Gozar leyendo con CAMBIO: ‘Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia’, de Bård Borch Michalsen
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Pocas veces las personas se preguntan de dónde salieron los signos de puntuación, fundamentales para darle sentido a la escritura y a la lectura, y que a veces son un verdadero dolor de cabeza.
Bård Borch Michalsen (1958) es académico y periodista noruego y Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia es su primer libro traducido al castellano; el traductor es Christian Kupchik.
El autor comienza su historia señalando que la más antigua manifestación por escrito del lenguaje data de 3.500 años antes de Cristo y se halló en Mesopotamia. La base de la escritura son los alfabetos, que al principio sólo tenían consonantes. Fueron los griegos los que le añadieron las vocales. Y los primeros signos de puntuación aparecieron 2.500 años antes del comienzo de la era cristina. Hasta finales de la Edad Media –hace poco más de mil años– los libros manuscritos se presentaban solo con mayúsculas y CONTODASLASPALABRASPEGADAS.
Luego vino Gutenberg. Aclara Bård Borch Michalsen que “la modernización de la tipografía y la puntuación resultó una creación menos obvia que la invención de la máquina física pero, sin embargo, constituyó un requisito crucial para que los productos de esa máquina fueran significativos. La gramática, la puntuación y la presentación visual del texto es lo que hoy llamamos software. Sin él, el hardware no es más que metal muerto”.
Hasta cierto momento, los manuscritos estaban todos en letras mayúsculas, con todas las palabras pegadas, no existían los párrafos y “un lector solo podía comprender lo que estaba escrito cuando el texto era leído en voz alta varias veces. Nadie consideraba la idea de que un texto era susceptible de ser leído en silencio; estaba escrito para ser leído en voz alta, como una representación de la palabra hablada. En ese momento, escribir no era una actividad independiente y rentable, con identidad propia, sino apenas un registro de lo oral utilizado en poesía, debates o diálogos”.
Aristófanes de Bizancio (257-180 a. C.), un personaje distinto al Aristófanes comediante, es reconocido –si cabe decirlo de un ser tan anónimo como este bibliotecario que trabajó en Alejandría– como “el responsable de desarrollar el primer sistema de puntuación del mundo”, con un sistema que conducía a facilitar la lectura en voz alta, con elementos que señalaban las pausas. Los signos que inventó fueron el punto, la coma y los dos puntos.
Sin embargo, la puntuación no se generalizó. “El gran orador Cicerón consideró que los signos de puntuación eran por completo innecesarios y (…) el Imperio Romano declinó llevándose consigo todo lo que tenía que ver con los signos de puntuación”.
Llegamos al siglo VI de nuestra era. En ese momento no pasó nada con respecto a la generalización de la puntuación, pero sí apareció San Isidoro de Sevilla, que fue “el primero en pensar que la puntuación se podía utilizar sintácticamente, es decir, para delimitar unidades gramaticales (…). No obstante, leer en voz alta siguió siendo la forma cultural predominante de absorber el contenido de un texto a lo largo de la Antigüedad, la Edad Media y el nuevo milenio (…). Leer en silencio podía resultar un ejercicio difícil, a no ser que el texto hubiera sido adaptado de manera particular para uso individual. De allí que un sistema de puntuación práctico y la lectura silenciosa se ven hermanados en la lenta revolución común que creó nuestra civilización”.
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Hasta finales de la Edad Media –hace poco más de mil años– los libros manuscritos se presentaban solo con mayúsculas y CONTODASLASPALABRASPEGADAS.
El siguiente gran paso se debió a Alcuino de York (735-804 d. C.), un monje inglés que fue el maestro de los hijos de Carlomagno, también del propio Carlomagno, buen alumno de lectura, pésimo alumno en escritura, que no aprendió. De facto, Alcuino era ministro de educación del imperio carolingio y aprovechó su poder para “tomar una serie de medidas importantes en relación con el texto escrito, hasta convertirlo en una forma independiente del uso del lenguaje, al concebirlo como algo por completo diferente y más importante que un simple registro de contenido literario para ser leído en voz alta. Esto significó que quienes se ocuparon de introducir los signos le asignaron un peso mayor a la forma en que se ensamblaban gramaticalmente los textos para hacer llegar el mensaje”. Dentro de este programa figura la introducción de las minúsculas, mucho más fáciles de leer que las pesadas mayúsculas y, en lo que incumbe a nuestro tema, la puntuación, retomó el invento de Aristófanes de Bizancio, un “sistema simple de dos signos”, con funciones analógicas al punto y a la coma.
