Gozar Leyendo con Cambio: las aventuras de Roderick Random, novela picaresca con episodios en Cartagena
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En esta novela del escritor escocés Tobias Smollet se narran las aventuras de un médico que estuvo presente en el fallido intento de los ingleses por apoderase de Cartagena.
Tobias Smollett, Las aventuras de Roderick Random
Tobias Smollett (1721-1771) era escocés, estudió medicina y, muy joven –a los 19– decidió irse a Londres con la idea de emprender la carrera de dramaturgo, proyecto en el que fracasó. Entonces se convirtió en médico de la marina, condición en la que navegó por el mundo, llegando a participar en el intento de toma de Cartagena por parte de los ingleses, en 1742. Estuvo viviendo en Jamaica y, en cierto momento, decidió regresar a Londres con la idea de reintentar convertirse en dramaturgo de éxito. De nuevo fracasó, pero finalmente logró un gran éxito de ventas y de crítica con la publicación de Las aventuras de Roderick Random, entretenidísima novela picaresca, punto de partida de una carrera de escritor plena de reconocimiento.
En cierto modo, tomándose todas las libertades, Las aventuras de Roderick Random es una novela autobiográfica y Roderick Random –al igual que Smollett– es médico, es marinero, participa en la batalla de Cartagena y no él, pero sí otro personaje de la historia, padece el fracaso como dramaturgo y cuenta todas las trampas que le hacen los empresarios, directores, actores y protagonistas del espectáculo teatral londinense.
Ya se sabe que la voz narrativa de la novela picaresca es autobiográfica. Y, en el caso de Smollett, tomando hechos de su propia vida, no se trata de fidelidad factualista sino de la oportunidad, propia también de la picaresca, de hacer la crítica despiadada de la sociedad donde vive, usando el humor, la exageración, y a veces la misma caricatura, para poner de presente la realidad social a través de un protagonista que pertenece a un sector muy marginal de la pirámide social, asunto que es también propio de la picaresca.
Los límites morales de Roderick Random son demasiado elásticos. Miente casi por oficio, comete estafas cuando está sin un centavo y, sin una sola frase autocrítica, en cierto momento trafica con negros ghaneses vendiéndolos como esclavos en Suramérica. En realidad, como lo vive Random, el tráfico de africanos no es la única forma de esclavitud que él padece y, si bien no la bautizan –¿ni la identifican?– como esclavitud, la relación entre los capitanes de navío y las tripulaciones es de esclavitud y los que mandan también mandan sobre las vidas de sus subordinados.
Y la estratificación social, sin vasos comunicantes que permitan un fluido tránsito de clases, acaban por crear unas relaciones de dominio y de exclusión, propias de individuos que no creen en la igualdad. Y cuando hay algún tránsito de una clase a otra más alta, el lubricante, propio de esa época en que estrenan las ideas individualistas, es el dinero, explícito dios del sistema capitalista.
En el prólogo que escribió Smollett explica así el trasfondo social de las historias que contará: “He intentado representar el modesto mérito luchando contra todas las dificultades a las que un huérfano carente de amigos está expuesto, dificultades tanto producto de su propia falta de experiencia como del egoísmo, la envidia, la malicia y la mezquina indiferencia del género humano. Para asegurarle una predisposición favorable de parte del lector, le he concedido las ventajas del nacimiento y la educación, las cuales espero que, en el transcurso de sus infortunios, pondrán más de lado a los más cándidos y, aunque preveo que algunas personas se sentirán ofendidas por las viles aventuras en las que se ve envuelto, estoy convencido de que las gentes juiciosas no sólo entenderán la necesidad de describir aquellas situaciones a las cuales se ve evidentemente empujado por su baja posición en la sociedad, sino que también hallarán entretenimiento contemplando aquellos rincones de la vida donde los humores y las pasiones carecen del disfraz de la afectación, de la ceremonia o de la educación, y donde las caprichosas particularidades de los temperamentos aparecen tal y como la naturaleza los ha creado. Pero creo que no tengo que molestarme justificando una práctica autorizada por los mejores escritores de este género, algunos de los cuales ya he mencionado”. Y los que menciona son Cervantes (de quien fue traductor de El Quijote al inglés) y Le Sage y sus Aventuras de Gil Blas.
Alguna vez enuncié que en todas las novelas anteriores al 31 de diciembre de 1899 hay al menos una de tres cosas, cuando no más: o hay adulterio, o hay ludopatía o hay desmayos. En Las aventuras de Roderick Random abundan las situaciones en que los personajes están dedicados al juego, en un casino o en una casa de apuestas. Hay por lo menos tres momentos en que el protagonista, Roderick Random, busca la solución a su ruina económica en la mesa de juego.
