Garavito, una vida por un país
Fernando Garavito
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Fernando Garavito, Juan Mosca, Orlando Iregui Romazu o El señor de las Mocas cumpliría 80 años el próximo 10 de septiembre. Dejó su alma, el país que duele y una vida consagrada a la palabra. Como periodista y escritor logró la metamorfosis del lenguaje.
Por: Olga Sanmartín
Fernando Garavito, o Garavito a secas. “Bachiller con dificultades en física y educación física. Abogado con imposibilidades en derecho penal. Antes director de Estravagario. Hoy editor de La Prensa”, reza la contracarátula de su libro de poemas, Ilusiones y erecciones, publicado en 1989.
Para entonces, Garavito ya había volado mucho. Nació en Bogotá en 1944, y en 1976 publicó su primer libro de poemas, titulado Já. Luego y a lo largo de 30 años, una serie de obras recogieron algunas de sus entrevistas y reportajes, columnas y nuevos poemas, como redactor, columnista, editor y director de destacadas revistas y periódicos. Fueron 14 libros en total, donde Garavito escribió narrativas inesperadas y geniales.
En 1980 le dio vida a Juan Mosca, el bicho incómodo e impertinente que por “el camino dejó regados quinientas entrevistas políticas y culturales, tres libros de reportajes y quince años de trasnochadas inmarcesibles”, palabras de Garavito a Juan Mosca en su libro País que duele. Murió Juan Mosca, “aplastado por un periódico contra una ventana” en 1995.
El humor estuvo presente en cada letra, en cada palabra de Garavito. Fue una impronta, hasta de él mismo. El humor brillante, inesperado. Orlando Iregui Rumazo fue el personaje que encarnó e inmortalizó a través de sus versos y sonetos, que apelaban a lo cursi para decir verdades incómodas. Un poeta pastuso que vivió en el imaginario desde 1944 hasta 1987 y que publicó en diversos medios, como los ya olvidados revista Guión y diario La Prensa.
Su verdadero oficio, el de Garavito, fue el de trasgresor de paradigmas, malabarista de las palabras, como periodista y como escritor. No fue uno más, no fue uno del montón. De verdad le dolía el país, como a pocos, con todas sus miserias y con todos sus miserables. “Si pudiera resumir en una sola línea lo que fue Fernando Garavito, diría que estuvo hecho de sed. Murió pobre y sin un ingreso decoroso, acorde con sus necesidades. Pero quiso que su vida fuera un espacio para la dignidad. Solo el tiempo –en sus hijos– podrá decir si llegó a lograrlo”, escribió de sí mismo el 30 de septiembre de 2001, en su libro El vuelo de las moscas, que recoge algunas de las columnas de opinión que publicó en El Espectador.
Las firmaba como El señor de las Moscas, un seudónimo que lo llevó al exilio, por ser uno de los primeros periodistas en denunciar las “travesuras” de Álvaro Uribe Vélez con “ciertas hierbas del pantano” como nombró Garavito a Pablo Escobar, pero también por sus denuncias contra otros políticos de la misma estirpe.
La vida es una fiesta
Todos le ganaron a Fernando, a Garavito, a El señor de las Moscas. Su columna titulada La vida es una fiesta, en la que denunció las grandes triquiñuelas que permitieron el desfalco multimillonario por cuenta del manejo inescrupuloso del Banco del Pacífico, de su presidente de la junta directiva, Fernando Londoño Hoyos, fue censurada por el director de El Espectador de ese entonces (o por Bavaria, como denunció Fernando en su momento). Esa y las denuncias contra Álvaro Uribe y sus “presuntos” vínculos con el narcotráfico y los paramilitares, le costaron a Fernando la vida entera.
