Carolina Virgüez, la colombiana que puso el teatro brasileño a sus pies
Se presenta este jueves y viernes en la Casa del Teatro Nacional con la obra ‘Caranguejo Overdrive’, como parte del FIAV Bogotá. Virgüez ha ganado los más importantes premios escénicos de Brasil, actuó en la saga de vampiros ‘Crepúsculo’, hizo otra película con Carmen Maura y protagonizó una en Portugal. Es la primera vez que actúa en Bogotá, de donde se fue en 1980.
Por Camilo Casallas
Carolina Virgüez es una narradora nata. “Cuando creas que estoy hablando mucho, me dices”. Ha vivido en Brasil desde 1980 y el acento y las palabras portuguesas a veces se cuelan en su español bogotano. Considerada como una figura principal del teatro brasileño, saltó a la fama mundial por aparecer en Breaking down, amanecer I, de la saga Crepúsculo. La cinta de vampiros adolescentes que protagonizan Robert Pattinson y Kristen Stewart. Allí encarnó a la indígena ticuna Kaure, que tiene poderes curativos y ayuda a los dos personajes.
Ha venido varias veces a Colombia para ver a los suyos, pero nunca para actuar en Bogotá. Su presentación con Caranguejo Overdrive, en el FIAV Bogotá la tiene al extremo del paroxismo. Cuenta las horas antes de pararse en su papel de prostituta paraguaya este jueves 10 y viernes 11 de octubre en la Casa del Teatro Nacional.
Con esta obra que trae con el grupo Aquela Companhia de Teatro ha ganado premios como el Shell, APTR y Questao de Crítica. de los más importantes de Brasil. Además, sobre la repisa que tiene en su estudio del barrio Laranjeiras -cerca del Cristo Redentor- reposan el Molière como mejor actriz que recibió a los 28, los Mambembe y la campana de metal que le compró su papá cerca de la Plaza de Bolívar, cuando de niña montaba sus piezas y que usaba para anunciar, como había visto siendo espectadora, que se daba alerta antes de iniciar los espectáculos.
Carolina está por estrenar una película donde comparte con la argentina Mercedes Morán, La búsqueda de Martina. La cinta es sobre una abuela de la Plaza de Mayo con comienzos de alzhéimer y un hijo desaparecido durante la dictadura que viaja a Brasil para buscar a su nieto. Hizo otra, Venecia, con Carmen Maura, acerca de la dueña de un burdel que sueña con viajar a la ciudad italiana. También fue la Reina Margarita en Two Roses for Richard III con la Royal Shakespeare Company en Londres y protagonizó una cinta en Portugal, Casa flutuante, donde es una indígena a la que le arrasan la aldea, escapa cruzando el océano y se construye cerca de un río un espacio similar al que habitaba.
“Cuando cumplí 40 años comencé a hacer mis propios trabajos, mis proyectos -dice-. Ese momento es clave en mi vida, porque comencé a desenrollar el casete, a devolver la película de mi vida”. Cuenta con pasión y luego menciona como recibir de regalo La rabia en el corazón, el libro de Ingrid Betancourt fue una epifanía que la reconectó.
“A partir de ese momento comencé a trabajar en producciones que hablan específicamente sobre Colombia, que es donde yo nací”. Antes, como en la canción de Facundo Cabral, no se sentía de aquí ni de allá. En un vuelo Río-Bogotá, viendo por la ventanilla el verde tan verde y los rojos intensos de la sabana, escuchando a las familias que venían a celebrar diciembre, los villancicos y la algarabía, entendió justo antes de aterrizar que no tenía que pelearse consigo misma, que podía ser brasileña sin dejar de ser colombiana y viceversa. Al aterrizar, su hermana María Fernanda la recibió con el abrazo y ese libro. Luego montó una pieza que tituló Ingrid!.
Caranguejo overdrive habla de un excombatiente de la guerra con Paraguay que regresa a una Río de Janeiro que no reconoce. Entonces Carolina afirma que aunque en primera instancia no pareciera, la pieza tiene mucho que ver con Colombia y ella en cierta forma ahora se siente como Cosme, el protagonista del montaje, pues regresa a un país que ya tiene otra geografía distinta a la de su infancia y adolescencia. “El tema es la partida. A esos combatientes los llevaban a la guerra. El personaje es arrancado de su tierra. Cuando vuelve, el manglar en el que vivía y de donde sacaba su sustento no es el mismo. Se siente exiliado en su propia tierra, como yo”.
