‘Espero que este FIAV Bogotá esté tocando los espíritus y haciendo sonreír’: Octavio Arbeláez
Octavio Arbeláez.
Octavio Arbeláez es el director artístico del FIAV Bogotá. Está también al frente del Festival de Manizales. Un abogado y filósofo que se dejó seducir por la escena y gracias a su trabajo de gestión y visita a todos los festivales del mundo es uno de los mayores conocedores del teatro.
Por Diego León Giraldo
“Soy un paisa criado en Manizales”, dice Octavio Arbeláez ante la sorpresa de que nació en Medellín y siempre se le asocia solo con Caldas. “Llegué muy chiquito, hice toda la primaria y hasta la universidad en Manizales. Mi papá trabajaba con el Gobierno y lo trasladaban”. Es director artístico del Festival Internacional de Artes Vivas, FIAV Bogotá. Se encargó de conseguir, convencer y traer los 28 grupos de los 14 países que están ofreciendo sus espectáculos. Además, es director del Festival Internacional de Teatro de Manizales, el más antiguo de Latinoamérica. Lo revivió siendo jovencito, en 1984, tras diez años de que había sido suspendido. Con Elvira Escobar de Restrepo, directora de la Casa de la Cultura, convenció a los estamentos y se le midieron a la primera versión.
Inquieto y creciendo en un momento de ebullición de las ideas y la confrontación de pensamientos en el mundo, era niño cuando el 68 se convirtió en estallido de las juventudes. Los 70 y 80 fueron sus periodos formativos. Estudio derecho y filosofía. Y aunque prefiere la discreción y trabajar en la trasescena sin mayor figuración, cuando suelta la lengua es un gran conversador, lleno de citas, recuerdos y chascarrillos.
CAMBIO: ¿De dónde le salió el veneno del artista, había antecedentes en su familia?
Octavio Arbeláez: Nadie. Estuve en colegios donde la educación era como innovadora y volcada a generar espacios alternativos. Trabajábamos mucho en algo que se llamaba tertulias literarias y cine club, que fue muy movido en Manizales. Incluso uno de los directores fue Luis Alberto Álvarez, el famosísimo crítico paisa. Yo estaba entre el movimiento cultural del bachillerato, donde también tuvimos un grupo de teatro, a la sombra del Festival de Manizales de los años 70. Terminé joven y empecé la universidad.
CAMBIO: Creció en un tiempo de mucha militancia política. ¿Cómo era usted?
O. A.: Mi colegio, el Instituto Manizales, era público muy militante en la izquierda. Uno de los compañeros era Bernardo Jaramillo Ossa. En esos tiempos no solo tiraban piedra sino que en Manizales estaban todos los intelectuales y todos los partidos de la izquierda de este país. Había una discusión muy importante que yo atribuyo al tema de la economía cafetera, que movía el país. Manizales era el centro más importante, con la Federación de Cafeteros. Todos los grupos políticos que también tienen que ver con lineamientos estéticos tenían a sus confesionales allá: cuadros del Partido Comunista de la línea de Moscú, estaba la gente del MOIR, Jorge Enrique Robledo no es de Manizales pero se fue para allá y desarrolló su carrera de líder político. Carlos García, del Partido Socialista de los Trabajadores, Socorro Ramírez, que fue candidata presidencial. Todo el alfabeto político de la izquierda del momento tenía asiento en Manizales. Había una singularidad de discurso estético en cada uno de ellos; el trotskismo tenía una visión sobre arte y literatura que era la más desarrollada teóricamente, Lenin, Mao; se reivindicaban textos teóricos y se comenzaban a conocer los textos de estructuralistas franceses desde Louis Althusser hasta Ferdinand de Saussure. Todo ese movimiento intelectual que generaba análisis y sobre todo la semiótica y lectura semiológica de Roland Barthes. Éramos jóvenes que todavía no teníamos la formación, pero la fuimos adquiriendo porque yo aparte de derecho estudié filosofía y pertenecí a grupos de estudio muy singulares. Toda la intelectualidad de izquierda iba a dictar talleres.
