El Coro Nacional y la Banda Sinfónica en la tierra de Gandalf y Frodo

Concierto Metropolitano 5 Foto Banda Sinfónica Nacional.

Crédito: Cortesía

4 Julio 2024 10:07 am

El Coro Nacional y la Banda Sinfónica en la tierra de Gandalf y Frodo

Sonidos para la construcción de paz es la iniciativa de formación más grande y ambiciosa del país en las últimas décadas, para impactar la vida de más de un millón de niños, niñas, adolescentes y jóvenes para 2026.

Por: Alfonso Buitrago Londoño

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En las escalinatas de entrada al Teatro Metropolitano de Medellín, Germán Hernández, el director ejecutivo de la Banda Sinfónica Nacional, espera la llegada de familiares y conocidos que por primera vez asistirán a un concierto de la banda con el Coro Nacional de Colombia. Es caldense, de baja estatura, moreno, pelo corto y pasa inadvertido como cualquier vecino de barrio. Permanece de pie, con las manos cogidas al frente, intentando aquietar la ansiedad. 

Lleva semanas preparando el concierto más exigente que su agrupación haya encarado hasta la fecha, bajo la dirección de un reconocido compositor internacional y con un repertorio sacado de una película de culto: la Sinfonía N° 5 Retorno a la Tierra Media, de Johan de Meij, inspirada en la saga de El señor de los anillos de J. R. R. Tolkien. Germán cuenta medio en broma que por poco le toca comprar una ferretería para conseguir los “instrumentos” que exigió de Meij, famoso por sus composiciones con efectos especiales. 

"Cuatro canecas de 50 galones donde venden petróleo, metros de cadena, pedazos de palos de escoba y cuencos tibetanos, crótalos o chinchines y unos instrumentos inimaginables como unos platillos pequeñitos que vienen afinados como si fueran una lira de banda de guerra, pero son platillos pequeños que tienen unas distancias más difíciles de tocar que un vibráfono o un bloque ¡Eso es lo que hace fascinante este concierto!”, dice todavía con asombro, pero con la propiedad de ser licenciado en música y con más de 20 años de experiencia como músico y director de bandas sinfónicas.

La expectativa por conocer a qué suena la Tierra Media en vivo y la buena fama que han conquistado ambas agrupaciones en el corto tiempo que llevan en escena (surgieron desde el año pasado como una iniciativa del programa presidencial Sonidos para la Construcción de Paz) agotaron la boletería en una semana. También es la primera vez para músicos y coreutas –como se les dice técnicamente a los integrantes del coro–, pues nunca se habían presentado en Medellín. 

En la ciudad cae la noche del viernes 14 de junio y tras el escenario los 55 músicos de la banda y los 80 integrantes del coro, venidos de todas las regiones del país, terminan de ponerse sus trajes de etiqueta, algunos afinan sus instrumentos y se alcanzan a escuchar resoplidos aquí y allá de un clarinete, un saxofón, un corno, uno que otro silbido de calentamiento de cuerdas vocales, mientras otros conversan en grupo o miran sus celulares. 

En una pequeña barra de una sala de estar al lado de los camerinos, Sara María Perea Erazo, de 25 años, flautista, recuerda los ensayos previos y las instrucciones del maestro de Meij en inglés. “Una vaina loquísima”, dice y la risa le ilumina el rostro maquillado y le hace brillar los ojos negros. “Nosotros ya estábamos ensayando la obra y se sentía que faltaba algo. Entonces llegó el coro y es como que todo el sonido se vuelve uno".

A las puertas de un mundo que se crea con la imaginación

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Banda Sinfónica Nacional. Foto: Cortesía. 

El teatro abre sus puertas y los asistentes rápidamente buscan sus asientos, ya quieren presenciar el nacimiento de ese sonido primigenio, que no han escuchado en su tierra. Germán también se alista y se pone una chaqueta negra, con la que saldrá al escenario a dar las palabras inaugurales. Casi que puede saborear el momento.

Cerca de cumplir un año desde que la banda resurgió de sus cenizas –después de haber sido liquidada en 2002 en el gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez–, sabe que hoy dará de qué hablar. Y cuenta con los espíritus de hobbits, elfos, enanos, magos y maiars que merodean por el recinto esperando que la varita del director los haga aparecer. 

