Dasso Saldívar habla sobre los textos desconocidos del García Márquez niño y joven
23 Junio 2025 05:06 am

Dasso Saldívar habla sobre los textos desconocidos del García Márquez niño y joven

Dasso Saldívar

Crédito: Daniel Mordzinski.

El investigador y escritor Dasso Saldívar, considerado como el mejor biógrafo de Gabriel García Márquez, le contó a Gustavo Tatis Guerra acerca de sus hallazgos de las primeras obras literarias del Nobel de literatura. CAMBIO reproduce dos de ellos.

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Dasso Saldívar (San Julián, Antioquia, 1951), es el autor de la mejor biografía escrita e investigada de Gabriel García Márquez: El viaje a la semilla (1997), que ha ido ampliando en un segundo tomo, más allá de la escritura de Cien años de soledad (1967), indagando en el mismo escenario de los acontecimientos, y completando su rigurosa biografía, más allá de la muerte del escritor en 2014. Saldívar le reveló a CAMBIO la primicia de cómo encontró los primeros textos juveniles de García Márquez, sus primeros poemas, que aportaron a la reciente y monumental exposición 'Todo se sabe: el cuento de la creación de Gabo', sobre el escritor en la Biblioteca Nacional de Colombia. Fue tras la primera edición de la Gaceta Literaria, de 1944, incautada y desaparecida por el alcalde conservador de Zipaquirá, quien consideró que ese material era subversivo, y envió a dos policías para secuestrar toda la edición, en plena presentación en el Liceo Nacional de Varones, en la que el estudiante García Márquez, era uno de sus autores. CAMBIO conversó con el biógrafo y autor de la novela Los soles de Amalfi, publicada en 2014.

CAMBIO: ¿Cómo fue el proceso de encontrar los primeros textos juveniles de García Márquez en la revista Juventud del colegio San José?

Dasso Saldívar: Creo que fue en un manual sobre literatura colombiana para estudiantes de bachillerato, del jesuita Luis Posada Maldonado, quien había sido profesor de García Márquez en el olegio San José de Barranquilla, donde leí, estando en quinto o sexto de bachillerato, que sus primeros versos, crónicas y “bobadas” se habían publicado en la revista Juventud de ese colegio.

Durante el segundo de bachillerato, yo había leído 'Cien años de soledad', y el deslumbramiento que me produjo me llevó a buscar toda la información posible sobre su autor, pues entonces se sabía poco de su vida. García Márquez fue durante años el escritor más leído y uno de los autores menos conocidos de Colombia. De modo que fui haciendo acopio de todo lo que caía en mis manos, y, estando en quinto de bachillerato, llegué un domingo a la vecina Copacabana para entrevistar a su hermana monja, sor Aída García Márquez, que daba clases en un colegio salesiano. Conversamos unas dos horas y, aunque al principio estuvo reticente a la entrevista, fue muy amable y prolija hablándome de su hermano, de su infancia con los abuelos, de cómo éstos lo habían educado en Aracataca, cuáles eran sus manías, costumbres, juegos y cuáles habían sido sus lecturas de infancia y sus primeros escritos. Ese fue el primer reportaje que escribí en mi vida, que Guillermo Cano me publicó en el Magazín Dominical de El Espectador en octubre de 1972.

A principios del año siguiente, antes de comenzar sexto de bachillerato y habiendo conocido a doña Luisa Márquez durante una visita que le hizo a su hija Aída en Medellín, me aventuré a hacer mi primer viaje a Aracataca. La madre me había invitado a que los visitara en su casa del Pie de la Popa de Cartagena, donde me recibieron en febrero de 1973, y tuve una larga conversación con el padre, Gabriel Eligio García, sobre la infancia de su hijo: sus lecturas y aficiones a la música, sus primeros versos y crónicas, así como sobre personajes y episodios de Aracataca, Sucre y Barranquilla, que Gabo aprovecharía en sus relatos y novelas.