Casi cuatro siglos después, Boncompagno da Signa (ca. 1170-1240), un profesor de la Universidad de Bolonia, retomó la misma línea y propuso la virgula planus, un signo “que marcaba el final de una idea completa”, y la vírgula suspensiva, que “marcaba una pausa más corta, donde el significado aún no estaba completo”.
Aquí llego al punto culminante, al personaje central de esta historia. Deberían sonar las trompetas porque aparece Aldo Manuzio (1449-1515), “el hombre que hizo accesible la cultura escrita a un público más amplio de la población”, un gramático y profesor de filosofía nacido cerca de Roma, que llegó a Venecia –la capital de la impresión de libros en Europa– después de haber cumplido 40 años. Manuzio quedó fascinado con la pujante industria editorial: “En 1493, Manuzio tenía ya lista una gramática para imprimir y así entró en contacto con los más importantes actores de la industria gráfica” y, dos años después, “estableció cómo la coma y el punto debían imprimirse, y también resolvió una serie de reglas gramaticales para la puntuación moderna”. Lo que hizo Manuzio “no sólo fue crear nuevas formas de representar los signos de puntuación, sino también implementar la estandarización de un sistema que ayudó a hacer del lenguaje escrito un medio de comunicación fundamental”.
Más de medio siglo después, en 1566, un nieto de Manuzio, Aldo el Joven, publicó Orthographiae ratio, una revisión de todos los signos y reglas de puntuación moderna. Por primera vez, se indicaba allí que "el propósito de las comas, puntos, dos puntos y punto y coma era aclarar la sintaxis, es decir, la forma en que estaban estructuradas las oraciones”.
A estas alturas, y por acumulación, ya estaban establecidos los dos modos diferenciados (y, a veces, contradictorios entre sí) de aplicarse la puntuación al lenguaje escrito. Uno, encaminado a regular las pausas de la lectura en voz alta, más arbitrario, con connotaciones musicales, el método retórico. Y otro, más estructural, construido sobre la base de la lógica interna del texto, el método gramatical.
Al llegar al momento fundacional de los signos de puntuación tal como ahora los conocemos, Bård Borch Michalsen entra a la teoría, tanto de los signos como sistema, como, individualmente, del punto, de la coma, del punto y coma, de los dos puntos, de la admiración y la interrogación. El profesor noruego no duda en afirmar que “la puntuación es un sistema en sí mismo, además de formar parte del gran sistema de la escritura” y establece tres niveles: “nivel macro: ¿cómo se debe organizar el texto? (…). Nivel intermedio: ¿cómo se crean oraciones y párrafos claros y eficaces? Nivel micro: ¿cómo puede contribuir la gramática a la creación de oraciones lógicas?”.
Poniendo punto aparte me pregunto, y Bållevar la atención del lector hacia adelanterd Borch Michalsen se lo pregunta, cómo opera el sistema de los signos, cómo opera como sistema. Y, entonces, trae a cuenta un estudio en el que la autora combina lingüística, neurociencia y psicología cognitiva; se trata de The reader’s brain de la norteamericana Jane Yellowless Douglas, que enuncia varios principios para una “escritura eficaz”: la coherencia, la continuidad y la cadencia. Se refiere a la coherencia “como el contexto interno (mental) del texto. La continuidad incluye el flujo y el progreso hacia adelante". Según Douglas, la respuesta aquí se encuentra entre las oraciones. La forma en que las oraciones aparecen divididas y vinculadas entre sí resulta muy importante para la comprensión. Una vez más, la puntuación contribuye a ello. El tercer principio de Douglas, la cadencia, tiene que ver con el ritmo, es decir, la alternancia entre oraciones largas y cortas. La puntuación también funciona en estos casos. "Las oraciones cortas separadas por la puntuación crean un ritmo que puede ser a la vez breve y entrecortado. En tanto, la oraciones más largas, con muchas comas, pueden producir velocidad así como la calma, dependiendo de si la alternancia es el punto o la continuidad sin puntuación”.
