Gozar Leyendo con Cambio: Rilke, poeta y filósofo del arte
25 Febrero 2025 09:02 pm

Gozar Leyendo con Cambio: Rilke, poeta y filósofo del arte

'Los diarios de juventud', del poeta alemán Rainer Maria Rilke, son de una lucidez impropia de un joven de apenas 23 años. Su mirada del arte y la manera como se relaciona con la sociedad es de una gran profundidad.

Por: Darío Jaramillo Agudelo

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Rainer Maria Rilke, Diarios de juventud

Rainer Maria Rilke (1875-1926) tenía 23 años cuando comenzó un diario sin fechas 14 días después de haber llegado a Florencia, el 15 de abril de 1898. Se ha llamado Diario florentino, pero se trata de una mera convención, no de una noticia inequívoca, pues ya en mayo Rilke estaba en Viareggio. Allí redactó la mayor parte de este primer diario que terminaría en Praga, Berlín, Wilmersdorf y Zappot, de donde están las últimas anotaciones, el 6 de julio.

Fue también en Zappot donde comenzó el llamado Diario de Schmargendorf cinco días más tarde. Menos de un mes después, el primero de agosto, ya vive en la Villa Waldfrieden, en Schmargendorf, donde estará —con interrupciones en Bremen, en Rusia, en Meiningen— hasta septiembre de 1899, cuando comienza el llamado Diario de Worpswede, que terminará el 22 de diciembre de 1900.

Deslumbrado, pero lúcido a la vez, Rilke se enloquece con el renacimiento florentino: “Nadie puede extraer de sí tanta belleza que lo oculte por completo. Siempre se entrevé detrás un fragmento de su carácter. Pero, en las fases culminantes del arte, algunos han levantado ante sí, además de la belleza, una herencia tan sumamente refinada que la obra ya no los reclama. La curiosidad y la costumbre públicas buscan y encuentran la personalidad de esos individuos, pero es algo superfluo. En tales fases hay arte, pero no artistas. Siempre suelen sucederse tres generaciones. Una encuentra al dios, la segunda alza sobre él la bóveda del templo angosto y la aprisiona, y la tercera se empobrece y retira piedra tras piedra del templo, para hacerse cabañas precarias y miserables. Entonces viene una que, de nuevo, tiene que buscar al dios; a una así pertenecen Dante, Botticelli y Fra Bartolommeo. Lo reconocible y amable que se aprecia y admira en las obras de Rafael es un extraño triunfo. Significa una cima del arte, pero no del artista”.

“Dios es la más antigua obra de arte. Está muy mal conservado y fragmentos se han restaurado, posteriormente, mal que bien. Pero, claro está, es parte de la formación poder hablar de él y haber visto sus restos”.

Anda en esas reflexiones, en esas clasificaciones aclaratorias, cuando se interrumpe para decir: “Un manual de Italia que quisiera instruir para el deleite, debería contener una sola palabra y un único consejo: ¡Mira!”.

La explicación es perfecta: “Lo tremendo es que, en otros países, la mayor parte de la gente viaja de manera razonable. Se dejan conducir por el azar, descubren cosas bellas y sorprendentes, y les caen a la propia mano una muchedumbre de goces en su opulencia madura. En Italia pasan a ciegas ante mil bellezas calladas, corriendo a las maravillas oficiales que, encima, no hacen más que decepcionarles, porque, en lugar de adquirir alguna relación con ellas, no notan más que la distancia entre su prisa enojosa y el veredicto ceremonioso pedantesco del profesor de historia del arte que el Baedeker prescribe lleno de miramiento. Casi preferiría a los que llevan consigo, como primer y más emotivo recuerdo de Venecia, la excelente chuleta que comieron en Grünwald y Bauer. Porque, al menos, se llevan una alegría sincera, algo vivo, propio, íntimo. Y, en el marco de su cultura restringida, prueban tener gusto y capacidad de degustación. Esa falsa educación para el arte ha desquiciado todas las ideas: el artista tiene que ser, de repente, una especie de tío que ha de presentar a sus sobrinos y sobrinas —el público benévolo— un entretenimiento de fin de semana: la obra de arte. Pinta un cuadro o esculpe una estatua y el propósito es, oh Dios, satisfacer a Fulano y Mengano, que nada tienen que ver con él, con la buena idea de facilitarles la digestión pesada y de adornar su aposento con la obra barata”.