Se exilió fue en Estados Unidos, en un lugar lejano y ajeno, con Priscilla Welton, su esposa, y sus dos hijos Fernando y Manuela. Tuvo que renunciar a Melibea, hija de su primer matrimonio con la poeta María Mercedes Carranza. Viajó con ellos y sus dos perros. No tenía ni para el bus y poca ayuda recibió. Priscilla murió por allá, muerte inesperada que lo derrotó. Sus hijos fueron su fuerza, y decidió escribir un libro dedicado a Priscilla, su motor. No cualquier libro de viudo triste, era nada más y nada menos inspirado en lo más puro de la música clásica, que amaba y estudiaba como pocos.
Alcanzó, con dolor, dedicación y disciplina, a escribir una parte del libro Palabras para las romanzas sin palabras de Félix Mendelssoohn en los donotos de Mekdenson. Y con una beca, comenzó a trabajar. No terminó. Un accidente automovilístico en las grandes y miedosas avenidas texanas lo llevó a la muerte en octubre de 2010, a la muerte física, creo yo, porque Garavito ya no era ni Fernando, ni Juan Mosca, ni Orlando Iregui Rumazo, ni El señor de las Moscas. Sus hijos editaron el libro incompleto, titulado De la luna y el sol, palabras para las romanzas sin palabras de Félix Mendelssohn. Por ahí está.
A descifrar el país
Muchos de mi generación aprendimos con Fernando. Me incluyo, pero no me alcanza el alma para hablar del maestro y del amigo. Coincido sí con colegas y amigas, como la periodista y poeta Patricia Iriarte: “Con él no era solo aprender redacción; era aprender periodismo, a no tragar entero y descifrar el país que nos estaba tocando vivir, el de la guerra de los narcos, el de la Asamblea Constituyente, el de los acuerdos de paz con el M-19, el de los magnicidios y las bombas (…) Con Fernando aprendimos, entre tantas otras cosas, a eliminar sin temor un adjetivo innecesario, y aprendimos que un título no es simplemente un título sino una invitación para un lector inteligente. Él está siempre allí cuando escribo, cuando edito, cuando leo”.
Por ahí sigue volando como una mosca, Fernando, aún con personas que apenas lo conocieron. Es el caso de Edison Marulanda Peña, escritor y profesor del departamento de humanidades de la Uiversidad Tecnológica de Pereira. Conoció a Fernando en la capital de Risaralda por allá en 1991. Lo siguió, y luego decidió escribir el único ensayo de biografía que existe de Garavito, titulado Más que Juan Mosca, Fernando Garavito escritor y hereje, con un prólogo escrito por Mary Luz Vallejo, y publicado por la Universidad de Antioquia. “Crea y juega con la creación, es una frase que describe a Garavito en la escritura (…). Esto se espera siempre en el terreno de la literatura, él lo ejecuta en el periodismo. Por eso su aporte ha sido revitalizar al periodismo literario y de opinión en Colombia (…) Lleva a cabo la aventura de romper las reglas de la gramática cuando quiere para introducir un poco de aire fresco de los géneros periodísticos”.
Librepensador y en la palabra
La mejor manera de definir a Fernando Garavito es catalogarlo como uno de los grandes librepensadores que ha dado el periodismo y también la literatura colombiana. Este es un término que cada vez tiene menos significado en las actuales sociedades planetarias, en las que la información y el periodismo suelen confundirse cada vez más con la militancia y la propaganda política.
Fernando Garavito, por el contrario, fue una persona que alabó y fustigó por igual la derecha, lo que ahora llaman centro y la izquierda, basándose en los hechos y evidencias y no simplemente en creencias o afectos personales, u opiniones o mandatos de algún jefe político superior. Eso es bien importante decirlo porque Garavito trabajó en medios, sobre todo la revista Guión y el diario La Prensa, que pertenecían a la familia Pastrana y que, a pesar de haberles abierto sus puertas a muchas voces, de todas maneras, seguían una clara orientación política, ante todo en sus páginas editoriales.
En esos dos medios Garavito logró materializar su independencia de criterio en sus columnas de opinión (entre ellos los muy recordados Tópicos de La Prensa), de análisis (sus crónicas políticas de la revista Guión, cargadas de información y también de humor ácido y dardos) y de discernimiento.