El sitio de Cartagena (y me detengo en esto porque es el momento cuando nuestra Cartagena de Indias estuvo a punto de convertirse en colonia inglesa) lo cuenta así: la flota que atacará a la ciudad sale de Jamaica. Los españoles advierten desde antes que están llegando al Caribe: “Podríamos haber partido directamente hacia Cartagena, antes de que el enemigo pudiera tomar las precauciones necesarias para su defensa o tener indicios ciertos de nuestros planes. Sea como fuere, al final zarpamos de Jamaica y, en diez días o un par de semanas, navegamos viento en contra (…) con la intención de atacar la flota francesa (…). Pero antes (…) los franceses ya habían zarpado para Europa, después de haber despachado un barco de aviso a Cartagena informando de nuestra presencia en aquellos mares y también de nuestras fuerzas y destino”.
Y continúa: “Al final desplegamos velas y llegamos a una bahía a barlovento de Cartagena, donde fondeamos y permanecimos a nuestras anchas durante diez días más. Aquí, de nuevo ciertas personas maliciosas no perdieron ocasión de criticar la conducta de sus superiores diciendo que aquello no sólo era otra manera de perder tiempo (…), sino que daba a los españoles margen suficiente para organizarse y recuperarse de la consternación en la cual se habían sumido al enterarse de la llegada de una flota inglesa que al menos triplicaba cualquiera que hubiera aparecido antes en aquel lugar del mundo”.
Luego los ingleses se estacionaron “más cerca de la boca del puerto donde nos las arreglamos para que nuestros marinos tomaran tierra y acamparan en la playa, a pesar de los disparos del enemigo, que alcanzaron a muchos de los nuestros en la cabeza”. Comenta Smollett que “esta decisión de elegir un campamento bajo las murallas de la fortaleza del enemigo (…) nunca antes se había realizado”.
En cierto momento, los oficiales ingleses deciden atacar, por un lado, desde las baterías que ya tienen en tierra y, por otro, con cinco barcos: “Nuestro barco, juntamente con los otros destinados a aquel servicio, levó anclas de inmediato y en menos de media hora llegamos y fondeamos ante el fuerte de Bocachica con el cable de popa atado al ancla para encarar los cañones al objetivo. El bombardeo empezó enseguida”.
Por supuesto, hubo respuesta de los españoles dueños de la plaza y uno de los muchos heridos ingleses fue atendido por Smollett, médico de la embarcación: “Mientras estaba ocupado vendando el muñón, pregunté a Jack la opinión que tenía de la batalla, a lo que me respondió con franqueza y meneando la cabeza que no creía que lo estuviéramos haciendo bien del todo”. Y explicó sus razones: “Porque en lugar de fondear cerca de la costa, donde tendríamos que vérnoslas con un único flanco a Bocachica, nos hemos apostado en medio del puerto, exponiéndonos a toda la capacidad de fuego del enemigo, tanto desde sus embarcaciones como desde el fuerte de San José y desde la fortaleza que pensábamos bombardear. Por añadidura, nos encontramos a demasiada distancia para dañar las murallas, y tres cuartas partes de nuestros disparos no alcanzan sus objetivos y, para colmo, apenas hay nadie a bordo que sepa apuntar un cañón. ¡Ah, que Dios se apiade de nosotros!”.
Mientras tanto, comenta el médico narrador, “el número de los heridos había aumentado de tal modo que no sabíamos por dónde empezar”, más cuando el cirujano que llevaban a bordo de su embarcación se había encerrado porque tenía un ataque de pánico.
Ya por la noche, el comandante ordenó un ataque que logró romper la línea de los españoles “y mientras nuestros soldados tomaban posesión de las murallas del enemigo sin resistencia, la misma buena suerte ayudaba a un cuerpo de marineros que se adueñaban del fuerte de San José (…). La toma de aquellas posiciones, en cuya fuerza confiaban principalmente los españoles, nos hicieron dueños del puerto exterior y proporcionaron una gran alegría entre nosotros, pues contábamos con encontrar poca o ninguna resistencia en la ciudad. Y, en efecto, si algunos de nuestros grandes buques hubieran zarpado de inmediato, antes de que se hubieran recobrado de la confusión y desesperación que nuestro inesperado éxito había producido entre ellos, no es imposible que hubiésemos logrado acabar el asunto para satisfacción nuestra, sin más derramamiento de sangre. Pero nuestros héroes desdeñaron tamañas facilidades, como si de un bárbaro insulto al infortunio de nuestro enemigo se tratara, y les dimos todo el respiro que quisieron para que pudieran recobrarse”.
Sigue Smollett: “Después de colocar guarniciones en los fuertes que habíamos tomado y de reemplazar a nuestros soldados y nuestra artillería, lo que nos costó más de una semana, nos aventuramos a penetrar hacia la boca del puerto interior, custodiada por una gran fortificación a un lado y por un pequeño reducto en el otro, los cuales ya habían sido abandonados antes de que nos acercáramos, mientras la entrada del puerto estaba bloqueada por varios viejos galeones que el enemigo había hundido en el canal (…). Fuese que nuestro renombrado general no tuviera a nadie en su ejército que conociera la forma correcta de aproximación, fuese que confiara por completo en la fuerza de sus armas, no puedo determinarlo, lo cierto es que en un consejo de guerra se tomó la decisión de atacar la plaza fuerte tan sólo con fuego de mosquete. Se ejecutaron las órdenes y con el esperado éxito, pues el enemigo les ofreció una recepción tan cordial que la mayor parte del destacamento estableció su residencia para la eternidad en el mismo lugar. A nuestro comandante no le gustó aquel tipo de amabilidad de los españoles y, en consecuencia, fue lo suficientemente inteligente como para retirar y embarcar los restos de su ejército, el cual, de los ocho mil hombres capaces que desembarcaron en la playa cerca de Bocachica, había quedado reducido a tan sólo mil quinientos aptos para el servicio”.
Para peor, el general y el comandante de los ingleses se enfrentaron entre sí: “Así pues, entre el orgullo de uno y la insolencia del otro, la empresa se fue al cuerno y, como dice el proverbio, ‘si te sientas entre dos sillas, darás con las posaderas en el suelo’. No querría que se pensase que identifico el interés público con esa ofensiva parte del cuerpo humano, aunque no me alejaría mucho de la verdad si afirmase, usando una expresión muy vulgar, que, en aquella ocasión, la noción fue a parar de culo al agua”.
Según Smollett, “el ataque podría haberse llevado a cabo con grandes perspectivas de éxito de haber mandado a cinco o seis grandes buques que cañonearan la ciudad mientras las tropas terrestres asaltaban el castillo, ya que, de este modo, se hubiera operado una diversión muy favorable para aquellas tropas que, en su avance hacia el asalto, o en su retirada, recibían mucho más fuego de la ciudad que del castillo; que los habitantes, al verse enérgicamente atacados desde todas partes, se habrían dividido, desconcentrado y confundido y, con toda probabilidad, no habrían podido resistir a los asaltantes (…). La decepción sufrida provocó un desánimo general, y la contemplación día tras día y hora tras hora del espectáculo que se abría ante nosotros no podía remediarlo en modo alguno, ni tampoco la perspectiva de lo que ocurriría inevitablemente si nos quedábamos mucho más tiempo en aquel lugar. La manera de organizar las faenas de algunos barcos era tal que, antes de buscarse inconvenientes para enterrar a los muertos, los comandantes ordenaban a sus hombres que los echaran por la borda, la mayoría sin lastre ni mortaja. De esta manera, innumerables cadáveres humanos permanecieron flotando en el puerto hasta que fueron devorados por tiburones o aves carroñeras, todo lo cual proporcionó una visión en absoluto agradable a los que aún sobrevivían. Al mismo tiempo empezó la estación de las lluvias y del cielo caía cada día un diluvio que duraba desde la salida del sol hasta su puesta, sin interrupción y, tan pronto como cesaba, los truenos comenzaban a retumbar y los rayos a descargar de forma tan continua que, con su claridad, era posible leer incluso la letra más pequeña”.
Y concluye apocalípticamente: “El cambio en la atmósfera provocado por este fenómeno se confabuló con el hedor que nos rodeaba, con las elevadas temperaturas, con nuestras constituciones debilitadas por la mala nutrición y con nuestra desesperación, para introducir entre nosotros la fiebre amarilla. La epidemia se cebó en nosotros con tanta violencia que tres cuartas partes de los que enfermaron murieron de una manera harto lamentable, el color de su piel, debido a la extrema putrefacción de sus humores, se tornó de color hollín. Nuestros mandamases, al ver cómo estaban las cosas, decidieron que era momento de abandonar nuestras conquistas, lo cual hicimos después de haber inutilizado su artillería y demolido sus murallas con pólvora”.
En Las aventuras de Roderick Random abunda la acción, a cada incidente sigue otro y otro y otro. No en vano Smollett fue elogiado posteriormente por íconos como Dickens. Porque acribilla al lector con tanta acción, que uno no puede cerrar el libro. La traducción se debe a Carles Llorach.
Tobias Smollett
Las aventuras de Roderick Random
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