Botero, eterno. Por Marta Orrantia

Crédito: Colprensa Externos

13 Julio 2024 04:07 am

Botero, eterno. Por Marta Orrantia

En crónica exclusiva para Cambio, la escritora Marta Orrantia describe la presencia abrumadora del artista Fernando Botero en Roma y Pietrasanta. Sus esculturas monumentales se expondrán en los lugares más emblemáticos de la ciudad en lo que será la retrospectiva más grande que se ha hecho en Roma de la obra de Fernando Botero.

Por: Marta Orrantia

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Es 11 de julio y la ciudad se despierta ardiente. A las ocho de la mañana ya se percibe un calor abrasador. Todavía las calles no están llenas de turistas, y solo se ven romanos caminando de prisa, con un café en la mano, para llegar a tiempo al trabajo. Al pasar por las plazas que ya son tan familiares, algo los sorprende. Algo ha cambiado. Los obliga a detenerse, a mirar de nuevo, a preguntarse si esa estatua siempre ha estado ahí, junto al obelisco, o allá, frente a la iglesia, o en esa terraza, mirando a Roma.

No. No estaban allí. Se acercan a verlas mejor. Los bronces negros brillan bajo el sol violento del verano. Un caballo en el Largo de Lombardi. Un gato en la plaza de San Lorenzo in Lucina. Adán y Eva en la plaza del Popolo. Mujeres sentadas en San Silvestro y España. Mujeres acostadas, la ciudad a sus pies, en la Terraza del Pincio. Algunos reconocen, en las formas redondas y sensuales de las esculturas, en el desparpajo y la alegría de sus formas, el estilo inconfundible de su autor: el colombiano Fernando Botero. 

Estas esculturas monumentales, que estarán en algunos de los lugares más emblemáticos de la ciudad hasta el próximo 1 de octubre, son el preludio de lo que será la retrospectiva más grande que se ha hecho en Roma de la obra de Fernando Botero y que se inaugurará el próximo 16 de septiembre en el Palazzo Bonaparte.

“Esta exposición y la del Bonaparte, serán el gran evento de Botero en Roma, y además la conmemoración del primer año de fallecimiento de mi padre”, explica Lina Botero, su hija, que fue la artífice de esta exposición, a la que califica como la más difícil que ha hecho en su vida, porque la invitación de la ciudad llegó en enero y nunca se había organizado algo en tan poco tiempo. “Es un milagro ―concluye Lina― y lo importante es que lo logramos y que Botero estará en los lugares más emblemáticos de Roma”.

Además de las esculturas, en el Palazzo Bonaparte (que perteneció a la madre de Napoleón) estarán expuestas, según dice el catálogo, “pinturas, acuarelas, esculturas y algunos cuadros inéditos”, y continúa: “No faltarán las obras maestras de la historia del arte, como las Meninas de Velásquez o la Fornarina de Rafael, el famoso díptico del Montefeltro de Piero della Francesca, los retratos de Rubens y Van Eyck”, todos interpretados por el pincel del colombiano.

Colprensa
Crédito: Colprensa Externos 

En el acto de inauguración, que se llevó a cabo en el Pincio, en los jardines de la Villa Borghese, se destaparon dos estatuas que estaban cubiertas con paños rojos, y estuvo presente, tanto el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, como la embajadora de Colombia, Ligia Margarita Quessep. Para esta última, “Botero hoy es el gran embajador del arte contemporáneo. Está en la ciudad Eterna y estamos festejando que su vida en el arte será también eterna”. 

La emoción con la que Quessep describió lo que significará el próximo año para quienes admiran el arte de Botero, no es gratuita. El artista, a pesar de que nació en Colombia y su fama es internacional, tiene una relación muy especial con Italia. Tanto, que sus restos reposan en un pequeño pueblo llamado Pietrasanta, en la Toscana, donde Botero se convirtió en escultor, pero, sobre todo, donde se convirtió en italiano.

Según su hijo, Fernando Botero Zea, el artista comenzó a pensar en mudarse a Pietrasanta en los años setenta, luego de una conversación que tuvo con sus amigos y colegas, los también artistas Henry Moore y Jacques Lipchitz. “Fue en Pietrasanta ―dice Botero Zea― donde Miguel Ángel comenzó a hacer el David. De hecho, el bloque de mármol lo bajaron de las montañas de Carrara y estuvo en la plaza de Pietrasanta y Miguel Ángel vivió ahí, trabajando sobre ese mármol”. Las montañas de las que habla son unas canteras situadas a menos de 30 kilómetros de la ciudad y de las que se extrajeron los bloques de mármol más famosos del mundo. Si Botero quería ser escultor, pues, tendría que empezar allí.