De Cartagena me fui directamente a Aracataca, donde estuve varios días con un amigo mirándolo, preguntándolo y fotografiándolo todo. A mi regreso a Medellín, escribí un segundo reportaje macondiano, que Guillermo Cano me volvió a publicar en el Magazín Dominical en dos entregas, en marzo del mismo año: 'En busca de Macondo' y 'Aracataca es Macondo'. Fueron las primeras crónicas amplias que se publicaron en la prensa de ámbito nacional sobre Aracataca y la casa natal del escritor, después de un primer reportaje de Maruja Pachón en El Tiempo, si no recuerdo mal.

Pero no fue hasta mediados de 1974, habiendo terminado el bachillerato el año anterior, cuando tuve la oportunidad de detenerme en Barranquilla y visitar el Colegio San José, para husmear en los archivos de su revista Juventud. En efecto, en ésta leí y copié las primeras prosas y versos escritos por Gabriel García Márquez entre los trece y los quince años: 'Crónica de la Segunda División', 'Instantáneas de la Segunda División', 'Desde un rincón de la Segunda', 'Bobadas mías' y 'Crónica de la Segunda División' (en verso), firmados con los nombres de Capitán Araña, Gabito y Gabriel García. También conocí sus dibujos e ilustraciones, que eran todos, de los seis primeros números de la revista.

Estos primeros textos de quien sería uno de los más grandes fabuladores y escritores de todos los tiempos, los tuve conmigo sin enseñarlos ni publicarlos durante cuatro años, hasta que, residiendo ya en España, se los mandé a Guillermo Cano junto con un ensayo ('Gabriel García Márquez: na realidad que comenzó no siendo'), y él y Héctor Muñoz, muy sorprendidos con el hallazgo, los destacaron en la portada del Magazín Dominical del 9 de octubre de 1977, incluyendo dos de ellos: 'Desde un rincón de la Segunda' y 'Bobadas mías'. Esta fue pues la primera vez que se habló en la prensa nacional de esos textos y se reprodujeron parcialmente.

CAMBIO: ¿Y cómo llegaste a sus prosas y poemas de Zipaquirá, que, en los tres últimos años del bachillerato, firmaba con el seudónimo de Javier Garcés y algunos fueron publicados en la Gaceta Literaria que él ayudó a fundar? ¿Se conserva algún ejemplar de la Gaceta?

D. S.: Cuando llegué a Zipaquirá a mediados de 1992, después de llevar 20 años buscando al autor de Cien años de soledad, no encontré ningún archivo en lo que fue el viejo Liceo Nacional de Varones, aunque el local se conservaba casi intacto, y me mandaron al Colegio De La Salle de la misma Zipaquirá, donde supuestamente estaban los archivos académicos del Liceo Nacional. De Gabo solo encontré las matrículas y calificaciones de tercero y cuarto, y faltaban las de quinto y sexto de bachillerato, así como los dos mosaicos de la promoción de bachilleres de 1946: el oficial de fotografías y el de caricaturas que había dibujado el mismo Gabo.

En enero de 1943, a punto de cumplir dieciséis años, el joven estudiante había llegado a Zipaquirá para continuar el bachillerato interrumpido en el colegio de San José, gracias a una beca obtenida por concurso, y tuvo la suerte de que, al año siguiente, estando en cuarto, fuera nombrado rector del liceo el poeta Carlos Martín, el benjamín de Piedra y Cielo, en sustitución del anterior, que se había suicidado el 28 de marzo de 1944 en el Parque Nacional de Bogotá. Lo primero que hizo Martín fue acabar con el predominio de las matemáticas impuesto por su antecesor e introducir el de la literatura. Implantó las lecturas nocturnas en los cuartos de los dormitorios, con Cantaclaro, repartió ejemplares de sus libros, dio conferencias y empezó su magisterio explicando a Rubén Darío. Dos o tres meses después, los poetas Eduardo Carranza y Jorge Rojas, los capitanes del movimiento Piedra y Cielo, lo visitaron en su casa del parque de Zipaquirá, y el adolescente Gabriel García Márquez y Mario Convers, presidente y secretario del Centro Literario de los Trece, y otros compañeros fueron invitados por Martín al encuentro con los ilustres visitantes. El encuentro desbordó de entusiasmo al grupo de Los Trece, y Gabo, con diecisiete años, era ya el más ardido por “el sarampión literario”, como solía decir.

