Homenaje a Ahmad Jamal, leyenda del 'jazz'
Mauricio Trujillo Uribe, apasionado del 'jazz' y experto en la materia, estuvo presente en Jazz in Mariac, uno de los festivales de 'jazz' más importantes de Europa. Este es su testimonio.
Jazz en Marciac es uno de los festivales de jazz de mayor reconocimiento en Francia y Europa: se realiza justamente en verano, su edición 2024 comenzó el pasado 18 de julio y va hasta el 4 de agosto, con más de 60 conciertos a los que concurren artistas y agrupaciones de prestigio mundial, al igual que músicos y ensambles de gran diversidad y calidad.
La apertura se realizó como un homenaje a Ahmad Jamal. Así, con alto nivel pudimos escuchar, entre otros temas, el trío del pianista Marcus Roberts, con el baterista invitado Herlin Riley, interpretando Patterns, composición del gran pianista afronorteamericano que falleció en 2023.
El festival transcurre en el sur de Francia, en la región de Occitania, bañada por el río Garona, en un pequeño pueblo de 1.200 habitantes al que se llega por carreteras pequeñas; desde Toulouse, por ejemplo, son aproximadamente dos horas. En otras palabras, es un festival de jazz que se desarrolla en lo que se suele llamar la “Francia profunda”.
A la inauguración de la edición 2024 asistieron cerca de 11.000 amantes de jazz provenientes de toda Francia y otros países. En el formato del festival, los músicos de gran renombre internacional que abren el festival pueden invitar a otros músicos para que toquen con ellos. Así, en esta ocasión, el veterano Marcus Roberts invitó a diez músicos que subían al escenario según la pieza por tocar.
Jazz en Marciac se desarrolla en dos escenarios. El primero, L’Astrada, es un auditorio convencional para cerca de 4.000 personas. El segundo es una inmensa carpa que recibe cerca de 10.000 asistentes. Pero junto a estos dos espacios centrales también se realizan conciertos en la plaza del pueblo, como en restaurantes y otros espacios, en los que se presentan variados grupos de jazz. El ambiente de estos pequeños conciertos es bien agradable y la calidad musical es muy buena.
En el festival también se disfruta la oferta de vinilos que los coleccionistas traen para intercambiar o vender. Es también un mostrador de diversos objetos relacionados con el jazz, como camisetas, afiches, pinturas y artesanías, también se abren galerías de arte y se venden instrumentos de música.
Jazz in Marciac fue creado en 1978 y desde entonces su reputación no ha cesado. Llama la atención que su organización reposa sobre cerca de 110 personas que voluntariamente participan en las distintas tareas con entusiasmo, buen humor y simpatía. Son benévolos sin remuneración, pero en retribución asisten a los conciertos; ¡al hablar con algunos de ellos se descubre que hay quienes han asistido a casi todas las 46 ediciones del festival! Justamente el lector encontrará a continuación el programa de Jazz Sin Fronteras dedicado a este festival y un texto escrito por Betty Chollet, una de sus organizadoras voluntarias para CAMBIO Colombia.
Érase una vez... un sueño
Érase una vez... una música, cuyos primeros acordes cantaban la libertad, gritaban el dolor de aquellos que se vendían por no reconocer su humanidad. Una música que se convirtió en plural y siempre firma de fraternidad, una música que, como decía el gran Ahmad Jamal, universal, no es jazz sino "música clásica afroamericana".
Érase una vez... un pequeño grupo de convencidos de los valores de la educación popular y de los de la amistad, que supieron edificar paso a paso un evento congregante en torno a esta música y luego a la multitud de sus primas. Unos días, unos pocos aficionados, un recinto bastante modesto, luego un proyecto cada vez más amplio, como una red infinita de manos unidas, de voces y de balanceos al unísono.
Érase una vez... unos niños, al borde de su adolescencia, que ingresaron en la escuela secundaria de un pueblo de Gascuña donde descubrieron que hacer música juntos es un excepcional vector de comunicación y de construcción de su ser en devenir. Niños acompañados cada día por pedagogos atentos y talentosos, que así crecieron durante cuatro años y que, para algunos, continuaron con la música en el camino que así se les había abierto.
Érase una vez... encuentros. Miradas curiosas y encantadas de un grupo, de una persona, de una pareja, que vienen por primera vez y te dicen su asombro por tal diversidad de melodías, su alegría de llevarse esos momentos en sus equipajes e imaginar ya regresar. Miradas tiernas de los que ya son fieles y comparten con entusiasmo su admiración por los artistas anunciados para la temporada que se abre. Miradas concentradas y orgullosas de los jóvenes músicos que tocan en las calles, al resguardo del sol que marca el ritmo, rodeados de su primer público. Miradas algo inquietas, luego rápidamente confiadas, de los voluntarios que comienzan y descubren la organización de sus equipos. Miradas felices de los que se encuentran año tras año, para continuar juntos, aunque los pesares latan, un cálido tramo de música y amistad, para celebrar en su colectivo los valores de su compromiso.
Érase una vez... generaciones de músicos, presentes desde hace poco o ya imprescindibles en el festival, todos impacientes por compartir su alegría de tocar, de enriquecerla con el alma de los miembros de su grupo o de formaciones más amplias, de transmitirla a las generaciones futuras sin dudar en dirigir una master class en el lugar, bajo la mirada incrédula de sus alumnos por un día.
Érase una vez... un millón de estrellas, tan azules como las notas de los músicos en el escenario, tan vivas como la memoria de sus grandes antepasados que los acogen, tan vastas como la alegría del público bajo la carpa, tan frágiles como la emoción de cada aliento que surge en el mismo instante de armonía.
Y, sin embargo, todo esto existe... más allá del Atlántico, en un pequeño rincón de Francia, al sur del Garona. Es la magia de un festival de jazz creado hace casi medio siglo en un pueblo por unos pocos apasionados y su red de amistades. Ha crecido y prosperado, se ha renovado constantemente protegiendo su alma. Cada verano recrea en tres semanas el hilo de su mensaje de transmisión: es JIM, es Jazz in Marciac.
Betty Chollet, una voluntaria de Jazz in Marciac