Gozar Leyendo con CAMBIO: una muy variada selección de pubicaciones de editoriales independientes
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En esta entrega Gozar leyendo ofrece cantidad y mucha calidad. Dos autores de Estados Unidos, un británico y un pereirano. Eso sin contar con el recomendado de la quincena.
Vivian Gornick, Mirarse de frente
Vivian Gornick (1935) es nativa de Nueva York. Ya Gozar Leyendo se había ocupado de su libro más célebre, el inquietante y muy vendido Apegos feroces. Aquí, con el mismo tono y el mismo humor sangriento, reúne varios, ¿cómo llamarlos?, ¿ensayos narrativos?, ¿crónicas autobiográficas?, en todo caso textos, siete textos, en los que predomina la primera persona, comenzando por una especie de homenaje al movimiento feminista y a lo que ha significado en su vida: “He soportado la pérdida de tres romances de salvación: la idea de amor, la idea de comunidad, la idea de trabajo. Con cada pérdida me he encontrado volviendo a esos momentos reveladores de noviembre de 1970. El feminismo de los primeros tiempos sigue siendo para mí el fogonazo vital de discernimiento que me despeja la mente. Me rescata de la autocompasión, me brinda el regalo incomparable de querer ver las cosas como son. Sigo forcejeando con el amor, forcejeo para poder querer a la vez mi corazón con callos y a otro ser humano. Y forcejeo también con el trabajo. El esfuerzo diario sigue siendo extenuante. Pero al hacer el esfuerzo, estoy resistiendo al romance. Cuando resisto al romance –cuando miro sin parpadear toda la cruda verdad que puedo asimilar–, tengo más de mí. El feminismo vive en mí”.
Cuando Vivian Gornick recibe la noticia de la muerte de Rhoda Munk hace un muy vívido retrato de la muerta, comenzando por su recuerdo de lectora de su libro, Mujer y autoridad: “Era uno de esos escritos que te dejan mirando al infinito con el libro en el regazo un buen rato después de haber vuelto la última página. El armazón era ciento por ciento intelectual, pero la carne extendida sobre esos huesos pelados era obra de una inteligencia poética”. Pero no se queda ahí, y hace también un vívido retrato físico de Rhoda: “Una mujer alta, con una estructura ósea elegante, piel curtida, unos ojos azules que fulminaban (los ojos eran lo que te dejaba clavada en el sitio), el pelo, una madeja asilvestrada de paja parduzca pegada a una cabeza adorable. Vanessa Redgrave en un mal día, una belleza natural que la vida con la que le habían obligado a vincularse había hecho tosca e interesante. Rhoda te daba esa sensación en el acto, de que las partes se negaban a encajar (…). En ella la vitalidad era inmensa y la depresión infinita. Sexo, comida, ideas, música, naturaleza, política, sus ojos bailaban ante aquel espectáculo majestuoso (y cuando lo hacían contagiaban a todos su pasión) (…). Cada vez que la veía, volvía a sentir el impacto de su belleza excéntrica, la elegancia demacrada, los ojos azules penetrantes, la singular voracidad con la que asumía el mundo. Parecía volverse más vivaz a medida que pasaba el tiempo, sus discernimientos más enjundiosos y perspicaces”.
Y recapitula sus actitudes y sus consejos: “Cuando era joven –le dijo a Andrea–, los hombres eran siempre el primer plato, ahora no son más que el aliño. Mi consejo es que llegues a ese punto cuanto antes, la vida se te hará mucho más llevadera”. A lo que comenta la Gornick: “Yo sabía que, cuando hablaba del amor como primer plato, estaba recordando una época en la que se sentía sedienta de hombres que se negaban a acatar sus condiciones; en realidad, cuando hablada de amor como aliño, hablaba de hacer que un hombre al que ella no necesitaba, la necesitase. Sí, vale, los hombres se estancaban en rabias antiguas, pero, ¿era posible que ella siguiera implicada en ese nivel de búsqueda de energía sexual tan básico?”.