Ahora vamos punto por punto, casi literalmente. “Si buscamos en Google ‘errores con la coma’, comprobaremos que la cuestión mereció 18 millones de consultas. En cambio, si la búsqueda se refiere a ‘errores con el punto’, veremos que el interés se redujo a apenas 500.000 miserables visitas, y muchas de ellas se deben a errores en el uso de la puntuación en general. El silencio que rodea al punto se revela en proporción inversa a su importancia, ya que el punto resulta simplemente indispensable”. Antes ha dicho: “Desde hace 2.200 años, el punto es un simple, estable y secreto socio para las personas que escriben. Hizo poco por sí mismo, salvo cumplir con su única tarea: informar a los lectores que el mensaje fue entregado”. Advierte, sí, que lo dicho no es tan seguro para medios nuevos como Messenger o el WhatsApp y cuenta la historia: “Supongamos que recibiste este mensaje de texto de un amigo: ‘Tengo un perro nuevo ¿querés verlo?’. Puedes elegir entre dos respuestas:
Tal vez.
Tal vez
¿Cómo interpretará tu amigo estas dos alternativas? Tres psicólogos de la Universidad de Binghamton, en Estados Unidos, realizaron un estudio para averiguarlo y confirmaron lo que posiblemente ya habrás adivinado: ‘Tal vez’, con punto, es percibido de forma más negativa que el ‘Tal vez’ sin punto”.
Pasemos a la exclamación, un signo que, a pesar de su nombre, tiene sus denigradores. Comencemos por ellos. Scott Fitzgerald dijo: “Elimine todos los signos de exclamación. Un signo de exclamación es como reírse de su propia broma”. “Cuando Mark Twain dio una conferencia a los escritores de historietas en 1897, los exhortó a no gritarles a sus lectores con signos de exclamación”. Para seguir con los gringos, he aquí la orden que daba Henry Miller: “¡Mantenga sus signos de exclamación bajo control!”. Cambiando de idioma, un escritor noruego, Erlend Loe, es despiadado: “¿Tal vez uno pueda llegar a usar signos de exclamación dos veces en la vida, si escribe todos los días?”. Y sentencia: “La gente que usa signos de exclamación de manera acrítica debería ser internada y llevada lejos, al menos por un tiempo”.
¡Recórcholis!
Un personaje del siglo XV, habitante de las costas italianas, Jacopo Alpoleio (¿?-1430), “escribía poesía, y pensó que los puntos o los signos de interrogación no eran suficientes cuando los poemas debían leerse en voz alta. ¿Cómo podría dejar en claro que la frase que acababa de decirse contenía emoción? De manera que insertó un trazo ligeramente inclinado, casi una coma, por encima del punto. Así es como el signo de exclamación entró en el lenguaje”.
Es muy significativo que Richard Wagner llegara a decir: “¡Escribo música con signos de exclamación!”. Bård Borch Michalsen termina con el tema de la exclamación con el mejor uso que alguien le haya dado, el editor de Victor Hugo, cuando acababa de publicar Los miserables: “Hugo estaba de vacaciones, pero tan emocionado por la suerte de su obra, que envió un telegrama a su editor, para saber cómo iban las ventas. El texto del telegrama fue conciso: ?. Y la respuesta que recibió fue igual de breve y contundente: !”.
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"Los dos puntos nos dicen que se acerca algo; el signo de interrogación, que nos estamos preguntando algo, y el de exclamación que estamos levantando la voz. Pero, ¿qué pasa con el punto y coma? Uno podría vivir toda la vida sin utilizar un solo punto y coma”.
El signo de puntuación más inequívoco, sin duda, es la interrogación, que fue “otra de las innovaciones introducidas por Alcuino, el maestro, monje y ministro de educación en el imperio de Carlomagno”. Pero no resisto la tentación de trascribir una de las leyendas que circulan sobre el origen de su grafía: “Los antiguos egipcios amaban los gatos. De acuerdo con la anécdota, un día, un hombre observó sorprendido a su gato. Quizá sospechaba de algo; en cualquier caso, estaba perplejo. El hombre notó que la cola del gato se curvó dibujando algo parecido al actual signo de interrogación. Se dice que estaba tan encantado que dibujó la cola rizada y comenzó a utilizarla mientras escribía preguntas sobre el fenómeno”.