“Colombia tiene alrededor de 1.600 bandas sinfónicas que desde hace más de 21 años no contaban con una punta de lanza como una Banda Sinfónica Nacional, que no solo ejecuta conciertos de alta calidad musical, sino que llega a las regiones. Es una forma de unir al país a través de la música. Tocamos en plazas públicas, en parques, en medias tortas, en iglesias, en zonas de esa Colombia profunda como lo acabamos de hacer en Bojayá en la conmemoración de la masacre de las Farc”, dice como preparando su discurso.

Antes de salir al escenario, Sara recuerda ese concierto en la tierra de sus ancestros chocoanos. “Tengo muchas raíces del Pacífico, entonces para mí fue una experiencia increíble. Llegamos con la idea de motivar al pueblo, pero para mí fue al revés, ellos me incentivaron a mí, recibí toda la energía de la gente, los niños estaban muy inspirados, nos cantaron, nos tocaron sus instrumentos. Es el concierto más importante que ha tenido la banda" dice.

Hija de un maestro de obra chocoano, amante de la música y de las chirimías, desde los 6 años la inscribió en la banda juvenil de Armenia, Quindío, donde ella nació. Allí empezó con él corno francés, pero pronto mostró talento para la flauta. Llegado el momento de escoger profesión, no dudó en escoger la música y se fue a vivir a Cali para hacer la carrera en la Universidad del Valle, donde se especializó en la flauta piccolo. Recién graduada se enteró de la convocatoria pública para conformar la Banda Sinfónica Nacional y supo que era la oportunidad de seguir su vocación, honrar la herencia que lleva en la sangre y vivir como músico profesional. 

“Mi abuelo era de Tadó y él murió hace un año exactamente. Estar en Bojayá fue algo muy íntimo, una manera de honrarlo a él y decirle aquí estoy, en tu tierra, una tierra olvidada, pero que ese día estaba feliz”, dice, orgullosa.

El júbilo de una parranda coral

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Banda Sinfónica Nacional. Foto: Cortesía. 

Ernesto Angulo Quintero sobresale entre sus compañeros del coro por su estatura, de unos 1,90 metros, delgado y de pelo ensortijado; es de Valledupar, tiene 30 años y su voz grave, pero alta, corresponde a la cuerda bajo. Normalmente un coro tiene cuatro cuerdas: sopranos, contraltos, tenores y bajos. Cada cuerda puede interpretar simultáneamente una melodía diferente para conseguir el color, la tesitura y los efectos sonoros capaces de impresionar y emocionar al público. 

En julio el Coro Nacional cumple un año de labores y Ernesto hace parte de él desde su convocatoria inicial. “Al principio estábamos un poco más separados, veníamos de diferentes regiones, con acentos, culturas, costumbres propias, pero precisamente el coro nos ha dado la oportunidad de unir eso, de darnos la mano, de abrazar a nuestros compañeros y entendernos más. En el conocimiento del otro es donde está realmente la paz, la tolerancia, el amor, esos valores de lo humano que los empiezas a sentir adentro y se refleja hacia afuera”, dice al valorar su experiencia reciente.

A los 15 años se fue de Valledupar para estudiar en la Universidad del Norte de Barranquilla, donde después de iniciar una ingeniería, se dio cuenta de que su esencia vallenata estaba en la música. En la carrera empezó tocando la guitarra, pero pronto sus profesores advirtieron que tenía voz para ser cantante lírico, entonces se especializó para ser solista de ópera. 

“Colombia es un país de historias de música, de canciones, hay mucha tradición oral viva y eso va ligado a la voz definitivamente. La voz es el único instrumento musical que puede producir palabras que tocan el alma de una forma particular, como no lo hace ningún otro instrumento. Nosotros estamos tomando nuestras voces para llevar la misma música de nuestro país a todas las regiones”, dice antes de irse para el escenario.

