Gozar Leyendo con CAMBIO: Machado de Assis, Santiago Rodas y el recomendado de la quincena
2 Noviembre 2023 07:11 am

Gozar Leyendo con CAMBIO: Machado de Assis, Santiago Rodas y el recomendado de la quincena

Joaquim María Machado de Assis.

Un libro de cuentos del gran escritor brasileño Joaquim María Machado de Assis y la poesía de Santiago Rodas, en la lupa del gran poeta Darío Jaramillo Agudelo.

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Por Darío Jaramillo Agudelo

J. M. Machado de Assis, Cuentos de madurez (Pre-Textos)
No hay en toda la literatura latinoamericana del siglo XIX un escritor más importante, más trascendente y más actual que el brasileño Machado de Assis. Desde cuando lo descubrí pienso eso y siempre creí que era una opinión parcial, no para escribirla como lo hago ahora, pensando que, sin conocerla toda, no podía hacer un juicio de ese calibre sobre la escritura novocentista de nuestro continente. Ahora me atrevo a hacerlo con un valioso respaldo, la opinión de Susan Sontag: “Machado de Assis es uno de los más importantes escritores del siglo XIX y el mejor de América Latina”.

Joaquim Maria Machado de Assis nació en Río de Janeiro el 21 de junio de 1839 y allí mismo murió el 29 de septiembre de 1908. “Era nieto de esclavos, mulato, epiléptico y, según cuentan, tartamudo; apenas fue a la escuela y mucho de lo que aprendió en la vida lo hizo de modo autodidacta”.

Para los traductores de esta estupenda antología, Bethania Guerra de Lemos y Juan Bautista Rodríguez, “la gran aspiración de Machado fue lograr una escritura que aunase lo nacional brasileño y lo universal europeo”. En un ensayo de 1873, refiriéndose al cuento, Machado dijo que “es un género difícil, a despecho de su aparente facilidad, y creo que esa misma apariencia le hace mal, apartándose de él los escritores y no dándole, pienso yo, el público toda la atención de que muchas veces es acreedor”. Apuntan los traductores que “Machado de Assis nunca concibió el género cuento como un trabajo de campo para luego abordar sus novelas. Más bien lo consideraba un verdadero laboratorio al que acudir con asiduidad para extraer piezas de valor intrínseco”. Lo importante es que Machado “amplía las fronteras de este género. La utilización de estructuras fragmentarias, del diálogo y de la narración en primera persona, así como la incorporación de lo popular a lo clásico fueron estrategias empleadas por él y luego adoptadas por los grandes nombres de la vanguardia brasileña”. Así, enumeran las “innovaciones de los patrones formales escogidos para concebir las propias historias”, como la “estructura de la carta testamentaria”, “la forma y el lenguaje de las crónicas de los descubridores portugueses”, las “recreaciones lúdicas de pasajes de la Escritura o de los dogmas cristianos”, “las fábulas morales modernizadas”, “el uso exclusivo del diálogo para construir la totalidad del cuento”: “sugerencias, insinuación de sucesos, circunstancias ambiguas que activan conexiones perversas en la mente del lector… son otros trucos narrativos de los que Machado se sirve para atraparnos y seducirnos”.

Los historiadores dividen la cronología de la escritura de Machado en dos periodos entre lo que el punto de inflexión consiste en el viraje de un romanticismo inicial hacia un realismo que insufla sus obras de madurez, como se ve en sus novelas Quincas Borba y Don Casmurro y en los cuentos que se incluyen en esta antología.

La selección de 30 textos abre con una hermosa página que cuenta el romance de un músico con el violonchelo: “para él, Inácio reservaba sus inquietudes más íntimas, sus sentimientos más puros, la imaginación, el fervor, el entusiasmo. Tocaba el rabel para los demás, el violonchelo para sí mismo y, a lo sumo, para su vieja madre (…). Cuando Inácio no tenía obligaciones que cumplir fuera de casa, pasaban así las veladas; solos los dos, con el instrumento y el cielo de por medio”.