El punto y coma. “Considerado el asunto de manera estricta y objetiva, la verdad es que no tenemos una imperiosa necesidad del punto y coma. En cambio, el punto es absolutamente esencial. La coma también realiza un trabajo invaluable cuando pretendemos minimizar los saltos entre unidades de texto que no están del todo juntas. Los dos puntos nos dicen que se acerca algo; el signo de interrogación, que nos estamos preguntando algo, y el de exclamación que estamos levantando la voz. Pero, ¿qué pasa con el punto y coma? Uno podría vivir toda la vida sin utilizar un solo punto y coma”.
Encima, el punto y coma también tiene sus enemigos, como Kurt Vonnegut: “No uso punto y coma. Son travestis hermafroditas que no representan absolutamente nada. Todo lo que hace es demostrar que fuiste a la universidad”. Y, ciertamente, desde Aldo Manuzio, que escribió el primero, el uso del punto y coma ha disminuido, como lo midió el filólogo Paul Bruthiaux: durante el siglo XVII encontró cincuenta veces ese signo entre cada mil palabras; durante el siglo siguiente, el XVIII, subió a sesenta, pero en el XIX bajó a dieciocho y en el XX todavía más, disminuyó a diez veces cada mil palabras. Sobre su uso, Bård Borch Michalsen da un consejo: “Cuando queremos demostrar que lo que hemos escrito tiene que ver con lo que viene, es mejor recurrir al punto y coma”.
La coma. La coma está desde el principio de los tiempos de la puntuación. Desde Aristófanes. Pasando por Alcuino, el hombre de Carlomagno, hasta llegar a nuestro héroe central, Aldo Manuzio, quien “indicó cómo debería verse y usarse la coma (…). Las dudas creadas por este signo de puntuación se referían a si debía usarse de acuerdo con principios retóricos o gramaticales”.
Un notable escritor noruego, premio nobel, Jon Fosse, se inclina decididamente por el uso retórico: “Mi uso de las comas está en función de lograr la respiración, el movimiento y la música que deseo, y en cuanto observo que algunos lo manipulan, me vuelvo loco y peleador. Pueden intentar estandarizarme tanto como quieran, pero espero que dejen la coma en paz, porque ellas son la sustancia de mi escritura creativa. Uso comas de acuerdo con el ritmo, no con las reglas”.
Bård Borch Michalsen pelea poco y dicta la regla de oro sobre el uso de la coma: “La claridad expresiva se ubica por encima de cualquier otro argumento”. Muy en la línea de Ben Jonson, el poeta inglés que, en 1617, “se acercó al punto de equilibrio entre la puntuación gramatical y la retórica. Su visión del equilibrio se resumía en que la puntuación lógica mostraba el esqueleto y la estructura del lenguaje, mientras que la puntuación retórica marcaba el aliento del lenguaje, su respiración”.
Para resaltar la importancia de la coma Bård Borch Michalsen cuenta varias historias, entre las que destaco la de una princesa danesa que se convirtió en la zarina cuando se casó con el zar Alejandro II en 1866. “Cuenta la historia que en una ocasión la zarina salvó la vida de un criminal a quien su marido Alejandro había decidido enviar a una muerte segura en Siberia. El zar había escrito: ‘Indulto imposible, enviarlo a Siberia’. María movió la coma y la oración se transformó en ‘Indulto, imposible enviarlo a Siberia’. El hombre fue puesto en libertad”.
El libro se refiere a más signos. A los dos puntos, que tienen por objeto “llevar la atención del lector hacia adelante". A los paréntesis, que “el mensaje que buscan trasmitir es que viene algo que creo que pertenece aquí, pero que se puede omitir”.
Al final Bård Borch Michalsen reconoce la cercanía con lo oral que tiene la manera de escribir mensajes en el computador, pero señala una cosa que no podemos olvidar, que “el lenguaje escrito es mucho más importante que la imprenta y la computadora (…). Ningún invento cambió más el pensamiento humano que la escritura”, y cita esta joya de Walter J. Ong: “No escribes tus pensamientos. Cualquiera que tenga alguna experiencia con la escritura sabe que esto no es así. Los pensamientos surgen durante el proceso, como resultado del esfuerzo real de formularlos. Lo que acabo por escribir suele ser completamente diferente de lo que tenía en mente cuando decidí empezar a escribirlo. Si no me tomé el trabajo a la ligera, siempre es mucho más asombroso: no tenía ni idea de que todo esto estaba dentro de mí”. Punto. Punto final.
Bård Borch Michalsen,
Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia
Ediciones Godot
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