CAMBIO: Pero en general se tiene la idea de un Manizales muy conservador, por ejemplo con las historias de monseñor Pimiento que eran fuertes…
O. A.: Era cara y sello. Todo el mundo tiene la imagen de una ciudad católica, conservadora, fría, que efectivamente lo fue; porque es heredera de la colonización antioqueña. Antioquia era conservadora y el Cauca, que llegaba hasta el lindero del río Chinchiná, era liberal, involucraba a Pereira. Pero en los 60, con el movimiento universitario hubo un cambio de paradigma, que nadie ha analizado. Por ejemplo históricamente Manizales vota por los candidatos alternativos, llámese Belisario Betancur, cuando estaba por fuera del espectro del Frente Nacional o por Sergio Fajardo, o Luis Carlos Galán. En el plebiscito fuimos de las pocas regiones que casi empatamos entre el sí y el no. Es cara conservadora pero sello de ciudad pensante, joven, que realmente tiene una cierta manera de comportarse.
CAMBIO: Cuente de ese movimiento cineclubista tan importante y formador para nuestra cultura audiovisual mundial…
O. A.: El nuestro se llamaba Cine Taller Secuencia y la revista Secuencia. Teníamos un circuito con las diferentes revistas del país, como Ojo al cine, de Cali; Cuadros, de Alberto Aguirre, en Medellín; con la de la Cinemateca de Bogotá, que tenía Hernando Salcedo Silva, con la Federación Colombiana de Cineclubes.
CAMBIO: ¿Cuál fue la primera película que le movió el piso?
O. A.: El eclipse, de Antonioni, de 1962, a los 15 en el cine club. ¡Era removedora! Una narración que usaba unos planos a los que no estábamos habituados. Era como el epítome de la belleza. Después de ver televisión y cine norteamericano, encontrarse con estos planos largos, el lenguaje de las miradas, la concepción de una narración cinematográfica que se tomaba su tiempo y el placer de la imagen… para mí fue una revelación, como un rayo.
CAMBIO: ¿Cómo funcionaban?
O. A.: Teníamos unas salas que alquilábamos, como Cine Colombia, que entre semana presentaba porno y los fines de semana películas de acción. Los miércoles, a las 8 de la noche, los clientes del porno salían, nosotros recibíamos y presentábamos las del cine club. Y heredamos unos viejos proyectores rusos de 35 mm de la Cinemateca Distrital de Bogotá, cuando la dirigía Isadora de Norden. Se movieron del Planetario al Teatro Jorge Eliécer Gaitán y quedamos con las máquinas. También construimos con nuestras propias manos una sala de cine alternativo, Nickelodeon, en el barrio Alta Suiza. Esa fue nuestra primera gestión importante, a los 18 años.
CAMBIO: ¿Hizo películas?
O. A.: Teníamos una unidad de producción y produjimos películas. Super 8 y luego 16 mm. Incluso hay una generación muy interesante de realizadores de super 8 que viajábamos a Medellín a un festival importante. Víctor Gaviria participaba en su época. Hicimos un medio: Historias de carnaval, sobre el Carnaval del Diablo de Riosucio.
CAMBIO: Comparando con el cine, ¿qué encontró en teatro que lo haya hecho irse por ahí?
O. A.: El emparentamiento del cine y el teatro tiene que ver con una visión muy global de la creación. Los creadores de ambos tienen que saber un poco de todo, un mundo alimentado intelectualmente desde muchas perspectivas, la de las artes visuales, de la literatura, del teatro y la dramaturgia. Me interesaban ambos, pero el teatro tiene esa cosa mágica que es el hecho de ser irrepetible, singular, único.
CAMBIO: ¿Qué obra de las que vio recuerda como fundamental en su proceso?