Una de las pruebas de fuego durante la puesta, que siempre espera y la aterroriza, es cuando debe improvisar en cada función un monólogo de 17 minutos. Allí habla de lo que una extranjera sabe de Brasil y que en la versión bogotana espera adaptar un poco para hablar de esa Colombia en la que quiera o no es un poco extranjera también. Pedro Kosovski fue el dramaturgo y Marco André Nunes el director. La pieza ya se publicó y en la parte del soliloquio simplemente dice: ‘La actriz improvisa esta parte’.
El viaje
“Yo tenía 18 años. Colombia estaba viviendo un momento complicado: era el inicio de los años 80, y salió la oportunidad de que yo viniera a Brasil. Pero, cuando llegué encontré otro problema: la dictadura. Me sentí entre dos fuerzas: no se podía allá y tampoco se podía acá”. Virgüez recuerda la impotencia. No saberse de ningún lugar. No poder participar en la política ni del país de exilio ni del país anfitrión. “No podía meterme con asuntos estudiantiles, con las protestas. No podía hacer nada”. Clarito se lo habían dicho cuando recién llegada la llevaron a la decanatura de la facultad de teatro y le dijeron que si la veían protestando, que si aparecía en alguna foto, sería deportada y sus estudios cancelados.
Carolina creció entre los barrios La Soledad y cerca al estadio El Campín. Estos días aprovecha para recorrer las calles y dejarse invadir por las memorias de su juventud, por los olores y los sabores, sentir en sus mejillas el frío que salta desde los cerros. Recuerda la primera obra de títeres que vio a los 10 en el pequeño teatro del supermercado Colsubsidio (El médico a palos, por el grupo La Pulga Gótica), las obras que montaba con sus primos y las imitaciones de Rocío Dúrcal en los diciembres, las clases que tomó con Celmira Yepes (actriz del Teatro Libre) y Mónica Silva (esposa del maestro Santiago García) en la sección infantil de la Escuela Nacional de Arte Dramático. Los ojos se le humedecen de emoción.
Su papá, que en la infancia le celebraba esos juegos talentosos, ya no se sintió feliz cuando el crecer vio que la cosa del artistaje iba como en serio. La convenció de matricularse en arquitectura de interiores, terminó la carrera llorando a mares y solo para entregar el sentó exámenes, metió mentiras piadosas y terminó cambiando su destino al irse a la topa tolondra para Río.
Llegó un viernes de febrero, en pleno carnaval, sin hablar portugués, con la dirección de un amigo de Agustín que supuestamente la iba a recibir. La dueña de casa solo le ofreció un vaso de agua y le pasó el periódico para que buscara una habitación pues no la iba a alojar. Vestida de paño, blusa manga larga, con chaqueta al estilo bogotano de los 80, una maleta gigante y desamparada, sintió que el mundo se le derrumbaba en esos más de 40 grados de temperatura. Su mamá le había anotado el teléfono de la hija de unos vecinos que vivía allá. Llamó y la rescataron unas cuantas horas después.
A la semana, Agustín viajó al Carnaval, le mostró la vida de una ciudad que la enamoró perdidamente: “El primer show que vi fue a Ney Matogrosso, en el Teatro Carlos Gomes. Me volteó la cabeza por su extravagancia, su libre sexualidad. Era todo lo que es Río. Luego me llevaron a un concierto de Maria Bethania”.
Casada con el músico sinfónico Paulo Passos, Carolina también es traductora, directora y maestra. Enseña teatro latinoamericano y una de sus obsesiones es dar a conocer dramaturgos y directores de nuestra región. “Me interesa mucho hablar de autores chilenos, mexicanos, de colombianos como Fabio Rubiano, Matías Maldonado, Jorge Hugo Marín, de los hermanos Rolf y Heidi Abderhalden. Es importante conocer el teatro mundial, el clásico, pero más incluso que tengamos esos referentes cercanos, que hablan de lo nuestro”.
Antes de las funciones en el FIAV Bogotá, Carolina aprovecha para estudiar. Quiere conectar a los espectadores colombianos con esa prostituta paraguaya a la que da vida; por eso repasa eventos nacionales para incluirlos en su monólogo: “Voy a tratar de acordarme de lo que mis papás me contaban cuando yo ya estaba aquí en Brasil -o lo que leía en las revistas Cromos, su medio de información en los primeros años con pocas llamadas y sin Internet-, como cuando hubo el apagón, la tragedia de Armero o la toma del Palacio de Justicia”. El día de la función, como es su costumbre ritual, se encerrará, con nadie hablará y entrará en un mutismo para llegar a actuar.
Toda la información de las obras en www.fiavbogota.com