Carlos Martín me dijo que, aparte de hablarles de la vida del padre del modernismo, les leyó y comentó detenidamente algunos de sus mejores poemas, como Poema del otoño, Lo fatal y los Nocturnos, lo que impulsó la búsqueda y estudio de la obra del maestro nicaragüense por parte del joven cataquero. Fue así como Los Trece le pidieron ayuda a Martín para publicar la Gaceta Literaria, que sería el “Órgano del Centro Literario de los Trece”. La fecha de salida del primer número iba a ser el 18 de julio de 1944, pero días antes se dio el conato de golpe de Estado al presidente liberal Alfonso López Pumarejo, quien fue retenido dos días en Pasto por los militares sublevados, y ese mismo día llegó el alcalde conservador de Zipaquirá al Liceo Nacional y secuestró con sus policías toda la edición de la Gaceta Literaria por considerarla material subversivo, pues Martín no solo le había hecho llegar al Gobierno de López Pumarejo, a través del vicepresidente Darío Echandía, un telegrama de apoyo en nombre de los profesores y alumnos del Liceo Nacional, sino que la misma Gaceta se abría con un encendido artículo suyo, Ante la nueva voz, sobre la oligarquía colombiana que había intentado deponer al progresista López Pumarejo.

Con la destitución inmediata del poeta rector, a mediados de julio de ese año, y la incautación de la edición sin llegar a ver la luz pública, terminó la efímera aventura de la Gaceta Literaria. Pero en ese primer número (y tal vez único), que me obsequió y envió Carlos Martín desde La Haya, en abril de 1993, quedaron impresas tres cosas importantes de los comienzos literarios y periodísticos de Gabriel García Márquez.

La sección de homenajes titulada Nuestros Poetas, que encabeza la página 5, A Cargo de Javier Garcés (el seudónimo con el que firmó sus textos de Zipaquirá), dedicada a Jorge Rojas, uno de los más grandes poetas de Piedra y Cielo y a quien acababa de conocer junto a Carranza. La antología de los cuatro poemas de Rojas y la nota de presentación subrayan claramente la formación y el buen gusto poético que ya tenía el adolescente cataquero de diecisiete años.

En la sección La Encuesta del Día, que encabeza la página 7 de la Gaceta, está publicado el primer texto periodístico de García Márquez del cual tenemos noticia. Se trata de una entrevista sobre la juventud, la educación y la música colombianas, realizada a cuatro manos con Mario Convers a los dos poetas visitantes, Rojas y Carranza, al músico y compositor Guillermo Quevedo y al padre Juan de las Heras.

Y, en tercer lugar, en la misma página 7, encabezándola por la derecha, aparece publicada la primera prosa lírica con intención creativa que se conoce de García Márquez. Dedicado a Jorge Espinosa y Domingo Vega, sus grandes amigos intelectuales de entonces, El instante de un río es un texto inaugural y revelador. Desde la evocación de la “querida hermana”, la imagen del río, “como enmarcado en una página de Platero y yo”, y la caída de violetas, que “empezaron a llover sobre todas las cosas” esa tarde, bien podría ser una transposición del río o caño de La Mojana, acolchado de taruyas de flores de color violeta o lila, a través del cual salía o llegaba de Sucre el joven poeta durante las vacaciones. Aparte de las imágenes del río y de la lluvia de flores, El instante de un río esboza también, pese a las ingenuidades propias del adolescente escritor, una de las constantes esenciales de sus cuentos y novelas: la transposición poética por el reflejo de las personas o de las cosas en los espejos del agua, del hielo, del sueño o de la nostalgia. Esta puede ser considerada, por lo tanto, como la primera publicación propiamente literaria de García Márquez.

CAMBIO: ¿Qué pasó con el poema Canción publicado en El Tiempo ese mismo año y que podría considerarse también su primera publicación poética?