Hay otro texto dedicado a la vida de colegaje entre profesores universitarios de literatura en pequeñas –y también grandes– universidades. Para resumir con solo dos palabras aquel universo de pedantería, hipocresía y egocentrismo, se trata del mapa de los pequeños infiernos. Y a este sigue un minitratado sobre la soledad: “La soledad, cuando llega, llega –ahora y siempre– como la arremetida de una enfermedad física”. Y luego la define: “La soledad era la evaporación de la vida interior. La soledad era yo seccionada de mí misma. La soledad era la cosa que nadie podía curar”. Más adelante hay un nostálgico ensayo sobre escribir cartas, un placer que tiende a desaparecer: “Escribir una carta es estar a solas con mis pensamientos ante la presencia evocada de otra persona”.
Y termina con un hermoso ensayo sobre caminar en Nueva York, un lugar en donde todo el mundo actúa: “Nada me cura de un corazón resentido y enojado como un paseo por esa misma ciudad que suelo sentir que me niega”.
La traducción es de Julia Osuna Aguilar.
Vivian Gornick
Mirarse de frente
Sexto Piso
Jane Smiley, La mejor voluntad
Jane Smiley nació en California en 1949, y La mejor voluntad, traducida por Inga Pellisa, es uno de los tres libros suyos que ha publicado Sexto Piso hasta ahora.
Desde el primer párrafo, el lector de La mejor voluntad admira y le desea lo mejor a Bob Miller, protagonista y narrador de esta historia. Vive con su mujer, Liz, y con su niño de 7 años, Tom. Viven en el campo, en una casa que él mismo construyó, se alimentan de las cosas que cultivan, no tienen ni radio, ni televisión, ni energía eléctrica y son felices, fieles a una ética de la que disfrutan sin fanatismos, pero sí con rigor: “Nosotros somos autosuficientes, no huraños ni anacoretas”. Liz lo ama y admira su habilidad manual, sobre todo con la carpintería; dice de él: “Todo lo que toca lo transforma en algo hermoso y útil”. Discuten, pero no disputan, sino que razonan en conjunto para tomar decisiones por consenso.
Por ejemplo, tras darle vueltas al asunto, admiten que Tom necesita convivir con niños de su edad, y deciden mandarlo a la escuela del pueblo, al menos por una temporada. Tal vez en el terreno donde Bob duda más es como padre: “Tengo tiempo de sobra para plantearme hasta qué punto la paternidad me ha convertido en un actor y uno bueno. Como cualquier otro papel, me ha permitido explorar y expresar sentimientos nuevos, y cuando me preparo para uno de esos momentos dramáticos de la paternidad, como ahora, tengo siempre la sensación de derrapar”.
De repente, ese cuasiparaíso revienta del modo más inesperado. No les voy a contar, pero qué hacer, algo sucede y todo, o casi todo, se va al traste en esta breve y dramática y excelente novela de 130 páginas.
Jane Smiley
La mejor voluntad
Sexto piso
Wilkie Collins, La reina de corazones
Wilkie Collins (1824-1889), londinense, amigo cercanísimo de Dickens, es conocidísimo por dos obras maestras, La dama de blanco y La piedra lunar, novelas que uno se devora y que innovaron en sus géneros. Basta recordar lo que escribió T. S. Eliot sobre La piedra lunar: “La primera, más larga y mejor novela detectivesca moderna en lengua inglesa”. Más allá de esos archiconocidos banquetes narrativos, mi experiencia me dicta que Collins no tiene presa mala, que uno va sobre seguro de divertirse cantidades con cualquiera de los libros que escribió.
Es el caso de La reina de corazones, que es, a la vez, una novela y una colección de cuentos. Me explico: los personajes de la novela son “tres hombres viejos, tranquilos y solitarios (…), tres hermanos que vivimos en una casa antigua, enorme y tenebrosa (…). Nuestra casa se encuentra en una comarca montañosa y aislada del sur de Gales. No hay siquiera una línea de ferrocarril que recorra los alrededores, no hay mansión noble a tiro de piedra. Nos encontramos a una distancia terriblemente incómoda de la ciudad más cercana”. El hermano mayor, cuando trabajaba, dirigía una parroquia en Londres. El segundo ejerció de médico y el tercero, que es el narrador de la novela, fue educado para abogado, profesión que ejerció algún tiempo, se casó, tuvo un hijo y enviudó. Los tres están retirados y viviendo en esa casa: “Desde el día en que nos reunimos los tres de nuevo en este nuestro retiro de la ladera; señalaré que todavía no nos hemos cansado del tiempo que hemos compartido, del lugar o de nuestra mutua compañía (…). Y ahora imaginen a tres hombres viejos y solitarios, altos y enjutos, con el pelo blanco, vestidos, debido a hábitos pasados (…) con trajes a diario de riguroso negro”.