O. A.: Lo primero que vi fue en el colegio, una versión de Orgía, de Enrique Buenaventura, en pleno festival de Manizales. Luego, otra fue Historias para ser contadas, de Osvaldo Dragún (escrita en 1956 por el argentino), que puede ser la obra más representada del teatro latinoamericano. La vi por un grupo de calle. Yo sentía esa cercanía que se había con el universo creativo teatral y la singularidad que esa proximidad del actor crea con el espectador. Esos momentos mágicos me hacían distinguir rápidamente el teatro del cine, porque el cine también era entretenimiento pues no solo veíamos a Bergman o de los italianos, sino las de entretenimiento. Además el teatro lo veíamos con más seriedad porque tenía un contenido político, reflexivo.
CAMBIO: ¿Actuó?
O. A.: Sí, pero era muy malo. Era muy tímido. Temía subirme al escenario y trataba de no hacerlo. Teníamos un club de teatro en el barrio Los Agustinos, de Manizales, hacíamos creación colectiva. Estaba en un grupo de teatro que se llamaba La Brecha. Yo apoyaba en la gestión y trataba de hacer pinitos de actuación pero no me sentía seguro ni me iba bien.
CAMBIO: ¿Por qué estudió derecho?
O. A.: Lo hice simultáneamente con filosofía. Porque me permitía más tiempo libre, pues estudiaba de siete a una de la tarde. Yo además jugaba en la Selección Caldas de Voleibol. Tenía un nivel medio alto. En lo local era bueno, en lo nacional éramos muy malos. Nos daban unas pelas impresionantes. En ese momento a los abogados los llamaban letrados, los que estudiaban, leían, era el lugar para la reflexión. No solo daba espacio para trabajar el pensamiento jurídico sino también otras miradas. Tuve profesores muy brillantes, entre los que se destacaban Humberto de la Calle o Héctor Marín Naranjo.
CAMBIO: ¿Qué significó recibir la Orden de Comendador de las Artes de Francia, que han tenido por ejemplo Borges, Sábato, Paul Auster, hasta Meryl Streep?
O. A.: Me sorprendió mucho, me desconcertó y me abrumó. Soy alguien que prefiere trabajar en la trasescena y hacer las cosas. Es la más alta condecoración del sector cultural francés, sin falsa modestia lo digo no creía merecerlo y todavía no sé por qué me lo dieron al mas alto nivel. Son pocos los que la reciben.
CAMBIO: ¿Ser tan discreto ha sido un pro para lograr las cosas como se dice coloquialmente con nadadito de perro?
O. A.: El no tener ánimo de figuración ni protagonismos hace que el proyecto sea lo importante y que eso salga a la luz. Hay otros modelos que también funcionan, que son alrededor de las personas, de gente que tiene mucho peso y luz propia. Mi peso es más desde lo intelectual y creativo, no desde la figura pública. Prefiero trabajar así, convenciendo con ideas.
CAMBIO: ¿Cómo nació la idea del FIAV Bogotá?
O. A.: Conversando con Fabio Rubiano, decíamos que así como he desarrollado un modelo de trabajo que son los mercados culturales que he hecho en Brasil, Argentina, México y en España. En Tenerife hicimos uno hermoso llamado Mapas. Y en Medellín, que es mi sede donde amo vivir y trabajar, sin que ese amor no sea compartido por Bogotá y Manizales. Le propuse a Fabio que armáramos un mercado en Bogotá. Ya que el festival post Fanny tuvo unos momentos en que se sostuvo, pero luego aparecieron unas versiones pálidas y comenzó a decaer. Adelantamos gestiones en la administración de Claudia López y no cuajaron. Con el cambio de autoridades, tanto al ministro de las Culturas, los Artes y los Saberes, Juan David Correa, como al secretario de Cultura de Bogotá, Santiago Trujillo, les pareció muy importante revivir un festival. Conocían el proyecto, depositaron su confianza en nosotros y apostaron. Pidieron sumar al sector teatral, cultural, y lograr que Bogotá pudiera estar en esa gran conversación del teatro del mundo, ocupar el lugar privilegiado que ocupaba.