D. S.: Sí, Eduardo Carranza se lo publicó en El Tiempo, en el suplemento literario Segunda Sección, el 31 de diciembre del mismo año de la edición, que no publicación, de La Gaceta. El poema, inspirado en la muerte temprana, a causa de un tifo exantemático, de su novia zipaquireña de catorce años, Lolita Porras (a mediados de diciembre de 1943), lo aprobó el mismo Eduardo Carranza, director del suplemento, a quien, como vimos, Gabriel ya había conocido y entrevistado junto a Jorge Rojas en la casa de Carlos Martín. Gabriel se enteró de la muerte de su amor platónico en febrero de 1944, al regresar de sus vacaciones en Sucre, se derrumbó y escribió Canción, que Carlos Martín elogió, y en la visita de Rojas y Carranza se lo pasó a éste, quien lo publicó en la Segunda Sección con un epígrafe de su propia mano: “Llueve en este poema... E. C.”.

Canción tal vez hubiera quedado en el olvido, como muchos poemas suyos desde que él se graduó de bachiller en 1946, si no hubiera sido porque su amigo y excondiscípulo de Zipaquirá, el bogotano Eduardo Angulo Flórez, arquitecto humanista de una gran cultura literaria, me proporcionó, en nuestras conversaciones de julio de 1992, las indicaciones que me llevaron a recuperarlo en las hemerotecas de la Biblioteca Nacional y de la Luis Ángel Arango. Tuve que recomponerlo echando mano de las dos hemerotecas, pues en el ejemplar de El Tiempo de la primera se había borrado un verso que en el de la segunda apenas empezaba a diluirse, pero que me permitió recuperarlo completo. Acabo de saber por Álvaro Santana que también en el ejemplar de esa hemeroteca se borró completamente ese verso. Por eso el poema aparece incompleto en las diferentes reproducciones hechas recientemente. Así, pues, el rescate completo de Canción está en la publicación que hizo Mario Rey en su revista mexicana La Casa Grande, en febrero de 1997, justo un mes antes de que saliera El viaje a la semilla.

Y, sí, podría considerarse como la primera publicación poética en regla del adolescente García Márquez, pues sus poemas piedracielistas de quinto y sexto de bachillerato, que son los mejores, no se empezaron a publicar hasta muchos años después, siendo ya el famoso autor de Cien años de soledad. Poemas como La espiga, Si alguien llama a tu puerta, La muerte de la rosa y Soneto matinal a una colegiala ingrávida bien podrían formar parte de cualquier buena antología de Piedra y Cielo.

CAMBIO: Elegía a la Marisela y Poema desde un caracol marcan otro momento significativo en los comienzos literarios de García Márquez, ¿verdad?

D. S.: La fiebre versificadora del joven Gabriel García Márquez le llegó hasta julio de 1947, estando en primero de Derecho, cuando se topó con un relato de un tal Franz Kafka que cambiaría su vida de escritor por completo, impulsándolo a terminar de una sentada su primer cuento: La tercera resignación. Acababa de escribir sus dos últimos poemas, que firmó por primera vez con su nombre completo y que Camilo Torres y Luis Villar Borda, sus amigos y condiscípulos de la Universidad Nacional, le habían publicado en el suplemento La Vida Universitaria del periódico La Razón. Elegía a la Marisela (Geografía celeste) y Poema desde un caracol, aparecieron el 1 y el 22 de julio de 1947, precisamente por los días en que estaba leyendo La metamorfosis. Estos poemas finales los obtuve gracias a una gestión personal del generoso profesor y diplomático Luis Villar Borda, quien los buscó en la hemeroteca y me los mandó con el ruego de que podía disponer de ellos cuando quisiera. Fue en El Ángel, suplemento cultural del periódico mexicano Reforma, y en la revista La Casa Grande, donde volvieron a ver la luz en febrero y marzo de 1997.

Confesión de madrugada

Dasso no cesa de encontrar secretos en los intersticios del tiempo sobre la vida y obra de García Márquez, un clásico universal colombiano que considera inagotable. Vuelve a leerlo y a releerlo en las ediciones originales, a comparar los subrayados de las primeras lecturas, y a sentir un raro temblor en la intimidad de su taller.
“¡Siento su presencia gozosa e iluminadora, pero a la vez una nostalgia insoportable de lo tan física y visceral! Y me vuelvo a repetir lo que dije a la prensa cuando él murió: ¡Sin García Márquez el mundo es más pobre!”.

