‘Gracias a él soy la escritora que soy hoy y la que pueda ser’: María Gómez Lara en el homenaje al poeta Darío Jaramillo Agudelo
26 Abril 2025 05:04 pm

‘Gracias a él soy la escritora que soy hoy y la que pueda ser’: María Gómez Lara en el homenaje al poeta Darío Jaramillo Agudelo

María Gómez Lara

CAMBIO reproduce las palabras que pronunció la poeta María Gómez Lara en el homenaje que hoy, sábado, se le rindió al poeta Darío Jaramillo Agudelo en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. En él se resaltaron sus diversas facetas como poeta, como mentor, como melómano, como amigo. En el evento participaron, entre otros, el poeta español Luis García Montero, el editor de Pretextos Manuel Borrás y el historiador Jorge Orlando Melo.

Por: Redacción Cambio

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Darío Jaramillo tiene más facetas que vidas el gato y, como los gatos, Darío es otro estado de la materia. Es imposible abarcar todo lo que él significa para tantos de nosotros de tantas maneras: como poeta, como editor, como lector, como amigo.

Hoy estoy aquí para hablar del Darío mentor de poetas. A mí, Darío me cambió la vida. Gracias a él soy la escritora que soy hoy y la que pueda ser en el futuro. Antes de conocer a Darío, yo ya repetía sus versos de memoria.

Antes de conocerlo, ya era una adolescente triste que se refugiaba en la poesía para cubrir su soledad. Me recuerdo a los catorce años, con el pelo pintado de morado, repitiendo sus versos como un mantra: “Primero está tu soledad y luego nada". 

Por eso no podía creerlo un día en que por cariño a mi mamá, Darío aceptó la invitación de atravesar Bogotá para que una niña de catorce años pudiera llevar a un escritor a su clase de literatura. Recuerdo a Darío apareciendo para hacerme ese favor en el colegio gris donde yo estudiaba, que quedaba lejísimos de todo, más allá de la calle 200, más allá del trancón, y más allá hasta del sentido común. Lo recuerdo alegre, dispuesto a conversar conmigo.

Después de conocerlo empezamos una charla de años que afortunadamente no termina. Darío es el lector más generoso, el más sincero, y también el más implacable. Por eso confío en él. Porque sé que me va a decir la verdad desde la sensibilidad y el cariño. Porque gracias a él he aprendido la carpintería de este oficio, las horas y horas de subir y bajar versos hasta dar con el orden, con el tono, con la cadencia.

Cada charla con Darío me recuerda que mi camino es la escritura, que no puedo dejar de escribir poemas aunque a veces lo urgente se nos atraviese en los minutos de lo importante. Van pasando los años, los trasteos transatlánticos, los estudios, las tareas pendientes, los trabajos, las clases, los estudiantes, los libros, los desamores trágicos, los amores felices, y Darío es como un faro que me recuerda que yo soy en mis poemas. Cuando me pierdo busco esa luz.

Cada vez que me siento a escribir pienso en Darío. Y, más aún, cada vez que me siento a editarme.

Darío me enseñó a ser mejor lectora de mi obra, a distinguir lo que funciona de lo que no funciona, a quitar, a tachar, a borrar. Darío me enseñó a esperar. Darío me enseñó que el poema tiene su tiempo propio, como los gatos su estado de la materia. Darío me enseñó que la poesía es paciencia.

Nunca se me olvidan estas palabras que me dijo Darío una vez que le conté muy feliz que había terminado un libro: “Cuando creas que terminaste un libro guárdalo en un cajón. Cierra el cajón con llave. Esconde la llave. No lo abras ni por error. No lo abras hasta que pase un año. Después de un año, lee el libro como si lo hubiera escrito tu peor enemigo". 

Eso he hecho desde entonces con todos mis libros. Gracias a Darío aprendí que la distancia (tanto frente a los poemas como frente a la persona que yo era cuando los escribí) es fundamental para editar, para quitarse puntos ciegos y para ver con más claridad. Ver por ejemplo que un poema que puede haber sido muy importante en un momento muy doloroso, también puede no encajar en un libro, puede sobrar, o puede no funcionar como poema.

Gracias a Darío aprendí la diferencia entre un libro regular (que se queda en el cajón), un libro bueno, y un libro que realmente tenga que publicar, más allá de la visión subjetiva de si es bueno o no: que sea el más auténtico, el más trabajado, al que no le sobre ni le falte una palabra, la mejor versión literaria que pueda hacer de una cosa que si no la digo me reviento. Unas palabras que necesito para respirar.

Sí, conocer a Darío me ha enseñado la diferencia entre un libro bueno y un libro mejor. Conocer a Darío me ha ayudado a reconocerme a mí misma como autora, a escuchar el tono de mi voz, a criticarme con rigor y a intuir, cuándo después de años, un libro se termina.

Conocer a Darío marca la diferencia entre ser y no ser poeta. Pero querer a Darío es algo que ya está inscrito en cada uno de mis versos y que va mucho más allá de mi escritura. Al querer a Darío encuentro las palabras que soy.

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