Siempre fue un personaje muy llamativo en el sector de los medios de comunicación. Ya en los años setenta fue el director de Estravagario, el suplemento cultural del diario El Pueblo de Cali, que marcó una época en el periodismo cultural colombiano, sin duda estuvo adelantado a su época y marcó a publicaciones culturales posteriores que de una u otra manera entendieron que la cultura podía presentarse de manera menos acartonada y abierta a más miradas y maneras de contar las historias. De hecho podría decirse, por poner tan solo un ejemplo, que en Estravagario se publicaron por primera vez obras literarias de autores como Andrés Caicedo.
Garavito, además, tanto como periodista como poeta, siempre apeló a su innegable sentido del humor que utilizó como suelen hacerlo los grandes humoristas. Por poner dos ejemplos, como Vladdo y Jaime Garzón, para quienes el humor es (y fue) una herramienta para opinar y enseñar y no una finalidad.
Lo llamativo en el caso de Garavito es que llevó el humor a escenarios donde normalmente sería impensado hacerlo. Por ejemplo, en la sección de fotografías de eventos sociales de la revista Cromos no tenía pelos en la lengua para burlarse de alguna personalidad que aparecía en las fotos de algún coctel, por ejemplo, la inauguración de alguna exposición de arte o algún evento político. En una de ellas un conocidísimo personaje de la aristocracia bogotana aparecía en la foto con la mano en un bolsillo de su chaqueta. El pie de foto, escrito por Garavito, mencionaba que dicho personaje se iba ya para su casa llevándose escondidos unos pasabocas del coctel. En otro de ellos cuatro figuras femeninas de la televisión aparecían posando con sus abrigos, y Garavito, para identificarlas, daba su nombre, al que le agregó lo siguiente.: “En la foto, equis luce un abrigo de terciopelo; ye, uno de cierto pelo; z, uno de medio pelo, y w, uno de pelo completo”.
Como editor de esa revista logró que temas relacionados con la política, el orden público y el conflicto armado convivieran con crónicas más cercanas a la cultura, las regiones y la vida cotidiana. Cromos publicó crónicas, reportajes, informes especiales y artículos sobre esos temas álgidos. De esa manera en buena parte de los años ochenta le compitió en esos temas de política, nación y conflicto armado a la renaciente revista Semana, que había vuelto a reaparecer en 1982 tras un largo silencio en 1982 para llenar un vacío en la información sobre esos temas.
También colaboró en múltiples ocasiones con la revista CAMBIO y de hecho él entrevistó a Patricia Lara cuando ella les vendió la revista a Gabriel García Márquez y a Mercedes Barcha, entrevista que se publicó en el último número de diciembre de 1998.
Para rendirle homenaje a este gran periodista y escritor, la librería Ficciones, bar de Libros, realizará un encuentro y lectura de su obra este martes 10 de septiembre a las seis de la tarde en Bogotá (entrada libre).
Después de las tempestades
Se dijo de Fernando, o de Garavito, que una vez botó una máquina de escribir desde la ventana del periódico El Tiempo. Que comió manuscritos con textos mal escritos y negativos de fotos mediocres. Yo no sé, solo lo vi lanzar sus gafas con mucha fuerza en la sala de redacción. Pero al segundo estaba quieto, quizás avergonzado y tímido, tras el paso de una ola de ira incontenible. En segundos pasaba la tempestad, y una chocolatina Jet borraba la huella de cualquier huracán. Quería enseñarnos a todos esos periodistas jóvenes a no caer en el ridículo: “No más casitas, no más gaticos, a partir de hoy el único diminutivo que acepto es Garavito”.
Se equivocaba, porque Garavito (Fernando) jamás podría mencionarse o pensarse o leerse en diminutivo. Su obra está ahí, más vigente que antes, más necesaria que ayer, para el periodismo y para el país.
Con la colaboración de Eduardo Arias