
‘Ecos’, un país que resuena en el violín de Juan Carlos Higuita y el piano de Diego Claros
Juan Carlos Higuita.
Juan Carlos Higuita y Diego Claros presentan un disco que recorre la memoria, los ritmos y las voces de Colombia desde el violín y el piano.
Por: Irene Littfack

Se llama Ecos y no solo resuena, sino que se impregna en quien lo escucha. Así es el nuevo disco del violinista Juan Carlos Higuita junto al pianista Diego Claros, un trabajo que indaga en las melodías, los ritmos y las historias de un territorio que se sabe tricolor, diverso y complejo. Ecos es un viaje colorido y una voz de añoranza compartida que suena a pasillo, a vals, a bambuco o a currulao a través del violín y el piano de dos grandes intérpretes colombianos.
Por quinto año consecutivo, Juan Carlos Higuita nos presenta una producción discográfica dedicada al violín con obras de compositores de Colombia y el mundo, ampliando el repertorio para el instrumento y dejando una huella indeleble en la historia musical del país. Así, Ecos se suma a sus cinco álbumes previos de música contemporánea para violín solo (Paisajes sonoros, 8 mundos, Mitos y poesía, Revelaciones femeninas y Transducciones), y se diferencia de ellos por tratarse de un trabajo a dúo con obras tonales y más tradicionales de Francisco Zumaqué, Santiago Medina, Germán Darío Pérez y Stéphane Grappelli.
El álbum, producido por Esteban Higuita y Francisco Zumaqué, llega en un momento en que el repertorio busca, cada vez más, puntos de cruce entre la tradición y las nuevas narrativas sonoras y cierra un lustro en el que el violinista ha reafirmado la versatilidad de su instrumento y su innegable capacidad para crear mundos sonoros absolutamente fascinantes.
Ecos comienza con La soledad de María, una cantata sacra de Francisco Zumaqué escrita originalmente para contralto y orquesta. La pieza, una oración que clama por la paz y libertad de un país marcado por el dolor y el conflicto, establece el carácter reflexivo y melancólico de este disco. El piano presenta una melodía cíclica que se mantiene durante toda la pieza y se establece como mantra. Sobre ella, el violín canta sentidamente, llora, suplica. La obra conmueve y emociona, y prepara el estado de ánimo para sumergirse de lleno en un recorrido musical repleto de significado.
La segunda pieza, Les valseuses, es la única partitura extranjera en el álbum. Compuesta por Stéphane Grappelli en 1974, forma parte de la banda sonora de la película homónima y es una de las piezas más representativas del autor, recordado por sus contribuciones al jazz manouche y al violín como instrumento protagónico en el jazz europeo. En la versión de Juan Carlos Higuita y Diegos Claros, la pieza inicia con una serie de progresiones virtuosas del violín que se van transformando poco a poco en una suerte de evocación melancólica con giros melódicos propios del jazz gitano. El arreglo, del propio Higuita, va más allá del swing ligero de la versión original, y se centra en resaltar la cualidad melódica de la pieza con una lectura más reposada que encaja con el tono general del disco y revela otra dimensión de esta composición cinematográfica.
El álbum continúa con una de las piezas más queridas del repertorio tradicional colombiano: el bambuco Ancestro, de Germán Darío Pérez, una obra que se ha quedado en el corazón de los colombianos y que vuelve siempre como un eco de nuestras raíces y un homenaje a los orígenes. La versión de Higuita y Claros nos propone un impecable juego camerístico en el que violín y piano se entrelazan y se mezclan en el entramado sonoro. También de Pérez se incluyen sus bambucos Albita y Para Melissa, dos piezas igualmente sutiles, introspectivas y de carácter un tanto nostálgico que Higuita y Claros hacen suyas con una ejecución sentida, cristalina y compenetrada.
En el mismo tono, el pasillo Besos en bicicleta, de Santiago Medina, es uno de los grandes descubrimientos de este disco y quizás una de las obras más románticas y dulces. Con un despliegue melódico del violín que vuela sobre el ritmo tradicional de pasillo, juguetón, rítmico y apacible, esta obra promete impregnarse en la memoria. Escuchamos a Higuita y a Claros en estado de gracia regalándonos una obra de gran belleza y sencillez.
En contraste, obras como Bojayá o los tres movimientos de Cantos de mi tribu, ambas de Francisco Zumaqué, marcan la diferencia con el tono de los títulos precedentes. Con un sentido profundamente social y un carácter más rítmico, incisivo y agitado, la primera obra es un homenaje a uno de los episodios más dolorosos del conflicto colombiano: la masacre de Bojayá, Chocó. Se trata de una pieza incluida en la cantata Resiliencia en la Tierra, que rinde homenaje a las víctimas y hace memoria a través del sonido y el canto. La obra se basa en ritmos tradicionales del Pacífico colombiano sobre armonías extendidas del jazz. En esta versión instrumental, Higuita y Claros desvelan su carácter enérgico y apasionado para hacer eco de un pueblo cuya voz nunca será silenciada.
Por su parte, Cantos de mi tribu, la trilogía que cierra este álbum, nos remite al territorio Zenú, ubicado en la ribera del río Sinú en el litoral Caribe. Un relato ancestral que refleja la tenacidad de la tribu indígena que ha habitado y defendido su tierra y su agua. Un violín que rasga e intenso nos cuenta su historia, sus rituales y sus orígenes en compañía de un piano ahora profundo, agitado y resonante que desentraña sus misterios. Higuita y Claros hacen gala de su paleta sonora y de su dominio impoluto de los instrumentos, permitiendo al oyente soñar y retornar al tiempo ancestral.
Con este decálogo sonoro, Juan Carlos Higuita y Diego Claros proponen un recorrido por el territorio y las voces de sus personajes, reflejando la dulzura y sencillez de sus gentes, pero también el dolor y la complejidad de un país donde la belleza convive junto al conflicto. Violín y piano nos prestan su sonido para que esta patria tricolor siga resonando y para que su voz nunca se apague, sino que retorne a nosotros como un eco.