CAMBIO: Y se convirtió en festival…
O. A.: Hacer un festival de las dimensiones de los que hacía Fanny Mikey requiere de un trabajo de dos años o más. Nosotros los hemos montado en seis meses y corriendo, con toda la responsabilidad y el amor, pero realmente ha sido muy difícil por el tiempo. Y estamos tratando de seguir ese camino que nos indicaron las autoridades culturales del país y la ciudad.
CAMBIO: Paul Auster decía que el arte no soluciona el hambre física del mundo y hablaba del alma. ¿Para qué estos eventos y las artes vivas?
O. A.: Para qué respirar, caminar, mirar el cielo, que palpite el corazón… En ese para qué está para qué mirar las artes vivas. Tiene relación con un elemento fundamental que es la vida ciudadana. La ciudad tiene que ser atravesada por la dimensión cultural, o no tendría sentido. La cultura, el teatro, las artes vivas dan sentido a nuestras vidas, dan un contenido de pensar en lo bello y sus formas, pensar no desde la perspectiva del escapismo sino del disfrute de lo bello en la dimensión cotidiana, con la que puedes convivir y la haces parte de tu vida. Tiene que ver con la calidad de vida de los ciudadanos y desde punto de vista de los creadores, es tan necesario como respirar.
CAMBIO: ¿Las artes vivas siguen siendo denuncia, mostrar heridas, sanar?
O. A.: El teatro está obligado a hablar de su tiempo, de esa relación que se debe tener desde todos los puntos de vista del universo creativo con el mundo. Las artes vivas reflejan de todas las maneras posibles. Como decía Karl Bruner, el mundo es un espejo trizado y todos esos son los que van a reflejar desde el punto de vista de creación de las artes vivas un mundo en el que vivimos.
CAMBIO: ¿Qué tiene el teatro para reflejar esas realidades distinto a otras artes?
O. A.: Todas tienen esas posibilidades, pero la escena ha sido la vanguardia de todo eso. En música se ven tendencias como el reguetón, que aburre por sus contenidos eróticos baratos; pero allí aparecen cantantes singulares que hablan de la vida y sus sorpresas. El teatro es una de las artes más completas. Ahí sí aparecen la reflexión, la provocación, el pensamiento crítico desde el texto y las actuaciones. El creador no es solo el que escribe el texto sino el director, los actores que construyen los personajes, el iluminador que crea atmósferas y espacios, el escenógrafo. El tiempo del teatro es un tiempo representado en otro tiempo. El teatro es tan universal, tan interesante que cuando lo miras con pasión encuentras todos esos detalles, que dicen cosas. Remueve consciencias.
CAMBIO: Cuando apareció el cine se dijo que se acababa el teatro, con la televisión que se acababa el cine. Algunos puristas tienen pánico a la multimedia y las nuevas tecnologías…
O. A.: El teatro es un arte en extinción desde hace dos mil años. Alguien decía que si siguen inventando lo de 4D y 5D en el cine van a terminar descubriendo el teatro. No les tengo miedo sino que los promuevo, es necesario y útil. Pero es la apropiación de las herramientas y no solo solazarse en ellas. He visto en el mundo cosas de gran nivel creativo que consiguen un diálogo de imágenes, música, el texto teatral, el movimiento en la escena, la iluminación y estas artes multimediales que logran que sea realmente transmedial, un hecho estético y que sí tengan que ver con el teatro. En Colombia, por ejemplo, lo que hace Carmen Gil Vrolijk está muy bien, es una investigadora muy potente. Lo que ha permeado un poco el teatro es en mayoría el video como recurso, pero de todas maneras el teatro seguirá siendo el teatro, necesita del actor, del texto. Debe ser una herramienta al servicio de…; porque lo otro es involucrarse al extremo que termina siendo un juguete al servicio de un ejercicio lúdico, y probablemente no del teatral.
CAMBIO: ¿Qué espera sentir y pensar al despertar del 15 de octubre al terminar FIAV Bogotá?
O. A.: A lo que aspiro es a que las salas y las calles estén llenas y Bogotá haya sido tocada por el espíritu del teatro. Cada rincón de Bogotá, que cada habitante sienta que el FIAV Bogotá está ahí, presente, que nació y lo haga sonreír.
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