Machado es inigualable a la hora de retratar personajes: “Fíjense en este muchacho: viene al mundo con una gran ambición, una carpeta de ministro, una poltrona, una corona de vizconde, un báculo pastoral. A los 50 años, nos lo encontramos convertido en un simple contable de aduana o en un párroco rural. Todo lo que sucedió en 30 años, algún Balzac podría contarlo en 300 páginas (…). Usaba gafas, como todos los notarios que aparecen en el teatro; pero, sin ser miope, miraba por encima de ellas cuando quería ver, y a través de ellas si pretendía que no lo viesen”.

Su imaginación no tiene límites. Antes de que se hablara de ciencia ficción, ya Machado construía historias donde podía suceder, “sí señores, he descubierto una especie arácnida que dispone de la facultad del habla; reuní al principio algunos y, después, muchos de los nuevos artrópodos y los organicé socialmente”. Y en otra narración nos cuenta “el origen de los saltamontes, que procedían del aire y de hojas del cocotero en conjunción con la luna nueva”.

En otra narración con anticipada nostalgia de Borges titulada El espejo nos informa que “cada criatura humana lleva dos almas consigo: una que mira de dentro hacia afuera, otra que mira de fuera para dentro”, si bien aclara que “el sueño, al eliminar la necesidad de un alma exterior, dejaba actuar a la interior”.

Ah, Machado puede contar cualquier cosa con libertad, con ingenio y, sobre todo, con imaginación: “Comprendí que si una cosa puede existir en la imaginación sin existir en la realidad, y existir en la realidad sin existir en la imaginación, la conclusión es que, de las dos existencias paralelas, la única necesaria es la de la imaginación, no la de la realidad, la cual resulta apenas conveniente”. Por otra parte, “el olvido es una necesidad. La vida es una pizarra en que el destino para escribir una nueva historia necesita borrar la ya escrita”.

Por lo anterior, Machado es capaz de poner el mundo patas arriba, como lo hace en la iglesia del diablo: “Cuenta un viejo manuscrito benedictino que el Diablo, cierto día, tuvo la idea de fundar una Iglesia. Aunque sus ganancias fuesen continuas e ingentes, se sentía humillado por el papel aislado que ejercía desde hacía siglos, sin orden, sin reglas, sin cánones, sin ritos, sin nada. Vivía, por decirlo de alguna manera, de los remanentes divinos, de las dádivas y descuidos humanos. Nada fijo, nada regular. ¿Por qué no había de tener él su iglesia? Una iglesia del Diablo era el medio eficaz para combatir las otras religiones y destruirlas definitivamente (…). Una vez en la tierra el Diablo no perdió un solo minuto. Se dio prisa por enfundarse la capucha benedictina, como hábito de buena fama, y empezó a pregonar una doctrina nueva y extraordinaria, con una voz que retumbaba en las entrañas del siglo. Prometía a sus discípulos y fieles las delicias terrenales, todas las glorias, los placeres más secretos. Confesaba que era el Diablo; pero lo hacía para rectificar la idea que los hombres tenían de él, y para refutar las historias que con respecto a él contaban las viejas beatas. –Sí, soy el Diablo –repetía–; mas no el diablo de las noches sulfúreas, de los cuentos soporíferos, del terror de los niños, sino el Diablo verdadero y único, el propio genio de la naturaleza, a quien se le dio ese nombre para alejarlo del corazón de los hombres. Me veis gentil y gallardo. Soy vuestro verdadero padre. Venga pues: tomad ese nombre, inventado para mi deshonra, haced de él un trofeo y una bandera. Y yo os daré todo, todo, todo, todo, todo…”.

Machado va contando las nuevas creencias que impone el Diablo, con mayúsculas, “y para concluir su obra, entendió el Diablo que le tocaba erradicar por completo la solidaridad humana (…). ¡No hay prójimo! La única situación en la que se permitía amar al prójimo era cuando se trataba de las damas ajenas, porque esa especie de amor tenía la particularidad de no ser otra cosa más que amor del individuo hacia sí mismo”. Al final de esta historia el Diablo “se dio cuenta de que muchos de sus fieles practicaban a escondidas las antiguas virtudes”.