“Sabed, pues, que el artista crea para sí; sólo para sí. Lo que en vosotros es risa o llanto, él lo tiene que formar y extraer de sí con manos crispadas. No tiene en su interior espacio para su pasado, por eso le da una existencia separada e independiente en sus obras. Ahora bien, las sitúa en vuestros días, únicamente porque no conoce otra materia que la de vuestro mundo. No son para vosotros. No las toquéis y respetadlas”.

Sin piedad, Rilke advierte sobre “ese temor filisteo ante lo no complaciente en el arte, ante lo triste o trágico, lo nostálgico y desmesurado, lo terrible o amenazador —con lo que en la vida hay hasta hartarse. De ahí la predilección por la hilaridad insulsa, lo juguetón, inofensivo, insignificante, picante —por todo arte de filisteos para filisteos, que se saborea como una siesta o una toma de rapé. Pero el mismo buen público ejerce con gusto el papel de juez competente y, aunque reduce al artista a hacer de una especie de bufón que tiene que provocar un goce que exalte o distraiga, de ningún modo se satisface con cualquier goce. Así nace la ilusión de que, en realidad, hay una relación recíproca entre el creador y la masa; y muchos no tienen empacho en fantasear, por una parte, sobre el influjo educativo del arte, y, por otra, sobre los estímulos que el artista recibe del pueblo”.

Ante esa cómoda ficción de consuelo burgués, Rilke es implacable: “Sabed, pues, que el artista crea para sí; sólo para sí. Lo que en vosotros es risa o llanto, él lo tiene que formar y extraer de sí con manos crispadas. No tiene en su interior espacio para su pasado, por eso le da una existencia separada e independiente en sus obras. Ahora bien, las sitúa en vuestros días, únicamente porque no conoce otra materia que la de vuestro mundo. No son para vosotros. No las toquéis y respetadlas”.

Diarios

Y en la misma línea expresa: “El creador es el hombre del ulterior; aquel a partir de quien tiene lugar el futuro (…). Todas las obras son pasado para el artista y no tienen, para él, otro valor que el de experiencias queridas, simple valor de recuerdo”. Y advierte: “Los artistas deben evitarse mutuamente. La gran masa no los afecta una vez que han logrado cierta liberación. Pero dos solitarios son un gran peligro el uno para el otro”, “siempre fue así. El arte va de solitario a solitario, en un arco elevado por encima del pueblo”.

Lo que es sorprendente, lo que habla del talento excepcional del gran poeta que fue Rilke, es que estas observaciones, tan maduras y tan duras, proceden de un joven de 23 años de edad. Con razón decía Musil que “el joven Rilke simplemente había imitado al viejo”.

Anda en esas reflexiones, en esas clasificaciones aclaratorias, cuando se interrumpe para decir: “Un manual de Italia que quisiera instruir para el deleite, debería contener una sola palabra y un único consejo: ¡Mira!”.

Con análoga lucidez, tan despiadada visión de su vocación y de su soledad, son sus anotaciones religiosas: “Dios es la más antigua obra de arte. Está muy mal conservado y fragmentos se han restaurado, posteriormente, mal que bien. Pero, claro está, es parte de la formación poder hablar de él y haber visto sus restos”. Poco antes ha escrito: “Si hubiera dioses, nunca lo sabríamos; que sepamos de ellos basta para aniquilarlos”.

La religiosidad, pues, está adentro del poeta, dentro del artista: “Debemos ser hombres. Necesitamos la eternidad porque sólo ella ofrece espacio para nuestros gestos y, sin embargo, nos sabemos en una estrecha finitud. Así que tenemos que crear una infinitud en el interior de estos límites, ya que no creemos más en lo ilimitado. No podemos pensar en el lejano país floreciente, sino que tenemos que acordarnos del jardín cercado que también tiene una infinitud en el verano. Ayudadnos, pues, a eso. Fundar un verano, eso debemos hacer”.