En mayo pudo regresar a su tierra natal en la primera presentación del coro en Valledupar, con un repertorio inspirado en el gran compositor Rafael Escalona, en el que participó en los arreglos de varias canciones. “Mi mamá, mis hermanas, mis tíos, mi abuela fueron a verme en la plaza Alfonso López. Ese montaje me tocó muchas fibras porque tuve un acercamiento muy profundo con la música de Escalona”, dice.

Un reto de talla internacional le llegaría luego con el montaje de la Sinfonía N° 5 Retorno a la Tierra Media, una experiencia inédita para los integrantes del coro y de la banda, que exigía incorporar instrumentos y elementos no convencionales que no hacen parte de sus rutinas y adicionalmente cantar en una lengua ficticia que nadie sabía cómo pronunciar.

“Fue un trabajo de investigación bien interesante. Tenemos un par de compañeros que son fans de El señor de los anillos y de todo este mundo élfico y ellos tomaron el liderazgo, junto con la asesora vocal del coro, y se logró unificar el acento, la pronunciación y la historia. Esta música tiene muchos efectos, contrastes, al final todos nos la sabíamos de memoria”, cuenta Ernesto.

La creación sonora de una tierra desconocida

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Germán Hernández, director ejecutivo de la banda. Foto: Cortesía. 

En el escenario del Teatro Metropolitano de Medellín la toma sonora de la Tierra Media ya ha comenzado. El maestro Johan de Meij, con su pelo canoso dando la espalda al público, mueve su batuta para invocar a los personajes creados por Tolkien, y banda y coro se funden para crear ese universo sonoro que solo existe en la imaginación, y que nos habla de un lugar en el que seres de orígenes, razas y creencias diversas se unen para luchar contra fuerzas oscuras y malignas que los quieren someter y condenar a la guerra.

Luego de haber creado la Sinfonía N° 1 El señor de los anillos en 1988, de Meij regresa a la Tierra Media con su Sinfonía N° 5. El concierto de esta noche incluye el primer movimiento de la Sinfonía N° 1, Gandalf, y los seis movimientos de la N° 5: Mîri na Fëanor (Las joyas de Fëanor); Tinúviel (Ruiseñor); Ancalagon i-môr (Ancalagon, el Negro); Arwen Undómiel (Estrella de la tarde); Dagor Delothrin (Guerra de la Ira); Thuringwethil (La mujer de la sombra secreta), con la voz principal de Vanesa Rose, soprano del Coro Nacional, que deslumbra con su traje de lentejuelas doradas.

De la mano de Gandalf y de la voz de Vanesa, de Meij guía a músicos y coreutas por ese paisaje ignoto que se prepara para la guerra. En la pantalla de caracteres el público lee la traducción de esa lengua extraña: “Esta verdad aprendí de todo lo que hemos hecho: la música y el corazón son uno”, dice en un momento del segundo movimiento.

Sara Perea, al frente del director, interpreta su piccolo como si estuviera en Hamelin encantando a seres mitológicos, y en la última fila del coro sobresale la cabeza de Ernesto que hace su mejor esfuerzo para que su voz esté a la altura de la potencia de los vientos de la banda. 

Los músicos aceleran el frenesí de sus instrumentos y retumban las canecas, los cuencos y los crótalos. La Guerra de la Ira se desata y un par de cuernos bajan al escenario para excitar aún más los oídos del público. Los integrantes del coro, con piedras en sus manos se convierten en orcos y marchan cantando: “¡Muerte! ¡Matar! ¡Pelear! ¡Esclavizar! La película y sus personajes capturan la mente del oyente inmerso en una electrizante coreografía visual.

Al final del quinto movimiento el público aplaude, silba y celebra exultante, casi exhausto por la intensidad de las emociones. Un júbilo colectivo se apodera del teatro, que espera el desenlace de esta historia que reverbera en su interior. 

Así sucede cuando los instrumentos se acoplan con la voz humana para crear un sonido completamente nuevo: una voz colectiva, colorida, cargada de acentos, de historias de superación y de emociones amalgamadas que provienen de todos los rincones de Colombia; una voz que al mismo tiempo es el paisaje deseado de un país; sinuosa y fluida; dulce y apacible; profunda e inquietante, así suenan los sonidos para la construcción de paz y del cambio que Colombia está viviendo, un sonido de paz.

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