'Caminos cruzados':  una historia sobre la orfandad y la empatía en los márgenes de Estambul
30 Julio 2024 01:07 pm

'Caminos cruzados': una historia sobre la orfandad y la empatía en los márgenes de Estambul

Reseña sobre la premiada película del director sueco Levan Akin.

Por: Juan Francisco García

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El viaje

Si bien en la taxonomía de la industria es considerada como un drama social, Caminos cruzados es también una película de viajes. Los suntuosos paisajes fronterizos entre Batumi, Georgia y Turquía se entremezclan con el polvo, el ruido, las calles empedradas de los barrios periféricos de Estambul. Y está el Bósforo, claro, ese guardián inmutable ante el cual los dramas humanos son caprichos, lamentos que se difuminan, nimiedades. 

Una de las grandes virtudes de la película es mostrar, con intimidad, con compasión, con crudeza, la cotidianidad de los márgenes de esa ciudad monstruosa que para los de este lado del mundo se ha erigido siempre como un mito muy seductor. 

Con la excusa de encontrar a Tekla, la sobrina trans de la protagonista que huyó de Georgia para sacarse de encima el estigma y el rechazo por su elección identitaria y sexual, el espectador en efecto viaja hacia la imperial ciudad. Y se empapa con su facción más sórdida, desamparada y vital. 

Orfandad y fraternidad 

La película también aborda la orfandad. Está huérfana Lia, que no tiene a nadie más en el mundo que a su sobrina perdida en la gran ciudad; está huérfano Achi, abandonado por su madre y por cualquier atisbo de futuro en su violenta familia georgiana; está la huérfana Avrim, abogada de los débiles, marginada también por cambiarse de sexo, y los dos niños callejeros que deambulan, alegres, invencibles, mientras piden dinero a los turistas desconfiados o buscan juguetes que todavía sirvan en las canecas de basura.  
 
Son huérfanas, cada uno a su manera, las mujeres trans que venden sus cuerpos y comparten sus casas, como abejas maldecidas en ese barrio inclinado en el que transcurre la película que es al mismo tiempo invasión y redención. 

Es dura, es triste, tanta orfandad; pero la película resiste, no se ahoga en el lamento ni en la denuncia de la intolerancia, la transfobia y la precariedad, y reclama, con humor y con poesía, con silencios largos y miradas ahuecadas, la empatía inexplicable, tan humana, que se expresa milagrosamente en las circunstancias más desangeladas. 

Así, la amistad entre Lia –sesentona pensionada y avinagrada que ya no se cree el cuento del futuro– y Achi –adolescente febril que quiere tragarse el mundo– es uno de los grandes regalos de Caminos cruzados

Deseo

La exploración del deseo en Caminos cruzados es múltiple. Es innegable que la pulsión afectiva, sexual, erótica de la comunidad trans es protagonista. Y esto se muestra con desenfado y sin atenuantes: los cuerpos de las mujeres que habitan el barrio en el que se basa la película están al servicio, tienen un precio y no escapan de la precariedad: es una historia que se mueve entre prostitutas. 

Pero el director sueco Levan Akin escapa de lo explícito y de lo obvio y apela, para bien, al deseo entre líneas. Es decir, el deseo de refugio, aceptación y compañía que en entornos tan amenazados y estigmatizados no solo emerge de forma muy conmovedora, sino que teje amistades improbables, afectos desinteresados, y la posibilidad de una mirada nueva, renovada y próxima. La mirada del amor. 

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