Aquí un párrafo exclusivo para este consejo: “Dejad un solo día de ser modernos, entonces veréis cuánta eternidad tenéis en vuestro interior”.

Y otro para éste: “desde que sé guardar silencio, todo se me acerca mucho más”.
Como se ve, estos diarios no son propiamente íntimos. No traen confidencias, mucho menos chismes. Casi que son poco narrativos. Es el poeta, examinándose a sí mismo enfrente del arte, contrastado con la luz del mundo. A veces se dirige a su interlocutora más cercana, Lou Andreas-Salomé. En verdad, el enamoramiento de ella termina cuando terminan los diarios. Antes le ha dicho: “Acudí a ti lleno de futuro. Y, por costumbre, comenzamos a vivir nuestro pasado”.

“Lo tremendo es que, en otros países, la mayor parte de la gente viaja de manera razonable. Se dejan conducir por el azar, descubren cosas bellas y sorprendentes, y les caen a la propia mano una muchedumbre de goces en su opulencia madura. En Italia pasan a ciegas ante mil bellezas calladas, corriendo a las maravillas oficiales que, encima, no hacen más que decepcionarles".

De algún modo, Rilke siempre está hablando del tiempo: “Una historia del presente debiera abarcar todo aquello de los días pasados que, de algún modo, se ha vuelto efectivo y manifiesto en frutos posteriores. Lo que sólo ha pertenecido a una época sólo ha adquirido significado para ella y el llamado ‘valor histórico’ es un precio especial para aficionados cuya tasación no es cosa de cualquiera”. Más adelante dirá: “Este es el primer presentimiento de la eternidad: tener tiempo para el amor”.

A lo largo de los diarios, Rilke intercala poemas como éste, escrito sobre el Credo y el Gloria de la Missa Solemnis de Beethoven:

Desde la multitud de sones jubilosos
que quieren atravesar las puertas del cielo,
se alzan escarpadas voces, gradaciones
y de súbito callan las tormentas.
Dócil se precipita la música a la muerte
desde las claras frentes de los ángeles;
otros júbilos, no tan fogosos ni rojos,
se elevan en las arpas.
Viene plata de luz más tenue y se posa,
como en valles oscuros, en las palabras
parecen todas menguadas y escuetas,
como chicas de suave rostro.
Pero esas chicas sienten
cómo las une argénteo el amor
y sobre intervalos alcanzan
las voces claras que ya no lloran.
Y lo que fue confusión entretejida
en palabras deshabituadas al placer
se hace más quedo, bello y cuidado,
por mil manos a la gloria elevado.

“Dejad un solo día de ser modernos, entonces veréis cuánta eternidad tenéis en vuestro interior”.


Va a Rusia a visitar a Tolstói, con quien tiene “una agradable y enriquecedora comunidad en conversación y silencio” y cuenta que “su voz tenía pliegues como la seda”.

El tiempo nos vuelve a todos políticamente incorrectos. Termino trascribiendo un detalle de incorrección política de Rilke: “Siempre encontré injusto domesticar un animal, como quien dice convencerlo para la relación y la amistad. Toma, poco a poco, confianza y, en cuanto le pasa cualquier pequeñez, tenemos que vulnerar esa confianza, porque no somos capaces de comprender la razón de su padecer o el sentido de sus deseos. ¿Qué podemos darle? Podemos atraérnoslo, mimarlo con nuestras costumbres, es decir, jugar con él. Pero, lo que sucede seriamente, está fuera del alcance de nuestra ayuda y simpatía. ¿Quién supo jamás compartir el destino de su animal preferido, de veras, como un amigo o un hermano? Tenemos una culpa, una multitud de promesas fallidas y un continuo incumplimiento, esa es nuestra aportación a ese intercambio. Entre humanos, la culpa la llevan ambos en medida semejante y eso hace, acaso, sus relaciones más serias y profundas de lo que permitiría una comprensión mutua y consumada”.

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