Cambiar el agua de las flores
18 Febrero 2025 10:02 am

Cambiar el agua de las flores

En 'El secreto de las flores', Valerie Perrin muestra cómo los muertos y los vivos siguen dialogando entre ellos a través de los ritos y las ceremonias que tienen lugar en un cementerio.

Por: Luis Fernando Afanador

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Esta novela es, en apariencia, una narración sencilla. La encantadora Violette Toussaint es una guarda de cementerio dedicada con amor a su oficio, el cual dignifica: un mérito suyo porque todos los oficios que se relacionan con la muerte resultan sospechosos. Ella mantiene bello e impecable su cementerio, y la casita aledaña en la que vive y en la que acoge a sus entrañables sepultureros, a sus gatos, a su perra, al padre Cédric y a cualquier doliente, a quienes les brinda un reconfortante té y, si el caso lo amerita, un licor más fuerte. Un remanso de paz para los vivos. Los vecinos de enfrente, sobra decirlo, ya no lo precisan.

Violette cultiva su jardín, cambia el agua de las flores -como reza el título original de la obra en francés-, ve crecer y madurar los frutos de su huerta que generosamente compartirá en su mesa. Irradia serenidad y paz consigo misma. Nos cuenta historias de su cementerio: los muertos, cómo no, siguen contando historias; la muerte y la vida no son compartimentos aislados, siguen y seguirán entrecruzándose hasta el final de los días. La muerte es, quizás, el último mito que nos queda.

Las historias pueden ser algo graciosas, como la de la condesa Darrieux, que adorna con flores dos tumbas: la de su esposo y la de su amante. La del esposo, con cactus y suculentas y la del amante, “su verdadero amor”, con girasoles. “El problema es que su verdadero amor estaba casado. Y cada vez que la viuda de ese verdadero amor descubre los girasoles de la condesa en su jarrón, los arroja al cubo de la basura”. Amén de que la esposa del “verdadero amor” morirá primero y la condesa sufrirá un furibundo ataque de celos: ellos se juntarán antes en la eternidad.

O pueden ser desgarradoras, como la de Olivia y François, dos hermanos medios que contra todos los prejuicios lograrán tener una relación de pareja -Olivia ignoraba el parentesco- durante varios años hasta la muerte de François, pero la madre de François, tratando de separarlos póstumamente, esparcirá sus cenizas en el jardín de los recuerdos del cementerio de Violette, adonde irá cumplidamente Olivia a seguir amando “a su hermano del alma”.

En 20 años, Violette ha visto todo. Viudas desconsoladas que después del día del entierro de su marido no vuelven a poner un pie en el cementerio. Viudos que se vuelven a casar cuando el cuerpo de su mujer “está aún caliente”. Mascotas que no abandonan a sus amos. Gente que escupe en las tumbas o no disimula su alegría en el sepelio. Ha comprobado que “un entierro multitudinario significa un muerto querido”.

También ha visto que el tiempo deshace cualquier pena, “por inmensa que sea”. Que el tiempo acaba con la vida. Que el tiempo acaba con la muerte.

Mientras nos habla de su presente llevadero, Violette nos irá intercalando información sobre su pasado. Ella fue una niña abandonada que vivió en un orfelinato -por eso su libro de cabecera será Príncipes de Maine, Reyes de Nueva Inglaterra, de John Irving-, y luego en hogares de paso de los que se fugaba para terminar haciendo su propia vida. A los 18 años entró a trabajar en un bar y allí conoció a Phillippe Toussaint, un vividor, un bueno para nada, mantenido por sus padres, que sin embargo la conquista con su buena facha. Van a trabajar como guardabarreras cerca de Nancy. Bueno, “van a trabajar” es un decir: la que trabaja es Violette, pues Phillippe siempre sale a “hacer una vuelta”, un eufemismo que significa verse con sus amantes. Tres años después de convivir, Violette queda embarazada de su hija Léonine. El empleo de guardabarreras se acaba por culpa de la tecnología y aceptan, por iniciativa de Violette, dedicarse a ser guardas de cementerio en Brancion-en-Chalon, un pueblito más al sur, en la Borgoña, cerca de los Alpes.

Portada

Allí llevan varios años. Phillippe sigue saliendo a “hacer sus vueltas”, hasta que un día ya no vuelve más. Violette le pierde el rastro; deja de buscarlo. Un día, Julien Seul, comisario e hijo de Irène Fayolle, le cuenta que su esposo vive apenas a cien kilómetros de allí. A sus espaldas ha hecho indagaciones porque lo perturba esa mujer que debajo de su vestimenta solemne oculta un vestido rojo. Quiere ayudarla y quiere que sea su aliada para cumplir la insólita voluntad póstuma de su madre: que sus cenizas sean depositadas en ese cementerio, en la misma tumba del abogado Gabriel Prudent. ¿Por qué su madre no quiso pasar la eternidad con su padre? La respuesta está en un diario que escribió Irène Fayolle y que el comisario quiere que ella lea. Como un pretexto para crear una intimidad. Y porque intuye que conocer esa historia será beneficioso para los dos. Y bueno, también disfruta el té de Violette, el olor de su casa y que le hable de su hija, que ahora vive en Marsella y se ha convertido en “maga profesional”.

También ha visto que el tiempo deshace cualquier pena, “por inmensa que sea”. Que el tiempo acaba con la vida. Que el tiempo acaba con la muerte.

La narración dejará de ser sencilla y apacible. Finalmente, la historia no es sobre “la vida en un cementerio” sino sobre “la vida por delante”. Tendrá un punto de quiebre y a partir de ahí se desplegará rauda hacia su desenlace. Habrá misterios y duelos que resolver. Violette no era exactamente como nos la habían presentado inicialmente, ni Phillippe, ni sus padres, ni Sasha -el anterior guarda del cementerio-, ni Irène Fayolle, ni Gabriel Prudent. No es que nos ocultaran información adrede: faltaban otros puntos de vista, el dialogismo que construye la verdad novelesca. La narradora, qué bueno, no era espontánea, tenía una estrategia: planeaba contarnos esta historia en pequeñas dosis. Sabiamente irá encadenando el azar: “Si Irène Fayolle no hubiera dado media vuelta para volver a encontrarse con Gabriel Prudent en la estación, Julien Seul no habría venido jamás a mi cementerio. Si Julien Seul no hubiese visto mi vestido rojo asomar bajo mi abrigo la mañana en la que lo llevé a la tumba de Gabriel Prudent, no se habría inmiscuido en mi vida. Si Julien no se hubiese inmiscuido en mi vida, no habría encontrado a Phillipe Toussaint. Y si Phillippe Toussaint no hubiese recibido mi demanda de divorcio, jamás habría regresado a Brancion…”.


Valerie Perrin
El secreto de las flores
Random House, 2019

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí