
Gozar Leyendo con CAMBIO: Mark Twain contado por Mark Twain
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Al gran escritor Mark Twain le costó mucho trabajo escribir sobre sí mismo. Y cuando terminó esa tarea, su idea era que se publicaran un siglo después de su muerte. Parte de esas memorias componen 'Capítulos de mi autobiografía'.

Mark Twain, Capítulos de mi autobiografía
El prologuista y traductor de este libro, Fernando Correa-Navarro, cuenta el origen de estos Capítulos de mi autobiografía: “Entre 1870 y 1905 Twain intentó varias veces escribir (o dictar) su autobiografía. Siempre guardando el manuscrito antes de dar por terminado cualquier intento. Porque el interrogante que ataviaba a Twain, y que lo tenía comenzando una y otra vez el proyecto, era si sería capaz de contar la verdad sobre sí mismo, y especialmente hasta dónde podía llegar con ella, con una mirada capaz de desnudar hasta la situación más trivial y mostrar su corazón. Para 1905 había acumulado unos 30 o 40 falsos comienzos: manuscritos que esencialmente eran experimentos, borradores de episodios y capítulos; algunos de los cuales se encuentran en esta edición. Un proyecto que había resistido a completarse por más de 35 años por fin encontró una hábil taquígrafa en Nueva York, Josephine S. Hobby, quien además de ser una escucha sensible envalentonó a Twain para que se entregara al dictado como método de composición, algo que ya venía experimentando desde 1885”.
Hacia 1909 tenía cerca de 250 capítulos para un total de medio millón de palabras. Decidió que esa colección de escritos autobiográficos no serían publicados sino después de que él cumpliera cien años de muerto. Pensaba que tomarse ese plazo “le da al escritor una libertad que no puede asegurar de otra manera. Bajo estas condiciones puedes moldear a un hombre sin el prejuicio de cómo lo conociste, y por ello no tener miedo de herir sus sentimientos o los de sus hijos o sus nietos”. Del mismo modo, ese plazo “lo convierte en alguien libre para expresar sus pensamientos no convencionales sobre la religión, la política y la raza humana, para él siempre maldita, sin temor a represalias”.
Esta especie de pudor centenario, sin embargo, no se cumplió. El mismo Twain alcanzó a publicar algunas cosas y, luego, diversos editores y biógrafos armaron libros por temas. Hay muchos casos, pero tengo a mano los que he comentado en Gozar Leyendo # 124, como Un bosquejo de familia, que reúne asuntos relativos a su mujer y a sus hijas, como Reflexiones contra la religión, las páginas dictadas entre el 19 y el 25 de junio de 1906, “un botafuegos contra la idea de Dios en las religiones oficiales”. Y, en Gozar Leyendo # 125, aparecen notas sobre Pasando fatigas, que contiene sus recuerdos de cuando tenía veintiséis años y era el secretario de su hermano, el gobernador de Nevada, y sobre Los escritos irreverentes, que incluye las cartas que escribe el demonio desde la Tierra; los “apuntes de la familia de Adán”, en el que están el “diario de Matusalén”, “la autobiografía de Eva” y “el diario de Sem”; y una “carta desde el cielo”.
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Por su parte, el libro que traigo hoy a cuento, Capítulos de mi autobiografía, toca también algunos de los temas de las compilaciones que menciono, pero está construido tratando de seguir cronológicamente la vida de Twain y de respetar su nada metodológica metodología, que tiene dos aspectos, el primero: “Mi plan era simple: tomar los hechos de mi vida y decir nada más que la verdad, sin adornos y embelecos, tal como ocurrieron, con esta diferencia: tomaré cada acto de valor (si alguna vez hice alguno) y lo transformaré en uno cobarde, y cada éxito en una derrota. Puedes hacer esto, pero sólo de una manera; debes desvanecer la idea de público –pocos hombres pueden confesar cosas vergonzosas ante los demás–, debes contarte la historia a ti mismo y a nadie más”.
El segundo aspecto, que lo enuncia en 1906 como su sistema: “La ley de este sistema es que hablaré del asunto que por el momento me interese, después lo dejaré de lado, y hablaré de otra cosa hasta que se me agote el interés. Es un sistema que no sigue una hoja de ruta y no va a seguir ninguna hoja de ruta. El sistema es un completo y deliberado desorden, un camino que no comienza en ninguna parte, no sigue ninguna ruta específica y nunca podrá alcanzar un final mientras siga vivo”.
