capaces de tocar el corazón y la mente de quien los oye, con una facilidad para hacer reír, con un humor que resulta terapéutico y liberador. Con una capacidad para generar asombro con una premisa y rematar elegantemente con un punch line, que encierra toda una idea, y, sobre todo, dos amigos parados en la lealtad. Walter Lippmann, experto en opinión pública, plantea que al experimentar solo un pedacito del mundo, terminamos a lo largo de la vida hablando con las mismas personas y de los mismos temas, con pequeñas variedades. Nos enteramos del mundo por lo que nos cuentan, nos acercamos a temas a través de otras voces, a través de otras miradas. En este mundo de contaminación informativa, elegiría una y otra vez ver parte del mundo y reflexionar sobre la vida a través de personas como Alejandro y Ricardo, que se detienen constantemente por la duda, la sensatez y la vulnerabilidad. Los elijo siempre, no para estar de acuerdo ciegamente con ellos, sino para hacer las paces conmigo y tomarme la vida más compasivamente.
Este libro es de dos amigos que muchos de ustedes ya conocen, y para otros son dos desconocidos que están a punto de presentárseles, hablando de temas cercanos. En una de sus novelas, Ricardo termina diciendo que el secreto de la vida es que se acaba. Otro secreto es aprender a reírse de uno mismo; eso, en sí, es un arte. Este es un libro para no caer en la trampa de aferrarnos a la razón, para concedernos el derecho a cambiar de opinión, a no tomarnos tan en serio. Un respiro en medio del ruido, un espacio para cultivar el arte de no enloquecer. Bienvenidos, queremos que su voz sea la tercera en esta conversación.