A pesar de ser una ciudad costera, ubicada en la turística zona de la Versilia (una especie de Riviera italiana), todavía hoy no es tan fácil llegar a Pietrasanta. Si bien es cierto que llegan varios trenes, todos son regionales y pequeños y la misma estación del pueblo parece perdida en el tiempo. En la época en la que Botero llegó allí a instalarse con su esposa, la artista Sophia Vari, el lugar era muy distinto de lo que es hoy. 

“En ese entonces, a comienzos de los años ochenta, la plaza principal era el parqueadero de los carros ―explica Botero Zea―. No había calles peatonales, y la tradición artística de antes se había ido reemplazando por una industrial”. Había, sin embargo, un conocimiento atávico del arte de la escultura y un recuerdo, así fuera lejano, de otras épocas en las que la ciudad era un centro artístico importante.

Botero comenzó a trabajar de la mano con los alcaldes en el rescate del patrimonio artístico de la ciudad, y fue él, según explica su hijo, quien propuso recuperar la plaza central y hacer del centro histórico un lugar solo para peatones. Paralelo a esto, comenzó a aprender a hacer esculturas, un proceso que le llevó a estudiar a los maestros griegos y romanos de la antigüedad, pero que también incluyó a los artistas del renacimiento y del barroco italianos. Además de eso, el artista antioqueño se empapó de las técnicas que utilizaban los artesanos que fundían las esculturas en bronce y visitó los talleres de fundición, o “fonderie”, como les dicen en italiano. 

Al comienzo, Botero y Vari se quedaban en hoteles en la ciudad, pero en 1983 decidieron instalarse allí y comprar una casa en la parte alta del pueblo, todavía dentro de las murallas medievales. En esa casa, rodeados de un pequeño viñedo y de un jardín, vivían desde mayo hasta septiembre, con una disciplina férrea autoimpuesta que incluía visitas cotidianas a las funderías y cenas con los amigos en alguno de sus cinco restaurantes favoritos. 
“Toda la familia se reunía el mes de julio allá con ellos ―recuerda su hijo―. Nos instalábamos ahí en varias propiedades que tenía mi papá y hacíamos nuestra vida durante el día, porque en las noches siempre estábamos con él. Antes iba a almorzar con nosotros, pero a medida que envejecía se fue volviendo más disciplinado con el trabajo porque siempre me decía que él tenía ‘más obra que tiempo’, entonces no se podía dar el lujo de perder ni un solo instante”. 

Hoy en día, la casa de Botero está cerrada. Su hijo Fernando tiene planes de regresar pronto, pero sabe que la nostalgia será enorme, porque no la ve desde la muerte de su padre. Junto con la ciudad de Pietrasanta, la familia tiene la intención de convertirla en museo, pero todavía no se ha tomado una decisión al respecto, y las opiniones están divididas. Para Lina Botero, la idea no es tan atractiva: “Es el lugar de reunión de la familia, Pietrasanta es un lugar demasiado importante, no solo porque mi papá y Sofía están enterrados allí sino porque se ha convertido en un segundo hogar para nosotros. Convertir la casa en museo no es tan sencillo, porque se encuentra en una colina, no es de fácil acceso. Sin importar la decisión que tomemos, lo único claro es que va a continuar en manos nuestras”.

En busca de Botero

Colprensa
Créditos: Colprensa externos

En realidad, caminar por Pietrasanta es estar, de alguna manera, en la casa de Fernando Botero. En un día de comienzos de verano, apenas supe de la exposición que tendría lugar en Roma, fui a conocer la ciudad que tanto había amado Botero y en la que escogió morir. Llegué en un tren proveniente de Lucca con el objeto de explorar un poco el lugar. Todavía no abrían los restaurantes para comenzar el turno de la noche y se veían pocas personas caminando por el centro, pero ya se intuía lo que sería la actividad nocturna. Me senté en una cafetería y pregunté por la historia del Duomo. “Esta es una construcción del siglo XIII ―dijo el mesero, señalando la iglesia―. Toda esta plaza es medieval”. Entré en ella y la vi casi monástica, comparada con lo que había fuera. La plaza del Duomo tenía en el medio una escultura de bronce de un osito de peluche acuchillado en la panza, que hacía parte de la exposición You Are Not Alone, de la artista Rachel Lee Hovnanian, en la que se exploran las víctimas de diferentes tipos de abuso. Las exposiciones itinerantes de los artistas plásticos más famosos del mundo hacen parte del paisaje cotidiano de Pietrasanta, así como las galerías de arte que pululan por la ciudad y las esculturas modernas de artistas que han pasado por allí y han dejado su huella, como Igor Mitoraj, Pietro Cascella o Jean Michel Folon.