El hecho cierto de esta selección de los dictados de Mark Twain es que son entretenidos y que a él nunca lo abandona el sentido del humor. Al comienzo, aborda el acostumbrado tema de sus antepasados: “De acuerdo con la historia, algunos fueron piratas y esclavistas durante la época victoriana. Esto no es un miramiento en menos, pues también lo fueron Drake y Hawkins y varios más. Era un comercio respetable en ese entonces y los monarcas eran socios de esto. En una época yo mismo tuve deseos de ser un pirata. El lector, si mirara bien adentro de su corazón, encontrará…, pero no importa lo que encuentre; no estoy escribiendo su autobiografía sino la mía”. Más adelante cuenta que “siempre me he visto en la obligación de creer que Geoffrey Clemens (el mártir) fue ancestro mío, y de tenerlo bien arriba y, de hecho, sentirme orgulloso. Esto ni ha tenido un buen efecto en mí, pues me ha hecho una persona vanidosa y esto es una falla”.
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Más allá de las intenciones o los métodos, el hilo conductor de estos Capítulos de mi autobiografía es otro mucho más concreto y, por supuesto, más explícito: una biografía que escribió su hija Susy cuando era aún una niña. “Cuando Susy tenía 13 y era una pequeña y esbelta muchachita con un par de trenzas de tonelera cafés que le llegaban hasta la espalda, y era quizás la abeja más ocupada de la colmena debido a sus tantos estudios, ejercicios aeróbicos y juegos que tenía que atender, secretamente, y por cosa y amor propio, agregó otra tarea a sus deberes: la escritura de una biografía mía. Hacía su trabajo en su pieza, de noche, y mantenía escondido el cuaderno. Después de un tiempo, su madre lo descubrió y lo robó (y me dejó verlo); luego le dijo a Susy lo que había hecho y lo feliz que estaba yo, y lo orgulloso. Recuerdo aquella época con profundo placer. Me habían hecho halagos antes, pero ninguno que me tocara de esta manera (…). No he recibido nunca comentario, ni alabanza, ni ningún otro halago de este tipo que me fuera tan preciado como este, ni antes ni ahora”.
Entonces, mucho años después, al escribir su propia versión de sí mismo, Twain decide adoptar la biografía de su hija como hilo conductor: “No puedo cambiar una sola línea o palabra de las que Susy escribió para mí, pero introduciré algunos pasajes de vez en cuando, tal como aparecen en la simplicidad de su honesto corazón (que era el hermoso corazón de un niño). Lo que proviene de ese corazón tiene un encanto y una gracia en sí, y puede transgredir todas las leyes de la literatura conocidas, si lo elige, y aun así ser literatura, y algo valioso de leer (…). Su escritura en ocasiones es desesperante, pero era de Susy, y así quedará. Para mí es oro puro. Corregirla la enredaría, no la refinaría. Podría estropearla. Perdería su libertad y flexibilidad y la volvería algo duro y formal (…). Susy comenzó su biografía en 1885, cuando yo estaba en el quincuagésimo año de mi vida y ella había cumplido recién sus 14 años”.
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(Para los gatófilos: Susy cuenta de un gato gris llamado Holgazán, que tenía su padre, y que “se le subía por el hombro y se quedaba ahí”. A propósito, informa los nombres de otros gatos que tuvieron y que Twain bautizó: Gatito callejero (Stray kit), Padre de la luz, Surtido, Jovencita, Búfalo, Cleveland, Puré agrio, Pestilencia, Hambruna, Satanás y Pecado. Ya que me metí en nombres de gatos, creo que debo cerrar la digresión, y el paréntesis, con los nombres de los gatos de Carlos Monsiváis: Recóndita Armonía, Monja Beligerante, Rosa Luz Emburgo, Ansia de Militancia, Eva Sión, Fetiche de Peluche, Fray Gatolomé de las Bardas, Chocorrol, Miau Tse Tung, La Monja Desmecatada, Carmelita Romero Rubio de Díaz, Catástrofe, Miss Oginia, Miss Antropía, Pío Nonoalco, Nana Nina Ricci, Posmoderna, Mito Genial, Caso Omiso, Zulema Maraima, Voto de Castidad (Votito), Catzinger, Peligro para México, Copelas y Maullas). Continúo.