Podría seguir copiando citas que sirvan de anzuelo para provocar la lectura de estos Cuentos de madurez. Porque Machado es muy citable. Sin embargo, me detengo así solo diciendo que les receto la lectura de este autor, todo, comenzando por este libro.

Cuentos de madurez
 

 

 

 

 

 

 

 

Santiago Rodas, Érase una vez un poeta (Atarraya)

Ya en el # 97 de Gozar Leyendo aparece un comentario que destaca el estilo conversacional de la poesía de Santiago Rodas (Medellín, 1990), entonces referido a su libro Plantas de sombra. El mismo comentario vale para este nuevo libro, si bien aquí está acotado por el leitmotiv que lo recorre: aquí todos los poemas comienzan con la frase que da título al libro, “érase una vez un poeta” que, a su vez, es seguida por una narración: “érase una vez un poeta perdido entre los barrios de Puerto Tejada”, “… que caminaba por las calles de Castilla”, “… probando suerte en las calles”, “…en el Palacio de la moda”, “…que buscaba amor en las selvas del Caquetá”, “…escampándose del aguacero”, y así, a lo largo de todo el libro.

Sin embargo, con lo cercano, con lo descomplicado del lenguaje, lo que sucede en cada poema no es necesariamente realista. Pueden haber apariciones, los animales pueden hablar, y todo, además, para hacer más divertida la lectura con un sentido del humor que no elude los gestos de ternura.

Érase una vez un poeta
llorando sus tristezas
en el río Magdalena.
Lloraba y lloraba
y su llanto avinagraba
el dulce paisaje ribereño,
hasta que se le arrimó un
bagre de tamaño mediano
que, con su lenguaje sublunar,
aun bajo el agua turbia color natilla, dijo:
camarada, esas no son penas,
escríbase unos versos sabrosos
a lo Candelario,
que no les gusten a los blancos,
y verá cómo se compone.
SANTIAGO RODAS


Érase una vez un poeta
perdido entre los barrios de Puerto Tejada.
Contemplaba las nubes distraído
rumiando el cosmos
con la salubre intención de construir una metáfora
de la sensación que le producía el paisaje.
De pronto a su lado
apareció el Diablo como solo sabe Él aparecer.
Y juntos, el Viruñas y el poeta
se sentaron a ver la trayectoria de nubes
sin mediar palabra.
Así como dos horas con treinta,
hasta que el Diablo se cansó
y con un hastalueguito
se fue buscando
con qué entretenerse
dejando tras de sí
un tufo de cuero de vaca mal curtido.
SANTIAGO RODAS
Érase una vez un poeta
al que se le apareció el espíritu
de María Mercedes Carranza.
El poeta, al principio, brincó del susto,
pero después de que la poeta
le dijera que tranquilo, que ella no hacía nada,
se fueron a tomar aromática
en el barrio La Macarena
en un negocio de unos hípsters.
Y hablaron de poesía
y se rieron de los textos
de los piedracielistas
ente otros temas.
El poeta le confesó el amor por la obra de la suicida
y después se quedaron en silencio.
Caminaron por las calles gélidas
de la capital hasta que se hizo de noche.
SANTIAGO RODAS


Érase una vez un poeta
combatiendo la reproductibilidad de la
Thumbergia Alata
conocida como Ojo de poeta
o Susanita de ojos negros.
El poeta macheteó la fronda fulgurante,
quemó los bordes de su terreno,
aplicó toda clase de venenos a la flora,
sin embargo, la obstinada plaga aparecía de nuevo
una y otra vez, sin cejar.
Como último recurso
el poeta vencido y achispado
decidió hablarle al forraje invasor,
lo increpó con el arsenal de palabras
que aprendió de los libros y de las calles
hasta que después de unos días
del performance palabroso
en uno de los brotes en flor
el poeta escuchó un susurro incomprensible
que con el pasar del tiempo
se fue volviendo lenguaje vegetal.
El poeta, después de descifrarlo,
procedió a anotar una ominosa línea en su libreta
y se prometió no volver a escribir
una palabra más
en su vida.
SANTIAGO RODAS

Poeta

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