***

Se reproducen a continuación dos ejemplos arriba citados de los primeros trabajos de Gabriel García Márquez.

La encuesta del día

A cargo de Mario Convers y Javier Garcés

A pesar de la llovizna persistente, nos damos a la tarea de localizar al distinguido músico y compositor Don Guillermo Quevedo. Llegamos a su hogar y el maestro nos acoge con su eterna amabilidad. Allí –frente al jardín- está la sala de visitas toda llena de jarrones de fina labradura y, desde su zócalo, sobre el piano la mirada inquisitiva de Beethoven parece reprocharnos la violación de aquel templo de la música. Enterado el maestro de nuestro propósito se propone responder a nuestras preguntas:

1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana actual?
-La juventud colombiana es una gran esperanza, pero va muy de prisa; se madura biche como algunas frutas.
2-¿Cuál sería, en materia de educación, su mejor iniciativa?
-La que se inspira en el concepto puramente patriótico: por Colombia y para Colombia. Aprender a ser colombianos es lo primero. Lo demás viene por añadidura.
3-¿Qué opina usted de la música nacional?
-Tiene un gran porvenir y podría estar floreciendo ya si el gobierno le hubiera prestado algún apoyo como en otros países: México, Argentina…, por ejemplo, que exportan música.
(Salimos. Afuera continúa la lluvia…)

* * *

Nos dirigimos ahora al hogar del doctor Carlos Martín, rector de nuestro Liceo y presidente honorario del Centro Literario de Los TRECE, en donde pensamos abordar -según ha dicho otro- a dos de las más grandes figuras de la literatura contemporánea en Colombia: Eduardo Carranza y Jorge Rojas. Allí los encontramos, efectivamente, en medio de una charla amistosa.

Eduardo Carranza. Nuevo caudillo de las juventudes, poeta, intelectual y revolucionario (?). Nos responde:

1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana actual?
-Me parece que la juventud colombiana actual empieza a ver claramente su destino: el de volver la patria a su antigua grandeza y pureza; el de, otra vez, creer, servir, esforzarse, abstenerse; el de ambicionar que la historia de Colombia vuelva a ser la historia de América; el de sentir entrañablemente, con arrogancia, con angustia, SU PATRIA; de estar a la altura de eso tan serio y hermoso que es ser colombiano sobre todas las cosas.

2-¿Cuál sería, en materia de educación, su mejor iniciativa?
-Enseñar a los colombianos a ser, antes que todo, colombianos, orgullosos de su historia, de su raza y de su porvenir.

3-¿Qué fines prácticos persigue el movimiento político que usted encabeza?
-Fines más bien ideales que prácticos en principio: porque, ¿de qué les sirve a las patrias ganar las cosas terrenas si pierde su alma? Ante todo, elevar la vida nacional a un plano superior de verdad, honestidad e idealismo; luego, enseñar a las gentes a pensar nacionalmente, no sectariamente como viene sucediendo; resolver las aparentes antítesis de la vida colombiana en un ambicioso sentido de solidaridad e integración nacional.

* * *

Jorge Rojas. Bonachón y entusiasta. Con su eterna jovialidad nos responde:

1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana actual?
-Creo en la juventud de todos los tiempos como humanidad más pura, más incontaminada materia, más cálido aliento. La particular de ahora pertenece a la historia y eso sólo lo sabe el porvenir. La de aquí la considero inferior en actuación a todas las anteriores. (Tal vez tenga guardadas para sí todas sus inquietudes).

2-¿Cuál sería, en materia de educación, su mejor iniciativa?
-¿La mejor iniciativa? Una meta fija cualquiera que sea. Que el estado sepa si quieres técnicos de ciencias, humanistas, o algo…

3-¿Qué derroteros nuevos toma la Poesía?
-¿La nueva poesía? No sé; no me preocupa. La mía, como siempre, su rumbo hondo, su más escondida realidad, mi misterio de hombre. Decir todo eso, ese es mi milagro y mi pasmo. Cada poema mío me sobrecoge como una revelación.

Seguimos bajo la lluvia y nos dirigimos a la Casa Cural. Allí encontramos al Reverendo Padre Juan de las Heras, insigne orador sagrado.

