‘Cada soldado herido lleva a cuestas una historia que parece invisible para el resto de las personas’: Juan Diego Mejía
Juan Diego Mejía.
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‘Si acaso muero en la guerra’, la nueva novela de Juan Diego Mejía, es el resultado de una indagación de la vida de un soldado que perdió un pie al pisar una mina antipersonas. También es una reflexión sobre las pérdidas y las desapariciones.
Por: Eduardo Arias
Podría decirse que Si acaso yo muero en la guerra es una novela sobre las pérdidas. Y esta novela de Juan Diego Mejía tiene como telón de fondo, además, la historia del conflicto armado. Pablo, su protagonista, es un soldado que pierde un pie a causa de una mina antipersonas. Debe recrear su vida, al igual que los otros personajes de la obra, que son básicamente sus familiares, los viejos atletas compañeros de su padre, su madre, Estefanía –un amor platónico que él ve correr por las carreteras polvorientas del Urabá antioqueño– y Pereira, su compañero del Ejército que termina enredado en situaciones que lo obligan a no cumplir su honor como militar.
Mejía, quien nació en Medellín en 1952, estudió matemáticas y se dedicó a la escritura, a la gestión cultural, a la docencia de escritura creativa y también al cine y a la publicidad. Fundó y dirigió Canal U, el canal de televisión universitaria de Medellín, y fue director de Cultura Ciudadana y de la Fiesta del Libro y obtuvo el Premio Nacional de Cuento en 1982 y el Premio Nacional de Novela en 1996. El sello Tusquets ha reeditado sus novelas El cine era mejor que la vida, El dedo índice de Mao y Camila Todoslosfuegos, y su libro de cuentos Danza de nubes. CAMBIO habló con Mejía sobre Si acaso muero en la guerra y de su quehacer literario.
CAMBIO: ¿Qué lo motivó a escribir esa historia que navega entre el periodismo y la ficción? ¿Usted buscó la historia o la historia lo encontró a usted?
Juan Diego Mejía: Cuando pienso en el origen de esta novela se me aparece un soldado amputado que conocí alguna vez. Jugaba fútbol con su pierna como de muñeco y no se quejaba de su suerte. Esa imagen se transformó en un soldado que pisa una mina en Urabá y pierde no sólo la pierna, sino la ilusión de vivir. La idea se convirtió en un cuento que titulé El planeta cojo, porque el soldado está enamorado de una atleta de Urabá a la que mira desde lejos, dando vueltas a una pista de trote, con ella como un sol y él como un planeta que nunca podrá acercársele.
CAMBIO: ¿Cómo pasó ese soldado del cuento a la novela?
J.D. M.: Ese soldado seguía muy presente después de publicar el cuento. Aparecieron preguntas por su familia, por sus amigos, por sus sueños. Qué lo motivaba a correr con su pierna mecánica. Y así fue tomando forma Aníbal, que es el padre, un viejo mecánico que se siente culpable por la suerte de Pablo, su hijo. Se hizo importante una actividad que yo valoro mucho en mi propia vida, que es el trote de largas distancias. Y pensé que era inevitable hablar de la guerra.
CAMBIO: ¿Qué lo llevó a indagar el tema de la guerra? Me da la sensación que es una mirada retrospectiva a un momento anterior a la firma del acuerdo.
J.D. M.: En la fase de investigación para desarrollar el personaje del soldado conocí el pabellón de sanidad de la Cuarta Brigada, en Medellín. Pensé que no podría escribir sobre Pablo si no conocía el entorno en el que vivían los soldados heridos en combate. El comandante de la Brigada me permitió hablar con varios de ellos y, a cambio, yo les daría unos talleres de creación literaria. Era un buen acuerdo, pues escribir era una especie terapia para sacar los miedos y las tristezas. En esos encuentros descubrí un universo doloroso y desconocido, a pesar de que hemos estado más de medio siglo en guerra. Cada soldado herido lleva a cuestas una historia que parece invisible para el resto de las personas. Sus testimonios me despertaron recuerdos de otros tiempos en los que tuve una participación muy activa en las luchas de la izquierda colombiana. Era confrontar ese pasado idealista con la realidad hecha persona, hecha soldado.
CAMBIO: Da la sensación de que el gran protagonista oculto de la novela es el concepto de la pérdida. Pablo pierde un pie, Ismael a su esposa, Pablo y Pereira a Estefanía…
J.D. M.: Sí. Tiene razón. Pérdida y desaparición. Pablo ve desde el primer momento de su incorporación al Ejército cómo desaparece su nombre y pasa a ser sólo un apellido. Desde ese momento será Ortiz, y no Pablo. Es un presagio de otras pérdidas y desapariciones. En una operación militar pisa una mina que otros sembraron. En su mundo dicen que es una 'yuquita'. Un símil de lo que se entierra y no es visible para los caminantes. Cualquiera podría caer. Pero fue él y no otro. Y a lo largo de la novela, Pablo va a estar preocupado por el destino que tendría su bota y los restos de su pie izquierdo. Desaparece la hija de la vecina en el municipio de San Carlos, un lugar de Colombia donde ocurrieron terribles crímenes contra la población civil. Pablo trata de descifrar qué pasó con Estefanía, la bella atleta de Urabá, que es también el trofeo del comandante de las Farc en el territorio, y busca a Pereira, su lanza.
CAMBIO: Un elemento que he encontrado en otras de sus novelas es el recuerdo, la memoria. Acá siento que el narrador ve el mundo más en tercera persona. Aunque es protagonista e interactúa con varios de los personajes, es ante todo un observador. ¿Sí está de acuerdo?
J.D. M.: A pesar de que el narrador recuerda momentos de su vida y los cuestiona frente a lo que Aníbal y Pablo le cuentan, creo que en esta novela son menos las referencias personales que en otras novelas y cuentos anteriores. El narrador se pone en manos de sus interlocutores. Se deja llevar por sus historias y en un momento renuncia a sus planes de celebrar sus 55 años corriendo 55 kilómetros. Siente que su vida no es tan importante como los dramas de Aníbal, Pablo, los soldados, los corredores viejos que se reúnen en la madrugada a entrenar.
CAMBIO: Pasando al otro tema, ¿cuántas obras suyas ya han sido reeditadas por Tusquets?
J.D. M.: Hasta ahora van cuatro títulos rescatados por el sello Tusquets, de Planeta. Eran libros que ya estaban descatalogados y eran desconocidos para muchos lectores de hoy.
CAMBIO: Al ver estas reimpresiones que traen de nuevo al presente de las librerías y los lectores de hoy, que eran niños o no habían nacido cuando se publicaron por primera vez, ¿cómo las ve con la mirada que da el paso del tiempo?
J.D. M.: Fue un trabajo muy emocionante revisar los archivos de obras que fueron publicadas hace más de 20 años. En los cuentos, por ejemplo, hice un trabajo de selección y reuní en un volumen los que pensé que podrían tener lectores hoy. Fueron momentos de nerviosismo porque debía escucharme como era en los años ochenta y noventa. Tenía miedo de ser un dinosaurio patriarcal, machista, racista. Pero, a medida en que avanzaba en la pesquisa, me di cuenta de que no había grandes diferencias de pensamiento entre ese muchacho y el viejo que soy ahora. Sólo me quedaba confiar en que los lectores me perdonaran la ingenuidad del escritor principiante. Fue un ejercicio muy intenso.