Cuando el narrador ejercía el derecho, terminó comprometido a cuidar a la hija de un cliente suyo. Según su testamento, nuestro hombre debía tener consigo a su hija casi adulta durante seis semanas al año. Jessie, que así se llamaba, era una chica adorable.
La acción se desarrolla durante la estadía de Jessie con estos tres tristes y tiesos viejos durante mes y medio. Entonces ocurre algo que no les voy a contar, que obliga a los tres hermanos a narrarle una historia cada una de las diez últimas noches de su estadía. Tres viejos que hacen de Scherezada.
Entonces La reina de corazones consiste en contar lo que ocurre entre los tres viejos y la chica, y esta es la novela, y las diez narraciones que le cuentan a Jessie, y este es libro de cuentos.
Solo les digo que nadie maneja tan bien el suspenso narrativo como lo hace Collins. Que cada cuento es puro suspenso y que el lector no puede ni quiere soltar el libro que lo ha secuestrado.
Wilkie Collins
La reina de corazones
Funambulista
Sebastián Martínez Vanegas, Coordenadas de un plano irrealizable
Con este libro, Sebastián Martínez Vanegas (Pereira, Colombia, 1996) ganó en 2021 el XIII Premio de Poesía Joven de Radio Nacional de España. En su reseña, el poeta David Marín Hincapié comienza con la conclusión: “Sebastián Martínez Vanegas ha escrito uno de los libros más singulares de la poesía que leemos recientemente en Colombia”. Y precisa: “Esa extrañeza lírica que gozamos en Coordenadas de un plano irrealizable logra su consistencia en la riqueza que alcanza al abordar con delicadeza y hondura un tema que implica muchos riesgos en cualquier grupo social: la casa y todo lo que allí está contenido. El movimiento creador de su poesía se alcanza también al condensar de forma admirable una visión de la familia, de hoy o de ayer, en la evocación reposada de un tema tan íntimo como universal, tan soñado como destruido, tan deseado como irrealizable”.
Ley primera
La casa cruje como Dios.
Nadie oye su derrumbe
por lo mismo.
Ley segunda
Si hay materia, hay fisura.
Cuántos quiebres
cuántos minúsculos fiordos por donde reptar
por donde agitar torpemente
¿hay plantas
me pregunto
que crecen hacia adentro?
La casa es ante todo una entrada que desfasa
siempre hay algo que queda afuera.
Ley tercera
Toda grieta es un umbral
Ley cuarta
La casa es una línea que he trazado con mi pie de orangután.
Una ruta que comienza
y de pronto vuelve a comenzar.
El espaldar de mi cama ha dejado una evidencia en las paredes:
he hablado aquí y allá, según esto.
Pero miro la evidencia,
la toco
y no entiendo.
Ley quinta
Las casas también organizan a los hombres.
Basta con entrar en ellas
caber en donde ellas nos dejan caber
acomodar la mudanza que somos según sus jerarquías.
Basta un desliz sobre la baldosa
quizá un índice que obstruya el encaje de la puerta en su jamba
el paso en un peldaño flojo
para recordar
que el cuerpo es otra cosa.
Que se quita y se pone
tan fácil.
Ley sexta
Si hay un traqueo mínimo en la noche
cuando la madera cruje de pronto
tienes que saber que ha sido una cucaracha que escalaba por la pared
y se cayó de espaldas.
Incluso esas minúsculas caídas fracturan el suelo de la casa.
Para vivir tranquilo hay que ignorar el propio peso.
Pisar y olvidar. Pisar y olvidar.
Es muy sencillo.
También hay otro requisito: no mirar
bajo ninguna circunstancia
hacia abajo.
Sebastián Martínez Vanegas
Coordenadas de un plano irrealizable
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