Nos responde amablemente:

1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana actual?
-Que sufre del mal del siglo: la desorientación y su secuela necesaria, la debilidad. Esto hablando de la masa estudiantil. Pero se ven reacciones muy significativas, numerosas y selectas, que abren amplio margen a esperanzas más risueñas. La juventud padece, pero no perece.

2-En materia de educación, ¿cuál sería su mejor iniciativa?
-Orientar programas, personal y organización docente hacia la psicotecnia o formación vocacional. ¿Cómo? Simplificando los primeros. Seleccionando los educadores, e imprimiendo en toda la maquinaria educacional, primera, media y superior, un sentido más práctico de trabajo, industrial, cultural y moral más en consonancia con la misión que a cada clase social le corresponde.

3-¿Qué cree usted que afiance más la nacionalidad de un pueblo?
-La unión de todos los ciudadanos de un amplio sistema cooperacionista. El trabajo, la cultura y la política intertrabados en sabias organizaciones sindicales, uniones profesionales, y la representación por clases, multiplicaría la riqueza nacional. Despertaría un patriotismo más práctico y proporcionaría mucha paz y largo progreso. Pero nada como la religión sirve de aglutinante a las clases sociales. Y algo así como principio vital para toda organización social o patriótica.

Y nos retiramos a la redacción a terminar nuestra labor.

Gaceta Literaria, (Órgano del Centro Literario de Los Trece, del Liceo Nacional), Zipaquirá, Año I, 18 de julio de 1944, Pág. 7.

***

Prosas líricas de Javier Garcés

El instante de un río

A Jorge Espinosa; a Domingo Vega; apóstoles del intelecto.

…Está bien querida hermana, ya que tanto insistes, te voy a contar:

Aquella tarde en que tú te fuiste, el río estaba todo lleno de una nostálgica melancolía como enmarcado en una página de Platero y yo.

A esa hora los ríos campesinos* se adormecen mansamente y todas las cosas vienen a mirarse en ellos al igual que en un espejo flotante. Entonces son silenciosamente tristes y nadie ni nada se atreve a profanar esa congoja líquida que arrastra so propia melancolía. Apenas de vez en cuando una que otra extraviada golondrina traza la línea oblicua de su vuelo sobre la superficie y con el ala húmeda de silencios se aleja por el doble cielo del mundo y del agua sin dejar en el paisaje nada más que la angustia de su ausencia.

Así son –querida hermana- esos ríos campesinos que se pasan las horas en la curiosa distracción de duplicar los paisajes.

Pero te quiero hablar de aquella tarde, porque aquel río era distinto y porque tenía algo como una manera especial de atardecer. Ayer, por ejemplo, alguien estaba pensando en la ribera. Tal vez era yo… Acaso nadie. A veces se escuchaba el ladrido de un perro o la música de un fauno invisible que toca su flauta de pájaros. El río se deslizaba largamente como si tuviera el presentimiento de que iba a ser partícipe de un gran prodigio. Y la tarde –tarde clara, doncella instantánea- ya comenzaba a inaugurar su telegrafía de grillos.

La hora estaba palpitante de presagios.

Y de pronto –sin que se supiera cómo ni cuándo- las violetas de algún jardín celestial empezaron a llover sobre todas las cosas. Todo el mundo era un gran silencio de violetas. Y en aquel momento –“fugaz momento palpitante de una amorosa intensidad”- se encendió en un crepúsculo sangrante sobre las velas de las barcas dormidas en mi pensamiento.

Entonces fue –querida hermana- cuando se produjo el milagro del atardecer: El río tranquilo se movió con brusquedad. Sintió que algo como un temblor de oro había caído sobre sus espejos sin hacer círculo, y se estremeció al ver burladas sus leyes naturales. Pero al fin –viejo conforme, paciente Job de los campos, Caupolicán vencido- se adormeció mansamente…orgullosamente…

Había reventado en sus aguas el primer lucero.

Gaceta Literaria (Órgano del Centro Literario de Los Trece, del Liceo Nacional), Zipaquirá, Año I, 18 de julio de 1944, Pág. 7.
*Aquí se elimina el término “comunique”, que, sin duda, debe de tratarse de un error de imprenta.

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