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Además de contar episodios de su vida, Twain se permite prender el opinómetro. Por ejemplo, con respecto a los duelos, bastante usuales en la época que le tocó vivir. Tras un incidente relacionado con el asunto, Twain dice: “Nunca más he tenido que ver con los duelos. Los desapruebo absolutamente. Los considero insensatos, y sé que son peligrosos. Pecaminosos, también. Si un hombre me desafiara ahora, iría donde ese hombre y lo tomaría de la mano de la manera más amable e indulgente posible y lo llevaría a un lugar tranquilo y retirado y lo mataría”.
Tras la risa que puede provocar el párrafo anterior, veámoslo opinando con seriedad sobre un asunto que le incumbe, como el humor: “el humor es un tema que nunca me ha sido de mucho interés. Es por eso que nunca lo he examinado ni escrito al respecto, ni usado como tópico para un discurso. Cientos de veces me han ofrecido que escriba del tema en los últimos cuarenta años, pero en ningún caso me ha atraído”.
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Confiesa: “En mis días de escolar no tenía aversiones contra la esclavitud. No estaba al tanto de que había algo malo con ella. Nadie lo dijo en mi audiencia, los diarios locales no decían nada en su contra, el púlpito local nos enseñaba que Dios lo aprobaba, que era una cosa sagrada, y que el dudoso sólo necesitaba mirar la Biblia si quería aclarar su mente (…); si los esclavos tenían una aversión contra la esclavitud era porque eran sabios y no decían nada (…). Sin embargo, ocurrió un pequeño incidente durante mi niñez que rozó este tema, y debió haber significado algo muy importante para mí o no se hubiera quedado en mi memoria, claro y nítido, vívido y sin sombras, todos estos años de lenta deriva. Teníamos un pequeño niño esclavo que habíamos contratado de alguien, ahí en Hannibal. Era de la costa oriental de Maryland, y lo habían alejado de su familia y amigos, había cruzado medio continente y lo habían vendido. Era un espíritu alegre, inocente y gentil y la criatura más ruidosa de la tierra, quizás. Todo el día estaba cantando, silbando, gritando, chillando, riendo, era exasperante, devastador, insoportable. Al final, un día, perdí la paciencia y partí corriendo donde mi madre y le dije que Sandy llevaba cantando una hora sin parar un solo segundo, y que ya no lo soportaba, y que si no quería decirle que se callara. Brotaron lágrimas de los ojos de mi madre, y su labio tiritó, y dijo algo como esto: pobre criatura, cuando canta demuestra que no recuerda nada y eso me consuela; pero cuando está sin hacer nada tengo miedo de que esté pensando y ni puedo soportarlo. No verá nunca más a su madre. Si quiere cantar, no puedo no dejarlo, sino estar agradecida. Si fueras más grande me entenderías, te alegraría ese amistoso ruido”.
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Viviendo donde vivió, naciendo donde había nacido, es imposible que Twain no se refiriera a la más arraigada religión en el género humano: “Como todas la otras naciones, adoramos el dinero y a quien lo posee (a nuestra aristocracia, y tenemos que tener una). Nos gusta leer de la gente rica en los periódicos y los periódicos lo saben y hacen su mejor esfuerzo por mantener este apetito bien alimentado. Incluso dejan fuera una pelea de fútbol par hacerle espacio a todas las particularidades de cómo –de acuerdo al titular exhibido– ‘una mujer rica cae al sótano y sale ilesa’. Caerse al sótano no nos interesa si la mujer no es rica, ninguna mujer rica puede caerse al sótano sin que queramos saber todo al respecto, y sin que deseemos haber sido nosotros”.
Y ya que de hacerse rico se trata, termino contando que, muy joven, Twain fue hasta Nueva Orleans con la intención de tomar un barco que lo llevara al Amazonas. Fracasó porque no había embarcaciones con ese destino. Pero, ¿por qué intentó irse al Amazonas? “Había estado leyendo el libro del teniente Herndon, de sus exploraciones en el Amazonas, y me atrajo muchísimo por lo que decía de la coca. Decidí que debía ir al Amazonas y recolectar coca y comercializarla y hacer una fortuna”.
Mark Twain
Capítulos de mi autobiografía
La Pollera

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