Botero no solo es parte de estos maestros, sino que fue uno de los gestores más importantes de este cambio. Mi objetivo al visitar Pietrasanta era ver qué tanto había de Botero en la ciudad que lo acogió y que él ayudó a transformar. Luego de la plaza central, mi dirigí al museo, que queda subiendo una pequeña colina sobre la plaza. El lugar es extraño, porque, a pesar de que Pietrasanta es un centro artístico y cultural, su museo no parece a la altura de las expectativas. Se encuentra ubicado en un antiguo claustro, pero la mayoría de los salones están vacíos o en restauración. Solo dos albergaban parte de la obra de Hovnanian, esta vez unos lienzos donde miles de manos distintas escribieron sobre sus dolores, como una forma de exorcismo.

En un segundo piso, una bibliotecaria me indicó que podía recorrer las galerías de escultura, ubicadas a lado y lado del patio central: una de arte contemporáneo y otra de arte antiguo, todas hechas en mármol. Me paseé por ahí, pero no vi ningún Botero. Bustos, torsos, trozos de pies o de manos, pero ningún Botero. Salí entonces por la entrada trasera y, arrumadas, como en un cementerio de estatuas, encontré un grupo de modelos en yeso, incluidos un Adán y una Eva claramente de Botero, y que luego se convirtieron en el Adán y Eva de bronce que están en la plaza del Popolo, frente al obelisco. 

Aun así, no es lo que esperaba. Estaba segura de que el maestro tendría un lugar de honor en el pueblo, y no una escultura escondida en el patio trasero de un museo. Le pregunté entonces a un guardia, porque no hay una caseta de información turística y el pueblo parecía dormido en el sopor de la tarde. El guardia me dirigió hacia la entrada del pueblo, a la vía principal. En una rotonda vi entonces El guerrero, una escultura monumental de bronce que les da la bienvenida a quienes vienen por la carretera y que yo, como llegué a la estación de trenes, no había visto antes. El guerrero es además la imagen insignia de la ciudad, como se puede ver en el sitio web de Pietrasantaincanta, que promociona las actividades turísticas y culturales de la ciudad, a la que ellos llaman “La pequeña Atenas”. 

Fui entonces en busca del siguiente tesoro de Botero, los frescos que el artista donó a Pietrasanta y que pintó en la iglesia de la Misericordia, poco más que una capilla en una de las calles laterales del centro. Realizados en los años noventa, los dos frescos, titulados La puerta del paraíso y La puerta del infierno, fueron pintados en paredes opuestas de la iglesia. En el primero se puede ver a la Virgen con el niño, parada frente a la bandera italiana y sobre una serpiente que simboliza el pecado. A un lado está la madre Teresa de Calcuta y al otro San Fernando, y además unas manos misteriosas acogen a las ánimas de diversas razas que se precipitan al cielo. 

La puerta del infierno, por contraste, es una obra inquietante, hecha en tonos amarillos y verdes, y el diablo domina la escena. Los condenados aparecen envueltos en las llamas y atrapados por los demonios y en la parte inferior se asoman las cabezas de los pecadores, incluidos Hitler y Pablo Escobar.

Junto al fresco hay una pequeña fotografía de Botero y una bandera de Antioquia, un guiño íntimo a su lugar de nacimiento, que pocos en Italia reconocen. 

Ver esta obra fue lo más emocionante de mi pequeño recorrido por Pietrasanta. Tal vez porque la pintura de Botero siempre sorprende, pero más probablemente porque estos frescos se ven como la continuación de un arte pictórico que por siglos ha decorado las iglesias italianas, y resulta la perfecta simbiosis entre el artista y el lugar donde escogió vivir. 

“Mi papá transformó a Pietrasanta ―dice Fernando―. Hoy es un centro gastronómico con más de 45 restaurantes diferentes y un centro cultural con cuarenta galerías de arte. La gente de Florencia o de Milán pasa vacaciones aquí, llegan a comprar arte, es un centro cultural”.

Después de haber visto los frescos de la Iglesia me queda claro que la transformación de la ciudad va mucho más allá de lo que su hijo o los alcaldes que han pasado por ahí se imaginan. Es una huella indeleble, que probablemente se restaure en unos siglos, como se han restaurado los frescos de los grandes artistas renacentistas. Es la prueba de que, en efecto, Botero es eterno. 
 

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí